“La apertura al mundo verdaderamente cristiana procede de un auténtico respeto hacia el ser y el hombre, y hacia la situación natural e histórica del hombre en el mundo. Pero el respetar al hombre en su situación histórica de hoy, sin tomar en cuenta su necesidad, su angustia, sus imitaciones y su peligro, y sobre todo, sin consentir tomar parte en su culpabilidad, sólo acaba en una cruel burla al hombre. ¿De qué sirve exaltar la grandeza del hombre sencillamente porque los esfuerzos concertados de técnicos, soldados y políticos se las arreglan para poner un hombre en la luna, mientras cuatro quintos de la raza humana permanecen en abyecta miseria, mal vestidos y mal alimentados, en vidas sujetas a arbitraria e insensata manipulación por los políticos, o a la violencia a manos de la policía, de los chulos o de los revolucionarios? Cierto que las posibilidades y la nobleza intrínseca del hombre son maravillosas: pero de poco sirve cacarearlo cuando la celebración de su grandeza teórica no sirve para ayudarle a encontrarse como ser humano normal.
En vez de un culto idolátrico a la tecnología y al poder, y en vez del insensato engrandecimiento del hombre (en realidad, auto-engrandecimiento de jefes de policía y empresarios), volvámonos al mundo, en sentido de recobrar el dominio de nuestros vastos poderes y usarlos para cumplir las necesidades del hombre”. (208)CEC.
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