“Que nos mantengamos
en espíritu de conversión”. .
Así damos inicio a esta andadura, recordando que la imagen del
“camino”, para referirse al proyecto cristiano, implica movimiento; a menudo
nuestra vida de fe se concibe como un estar instalados, acomodados, cumpliendo
unos mínimos, unos rituales, que nos hace sentirnos gente "buena y decente". Pero ser cristianos es mucho más: es siempre un desafío, una invitación a salir de
nuestra casa, de nuestra tierra, como Abraham, en pos de una promesa.
Conversión, “metanoia”, implica
cambio, cambio de visión, mente y corazón renovados; implica riesgo y aventura.
Conversión entendido también como crecimiento, transformación, estar en camino.
Recuperar el ritmo de la auténtica vida espiritual. Contamos con la Gracia, se
pide nuestra respuesta: que la gracia no se
desaproveche, no caiga en saco roto. Dos actores en este drama: Dios y
nosotros; Dios llama, nosotros respondemos. Esa dinámica, esa interrelación es
el punto de partida de la CONVERSIÓN. Es fácil perder este espíritu a lo largo
de la vida, por ello los tiempos fuertes de la liturgia cristiana son un
recurso válido para recuperar el ritmo, y echarse a los caminos, para vivir la
aventura del Amor.
“Avanzar en la inteligencia del misterio
de Cristo
Y vivirlo en plenitud”.
Elijo la palabra “misterio” como clave de este primer paso porque Dios es misterio,
el ser humano es misterio, y la relación de Dios con el ser humano es misterio
también. Dios es misterio, exige búsqueda, conocimiento e inteligencia espiritual; no
academicismo, sino sabiduría que brota de la experiencia, del camino, de la
vida. Las lecturas del primer domingo de Cuaresma son, todas, una profesión de fe, un
testimonio de lo que significa para el ser humano (Israel, Pablo, Jesús) el
encuentro con el Misterio de Dios; encuentro en la propia vida, desafío
existencial, frente a los obstáculos (tentaciones): tener, poder, placer, ganar
a toda costa. No se trata de despreciar lo humano, sino de revalorizarlo a la
luz del Misterio. Que la existencia no pierda ese brillo, su sentido último.
Vivir el presente, el ahora de Dios, con la esperanza siempre puesta en lo
esencial, en lo que no pasa, en lo Verdadero. Conocer a Cristo para vivir a
Cristo. Experimentar la eterna novedad de Dios.
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