sábado, 23 de febrero de 2013

SANTIDAD



     “Semillas de contemplación”[1]: En la primera versión del libro el primer capítulo se titula: “Todo lo que es, es santo”. Dice Merton que los santos no pueden ignorar las cosas creadas;  no es cierto que no comprendan o no  entiendan el mundo y su gente, las cosas que suceden. No se puede amar a Dios y odiar el mundo que salió de sus manos. Los santos son personas sensibles a las alegrías y al dolor de sus hermanos. La santidad está vinculada a la identidad de la persona;   los seres creados dan gloria a Dios al ser aquello para lo que Él los creó. No hay dos seres creados que sean exactamente iguales, la individualidad no es imperfección, al contrario; la perfección está en relación con la propia identidad individual. La santidad no requiere huir de otros hombres; la soledad se busca no para huir de ellos, sino para encontrarlos y amarlos más  en Dios. El pecado tiene que ver con el falso yo: “Cada uno de nosotros lleva la sombra de una persona ilusoria: un falso yo”; el hombre que yo quiero ser, pero que Dios no conoce. “El secreto de mi identidad está oculto en el amor y misericordia  de Dios… Nunca podré hallarme a mí mismo si me aíslo del resto de la humanidad como si fuera un ser de otra clase”. Dice Merton que en la humildad se halla la máxima libertad, que a menudo es el orgullo propio el que hace al hombre obrar, con la intensión de construirse un halo para sí, no para dar gloria a Dios. La santidad no es la vana competencia de unos con otros por los puestos en el reino. Los santos no son siempre perfectos y  tienen defectos contra los que luchar: algunos santos se han llevado mal con otros santos, muchos santos han sido molestos y exasperantes. Dios permite muchas veces que aun alcanzando un alto grado de santidad los hombres conserven limitaciones, defectos, miopías y excentricidades.  La prisa estropea a los santos, buscan el éxito rápido, y se equivocan, confunden su prisa con integridad. Pero, “Uno de los primeros signos del santo es el hecho de que los otros no saben que pensar de él”.[2]


[1] Merton escribió este libro en 1949, y luego volvió a publicarlo en 1961, en una nueva  versión,  revisada y ampliada. Esta segunda versión, según F. Beltrán, “estableció un puente definitivo entre la espiritualidad individual y la solidaridad humana”,  LCA, 58.
[2] SC, 62.

1 comentario:

  1. Estas palabras de Merton me ayudan a ver la "santidad" desde una perspectiva mucho más amplia y profunda...el adoctrinamiento recibido durante años de "deformación" religiosa nos aleja tanto de lo real que a veces cuesta recuperar una visión que se creía perdida y rechazada. Gracias.
    Un abrazo.

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