“Alimenta
nuestro espíritu con tu Palabra”.
Comenzamos este camino
entendiendo la necesidad de conversión, no como algo eventual, de un momento o
etapa particular de la existencia, sino como una manera de vivir, de caminar,
de ser creyentes. Conversión significa estar siempre creciendo, madurando,
transformándonos. Luego, en un segundo momento, nos encontramos frente al
Misterio de Dios, y regresamos a los orígenes de nuestra andadura de fe, y entendimos que el Misterio ha de ser misterio
siempre, para que no deje de ser el motor que impulsa nuestra conversión. Ahora
damos un paso más: Dios es PALABRA, Dios comunica, se revela, propone, promete.
Es la palabra que nace el misterio la que conquista nuestro corazón y le
arrastra por los caminos de la vida. Es esa palabra la que nos hace perseverar,
y comenzar una y otra vez a pesar de los fracasos, de los errores, de las
tentaciones.
Al revisar las propuestas bíblicas del segundo
domingo de Cuaresma leemos acerca del encuentro de Dios con Abran, y de cómo
antes las dudas del hombre Dios reafirma su propósito y acepta un pacto:
“El Señor sacó
fuera a Abrán y le dijo:
Mira al cielo;
cuenta las estrellas si puedes.
Y añadió: Así será
tu descendencia.
Abrán creyó al Señor
y el Señor lo aceptó como justo”.
(Génesis 15, 5-6)
Abrán creyó a Dios, y
estableció una alianza, un pacto con Dios, fundado en la promesa, en la palabra
de Dios. Dios pide a Abran, a quien luego llamará Abraham, a salir de su
tierra, a ponerse en camino, a desafiar la vida para encontrar una tierra
nueva, el hogar que Dios quiere ofrecerle. Es una promesa de vida abundante, de
hijos, de frutos.La palabra de Dios es
siempre palabra de vida.
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