"El verdadero contemplativo es un amante de la sobriedad y la oscuridad. Prefiere todo aquello que es silencioso, humilde y sencillo. Las excitaciones espirituales no le atraen. Le agotan fácilmente. Siente una inclinación por aquello que no parece ser nada, que le dice muy poco o nada y que nada le promete. Sólo aquel que puede permanecer en paz en el vacío, sin proyectos ni vanidades, sin discursos para justificar su aparente inutilidad, está a salvo del fatal atractivo de esos impulsos espirituales que le instan a autoafirmarse y a ser algo a los ojos de los demás. Pero el contemplativo es, de entre todas las personas religiosas, el que más comprende que no es un santo y el que menos ansioso está por parecerlo a los ojos de los demás. En realidad, ya no está sujeto a las apariencias y éstas le preocupan muy poco. Al mismo tiempo, como no tiende a ser un rebelde ni se siente en la necesidad de serlo, no ha de ir pregonando por ahí su desprecio por las apariencias. Simplemente no las tiene en cuenta. Han dejado de interesarle. Se contenta con que le consideren un necio, si es necesario, y en cuanto a esto tiene una larga tradición a sus espaldas. Hace mucho tiempo San Pablo dijo que se sentía feliz de ser un necio por amor de Cristo. La Iglesia rusa tiene su propio santo loco, el yurodivi, aunque a veces en Occidente figuras con San Francisco de Asís y muchas otras los hayan imitado. El contemplativo no necesita ser sistemático con relación a nada, ni siquiera con relación a su aparente locura. Se contenta con la sabiduría de Dios, que es una locura para los hombres no porque sea contraria a la la sabiduría del ser humano, sino porque la trasciende por completo".
Thomas Merton
"La experiencia interior"
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