Algunas ideas de Thomas Merton acerca de la santidad, así como el lugar del dolor y la ascesis en este camino, aparecen en su libro “Los hombres no son islas”[1]:
Al hablar de amor, libertad, esperanza, ascesis, etc, Merton tiene de fondo como proyecto el ser santos. Un elemento al que dedica varias páginas es el de la voluntad de Dios, que no sólo hay que cumplirla, sino “querer” cumplirla. También respecto al sufrimiento, dice que la cruz forma parte del camino cristiano, pero que no sólo tenemos que aceptar el sufrimiento, sino hacerlo santo, ya que “nada se vuelve con tanta facilidad non-santo como el sufrimiento”.[2] El sufrimiento por sí solo no hace crecer, ni garantiza alcanzar la santidad (como parece asumir cierta visión “hagiográfica”); santo no es el que acepta el sufrimiento porque le gusta, y espera una recompensa; el santo aborrece el sufrimiento, pero acepta en su amor a Cristo, pasar por esa prueba. “El único sufrimiento que quienquiera puede desear válidamente es aquella prueba precisa y particular que nos demandan los signos de la Providencia Divina en nuestra vida”.[3]Para ser santos no es necesario salir a buscar el sufrimiento a toda costa, nadie es llamado a sufrir por sufrir, y la santidad es mucho más que sufrimiento. Los santos consagran a Dios, eso sí, todo aquello que les suponga sufrir, pero también sus alegrías; también se da gloria a Dios usando y apreciando las cosas buenas de la vida. “La felicidad consiste en averiguar precisamente cuál es esa “única cosa necesaria” en nuestra vida, y en dejar a un lado con ánimo contento todo lo demás”.[4]
NOTAS:
[1] Escrito en 1955.Es una continua invitación, en clave contemplativa, al encuentro de Dios en los semejantes y al de los semejantes en Dios a través del descubrimiento de nuestro auténtico ser tras la compleja maraña de los espejismos de nuestra fabricación cotidiana.LCA, 54
[2] HNI, 86
[3] HNI, 88
[4] HNI, 130
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