Los dos polos de la espiritualidad contemplativa son Dios (como fuente del amor) y la oración (en cuanto que da la conciencia de lo anterior) Ambas realidades fluyen de una intuición humana fundamental de ser total y radicalmente dependiente de Dios.
Esta espiritualidad, dado lo anterior, tiende a ser menos verbal y menos especulativa. Prefiere el silencio a las palabras, la experiencia a las explicaciones escolásticas. No se conforma con saber, quiere experimentar la presencia de Dios; sabe que de Dios se puede hablar, pero que al final cuanto se dice es menos que Dios, por la inadecuación de las palabras para expresar el misterio. Entiende al místico que dijo: “El que habla de la Trinidad dice mentiras”.
Y luego, resultan también naturales unas palabras de San Antonio, el del desierto: "Oramos mejor, cuando ni siquiera sabemos que estamos orando”. Esto es un “desconcientizarse de uno mismo”; salir de sí para estar en Dios. Como dijo Pablo: “Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.
RESUMEN:
Mientras que la espiritualidad devocional insiste principalmente en términos de conducta, la espiritualidad contemplativa, sin descuidar la necesidad de este cambio, recalca la necesidad del cambio de conciencia. No basta con portarse mejor; necesitamos llegar a ver la realidad de un modo diferente. Necesitamos aprender a mirar las profundidades de las cosas, no sólo la superficie. Quiere decir, mirar la inseparabilidad del mundo respecto de Dios y la unidad de toda la realidad en Dios, que es ese vínculo oculto del amor de todo lo que es.
La oración es como una lente que elimina la visión distorsionada de la realidad.
(Resumen hecho a partir de la lectura de "Silencio en llamas", de W. H. Shannon)
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