La religión corre el riesgo de ser utilizada como máscara de graves conflictos, cuando
la experiencia religiosa prende en una estructura personal o social deteriorada
en sus raíces.
Fanatismo y fundamentalismo: Insuficiente integración y
unificación del self en los primeros momentos de la vida; terreno propicio para
el desarrollo de unas defensas patológicas que encuentran en la creencia
religiosa una esplendida vía de expresión. El individuo queda atrapado y
vinculado a sus propias partes dañadas. El deterioro interior se proyecta al
exterior, y se descubre el mundo como sumamente peligroso y amenazante. Hay un
apremio integrador, generador habitualmente de posturas fundamentalistas. Es el
sustituto de la protección materna que el individuo no experimentó,
camuflándose en creencias y dogmas, y Dios queda reducido a ser su aliado y
soporte de una identidad amenazada. El
fundamentalista olvida la provisionalidad y relatividad de todo discurso humano.
Iluminados y pseudo místicos: Pone de relieve la patología
religiosa que se centro en torno a las funciones de la afectividad. Dios, como
objeto psíquico, puede ser simplemente la coartada para refugiarse en un mundo
imaginario donde venir a encontrar una satisfacción a necesidades y carencias
afectivas muy profundas. La religiosidad puede ser fuente de ilusiones y
autoengaños, de ahí lo esencial de la confrontación con lo real, dolorosa, pero
madurativa. No es la auténtica experiencia amorosa, que es liberadora, sino que
carece de un Tú verdadero, y no es auténtica relación. (Refugio regresivo para
evadir la conflictividad inherente al vivir cotidiano).
Sacrificadores y leguleyos: Es la terrible negación de lo
humano a la que tantas veces ha remitido la experiencia religiosa. Es un
aspecto muy importante y crítico de la religión, pues muchos creen, según
Feuerbach, que “para enriquecer a Dios, debe empobrecerse el hombre”. Dios no puede ser enemigo o rival de lo
humano. Aquí se supone una dinámica de la negación de sí mismo, una
sacralización del sufrimiento, de la negación del goce, como los aspectos
básicos de la experiencia religiosa. La norma, la ley, los valores, dejan de
cumplir una función mediadora en el desarrollo personal y de fe para
convertirse en absolutos idolatrizados que aprisionan y que guardan la función
inconsciente de mantener el sometimiento y la negación de sí. Práctica obsesiva
de rituales, con un componente básico de culpabilidad.
En resumen: Si es obligado reconocer que la experiencia religiosa ha
constituido a lo largo de la historia una fuente importante de exigencia ética,
de conformación y aliento de ideales sublimes y de alimento para el desarrollo
de valores humanos, también se ha constituido muchas veces como fundamento de
rigorismo insano, de mutilación de la vida y de asfixia para el gozo y la
alegría de los seres humanos. La religión está ahí para lo mejor y para
lo peor.
Resumen de: “Experiencias religiosas y
ciencias humanas”, Miguel García Baró, Carlos Domínguez Morano, y Pedro
Rodríguez Panizo. Madrid, PPC. 2001.
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