Son muchas las personas que,
a lo largo de estos años, se han ido alejando de Dios, sin apenas advertir lo
que realmente estaba ocurriendo en su interior. Hoy Dios les resulta un “ser
extraño”. Todo lo que está relacionado con él, les parece vacío y sin
sentido: un mundo infantil, cada vez más lejano.
Los entiendo. Sé lo que
pueden sentir. También yo me he ido alejando poco a poco de aquel “Dios de mi
infancia” que despertaba dentro de mí tantos miedos desazón y malestar.
Probablemente, sin Jesús
nunca me hubiera encontrado con un Dios que hoy es para mí un Misterio de
bondad: una presencia amistosa y acogedora en quien puedo confiar
siempre.
Nunca me ha atraído la tarea
de verificar mi fe con pruebas científicas: creo que es un error tratar el
misterio de Dios como si fuera un objeto de laboratorio. Tampoco los dogmas
religiosos me han ayudado a encontrarme con Dios. Sencillamente me he
dejado conducir por una confianza en Jesús que ha ido creciendo con los años.
No sabría decir exactamente
cómo se sostiene hoy mi fe en medio de una crisis religiosa que me sacude
también a mí como a todos. Solo diría que Jesús
me ha traído a vivir la fe en Dios de manera sencilla desde el fondo de mi ser.
Si yo escucho, Dios no se calla. Si yo me abro, él no se encierra. Si yo me
confío, él me acoge. Si yo me entrego, él me sostiene. Si yo me hundo, él me
levanta.
Creo que la experiencia
primera y más importante es encontrarnos a gusto con Dios porque lo percibimos
como una “presencia salvadora”. Cuando una persona sabe lo que es vivir a gusto
con Dios porque, a pesar de nuestra mediocridad, nuestros errores y egoísmos,
él nos acoge tal como somos, y nos impulsa a enfrentarnos a la vida con paz,
difícilmente abandonará la fe. Muchas
personas están hoy abandonando a Dios antes de haberlo conocido. Si conocieran
la experiencia de Dios que Jesús contagia, lo buscarían.
José Antonio Pagola
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.