De una
carta a Victoria Ocampo del 13 de septiembre de 1958: “No hay nada en el mundo tan importante como el diálogo realmente vivo
entre los seres vivos, los hijos de Dios, como lo somos nosotros: porque su
diálogo no puede existir sin la intervención de Dios mismo. ¡Qué misterio
maravilloso el lenguaje humano, en el que se manifiesta la Palabra de Dios!”.
De la
misma carta anterior, sobre el SACERDOTE: “Lo
peor del diálogo oficial entre un sacerdote y quienes no lo son es esta
conciencia terrible de una diferencia que, en suma, no debería contar
demasiado. En efecto, uno termina por
creer que el sacerdote está suspendido, como jerarca y burócrata, en la mitad
exacta del abismo que separa a los hombres de Dios. No hace allí sino anunciar
decisiones oficiales, dogmáticas, morales, canónicas. Es un poco menos amigable
que el médico, el abogado, el psicoanalista. No se tiene en cuenta el hecho de
que Dios no se separa nunca de los hombres, porque Dios y el hombre son uno en
Cristo. Lo que importa en el sacerdote, hombre de Dios, es su humanidad, porque
él prolonga, más que todos los demás, el misterio de la encarnación. Ahora bien,
si el sacerdote está un poco deshumanizado por su formación en el seminario…”.
Luego, sigue más adelante: “No crea jamás
que soy un ser distinto de usted, que estoy aquí en un monasterio bien
tranquilo, sin problemas como los suyos. Muy por el contrario, vivo en el
corazón mismo de su problema, porque estoy en el corazón mismo de la
Iglesia. Yo no me creería un verdadero monje, un verdadero sacerdote, si no
fuera capaz de sentir en mí mismo todas las revueltas y todas las angustias del
hombre moderno. Pero es necesario sentir todo esto, sufrir todo esto, pero no
aislado y a la deriva, sino con Cristo que lo ha soportado todo y que lleva
todo en nosotros”.
“Verdaderamente, lo único que puede
liberarnos es Cristo, pero no lo encontramos simplemente a través de las
evasiones fáciles, de las renuncias pasivas. No podemos encontrarlo realmente
por medio de una abdicación, porque encontrar la verdad supone la fidelidad más
heroica a todos sus reflejos en nosotros mismos, comenzando por aquellos que
nos muestran nuestra propia miseria y la de los demás” (La misma cita).
“Usted sabe muy bien que encontrará a Dios en
el centro de sí misma… búsquelo. No va a resolver todos sus problemas en un
abrir y cerrar de ojos. Por el contrario, es el medio mismo de estos problemas
donde encontrará a Dios y a Cristo, porque Él está con usted. Y es Él quien le
hará salir de ellos. Pero piense en Él y no busque evadir las situaciones
difíciles; tómese un poco más de tiempo para ser usted misma y encontrará
sigilosamente, oscuramente, a Cristo” (Igual, 13 septiembre, 1958).
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