miércoles, 28 de noviembre de 2018

MONJE Y ESCRITOR


“Me parece que el hecho de escribir, lejos de ser un obstáculo para la perfección espiritual en mi propia vida, se ha convertido en una de las condiciones de las que dependerá mi perfección. Si he de ser un santo –y eso y no otra cosa es precisamente lo que debo pensar y desear–, parece que he de conseguirlo escribiendo libros en un monasterio trapense. Si he de ser un santo, no debo limitarme a ser un monje, que es lo que todos los monjes deben hacer para convertirse en santos, sino que, además, he de poner por escrito aquello en lo que me he convertido. Puede parecer sencillo, pero no es una vocación precisamente fácil.
Ser un monje tan bueno como me sea posible y seguir siendo yo mismo y escribir sobre todo ello. Poner por escrito, en semejante situación, todo lo referente a mi vida con la mayor simplicidad e integridad, sin enmascarar cosa alguna, sin confundir las cuestiones: esta tarea es muy dura, porque estoy envuelto en ilusiones y apegos. También estas cosas tienen que quedar reflejadas en mis escritos. Pero sin exageraciones ni repeticiones ni énfasis inútiles. No necesito darme golpes de pecho ni lamentarme ante nadie que no seas Tú, oh Dios, que ves las profundidades de mi fatuidad. Ser sincero sin resultar pesado. Es una especie de crucifixión, no excesivamente dramática o penosa, ciertamente. Pero esto requiere tanta sinceridad que supera mi naturaleza. De un modo u otro, tiene que venirnos del Espíritu Santo”.

Thomas Merton, Diarios.
1 de septiembre de 1949

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