“El
cuerpo ha sido para la espiritualidad occidental no una disposición, no un
camino, no algo que ayuda, sino al revés: ha sido un obstáculo, una carga, ha
sido algo negativo que había que superarlo, que domarlo. Yo diría que en esto debemos tener una conversión
de mentalidad. Creo que nos tropezamos con un nuevo prejuicio de muchos siglos,
y que está ahí. Tenemos que descubrir que el cuerpo no es un obstáculo, no es
un lastre, no es una cosa negativa. Tenemos que descubrir o transformar el
cuerpo, de manera que sea para nosotros como un cristal de luz, un vaso de
perfume, un velo transparente que exprese el espíritu. Un medio de expresión y
comunicación, un espacio de expansión, un lugar de gozo. Una fuente de
espontaneidad y belleza.
En
occidente al cuerpo lo hemos disociado. Hemos separado al espíritu del cuerpo,
lo hemos partido en dos. Hemos disociado a la persona, hemos despreciado,
desvalorado, y yo diría más, odiado al cuerpo, lo hemos cosificado, mecanizado
y lo hemos desintegrado. Y de ahí vienen muchas enfermedades. Ya no es
solamente que con esto hemos perdido una de las formas de la ascética oriental
que nos puede disponer mejor para la contemplación en el orden espiritual. Es que incluso esto ha sido causa
de tantas vidas desdichadas, empobrecidas, llenas de conflicto, de tantas vidas
enfermas, y no solamente en el orden de la enfermedad psicológica, sino también
en el orden de la enfermedad física.
Frente a eso, el Oriente nos aporta un concepto
unificado del ser humano. Para ellos, el cuerpo es como una manifestación del
espíritu, no hay en la tradición oriental india esta actitud negativa de
desprecio, de odio, de disociación. Al revés, hay un valorizar el cuerpo, como
forma del espíritu, como camino para encontrar el espíritu”
Fernando
Urbina, Teología de la contemplación.
EDE,
2009.
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