Una luna amarilla y redonda iluminando todo el litoral cuando cae la tarde, y yo camino junto al mar rezando los salmos. Del Salmo 85, primeros versos, tres palabras referidas a Dios: escúchame, protégeme y sálvame. Frente a ellas, tres actitudes: humildad, fidelidad y confianza. Dios es el que se inclina a nosotros (el que sale a nuestro encuentro), pequeños y frágiles; es nuestro sostén y fundamento; es nuestra esperanza cierta. La relación entre protección y fidelidad es más fácil de concretar, pero la que existe entre salvación y confianza cae dentro del Misterio. Para mí, salvación es que mi vida encuentre su lugar en el mosaico hermoso de esta humanidad, y eso se alcanza a partir del encuentro misterioso con el Uno.
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El mensaje de Jesús expresa un saber espiritual que supera el marco religioso; Jesús, que vive en un mundo marcado por la religiosidad, no pertenece a la clase sacerdotal, no es parte de la jerarquía religiosa de su tiempo, y sin embargo, habla en nombre de Dios, propone una manera diferente de vivir en comunión con Él, y eso le cuesta la vida. Luego, en el proceso de crecimiento e institucionalización de su mensaje, surge una religión, la cristiana; surgen ritos, preceptos, dogmas, tradiciones. Pero el mensaje de Jesús, su Evangelio o Buena Nueva, si se interpreta meramente con categorías religiosas, se entiende mal, o no se entiende verdaderamente. Jesús no vino a fundar una religión o una Iglesia tal como la vemos hoy, sino a ofrecer una Visión, a invitar a un Camino, a convocarnos a una Comunidad fundada en el Amor. Ello no supone el rechazo radical de ritos, dogmas y tradiciones, pero sí su subordinación a lo esencial, al núcleo sagrado y humanizador del mensaje de Jesús.
(Enero, 2015)
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