“Las religiones mueren cuando les fallan sus luces” (Pannenberg).
Es decir, cuando su doctrina ya ni ilumina la vida tal como sus miembros, de hecho, la viven. En estos casos, el modo de encontrar lo Santo se ve frenado, no siguiendo el ritmo de los cambios en la experiencia humana. El dinamismo de la historia es inexorable. Algunas personas se aferrarán a la antigua visión, pero eventualmente la mayoría avanzará buscando un sentido último coherente con su experiencia actual de la vida. Entonces las luces de la antigua religión se oscurecen; la deidad se vuelve irrelevante. Este fenómeno no consiste en que los seres humanos dicten a Dios lo que quieren de una deidad, como algunos temen, sino que es una prueba del verdadero Dios. Únicamente el Dios vivo que pasa por encima de todos los tiempos puede interrelacionarse con las nuevas circunstancias históricas que el futuro continuamente aporta. Una tradición que no cambia no puede ser preservada. Cuando las personas experimentan que Dios sigue teniendo algo que decir, las luces permanecen encendidas” (42).
Elizabeth A. Johnson
“La búsqueda del Dios vivo”
Sal Terrae
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