La fuerza que lleva al hombre a la meditación nace de su sufrimiento ante la ausencia de su unidad total. En nuestra civilización esta unidad está obstaculizada por diversas causas. Las principales son el rechazo de los deseos y de las pulsiones naturales, el desconocimiento de lo femenino en favor de lo masculino (tanto en la mujer como en el hombre), la represión de la personalidad creadora a causa de la organización de una sociedad que hace del individuo un servidor de leyes, de sistemas y de empresas impersonales.
Pero el factor decisivo de fracaso de esta integralidad es el rechazo de su esencia sobrenatural. El hombre contemporáneo, por primera vez, es consciente de ello.
Estos obstáculos para la realización total del hombre se deben al hecho de que, tras una aparencia alegre y brillante con que se presenta al mundo, millones de seres humanos están enfermos. Sufren el tormento de ser sujetos con la imposibilidad de llegar a ser ellos mismos porque aquellos aspectos primordiales de su totalidad no tienen el derecho a exteriorizarse, convirtiéndose así en la sombra que castiga las mentiras de la apariencia luminosa. Quien busca la iniciación creyendo poder evitar la sombra y avanzar directamente hacia el Ser esencial está condenado al fracaso a mitad de camino.
No es posible un devenir auténtico sin una toma de conciencia de la sombra.
Nuestra existencia en este mundo está llena de heridas y ofensas, cuyo reconocimiento no aceptamos. Por debilidad o por cobardía, o por razones morales nos negamos una reacción natural. Pretendemos no estar heridos, pero algo permanece en nosotros. La respuesta que hubiera sido necesario dar permanece en suspenso y continúa minándonos. La herida no reconocida se transforma en agresión reprimida.
Karlfried G. Dürckheim
"Meditar: por qué y cómo".
MENSAJERO
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