"El gran gozo de la vida solitaria no radica simplemente en la tranquilidad, en la belleza y la paz de la naturaleza, en el canto de los pájaros, etc., ni tampoco en la paz del propio corazón, sino en el hecho de que el corazón del solitario se despierta y armoniza con la voz de Dios: con la inexplicable, tranquila y definitiva certeza interior de la llamada que uno siente a obedecerle a Él, escucharle a Él, servirle a Él aquí, ahora, hoy, en silencio y soledad, y de que esta es la única razón de la propia existencia, de que dicha existencia sea fructífera, de que cada una de las acciones (buenas) del solitario den fruto y, finalmente, de que su corazón, que había estado muerto por el pecado, se vea redimido y purificado.
No se trata simplemente de «vivir» solo, sino de llevar a cabo, con alegría e inteligencia, «el trabajo de la celda», realizado en silencio y no de acuerdo con la propia elección o la urgencia de la necesidad, sino por obediencia a Dios. Pero la voz de Dios no se «escucha» a cada momento, por lo que una parte de ese «trabajo de la celda» consiste en estar atento para que no se pierda ningún sonido de esa Voz. Cuando vemos lo poco que escuchamos, y lo tercos y groseros que son nuestros corazones, caemos en la cuenta de lo importante que es ese trabajo y de lo mal preparados que estamos para llevarlo a cabo".
Thomas Merton, Diarios
Junio 8, 1965
Thomas Merton es un monje, con unas determinadas condiciones de vida y unas rutinas que favorecen la vida contemplativa; pero todo ser humano puede realizar ese trabajo interior que es necesario para alcanzar la libertad y la madurez que sostienen nuestra vida y nuestra dignidad como hijas/os de Dios. Aun en medio de la vida cotidiana, de la familia y del trabajo, podemos encontrar momentos de soledad y de silencio, de escucha y de contemplación.