Puede ser sugerente para comprender la visión de la santidad de TM su explicación acerca de los términos “carne” y “espíritu”[1].
La carne es un término genérico no solo para referirse a la vida corporal (pues de hecho, el Espíritu santifica alma y cuerpo), sino sobre todo para la vida “mundana”. La “carne” incluye no sólo la sensualidad y el libertinaje, sino también el conformismo, las acciones fundadas en el mero respeto humano, o en el convencionalismo social. Obedecemos a la “carne” cuando seguimos las normas del prejuicio, la complacencia, el fanatismo, el orgullo de casta, la superstición, la ambición o la codicia. También la santidad aparente, basada en la hipocresía y no en la sinceridad del corazón. Cuando incluso, acciones heroicas, van más a conseguir la admiración de otros que a alabar a Dios y buscar el bien.
Actuar según las leyes del “espíritu” es otra cosa: es ir por los caminos de la paz y la vida; por los caminos de la humildad y del amor. El espíritu habla desde un recóndito lugar interior, inaccesible a la “carne”. La “carne” es nuestro falso yo, lo más externo; el “espíritu”, nuestro yo verdadero, nuestro ser más íntimo, que está unido a Dios en Cristo. En ese santuario interior coinciden nuestra voz interior, la voz de la conciencia y la voz del Espíritu.
Así, nuestra vida cristiana es vida de unión con el Espíritu Santo y de fidelidad a la voluntad divina en las profundidades de nuestro ser. Aceptar lo que somos, porque es lo que Cristo ha querido asumir, para transformar y santificar según su propia imagen y semejanza[2].
[1] Terminología paulina. El apóstol nos pide que “caminemos no según la carne, sino según el espíritu”.
[2] “Resistir a la carne” significa por tanto: entender la presencia del mal dentro de nosotros, y estar tranquilos, afrontándolo con objetividad y paciencia, confiados en la gracia de Cristo. Cuando estamos unidos a Cristo, aunque pueda haber tendencias perversas en acción (semillas y raíces de muerte de nuestra vida pasada) el Espíritu Santo nos concede la gracia de resistir, y nuestra voluntad de amar y servir a Dios, a pesar de esas tendencias, ratifica su acción vivificadora.
(Tesina sobre la santidad en Thomas Merton)
Fray Manuel de Jesús, ocd
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