En Merton hay, respecto a la vida espiritual, una insatisfacción permanente, una búsqueda constante, y un espíritu entre irónico y contestatario que singulariza su camino monástico y su proyecto de santidad. Lo que él quiere no es repetir simplemente un modelo temporal, sino vivir en fidelidad creativa el seguimiento del Modelo, que es Cristo.[1] Merton tuvo que lidiar con esta, y otras situaciones: sus deseos de silencio y soledad en una comunidad monástica cada vez más poblada, activa[2] y ruidosa; sus luchas entre la vocación monástica y su condición de escritor famoso en un monasterio trapense[3]; sus dificultades para asumir concepciones teológicas y costumbres prácticamente medievales, o el mal gusto de ciertos ornamentos e imágenes, siendo él una persona de cultura amplia y gusto artístico[4]. Creo que en esos primeros años, y luego de que pasara el momento primero de idealización, tuvo Merton que reordenar su vida interior, y encontrarse de nuevo a sí mismo, su verdadero yo, su verdadera identidad, reordenando sus prioridades y mirando más allá de lo inmediato, a un horizonte trascendente e inmanente al mismo tiempo.. Al comentar acerca de dos escritores rusos apunta:
“Me pregunto si, después de todo, nuestra
cautela teológica no es señal de una frialdad de corazón, de una terrible
esterilidad nacida del temor o la desesperación. Estos dos hombres se
atrevieron a equivocarse y corrieron el peligro de ser condenados por todas las
Iglesias para poder decir, entre sus afirmaciones erróneas, algo grande y digno
de Dios”.[5]
Resalta la vocación creadora del hombre,
la necesidad de ser creativos, y afirma: “por
nada del mundo puedo darme el lujo de estar pasivo en este lugar[6]”.
Esto lo dice un contemplativo, que ama el silencio y la soledad, que se queja
de la hiperactividad del monasterio; pero aquí habla de otra actividad, la del
Espíritu: “Hay cosas que cada uno ha de
elaborar, siempre de nuevo, por si mismo”.[7] Es
importante buscar y discernir la voluntad de Dios, y cooperar con ella; esta
voluntad no es un hado irremediable a lo que tenemos que someternos, sino “un acto creativo en nuestra vida que da
lugar a algo absolutamente nuevo”.[8] De
ahí que considerándose un hombre de Iglesia, diga a su vez que esto supone ser
plenamente él mismo, y no mero número. Se trata de ser “plenamente responsable y libre ante Dios”.[9]
En
septiembre de 1959 anda en busca de “una
nueva dirección”, de “nuevos
horizontes”, en cualquier dirección en la que apunte la voluntad de Dios,
que es para él como un despliegue de posibilidades nuevas; le toca a él “empujar hacia adelante, crecer
interiormente, orar, romper las ataduras y desafiar los temores, crecer en la
fe, que tiene su propia soledad, buscar una perspectiva totalmente nueva y una
nueva dimensión en mi vida”.[10]
Este es el talante que estará presente hasta el final de la vida de Merton.
[1] “La vida de un
cristiano sólo tiene sentido y valor en la medida en que se configura con la
vida de Jesús”. SJ, 189.
[2] Hay una concepción de
la “santidad” vinculada con el “hacer”; en SJ, 84, narra la situación de un
monje mayor, enfermo, que se resiste a quedarse en la cama: “Es imposible mantenerle alejado de la
comunidad. Quiere participar en todos los ejercicios regulares hasta que se le
doblen las piernas. Para los trapenses,
la santidad ha consistido precisamente en eso durante generaciones y
generaciones”. También: “Los
trapenses creen que todo lo que les cuesta un esfuerzo es voluntad de Dios.
Todo lo que les hace sufrir, voluntad de Dios. Si sudan, voluntad de Dios. Pero
albergamos serias dudas acerca de las cosas que no exigen inversión alguna de
energía física….y como convertimos en fetiches las dificultades, a veces
trabajamos en las circunstancias más absurdas que se puedan imaginar,
sacrificándonos no por Dios, sino por nosotros mismos”. SJ, 62
[3] “Un autor en un monasterio trapense es como un pato en un gallinero. Y
daría cualquier cosa por no ser pato”. SJ, 113.
[4] “Un libro malo consagrado al amor de Dios sigue siendo un libro malo por
mucho que se consagre al amor de Dios”. SJ, 82. Hablando de un monje con
ideas afines, apunta: “No cree que se de
gloria a Dios con las empalagosas melosidades a las que la gente califica de
arte religioso”. SJ, 102.
[5] DI, 167.
[6] DI, 180
[8] DI, 182
[9] DI, 185
[10] DI, 202
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.