"En el Adviento celebramos deliberadamente durante cuatro largas semanas nuestros anhelos, y en la medida en que los celebremos, adquieren una función positiva. No necesitamos reprimir nuestras nostalgias, no necesitamos caer en la decepción o en la resignación. Tampoco necesitamos describir nuestra vida con palabras exageradas para evitar que el desengaño nos ahogue o para ocultarlo delante de los demás. El que necesita describir siempre sus vicisitudes como algo extraordinario y fuera de lo normal, frecuentemente no podrá enfrentarse con la realidad y tampoco la aceptará. En el Adviento nos enfrentamos con la realidad y, al mismo tiempo, con nuestros anhelos, que desbordan la realidad de nuestra vida. Reconocemos que nuestra nostalgia es tan grande que nada ni nadie podrá satisfacerla.
Toda vivencia profunda se desborda y suscita algo que sólo puede ser acallado y colmado por Dios. El que quiere contentar sus anhelos por sí mismo necesita siempre nuevos éxitos, siempre más placer, siempre más apego, más amor. Pero así abusa de sus fuerzas y abusa también de los seres de quienes sueña recibir ese cariño, porque él espera de una persona lo que en última instancia sólo Dios puede otorgar. Quiere tratar a los hombres como si fueran dioses, perdiendo así la visión de una convivencia humana. Si, por el contrario, en lugar de confiarnos a la nostalgia de los hombres nos entregamos a Dios, entonces el anhelo nos da vida. Permanecemos despiertos, superamos nuestras limitaciones y crecemos por encima de nuestra pequeñez...Y así podremos celebrar el Adviento, esperando que el mismo Dios irrumpa en esta vida, entre en nuestra mediocridad, y transforme todo".
ANSELM GRÜN
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