Leo este pasaje de Thomas Merton (de 1968, junio):
“Parece que todos tenemos que afrontar una tristeza tras otra. Pero no olvidemos la esperanza que la fe nos da. Dios es nuestra fuerza, y ningún tipo de fe debería impedirnos comprenderlo. Por el contrario, la aflicción debería ayudarnos a profundizar y confirmar nuestra confianza. Es una vieja historia, pero en la medida en que me concierne, es a la que siempre volvemos. No hay otra”.
Y luego, en un pasaje de sus diarios correspondiente a diciembre de 1964, en un momento en que toma consciencia de sí mismo y de lo que ha recibido de Dios, escribe:
“De repente me impactó, por así decirlo, el conjunto completo del significado de todo: que la inmensa misericordia de Dios estaba sobre mí, que el Señor en su infinita bondad me había mirado y me había dado esta vocación por amor, y que desde siempre había proyectado hacerlo, y qué necios y triviales habían sido todos mis miedos y mi desesperación… La única respuesta es salir de uno mismo con todo lo que es, que es nada, y derramar esa nada en gratitud a que Dios es quien es”.
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