Como acompañante espiritual y facilitador de retiros, he aprendido que el silencio no es evasión, sino compromiso. En estos tiempos marcados por conflictos visibles e invisibles, vuelvo a la figura de Thomas Merton, cuya vida monástica no lo apartó del mundo, sino que lo hizo más sensible a su dolor. Esta entrada nace del deseo de compartir cómo la contemplación puede convertirse en una voz profética frente a la guerra.
🔥 De la celda al clamor profético
La conciencia de Thomas Merton frente a la guerra no surgió de una ideología política, sino de una transformación espiritual que lo llevó a mirar el sufrimiento humano con ojos cada vez más compasivos. En los primeros años de su vida monástica, Merton se centró en la interioridad, la oración y la búsqueda de Dios en el silencio. Pero a medida que su contemplación se profundizaba, comenzó a sentir que ese silencio debía incluir una escucha activa del mundo.
Fue en la década de 1950, especialmente tras la Guerra de Corea y en medio de la carrera armamentista nuclear, cuando Merton empezó a escribir con mayor libertad sobre la amenaza de la violencia. En La raíz de la guerra es el miedo, publicado en 1962, Merton identifica el miedo como el motor oculto de la guerra moderna: miedo al otro, miedo a perder poder, miedo a la propia vulnerabilidad. Para él, la guerra no era simplemente un conflicto entre naciones, sino una manifestación del desorden interior que habita en el corazón humano.
“La violencia no es una fuerza creativa. Es la expresión del miedo, del egoísmo y de la desesperación.”
En FE Y VIOLENCIA, Merton se pregunta si la fe cristiana puede seguir siendo fiel al Evangelio mientras justifica estructuras violentas. Su crítica no es ideológica, sino evangélica: el cristiano está llamado a amar al enemigo, no a eliminarlo. Esta tensión lo llevó a escribir con creciente urgencia sobre la guerra de Vietnam, el racismo en Estados Unidos y la injusticia global.
Durante estos años, Merton mantuvo correspondencia con activistas, monjes budistas, poetas y líderes sociales. Su amistad con Thích Nhất Hạnh, por ejemplo, lo llevó a descubrir una espiritualidad de la compasión activa. En sus cartas a jóvenes comprometidos con la paz, Merton no ofrecía estrategias políticas, sino una invitación a vivir desde la verdad interior, desde una paz que nace en el corazón y se traduce en acción no violenta.
En Conjeturas de un espectador culpable, Merton escribe como quien contempla el mundo desde una celda, pero con el corazón abierto a su dolor. Se reconoce como parte del problema, como alguien que no puede mirar el sufrimiento ajeno sin sentirse implicado. Su contemplación lo lleva a una forma de profecía silenciosa: no grita, pero tampoco calla.
“El silencio auténtico no es indiferencia. Es la raíz de una palabra verdadera.”
Este despertar lo llevó a tensiones con sus superiores monásticos, que temían que sus escritos sobre la guerra fueran demasiado políticos. Algunos textos fueron censurados o publicados póstumamente, como Paz en tiempos de oscuridad, donde Merton articula con claridad su visión de una paz que nace de la conversión interior y la solidaridad con los pobres y los heridos por la violencia.
La postura de Merton encuentra eco en las palabras de Jesús en el Sermón del Monte:
“Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.”
(Mateo 5,9)
Para Merton, esta bienaventuranza no era una consigna piadosa, sino una vocación radical que exige conversión, humildad y valentía.
Merton no fue un activista convencional, pero su contemplación lo convirtió en una conciencia despierta. Su legado nos invita a mirar el mundo desde la compasión, a orar con los ojos abiertos, y a creer que el amor —no la violencia— es la única fuerza redentora. En medio de nuevas guerras y viejas heridas, su voz sigue resonando como un susurro firme: “La paz comienza en ti.”
🙏
Oración final
Señor de la paz,
enséñanos a escuchar el mundo desde el silencio,
a mirar al otro sin miedo,
y a responder con compasión donde haya violencia.
Que el testimonio de Thomas Merton
nos inspire a ser sembradores de paz
en medio de la noche del mundo.
Amén.