En
“Humanismo cristiano”, artículo: San
Bernardo, monje y apóstol, páginas 205-219; empieza con una reflexión
acerca de los santos en general. Lo más original, este párrafo: “A menudo es difícil ver la vocación de los mayores
santos en toda su integridad y simplicidad. Cuanto más grandes y populares son,
más posibilidades tienen de ser interpretados equivocadamente, tanto por sus
partidarios como por quienes no lo son. Y hay que admitir que no todos los
santos gustan a todos los católicos” (Humanismo cristiano, 206). Lo
anterior se podría aplicar al propio Merton, aun cuando no sea, hasta hoy, un
santo canonizado por la Iglesia.
Otros
capítulos importantes de “Humanismo cristiano” (Cuestiones disputadas): El
ideal carmelita primitivo (154-195), Lo absurdo en la decoración sagrada
(196-204), Luz en la oscuridad: la doctrina ascética de San Juan de la Cruz
(145-153), Notas para una filosofía de la soledad (117-144), El arte sagrado y
la vida espiritual (93-105), El poder y el sentido del amor (43-69),
Cristianismo y totalitarismo (70-89).
“En San Juan de la Cruz encontramos luz y oscuridad,
sufrimiento y alegría, sacrificio y amor, tan estrechamente unidos que a veces
parece que se identifiquen. No es tanto que lleguemos desde la oscuridad a la
luz como que la misma oscuridad es luz. De ahí la simplicidad esencial de su
enseñanza: entra en la noche y serás iluminado. NOCHE significa el oscurecimiento de todos nuestros deseos
naturales, de nuestro entendimiento natural, de nuestra forma humana de amar,
pero este oscurecimiento trae consigo una iluminación. Cuanto mayor sea nuestro
sacrificio y más profunda la noche en la que nos sumerja, más pronta y
completamente seremos iluminados. Pero lo que debe recordarse cuidadosamente es
que no somos iluminados por nuestros
esfuerzos, por nuestro amor, por nuestro sacrificio. Por el contrario,
estos son oscuridad. Hasta nuestras capacidades espirituales son oscuridad a
los ojos de Dios. Todos debemos ser oscurecidos,
es decir, olvidados, para que Dios pueda convertirse en la luz de nuestra alma”
(148-149).

“Cuando
un ser humano es llamado a ser un solitario, aunque sea solo interiormente, no
necesita ser nada más, ni se le puede pedir nada más, salvo que permanezca
física o espiritualmente solo librando su batalla, que pocos pueden comprender”
(121).
“Convenzámonos
de la importancia del buen gusto en todo lo relativo a la vida y el culto
cristiano, y preocupémonos con un cierto celo por la belleza de la casa de
Dios, que nos prohíbe ser indiferentes a la vulgaridad, la poca calidad, la
ostentación y la sensualidad mundana en el arte cristiano” (104).
“Un
movimiento de masas pone siempre la causa por encima de la persona individual y
sacrifica a la persona a los intereses del movimiento. De esta manera, vacía a la
persona de todo lo que es suyo, la saca de sí misma, la arroja en un molde que
le dota con las ideas y aspiraciones del grupo antes que con las suyas. No hay
nada malo en que la persona se sacrifique por la sociedad: puede haber momentos
en que esto sea justo y necesario, y en el sacrificio la persona se encontrará
a sí misma en un nivel superior. Pero en
el caso del movimiento de masas, el vaciamiento del individuo lo convierte en
una cáscara, en una máscara, una marioneta que los líderes del movimiento
utilizan y manipulan a su antojo. El individuo deja de ser una persona y se
convierte simplemente en un miembro, en una cosa que sirve a una causa, no por
pensamiento o voluntad, sino porque se le empuja como una bola de billar según
los intereses de la causa” (75).