"El cristianismo, en el plano en que se desarrolla formando una sociedad, no es en absoluto, en su esencia, ni una monarquía ni una democracia. En este sentido, tiene que desprenderse del régimem monárquico que le fue imposible evitar en el pasado ya que las condiciones iniciales de su desarrollo lo hacían indispensable. Pero ello no quiere decir que tenga que caer bajo un modelo democrático, en el que la multitud impone la ley cuando los notables ya no logran hacerlo. Esto significaría para el cristianismo acelerar aun más su perdición. Sólo la calidad espiritual ha de actuar sobre el destino del cristianismo para que sea fiel a su misión y se perpetue de un modo vivo. La calidad espiritual no es cuestión de número ni de autoridad, aun cuando esta la reivindique para sí o la adulación se la atribuya.
La calidad espiritual, antes de convertirse en luz que ilumina a muchos, se va preparando en la oscuridad del anonimato y a través de realizaciones invisibles. Nace en secreto, crece insensiblemente, se purifica y se pone a prueba a lo largo de la vida, y se congrega y se forja por la fe y por la tenacidad de quienes tienen por misión ponerla de manifiesto a través de lo que van llegando a ser. Aparentemente, y durante largo tiempo, parece que es sin provecho alguno, en pura pérdida, tal como estos discípulos desconocidos e ignorados viven dentro de sí esta germinación, lenta, pero a la vez incesantemente activa, que convierte en útiles todas las circunstancias que encuentran, incluidos los pasos en falso. A veces, da la impresión de que esta sorda operación, absorbiendo a estos cristianos hacia un trabajo inferior, les provoca una especie de parálisis que les aboca a la esterilidad, impidiéndoles cualquier tipo de actividad, incluso aquellas en las que antaño destacaban y les apasionaban. Sin embargo, a través de perseverancias que parecen sin objeto y sin salida, después de rodeos indescifrables, de demoras imprevisibles, poco a poco, los medios necesarios para su misión les van siendo dados... Esta misión saldrá a la luz del día a su tiempo y entonces dará el fruto, con frecuencia entrevisto desde el principio de la vida a raíz de alguna aspiración, aunque infantil, ardiente; verdadera anunciación, que no pudo olvidarse aunque durante largo tiempo hubiese permanecido escondida y pasiva en la memoria, y que, en su momento, no se comprendió en todo su increíble alcance".
Marcel Légaut
"Creer en la Iglesia del futuro"