La lectura de Cántico, me hace volverme una vez más al estudio del camino contemplativo; interpretar a San Juan de la Cruz me hace buscar a un viejo maestro, fundamental en mis búsquedas espirituales: Karlfried G. Dürckheim. De su libro "Práctica del camino interior", tantas veces leído y rumiado, empiezo a tomar algunas notas, que ahora comparto:
Estas son algunas de las categorías fundamentales que maneja este autor: SER, Ser esencial, realización y maduración, lo cotidiano como ejercicio.
"Todo trabajo, oficio o arte requiere un entrenamiento siempre que se quiera que la obra se cumpla". Hablamos entonces de un entrenamiento o disciplina para alcanzar el logro más importante de la vida de un ser humano: que el SER se haga realidad. Tender a la realización, tomándose a sí mismo en sus manos, y con esfuerzo, porque “la obra más importante para el hombre es él mismo, él en cuanto hombre” (ser humano: hombre o mujer). Esto es posible practicando, reuniendo experiencias e integrándolas, hasta lograrlo.
"En el mundo, toda obra se considera lograda en la medida en que hace realidad de forma perfecta la idea que está representando, es decir, lo que debe ser contemplándolo desde su sentido interior". El ser humano es también una forma de vida, que, en cuanto obra, no será ni tendrá consistencia, sino en la medida en que realice lo que en el fondo de sí mimo es y debiera ser con respecto a su Ser esencial.
"En su SER ESENCIAL, el hombre es un aspecto del SER divino que, en él y por él, quisiera revelarse en este mundo en una determinada forma de vida". Esto ha de hacerlo a la manera humana, de tal modo que su forma de vida se corresponda con su vocación humana, que vive en él como Ser esencial.
"El Ser esencial del hombre es la forma en que él participa en el SER; es la manera en que el Ser tiende a manifestarse en el mundo a través de cada hombre".
Esto ocurre no en una interioridad espiritual desviada del mundo, sino en el mundo real, en la existencia espacio temporal. El devenir del hombre se va operando en el marco de su suerte existencial y en su acatamiento a la tarea emprendida, por lo tanto en el eje de la actividad cotidiana.
Esa es pues la VOCACIÓN DEL SER HUMANO: dar testimonio del SER a la manera que le es propia: con plena conciencia y en toda libertad. A diferencia de las criaturas irracionales, el ser humano dispone de una conciencia, y en cuanto yo se centra en sí mismo. Por eso llega a ser más o menos independiente, a la vez que responsable de su devenir. Esta es su suerte y su peligro, pues puede entonces faltarse o traicionarse a sí mismo.
Pero, ¿Cómo puede el ser humano realizar la obra a la que está llamado ?: Debe consagrarse enteramente al fin que se pretende alcanzar, voluntad, desarrollar las facultades apropiadas, adquirir una probada capacidad y una sólida eficacia, integrar las experiencias y una equilibrada adaptación a la existencia, para al final alcanzar la maestría que garantiza el logro de la obra. (Yo diría que afinar bien el instrumento que va a dar la melodía que aportamos a la vida).
Lograr la obra interior será fruto de una maduración humana, que exige lo siguiente:
1. Desmantelar el pequeño yo orientado en exceso hacia el mundo y asustado ante el sufrimiento.
2. Intuir y desarrollar en sí-mismo el Ser esencial innato.
3. Hacer desaparecer posiciones o estructuras rígidas, y los hábitos que paralizan el desarrollo.
4. Tomar en serio e integrar aquellas experiencias encaminadas a tomar conciencia de este Ser esencial y de su manifestación, y adoptar un comportamiento firme que Le exprese.
5. Todo esto ha de estar impregnado de una inquebrantable fidelidad en el seguimiento del camino interior.
Es al final de este camino, que el ser humano llega a ser dueño de sí; es una actitud que le hace mantenerse en un proceso de maduración, siempre inacabado, para poder dar cumplimiento a su propia ley y destino, que es: devenir una Persona permeable al Ser (presente en sí-mismo en cuanto Ser esencial) y por ello, capaz de manifestarle, por su obra, en el mundo.
Se trata de que todo su obrar interior lleve a una transformación enfocada a una manera de ser que se corresponda con su Ser. Es el hombre nuevo, el hombre transformado interiormente, el hombre maduro, quien se sitúa frente a la obra acabada, no siempre percibido por los otros; el camino interior y la obra exterior se complementan y condicionan mutuamente, y para ello ha de crecer nuestra responsabilidad y lo cotidiano convertirse en el campo de nuestro ejercicio interior.
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