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martes, 29 de junio de 2021

ESCRIBIENDO POEMAS...

 

"A principios de 1944, cuando me acercaba al tiempo de mi profesión simple, escribí un poema a santa Inés en su fiesta de enero, y cuando lo terminé tuve el sentimiento de que ya no me preocupaba si nunca más escribía otro poema. A finales de año, cuando se imprimió Treinta poemas, también sentía lo mismo. Luego vino de nuevo Lax otra Navidad y me dijo que debía escribir más poemas. No lo discutí. Pero en mi corazón no creía que fuera la voluntad de Dios. Dom Vital, mi confesor, no lo creía tampoco. Después, un día -la fiesta de la conversión de san Pablo, en 1945-, fui a ver al padre abad para pedirle orientación y, sin pensar en el asunto, ni mencionarlo, de pronto me dijo: Siga escribiendo poemas".

Thomas Merton, La montaña de los siete círculos

domingo, 27 de junio de 2021

RELATIVIZAR LA IGLESIA ANTE EL REINO DE DIOS

"Una vez en Tübingen, durante una homilía, oí una deliciosa variante de la conocida frase de Jesús en el Sermón de la Montaña: "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás -aun la Iglesia- se os dará por añadidura". Cierto, ¡la Iglesia no es más que una añadidura al Reino de Dios! Allí donde nos preocupemos por el triunfo de la paz y de la justicia, por vivir de mil maneras la voluntad de Dios, aun entre los pobres, aun al margen de las instituciones eclesiásticas, ahí comienza a crecer la Iglesia, ahí se reúne el Pueblo de Dios, a menudo muy pequeño y desapercibido, pero lleno de vida y esperanza. Algo ha de repercutir esto en la Iglesia universal y quién sabe si a la larga irá obrando algún cambio aun en sus estructuras más rígidas. Cuanto más logremos dar un valor relativo a la Iglesia, comparada con el Reino de Dios, tanto más nos liberaremos de una fijación, estrecha de miras, en los problemas intraeclesiales".

Medard Kehl
"La Iglesia en tierra extraña"
Selecciones de teología # 133 (1995)

A TI TE LO DIGO: LEVÁNTATE...

El dilema en tiempos de Jesús no estaba en creer o no creer, sino en lo que "creer en Dios" significaba. Saduceos, fariseos y esenios tenían su propia comprensión de Dios: cultual, legal, elitista... Jesús propone otra cosa, y habla de Dios como Padre de todos, cercano, compasivo, que acoge a todos los que la misma religión había apartado. 
  
FE
es atreverse a ir más allá de una tradición o de una costumbre, de una norma o una ley, más allá de cualquier prejuicio, para poner la vida en juego, para tener más vida, Vida plena. Es lo que hizo Abraham, y tantos profetas; lo que hicieron los primeros discípulos; lo que hace Jairo y el leproso y la hemorroisa; lo que hizo Pablo. Lo que nos enseñó Jesús. Es no tener miedo a ponerte en camino, a quedarte fuera, a ser mal mirado, a compartir la impureza del otro, o parecer diferente, si con ello defiendes el valor y la dignidad de todo ser humano, hija o hijo de Dios, por encima de cualquier otra cosa. Por encima de la política, de las tradiciones, de la religión, de los prejuicios sociales. A cada ser humano le dice Jesús, hoy y siempre: A ti te digo, levántate...

Ante el dilema religioso de su tiempo, que aparece a lo largo de toda la Escritura: ¿pureza legal o justicia? Jesús opta siempre por la segunda: busca, llama, toca, habla, con enfermos, endemoniados, pobres, extranjeros, mujeres, marginados, prostitutas y corruptos. Ellos no cabían en la religión tradicional; eran considerados impuros, y eran apartados, tanto de la práctica religiosa como de la vida social. Pero Jesús no teme acercarse a ellos: no teme mancharse, compartir su impureza, si es para comunicarles el amor infinito, gratuito e incondicional de su Padre, Dios

Y no sólo el accionar de Jesús es lo significativo; también ellos toman iniciativa: se arriesgan, escuchan, aceptan, se acercan, lo tocan, van más allá de la ley, de lo permitido, de lo que está bien visto. A veces la “religión” convertida en norma social, funciona como muro que impide el encuentro de muchos con el Dios vivo, de los enfermos y marginados, con Aquel que los llama y los ama desde siempre. El Dios que se manifiesta en Jesús, como fuente de vida y de abundancia compartidas.

¿Hemos conocido también nosotros a ese Dios? ¿Es de ese Dios, el de Jesús, del que damos testimonio con nuestra fe y con nuestra vida?

Fray Manuel de Jesús, ocd.

viernes, 25 de junio de 2021

LOS PILARES DE LA ORACIÓN CONTEMPLATIVA

 

Hablando a un grupo de religiosas contemplativas en diciembre de 1967, Thomas Merton decía: Tenemos que enfocar la oración en forma inmanente.Dios no es un Objeto... Dios es el Sujeto, el más profundo "Yo". Él es la razón de la subsistencia de mi ser personal.

Cuando en la misma conferencia le preguntaron: "¿En qué forma podemos ayudar mejor a las personas a lograr la unión con Dios?", Merton respondió muy claramente. Tenemos que decirles que ya están unidas con Dios. La oración contemplativa no es otra cosa sino darse cuenta de lo que existe. Dice Merton: "Tenemos que amar a Dios como a nuestro otro "yo", es decir, como a nuestro yo más verdadero y profundo".

 El conocer a Dios como el origen de todo lo que existe y a la oración contemplativa como el hacernos conscientes de la realidad que ya existe, son los dos pilares sobre los cuales podemos construir la "espiritualidad contemplativa"

William H. Shannon

Silencio en llamas

lunes, 21 de junio de 2021

EL DIOS IMAGINADO (2): FANÁTICOS versus PROFETAS

Para el psicoanálisis, la clave para comprender la estructura psíquica latente del fanatismo religioso es el narcisismo. El fanático devora la divinidad, pretende englutirla en el seno de su propio ser. Una estructura problemática en la naturaleza de su yo le empuja a ello. 

En efecto, es muy difícil que nuestro yo se constituya a partir de una experiencia previa de fragmentación. Desde ella no es posible organizar las vivencias que se suceden en el organismo. Sólo mediante las experiencias positivas de gratificación simbiótica proporcionadas por la figura materna se hace posible la emergencia de un yo cohesivo e integrado

Ha de existir, pues, una experiencia suficiente por la que el bebé se sienta acogido, acariciado y protegido por la figura materna. Sólo así surge el sentimiento de unidad psicofísica que, como segunda piel, protege el conjunto de las experiencias previamente desintegradas, y resulta posible discriminar entre el mundo interior y el exterior y entrar en una relación con ellos que no sea experimentada como amenazadora. Cuando esto no sucede, el mundo interno se experimenta como deteriorado y el externo se manifiesta como sumamente peligroso. Se trata de un narcisismo patológico que, en lugar de posibilitar el acceso a la alteridad, lo bloquea. Cuando se produce una carencia materna y, por tanto, una alteración narcisista en las bases de la personalidad, el propio yo se ve obligado a experimentarse a sí mismo como "objeto/self " omnipotente y necesitado de admiración. Es el intento de recomponer una organización yoica herida. 

Las estructuras mentales y afectivas experimentan entonces una urgencia de integración. A falta de una unificación interior armoniosa, surgirá una compulsión integradora que generará fácilmente posiciones integristas. A nivel de pensamiento, el fundamentalismo contaría aquí con un soporte esencial. Pero, cuando las condiciones son particularmente traumáticas, la herida abierta empuja a buscar una integración artificial también en el ámbito de la acción. La carencia de "piel psíquica" se intenta compensar con una "piel muscular", hecha de movimiento y acción. El "otro" supone una amenaza de muerte para el propio yo débil y fragmentado. La alteridad tiene que ser repelida y, si es posible, anulada. 

Desde la urgencia de su yo fragmentado, el fanático experimenta la imperiosa necesidad de constituirse en un todo compacto. La alteridad - el tú libre y no manipulable - constituye una amenaza para su pretensión de totalidad. Su violencia se desata en el intento de conjurar el peligro. Por eso el fanático devora a la divinidad: en su condición de sagrado y total, el objeto religioso es englutido por él y confundido con su propio yo

Dentro de esta dinámica, el dogma, la creencia, forma el núcleo que hay que salvaguardar como objeto fetiche sobre el que el integrista, el fundamentalista o el fanático proyecta la seguridad y la integración de su propio yo amenazado. Las tres figuras viven el problema de la verdad como una cuestión que afecta a sus propios fundamentos. Pero la verdad deja de ser algo a lo que referirse para convertirse en algo que se identifica con su mismo ser. Es una verdad "cosa", vivenciada como prolongación del propio yo. La realidad ha de someterse a su imperio. Especialmente desde esta referencia a la verdad religiosa, el fanático se convierte en una grotesca caricatura del profeta

El profeta no se expresa en su nombre, sino en nombre de Otro que le interpela a él tanto como al pueblo al que se dirige. El profeta sabe que Dios le precede. Por eso vive atento a su Palabra. Una Palabra que viene por sorpresa. Y por ello produce tanto alegría como terror y deseo de huir (Jr 20,7-9.14-20). Es la Palabra del Otro. Una Palabra que puede entrañar una amenaza para la propia seguridad y estabilidad personal, porque a veces produce una distorsión en la vida de quien la oye (Am 7,14ss; Ex 24,1524). 

El profeta es esencialmente un transmisor de la Palabra que viene del Otro: es portavoz, no voz de Dios. No habla nada de su propia cosecha. Acepta su diferencia con Dios y no se identifica nunca con la totalidad que él representa. Porque no es el todo, es capaz de reconocer la alteridad sin sentirse amenazado. Por eso, al proclamar la verdad, no lo hace con la violencia típica del fanático. Como él, también el profeta es un hombre público. Ni se retira del mundo ni se encierra en el Templo. Su oído está atento a Dios, su mirada a la realidad que le circunda. Se dirige a las calles y plazas. Es allí donde la verdad que ha oído del Otro debe ser proclamada, porque es allí donde tiene una función transformadora. Cierto que, a veces, como hace Amós, el profeta proclama una ruptura total con las estructuras vigentes. Su profecía adquiere entonces visos de violencia. Pero, a diferencia de lo que ocurre en el fanatismo, esa violencia aspira a una transformación salutífera de la realidad. Si hay que talar el árbol, habrá que dejar un tocón, de donde brotará una nueva fronda. Y por eso el profeta (rara vez lo hace el fanático) proclama también la esperanza. 

Profetas y fanáticos se presentan, pues, como dos modos de articularse la relación con el objeto mental Dios
. Uno, como mediación de una verdad cuya proclamación es generadora de vida, y otro, como identificación con una verdad que se impone de modo totalitario y violento. Ambas figuraciones religiosas puntean la historia de las religiones. La del cristianismo contemporáneo también. Oscar Romero y Lefèbvre podrían representar los polos de una amplia gama que incluiría personas y grupos: desde el talante profético que marca a muchas comunidades populares latinoamericanas a las tendencias más o menos integristas de otros grupos nacidos en la vieja Europa.

CARLOS DOMÍNGUEZ MORANO
El Dios imaginado
(Selecciones de teología # 137, 1996)

domingo, 20 de junio de 2021

THOMAS MERTON Y TERESA DE JESÚS

Existen unos rasgos similares en las personalidades de Teresa de Jesús y Thomas Merton que dan pie a similitudes y coincidencias que van más allá de lo anecdótico y que marcan sus vidas y las llevan por unos derroteros que ellos jamás pudieron prever iban a configurar el desarrollo de su conversión a Dios y a la vida consagrada. 

1. Don de escribir y capacidad de manifestar. Tanto Teresa de Jesús como Thomas Merton recibieron el don de la escritura y la capacidad de relatar y manifestar sus experiencias. Es también cierto que a lo largo de su vida los cultivaron con pasión y disfrutaron haciéndolo, hasta que se trasformaron en ellos en una vocación más dentro de la primera y original de entregarse a Dios. En el caso de la monja carmelita y del monje cisterciense nos encontramos ante dos escritores extraordinarios, cuya maestría en el escribir y relatar va unida a un proceso vital y personal que les acompaña siempre, hasta transformarse en algo espontáneo y hasta necesario para ellos.

 2. Capacidad de introspección y sentido de la realidad. Una y otro, llegado el momento, sienten la necesidad de escribir su autobiografía. En realidad, tan pronto se encuentra con Dios, Teresa corre a reunirse con sus monjas para contárselo. “Y como prueba de ello ahí está el Libro de la vida, que es sin duda uno de los libros más extraordinarios, inclasificables y deleitosos que se han escrito en nuestra lengua… una Sherezade celeste es lo que Santa Teresa soñaba ser”. Cuando Thomas Merton se decide a escribir La montaña de los siete círculos solo tiene en mente algo muy claro: el libro es “un himno de fe positiva cantado en medio de una tormenta de un mundo sin sentido que busca sentido a las cosas, un libro que puede ser leído por hombres de cualquier creencia o por los que no tengan ninguna”. Las dos autobiografías son obras apasionadas. 

3. La contemplación se desborda en compasión por el mundo. Ambos son contemplativos “institucionalmente”, aunque pertenecen a dos órdenes religiosas cuyo programa contemplativo es diferente en metodología espiritual y prácticas ascéticas diarias. Ambos descubren y reconocen, tras un doloroso proceso de búsqueda y conversión, su vocación al silencio, a la oración continua, a la contemplación. Teresa encuentra todo eso “en el seno de la Iglesia” (no puede vivir sin sentirse dentro del misterio de la comunión de los santos), y Thomas Merton halla su “revelación” y epifanía vocacional en la esquina de la calle Cuarta con Walnut. Ambos viven sobrecogidos por el misterio de ser hombres e hijos de Dios

4. La búsqueda espiritual y el desarrollo místico requiere etapas. Para Thomas Merton el itinerario espiritual y su trabajo se centra en la “búsqueda del verdadero yo” en Dios. Para Teresa en la búsqueda “de la morada interior donde el yo vive con Dios”.

Francisco R. de Pascual

domingo, 13 de junio de 2021

EL DIOS IMAGINADO

"Acaso no exista un objeto mental de magnitud equivalente a la de la imagen de Dios. Ninguna otra representación psíquica posee un referente tan ilimitado en su extensión ni entraña las dimensiones de absolutez e infinitud que atribuimos a la divinidad. A esto se añade la carga afectiva que generalmente implica. La magnitud psíquica Dios cobra, pues, un potencial extremadamente significativo. Como totalidad, viene a responder a las exigencias más primitivas del psiquismo humano y a las valencias más intensas de su mundo afectivo. No en vano, en su negativa de aceptar cualquier tipo de limitación, sitúa a menudo el loco a la divinidad en el centro de sus alucinaciones y delirios. 

Por la misma razón, la religión ha dispuesto siempre en su favor de un capital psíquico que le distingue del resto de las instituciones culturales. Las alianzas, rivalidades, complicidades y luchas marcan las relaciones de la religión con el resto de las instituciones socioculturales, las cuales se han visto involucradas en complejas conexiones con una institución que, como ninguna otra, muestra emblemáticamente el sello de la totalidad y, desde ahí, manifiesta su enorme poder de fascinación

La psicología contemporánea ha puesto de manifiesto que el Dios imaginado hunde sus raíces en las estructuras más primitivas del psiquismo y se configura así como una fuerza capaz de impulsar el desarrollo y la maduración de la persona y también de potenciar las fuerzas más destructivas del individuo y de la colectividad. Francisco de Asís y Savonarola, Juan de la Cruz y Miguel de Molinos, Oscar Romero y el imán Jomeini se pronunciaron todos en el nombre de Dios. 

Profetas, místicos y oferentes contaron siempre con sus terribles parodias (fanáticos, alumbrados y sacrificadores). Y, sin embargo, fue el mismo objeto mental - el Dios imaginado - el que impulsó a unos y otros en las distintas articulaciones de su experiencia religiosa".

Carlos Domínguez Morano
Selecciones de teología
(1996, volumen  137)

miércoles, 9 de junio de 2021

BAUTISMO Y CONVERSIÓN EN THOMAS MERTON (4)

Luego de recibir el bautismo católico la vida de Merton trascurrió entre momentos de intensa devoción, una conciencia progresiva de la vaciedad de su vida y las viejas costumbres que compartía con sus amigos: juergas, bebidas, mujeres, búsquedas intelectuales, intentos de llegar a ser un escritor famoso. Eran años de tensión para el mundo los que precedieron al comienzo de la Segunda Guerra Mundial (“Eran días grises de gran calor y bochorno, y el peso de la opresión física de la atmósfera se añadía inconmensurablemente al agobio de las noticias de Europa, que se hacían más ominosas día a día.”). Merton pide a Dios la publicación de su libro, y Dios responde con algo mejor: le devuelve su vocación, el deseo de ser sacerdote.

El día que empezó la guerra, Merton acude a la misa en la iglesia de San Francisco de Asís, cerca de la estación de Pensilvania (New York): "Recibía de la mano del sacerdote a Cristo en la Hostia, al mismo Cristo que era clavado de nuevo en la Cruz por efecto de mis pecados y de los pecados de todo el mundo egoísta, estúpido e idiota de los hombres". Es en medio de toda esta situación descrita que llegaría a la mente de Merton el deseo de ser sacerdote; no mientras oraba, sino sentado en el suelo, una tarde de resaca, desayunando con sus amigos; comieron, conversaron, fumaron y luego salieron a pasear. Y nos dice Merton:

En alguna parte, en medio de todo esto, una idea se me había ocurrido, una idea que era algo alarmante y bastante trascendente por sí misma, pero mucho más asombrosa en tales circunstancias. Tal vez muchos no creerán lo que estoy diciendo. Mientras estábamos allí en el suelo tocando discos y comiendo este desayuno (huevos revueltos, tostadas y café) surgió la idea: voy a ser sacerdote.”

¿Cómo describe Thomas Merton los sentimientos de aquel día?

NO ERA:
1- Una reacción de repugnancia especialmente intensa por estar cansado y desinteresado de la vida que llevaba.
2-Ni la música, o el otoño; no era una tendencia emocional, algo morboso u obsesionante.
3- Tampoco un objeto de pasión o capricho.

SI ERA:
1- “Una atracción fuerte, dulce, profunda e insistente que de súbito se dejó sentir; pero no como un movimiento de apetito hacia ningún bien sensible”.
2- “Era algo en el orden de la conciencia, un sentimiento nuevo, profundo y claro, de que esto era realmente lo que debía hacer.”

En aquel mismo lugar tuvo que expresar lo que sentía, y como al azar dijo a sus amigos: “Creo que debiera ingresar en un monasterio y hacerme sacerdote.” (255).

Ese mismo día, luego de compartir la misma idea con una muchacha con la que paseaba, Merton entra a una pequeña biblioteca católica para buscar un libro sobre órdenes religiosas, y de ahí a la iglesia jesuítica de San Francisco Javier, en la que nunca antes había entrado. Como conducido por la mano de Dios encuentra una puerta que lo conduce a una capilla en la que tenía lugar una celebración, sería una Novena o una Hora Santa.

Apenas encontré sitio y caí sobre mis rodillas, empezaron a cantar el Tantum Ergo… todas estas personas, trabajadores, ancianas, estudiantes, empleados, cantaban el himno en latín al Santísimo Sacramento escrito por Santo Tomás de Aquino.

Fijé los ojos en el Monumento, en la Hostia blanca. Y entonces, súbitamente, se me hizo claro que toda mi vida estaba en crisis. Mucho más de lo que podía imaginarme o comprender o concebir ahora dependía de una palabra… de una decisión mía.” (257)


Es importante la lectura que hace el propio Merton de aquellos instantes:

1- Algo inesperado: No estaba preparado para esto, nada había estado más lejos de su mente.

2- Venido de Dios: “Llamado aquí bruscamente para responder a una pregunta que se había preparado, no en mi mente, sino en las profundidades infinitas de una providencia eterna”.

3- Oportunidad que podía perder: “Experimenté que era sólo por un momento”.

4- Un momento de crisis y de interrogación: Un momento inquisitivo, un momento de gozo. “Toda mi vida quedó en suspenso al borde de un abismo; pero esta vez el abismo era de amor y de paz, el abismo era Dios”.

5- Un acto intuitivo, interior: Más que racional, “un acto ciego e irrevocable el arrojarme. Pero si dejaba de hacerlo…”.

La pregunta estaba ahí: “¿Quieres realmente ser sacerdote? Si lo quieres dilo…

Él respondió: “Si, quiero ser sacerdote, lo quiero con todo mi corazón. Si es tu voluntad, hazme sacerdote…” Y lo hizo mirando rectamente a la Hostia, sabiendo en ese momento como nunca antes a quién miraba.

Resumiendo: Si Merton encuentra es porque busca, ya sea que lo haga consiente o inconscientemente. Es algo inesperado que de alguna manera se espera. Lo que se describe es una verdadera experiencia interior. Aquí encontramos los dos descubrimientos de la experiencia de Dios: Yo soy nada (“Se me hizo claro que toda mi vida estaba en crisis”) y Él es todo (“Sabiendo en ese momento como nunca antes a quién miraba”). 

Descubrimiento profundo del ser de Dios, más allá del conocimiento intelectual o racional; ve la mano providente de Dios condiciéndole en medio de la historia humana. Confirma su sensación de que el bautismo es una llamada.

martes, 8 de junio de 2021

UN DIOS RADICALMENTE NUEVO

"La muerte de Jesús, tal como es interpretada por los primeros cristianos, no escapa totalmente a las categorías sacrificiales del Antiguo Testamento, que han puesto a su disposición un lenguaje entre tantos otros. Pero hay que ser conscientes del desplazamiento que supone la reutilización neotestamentaria de esas categorías sacrificiales. Lo que está en juego realmente es el acceso al espacio divino, el acceso a Dios. Con su muerte, Cristo abre el acceso al Dios de la antigua alianza de una manera radicalmente nueva. Para mí, la novedad reside en el hecho de que este acceso se hará, de ahí en adelante, no de abajo hacia arriba (el sacrificio religioso como medio de reconciliación del hombre con Dios), sino de arriba hacia abajo: Dios, en Jesús, viene a encontrarse con el hombre hasta en la muerte. Si existe un sacrificio, es un «sacrificio» entendido como el fin de una comprensión de Dios y el nacimiento de otra nueva. Y esto Jesús lo hace, efectivamente, «por nosotros». 

Aunque de maneras diferentes, los Evangelios, san Pablo y el autor de la Carta a los Hebreos no están diciendo otra cosa: se pasa, de la idea de un sacrificio orientado a permitir a los hombres acercarse a lo divino, a la confesión de un Dios que muere al mismo tiempo que mueren con él las representaciones que de él nos hacemos. Creo que no somos realmente conscientes de hasta qué punto el cristianismo ha acabado con la lógica sacrificial. La destrucción del templo obligó al judaísmo a dar ese paso; para el cristianismo, la causa fue la muerte de su Mesías: su resurrección subraya, en cierta manera, que se ha terminado la muerte sacrificial, puesto que la víctima se ha levantado de entre los muertos

Queda preguntarse si una tradición demasiado larga de lectura eclesial clásicamente sacrificial de la muerte de Jesús, es decir, casi exclusivamente sustitutiva, no ha ocultado en cierta manera la novedad, sobre el trasfondo de una herencia asumida, que dejan entrever los textos del Nuevo Testamento. Para los autores del Nuevo Testamento que hemos leído, la muerte de Jesús no es tanto el fruto de un plan indispensable de Dios, sino más bien el resultado de la respuesta violenta que suscita la proclamación de un Dios radicalmente otro, radicalmente diferente y, por lo tanto, insoportable para los hombres

Los autores del Nuevo Testamento afirman simplemente –aunque este «simplemente» es esencial– que en su muerte Jesús no se limita a soportar la violencia, sino que la combate y la subvierte: su muerte y su resurrección nos están diciendo, al fin y al cabo, que la violencia, incluso religiosa, es decir, sacrificial, no tiene la última palabra. Ni el hombre ni Dios salen indemnes de ello. En este sentido, la muerte de Jesús tiene verdaderamente una dimensión sacrificial: en la muerte libre y soberanamente aceptada de Jesús, lo que se sacrifica es el Dios de las religiones tradicionales.

JEAN-DANIEL CAUSSE, ÉLIAN CUVILLIER
(Viaje a través del cristianismo)
Sal Terrae

viernes, 4 de junio de 2021

JESÚS ES NUESTRA REGLA DE VIDA

El cristianismo es una religión de amor
. La moralidad cristiana es una moralidad de amor. El amor es imposible sin la obediencia que une las voluntades del amante y del Amado. Pero el amor es destruido por la unión de voluntades que resulta forzada Y no es espontánea. El hombre que obedece a Dios porque es compelido a hacerlo, realmente no lo ama. Dios no quiere la adoración de la compulsión, sino una adoración que sea libre, espontánea, sincera, "en espíritu y en verdad". Ciertamente, siempre debe haber un límite donde la debilidad humana sea protegida de sí misma por una orden categórica: "¡No lo harás!" No puede haber un amor a Dios que ignore tales órdenes. Sin embargo, un amor genuino y maduro obedece no porque es ordenado, sino porque ama

El cristianismo no es la religión de una ley sino la religión de una persona. El cristiano no es sólo alguien que cumple las reglas que le impone la Iglesia. Es un discípulo de Cristo. Por cierto que respeta los mandamientos de Dios así como las leyes de la Iglesia, pero su razón para hacer tal cosa no debe buscarse en algún poder de decretos legales: es hallada en Cristo. El amor es especificado no por leyes sino por personas. El amor tiene sus leyes, pero son leyes concretas, existenciales, basadas en valores ocultos en la mismísima persona del Amado. En el Sermón de la Montaña, cuando Jesús comparó la antigua Ley con la nueva, introdujo sanciones, pero eran hiperbólicas: "el que llame a su hermano 'imbécil', será reo en la gehenna de fuego" (Mateo 5, 22). 

El mismo Jesús, al vivir en nosotros por su Espíritu, es nuestra regla de Vida. Su amor es nuestra ley, y es absoluto. La obediencia a esta ley nos amolda a Él como persona. Por lo tanto, perfecciona la imagen divina en nosotros. Hace que nos parezcamos a Dios. Nos colma con la vida y la libertad que Él nos enseñó a buscar. Éste es el valor que determina todas las acciones de un cristiano. Éste es al mismo tiempo el cimiento del humanismo cristiano y del misticismo cristiano: el cristiano vive por amor y, consiguientemente, por libertad.

Thomas Merton
El hombre nuevo

BAUTISMO Y CONVERSIÓN EN THOMAS MERTON (3)

Merton recuerda en su autobiografía una anécdota que tuvo especial importancia para él, “por lo que se refiere a mi alma”. Conversaba con uno de sus amigos (Lax) y este le preguntó: “Pero, ¿Tú qué quieres ser?”. La conversación describe una realidad común para muchos cristianos, y merece ser leída con detenimiento; trascribo acá lo más importante.

“–No lo sé; presumo que quiero ser un buen católico.
-¿Qué quiere decir “ser un buen católico”?

La explicación que di era bastante defectuosa, expresaba mi confusión y descubría cuán poco había pensado de verdad sobre ello.
Lax no la aceptó:

- Lo que deberías decir –me dijo- , lo que deberías decir es que quieres ser un santo.

¡Un Santo¡ El pensamiento me impresionó como algo misterioso.

-¿Cómo quieres que yo llegue a ser santo?
-Queriéndolo –dijo Lax simplemente.
-No puedo ser un santo –dije- no puedo ser un santo.

-No –Lax agregó- No. Todo lo que se necesita para ser santo es querer serlo. ¿No crees que Dios te hará aquello para lo que te creó, si tú consientes en permitirle que lo haga? Todo lo que tú tienes que hacer es desearlo.”

Pero, reconoce Merton, el principal obstáculo para alcanzar la santidad es que no queremos serlo... Es la cobardía la que nos hace decir: No, no puedo, para no hacer lo que debo. (“Me contento con salvar mi alma… no quiero abandonar mis pecados y mis afectos”). Merton comprende que su amigo tiene razón, que es eso lo que dicen los Evangelios, y han dicho los santos. Pero era necesario que pasara por encima de sus viejas costumbres: “Mi complejidad, pervertida por mis apetitos.”

Así, en un impulso, aprovechando la luz de ese momento, compra (“a gran precio”) el primer volumen de las obras de San Juan de la Cruz, y comienza a leerlo. “Me sentaba en la habitación… y volvía las primeras páginas, subrayando pasajes aquí y allá con lápiz”. Pero dice también: “Me exigiría más que eso hacerme santo… porque esas palabras que subrayaba, aunque me asombraban y deslumbraban con su importancia, eran todas demasiado simples, para que yo las comprendiese… demasiado desnudas, demasiado limpias de toda duplicidad y compromiso…”.


Así, complejidad y simplicidad aparecen como realidades opuestas. Complejos son el hombre, su vida, sus apetitos, su mundo. Simple es Dios, y su Palabra, su camino, su santidad. Nosotros queremos ser “normales”, y no santos. Creemos que ser santos es algo complicado. Pero justamente resulta todo lo contrario: Lo normal es ser santos, y ser santos es ser simples, sencillos, sin complicaciones.

Los santos están saturados de Cristo en la plenitud de su Poder Real y Divino; tienen conciencia de ello y se entregan a él para que pueda ejercer su poder por mediación de los actos más mínimos y al parecer más insignificantes para la salvación del mundo.”.


La Santidad es, definitivamente, nuestra vocación, nuestro destino, nuestra condición; aquello para lo que fuimos creados; la meta de nuestra vida. Juan Pablo II lo afirmó así al comenzar el milenio: Cuando se nos pregunta si queremos ser bautizados se nos está preguntando si queremos ser santos. Es la misma cosa. Elegimos ser del “montón”, para no renunciar a nuestros pequeños placeres personales, aun cuando esos placeres no traigan más que dolor.

Fray Manuel de Jesús, ocd.

miércoles, 2 de junio de 2021

BAUTISMO Y CONVERSIÓN EN THOMAS MERTON (2)

“Si hubiera aceptado el don de la santidad ofrecido en mis manos cuando estaba junto a la pila bautismal… ¿Qué podría haber sucedido en el mundo? Los hombres no tienen idea de lo que puede hacer un santo”.
(M7C; 235)

 Cuando la Gracia de Dios irrumpe en nuestra vida la trastorna toda; lo vemos todo de una manera nueva, redescubriendo el sentido de lo que hemos vivido y de todo lo que nos rodea; entendiendo lo que antes nos resultó inexplicable. Pero trayendo a su vez “una responsabilidad espantosa, si dejamos de responder a ella” (M7C, 229). 

Thomas Merton compara su bautismo con el desierto al que entra Israel después de cruzar el Mar Rojo; es una tierra diferente, “una tierra de colinas y llanuras, que espera la lluvia del cielo”. El bautismo no supuso para él (creo que para casi nadie) el dejar atrás toda su antigua vida, sino la entrada en una dinámica existencial diferente; ahora podía ver con mayor claridad la miseria y el vacío de su vida anterior, aun cuando no pudiera deshacerse totalmente de ella. El bautismo es (para Merton) fundamentalmente una llamada; llamada que “en cierto sentido, me era casi imposible oírla y contestarla” (Pág. 229); pero ya entonces comprendía que le había sido “abierta ese día la puerta hacia reinos inmensos” (229). 

Es ciertamente una situación paradójica en la que Dios pone a prueba la capacidad del hombre para responder a su gracia. “Existía una especie de imposibilidad moral” (Pág. 230).
¿Qué habría debido hacer y no hizo, según Merton? 
1- Ir a la comunión todos los días. (Frecuentar todo lo posible la Eucaristía).
 2- Buscar dirección espiritual, constante y completa. 
3- Alimentar un alto ideal (sacerdocio); pero también podían haber sido otros, como laico comprometido. 
4- Oración: aprender a orar y dedicar tiempo a ello.
 5- Devoción a María, virgen. 

 Es evidente que en muchas páginas de su autobiografía Merton manifiesta una piedad tradicional y afectada (Él mismo lo reconocerá años después); no obstante, sabiendo esto, podemos servirnos de ello para despertar a nuestras propias necesidades espirituales.

 “Uno de los grandes defectos de mi vida espiritual en ese primer año era la falta de devoción a la Madre de Dios” (231); a lo largo de su vida mantuvo Merton una especial relación espiritual con María, y ejemplos abundantes de ello los encontramos en las páginas de sus diarios. Aquí, en las reflexiones de su autobiografía, encontramos también muestras de esa cercanía afectiva para con la madre de Dios. Por ejemplo, su viaje a Cuba, para visitar el santuario de El Cobre, pág. 280-288, y ofrecimiento de su sacerdocio a la Virgen, etc. 

Al respecto podemos apuntar algunas precisiones del propio Merton: 1- Una piedad formal: “Creía en las verdades que enseña la Iglesia acerca de Nuestra Señora, decía el Ave María cuando rezaba, pero eso no era bastante”. “Nuestra Señora ocupaba en mi vida poco más del lugar de un bello mito… pues en la práctica no le prestaba más que la clase de atención que uno da a un símbolo o a una cosa de poesía. Era la virgen que estaba en la puerta de las catedrales medievales. Era la que había visto en todas las estatuas del Museo de Cluny y cuyos cuadros, por ese motivo, habían decorado las paredes de mi estudio” (231-232). Pero: “Ese no es el lugar que corresponde a María en la vida de los hombres”. 

2- Una piedad fuerte:La gente no se da cuenta del tremendo poder de la Santísima Virgen. No sabe quién es, que por sus manos vienen todas las gracias porque Dios ha querido que ella participe así en su obra de salvación de los hombres”. (231). “Es la Madre de Cristo todavía. Su Madre en nuestras almas. Es la Madre de la vida sobrenatural en nosotros. La santidad nos viene por su intercesión. Dios ha querido que no haya otro medio. Yo no tenía ese sentido de su dependencia ni de su poder. No sabía qué necesidad tenía de confianza en ella”. (232). 

 Entonces, a modo de resumen, Merton pregunta: “¿Qué podía hacer yo sin amor de la Madre de Dios, sin un objetivo espiritual claro y elevado, sin dirección espiritual, sin comunión diaria, sin una vida de oración?” Lo anterior puede verse en sentido positivo: lo que debía incorporar Merton a su vida; pero había algo más: Lo que tenía que cambiar o quitar de su vida. “Pero lo que más necesitaba era el sentido de la vida sobrenatural y mortificación sistemática de mis pasiones y de mi naturaleza insensata” (232). 

Necesitaba transformar, trabajar, eso que antes reconocía como “una especie de imposibilidad moral”. Su vida, marcada por la realidad del pecado, por los excesos, por el vicio; eso deja huellas en el cuerpo y en el espíritu de la persona; la incapacita para ciertas cosas. “Había vivido para mí solo. Había vivido para la satisfacción de mis deseos y ambiciones, para placer y comodidad, reputación y éxito”. (Egoísmo). Era necesario un CAMBIO RADICAL. (En la raíz). 

Sin embargo: “Pensé que todo lo que tenía que hacer era continuar viviendo como había vivido antes, pensando y obrando como antes lo hacía… Pero, si continuaba viviendo como lo había hecho antes, sería simplemente incapaz de evitar el pecado mortal". (232). “El bautismo había traído consigo la obligación de reducir todos mis apetitos naturales a la subordinación de la voluntad de Dios” (Pasar de la sabiduría de la carne a la sabiduría del espíritu).

 "Hasta donde los hombres están dispuestos a preferir su propia voluntad a la voluntad de Dios, puede decirse que odian a Dios; por supuesto, no pueden odiarlo en Sí mismo. Pero lo odian en los mandamientos que violan. Pero Dios es nuestra vida: la voluntad de Dios es nuestro alimento, nuestra carne, el pan de nuestra vida. Odiar nuestra vida es entrar en la muerte, y por consiguiente, la prudencia de la carne es la muerte”.
 “Ya que mi vida después del bautismo era muy parecida a lo que había sido antes de él, me hallaba en la condición de los que desprecian a Dios por amar al mundo y su propia carne más que a él.” 
 “Casi todo lo que hacía tendía, por virtud de mi tendencia habitual, a complacerme a mí mismo antes que todo lo demás, a obstruir y desvirtuar la obra de la gracia en mi alma” (233).  

Intelectualmente convertido, convencido su entendimiento de las verdades que enseña la iglesia, faltaba a Thomas Merton la conversión del corazón (sentimientos, voluntad, movimientos interiores). “Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón”. 

Los tesoros de Merton seguían estando lejos, fuera de Dios. (“Cegado por mis propios apetitos”; “Quería gozar de todas las clases de placeres”; “No vacilaba en colocarme en situaciones que sabía acabarían en desastre espiritual”. 233).

Fray Manuel de Jesús, ocd.

BAUTISMO Y CONVERSIÓN EN THOMAS MERTON (1)

Estas páginas intentan un acercamiento al proceso de conversión que Thomas Merton experimentó, de modo que podamos aprovecharnos de su experiencia, y recibir luz para entender nuestro propio camino cristiano. Para este propósito, seguiremos lo que él propio Merton narra en su autobiografía, “La Montana de los Siete Círculos”. 

Merton y Aldous Huxley: Comenzaremos leyendo sobre el encuentro de Thomas Merton con un libro de Aldous Huxley (“Ende and Jeans”), como parte de su proceso de conversión. Fue en noviembre de 1937, cuando un amigo le habló de este libro y Merton corrió a comprarlo. Lo leyó y escribió luego un artículo sobre él. Merton había leído antes a Huxley, cuando tenía 16 o 17 años, y “había construido una filosofía extraña y superficial basada en todas las novelas que estaba leyendo” (187). Ahora Huxley había cambiado y Merton también; Huxley predicaba ahora el misticismo, luego de leer amplia, profunda e inteligentemente todo tipo de literatura mística cristiana y oriental. Así proponía la práctica de la oración y el ascetismo, asegurando que la experiencia de lo sobrenatural era posible, y reafirmando el dominio de nuestra inteligencia y voluntad. Merton por ese entonces sacó provecho de aquella lectura: “El efecto más importante del libro en mí fue hacerme empezar el saqueo de la biblioteca de la universidad en busca de libros de misticismo oriental”. (189). En ese entonces no entendió mucho de aquellas lecturas, pero seguramente dejaron la semilla de su futuro interés por las experiencias religiosas del oriente. 

A Misa por primera vez: Otro acontecimiento que narra Thomas Merton en esta parte de su autobiografía es su decisión de asistir a misa por vez primera. (pág. 208) “Cada semana, cuando llegaba el domingo, sentía un deseo creciente de quedarme en la ciudad para ir a alguna iglesia.” “Un fuerte impulso empezaba a afirmarse y me sentía arrastrado mucho más imperativamente a la Iglesia católica. Por último, la tendencia se hizo tan fuerte que no pude resistirla. Visité a mi muchacha y le dije que no iba a salir ese fin de semana, que había resuelto ir a misa por primera vez en mi vida.” 

Evocar a partir de mi propia experiencia lo que significó asistir a una misa, participar de la liturgia de la iglesia por primera vez. Esa misma impresión la vivió Merton, y constituyó una experiencia inolvidable, por eso dedica varias páginas de su autobiografía a describir los sentimientos de aquel día. (Pág.208-213) 

Elementos que llaman mi atención
1- Su estado de ánimo; sus sentimientos y emociones interiores. 
2- Todo lo que le rodea participa de su estado anímico: la naturaleza, la ciudad, los edificios. Su capacidad para detenerse y percibir la realidad es mayor. 
3- Se asombra de encontrar la iglesia llena y no solo de personas ancianas. “La cosa que me impresionó más fue que el lugar estaba lleno, absolutamente lleno. Estaba lleno no solo de personas ancianas y caballeros agotados, con un pie en la tumba, sino de hombres y mujeres, niños, jóvenes y viejos… especialmente jóvenes”. (210)
 4- Descubre también Merton que la gente reza, y lo hace de un modo natural, sin afectación, libremente; mientras él se arrodilla observa como una joven muchacha reza con recogimiento. 

Básicamente: Se descubre a sí mismo y al mundo en una apabullante novedad, y descubre la Iglesia como una entidad viva, dinámica, plural. Y se le abre la puerta de la oración de una manera consciente. Todo esto junto puede calificarse de un verdadero “despertar”, que introduce a Merton en una etapa nueva de su camino espiritual. Y es en la Eucaristía, en la que Merton participa por vez primera, donde ocurre todo esto. Luego Merton describe cómo siguió la liturgia: el sacerdote y sus acólitos, el predicador, la gente que sigue la ceremonia; describe el sermón del predicador y la impresión que todo aquello suscitó en él. Cuando finalmente sale del templo, dice: “Mis ojos miraban alrededor de mí un mundo nuevo. No podía comprender qué había pasado para hacerme tan feliz, por qué estaba tan en paz, tan contento de la vida”. Y luego: “Todo lo que sé es que entraba en un nuevo mundo. Hasta los feos edificios de Columbia estaban transfigurados en él y por todas partes había paz”. (213). 

La fe transforma y da luz a la mirada del hombre. Interés por lo católico. “Mi lectura se hacía cada vez más católica”. Merton, en sus búsquedas espirituales, se acerca a la vida y a la poesía de Gerard Manley Hopkins (Jesuita); no solo era un interés literario, también quería saber sobre su sacerdocio y su condición religiosa. Sus lecturas de entonces eran el “Ulises” de Joyce, y antes había leído el “Retrato de un Artista Adolescente”. En un sermón que aparece en este último Merton siente que “esos católicos sabían lo que creían, sabían lo que tenían que enseñar y todos enseñaban lo mismo y lo enseñaban con coordinación, finalidad y gran efecto”. En el libro de Joyce queda fascinado por las descripciones de sacerdotes y vida católica, a pesar de que la intención del autor era precisamente provocar el efecto contrario. 

Lee también por ese entonces a los poetas metafísicos, como es el caso de Richard Crashaw, su vida y su conversión al catolicismo; busca saber acerca de los jesuitas. Todo esto como símbolos de su nuevo interés por la vitalidad del apostolado católico. Pero con todo, dice Merton, “No estaba dispuesto a permanecer junto a la fuente”. (Pág. 214-215) 

El interés de Merton por lo católico era todavía esencialmente intelectual, estético; se contentaba con “estar parado y admirar” (215). A Merton le atraía el hecho de que los jesuitas aparecían como gente estudiosa e inteligente, pero le asustaba un poco la estructura de la compañía, su eficiencia, la imagen exterior que proclamaban. Su decisión de ir a misa por primera vez no transformó su vida; el fin de semana siguiente volvió a sus hábitos de siempre, no volvió a misa en aquel tiempo; simplemente añadió un avemaría a sus oraciones nocturnas. (¿) 

El Bautismo. A su conversión católica Merton añade un elemento acelerador, el hecho de que la humanidad se viera ante la inminencia de una guerra; en medio de sus actividades cotidianas Dios va preparando el corazón para disponerlo al momento en que se atreve a decir: Sí, quiero. En un día de septiembre, un día lluvioso, Merton está en su apartamento leyendo un libro acerca de Hopkins; este pensaba hacerse católico y escribía al cardenal Newman sobre su propósito. Mientras lee, algo se agita dentro de él, y siente como propio lo que está leyendo. Una voz interior le dice: “¿Qué esperas? ¿Por qué no te levantas y vas?” Merton describe sus sentimientos de ese momento: “Era un movimiento que hablaba como una voz”. “Me esforzaba por acallar la voz”. "Esto es locura. Esto no es racional”. “Di inquieto vueltas en la habitación”. (218) Y entonces la decisión. “De repente no pude aguantar más. Dejé el libro, me puse el impermeable y bajé la escalera. Salí a la calle… y entonces todo mi interior empezó a cantar… a cantar con paz, a cantar con fuerza, a cantar con convicción”. 

Se llegó hasta la iglesia buscando al sacerdote y cuando lo encontró le dijo: “Padre, quiero hacerme católico”. (219) A partir de este momento Merton comenzó a prepararse para recibir el bautismo; lecturas, preparación dos veces por semana con un sacerdote; renuncia a algunas de sus antiguas diversiones; asiste a la predicación de algunas misiones parroquiales. Entre otras cosas que cuenta hace referencia a un sermón sobre el infierno que escuchó en aquellos días. Muchas ideas pasaban por su mente entonces, incluso la idea de ser sacerdote. 

Finalmente recibiría el bautismo en el mes de noviembre, día 16, y Ed Rice fue su padrino; le acompañaban otros amigos: Lax, Seymour, Gerdy, que eran judíos. También recibió ese día por primera vez la comunión. “Había entrado en el movimiento eterno de esa gravitación que es la misma vida y espíritu de Dios.

Fray Manuel de Jesús, ocd.

Ser parte de todo...

¡Oh Dios! Somos uno contigo. Tú nos has hecho uno contigo. Tú nos has enseñado que si permanecemos abiertos unos a otros Tú moras en nosotros. Ayúdanos a mantener esta apertura y a luchar por ella con todo nuestro corazón. Ayúdanos a comprender que no puede haber entendimiento mutuo si hay rechazo. ¡Oh Dios! Aceptándonos unos a otros de todo corazón, plenamente, totalmente, te aceptamos a Ti y te damos gracias, te adoramos y te amamos con todo nuestro ser, nuestro espíritu está enraizado en tu Espíritu. Llénanos, pues, de amor y únenos en el amor conforme seguimos nuestros propios caminos, unidos en este único Espíritu que te hace presente en el mundo, y que te hace testigo de la suprema realidad que es el amor. El amor vence siempre. El amor es victorioso. AMÉN.
-Thomas Merton-

Santidad es descubrir quién soy...

“Es cierto decir que para mí la santidad consiste en ser yo mismo y para ti la santidad consiste en ser tú mismo y que, en último término, tu santidad nunca será la mía, y la mía nunca será la tuya, salvo en el comunismo de la caridad y la gracia. Para mí ser santo significa ser yo mismo. Por lo tanto el problema de la santidad y la salvación es en realidad el problema de descubrir quién soy yo y de encontrar mi yo verdadero… Dios nos deja en libertad de ser lo que nos parezca. Podemos ser nosotros mismos o no, según nos plazca. Pero el problema es este: puesto que Dios solo posee el secreto de mi identidad, únicamente él puede hacerme quien soy o, mejor, únicamente Él puede hacerme quien yo querré ser cuando por fin empiece plenamente a ser. Las semillas plantadas en mi libertad en cada momento, por la voluntad de Dios son las semillas de mi propia identidad, mi propia realidad, mi propia felicidad, mi propia santidad” (Semillas de contemplación).

LA DANZA GENERAL.

"Lo que es serio para los hombres a menudo no tiene importancia a los ojos de Dios.Lo que en Dios puede parecernos un juego es quizás lo que El toma más seriamente.Dios juega en el jardin de la creación, y, si dejamos de lado nuestras obsesionessobre lo que consideramos el significado de todo, podemos escuchar el llamado de Diosy seguirlo en su misteriosa Danza Cósmica.No tenemos que ir muy lejos para escuchar los ecos de esa danza.Cuando estamos solos en una noche estrellada; cuando por casualidad vemos a los pajaros que en otoño bajan sobre un bosque de nísperos para descansar y comer; cuando vemos a los niños en el momento en que son realmente niños; cuando conocemos al amor en nuestros corazones; o cuando, como el poeta japonés Basho, oímos a una vieja ranachapotear en una solitaria laguna; en esas ocasiones, el despertar, la inversiónde todos los valores, la "novedad", el vacío y la pureza de visión que los hace tan evidentes nos dan un eco de la danza cosmica.Porque el mundo y el tiempo son la danza del Señor en el vacío. El silencio de las esferas es la música de un festín de bodas. Mientras más insistimos en entender mal los fenómenos de la vida, más nos envolvemos en tristeza, absurdo y desesperación. Pero eso no importa, porque ninguna desesperación nuestra puede alterar la realidad de las cosas, o manchar la alegría de la danza cósmica que está siempre allí. Es más, estamos en medio de ella, y ella está en medio de nosotros, latiendo en nuestra propia sangre, lo queramos o no".
Thomas Merton.

ORACIÓN DE CONFIANZA...

“Señor Dios mío, no tengo idea de hacia dónde voy. No conozco el camino que hay ante mí. No tengo seguridad de dónde termina. No me conozco realmente, y el hecho de que piense que cumplo tu voluntad, no significa que realmente lo haga. Pero creo que el deseo de agradarte te agrada realmente. Y espero tener este deseo en todo lo que estoy haciendo. Espero no hacer nunca nada aparte de tal deseo. Y sé que si hago esto, tú me llevarás por el camino recto, aunque yo no lo conozca. Por lo tanto, siempre confiaré en ti aunque parezca perdido y a la sombra de la muerte. No temeré, pues tú estás siempre conmigo y no me dejarás que haga frente solo a mis peligros

Para intercambiar comentarios sobre Thomas Merton y otros maestros contemporaneos del espíritu.