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sábado, 30 de noviembre de 2024

UN CAMINO HACIA JESÚS


"El tiempo de Adviento es un camino. Es el camino hacia Jesús. Es un tiempo fuerte de la liturgia. Un tiempo que nos recuerda que toda nuestra vida es eso, un adviento, una espera, porque toda nuestra vida es un camino hacia Dios, hacia la Belén celestial, hacia la vida eterna"

(Juan Antonio Mateos)

martes, 26 de noviembre de 2024

ADVIENTO 2024: VIVIR LA FE COMO ESPERANZA

 "ADVIENTO es el tiempo oportuno y privilegiado para escuchar el anuncio de la liberación de los pueblos y de las personas. En él se percibe una invitación a dirigir el ánimo hacia un porvenir que se aproxima y se hace cercano, pero que todavía está por llegar.  Tiempo para descubrir que nuestra vida pende de unas promesas de libertad, de justicia, de fraternidad todavía sin cumplir; tiempo de vivir la fe como esperanza y como expectación, tiempo de sentir a Dios como futuro absoluto del ser humano

(Misal de la comunidad). 


Dios nuestro, Padre de todos, aviva en nosotros, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo que viene, acompañados por los hermanos y por las buenas obras, para que participando desde ahora en la construcción de tu Reino, merezcamos participar de todas tus promesas.

jueves, 21 de diciembre de 2023

UNA ORACIÓN A MARÍA EN ADVIENTO

"Señora y Reina del Cielo, introdúceme, te ruego, en la soledad, el silencio y la unidad, y haz que todos mis caminos sean inmaculados ante Dios. Que sepa aceptar gozoso cualquier oscuridad que me rodee, porque Le encuentre siempre a Él en Su misericordia. Enséñame a guardar silencio en este mundo, salvo que Dios quiera lo contrario y de la forma en que Él lo quiera. Enséñame al menos a desaparecer en lo que escribo. Lo cual n
o debería significar nada especial para mí ni menoscabar mi recogimiento. El trabajo podría ser una oración; sus resultados no deberían preocuparme".

Thomas Merton
El signo de Jonás
(14 de diciembre de 1946)

viernes, 1 de diciembre de 2023

CRISTO, JUEZ Y SALVADOR

“La existencia cristiana, ante todo, está construida sobre un fundamento común: Jesucristo. Este es el fundamento que resiste. Si hemos permanecido fieles sobre este fundamento y hemos construido sobre él nuestra vida, sabemos que este fundamento no se nos puede quitar ni siquiera en la muerte”.

“Algunos teólogos recientes piensan que el fuego que arde y que a la vez salva, es Cristo mismo, el Juez y Salvador. El encuentro con él es el acto decisivo del Juicio. Ante su mirada toda falsedad se deshace. Es el encuentro con Él lo que, quemándonos, nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente nosotros mismos. En ese momento, todo lo que se ha construido durante la vida puede manifestarse como paja seca, vacua fanfarronería y derrumbarse. Pero en el dolor de este encuentro, en el cual lo impuro y malsano de nuestro ser se nos presenta con toda claridad, está la salvación. Su mirada, el toque de su corazón, nos cura a través de una transformación, ciertamente dolorosa, “como a través del fuego”. Pero es un dolor bienaventurado, en el cual el poder santo de su amor nos penetra como una llama, permitiéndonos ser por fin totalmente nosotros mismos y, con ello, totalmente de Dios”.


“Nuestro modo de vivir no es irrelevante, pero nuestra inmundicia no nos ensucia eternamente, al menos si permanecemos orientados hacia Cristo, hacia la verdad y el amor. A fin de cuentas, esta suciedad ya ha sido quemada en la Pasión de Cristo. En el momento del Juicio experimentamos y acogemos este predominio de su amor sobre todo el mal en el mundo y en nosotros. El dolor del amor se convierte en nuestra salvación y nuestra alegría”. (47)

El Juicio de Dios es esperanza, tanto porque es justicia, como porque es gracia. Si fuera solamente gracia que convierte en irrelevante todo lo que es terrenal, Dios seguiría debiéndonos aún la respuesta a la pregunta sobre la justicia, una pregunta decisiva para nosotros ante la historia y ante Dios mismo. Si fuera pura justicia, podría ser al final sólo un motivo de temor para todos nosotros. La encarnación de Dios en Cristo ha unido uno con otra –juicio y gracia- de tal modo que la justicia se establece con firmeza: todos nosotros esperamos nuestra salvación “con temor y temblor”. No obstante, la gracia nos permite a todos esperar y encaminarnos llenos de confianza al encuentro con el Juez, que conocemos como nuestro “abogado”, parakletos”. (47)

Encíclica “Spe Salvi”, de Benedicto XVI, sobre la esperanza cristiana.

UNA ESPERANZA DE VICTORIA

 

"La certidumbre de la esperanza cristiana está más allá de la pasión y más allá del conocimiento. Por tanto a veces hemos de esperar que nuestra esperanza entre en conflicto con la tiniebla, la desesperación y la ignorancia. Por tanto, también debemos recordar que el optimismo cristiano no es una perpetua sensación de euforia, un consuelo indefectible en cuya presencia no es posible que exista angustia ni tragedia. No hemos de empeñarnos en mantener un clima de optimismo meramente eliminando las realidades trágicas. El optimismo cristiano reside en una esperanza de victoria que trasciende a toda tragedia: una victoria en que pasamos más allá de la tragedia con Cristo crucificado y resucitado.  

 Es importante recordar la profunda seriedad, a veces angustiada, del Adviento, cuando las embusteras celebraciones de nuestra cultura mercantil armonizan tan fácilmente con nuestra tendencia a considerar la Navidad, conscientemente o no, como un regreso a nuestra inocencia y a nuestra infancia. El Adviento debería recordarnos que el "Rey que ha de venir" es algo más que un encantador niñito sonriendo (o si se prefiere una espiritualidad dolorosa, llorando) en las pajas. Cierto que no hay nada malo en los tradicionales gozos familiares de la Navidad, ni tenemos que avergonzarnos de seguirlos hallando capaces de aguardarlos sin demasiada ambivalencia. Después de todo, eso, por sí mismo, no es poca fiesta. 

 Pero la Iglesia, al prepararnos para el nacimiento de un "gran profeta", un Salvador y un Rey de Paz, piensa en algo más que en un júbilo estacional. El misterio del Adviento enfoca la luz de la fe sobre el significado mismo de la vida, de la historia, del hombre, del mundo y de nuestro propio ser. En el Adviento celebramos la venida y aun la presencia de Cristo en nuestro mundo...".

Thomas Merton, Tiempos de celebración

sábado, 10 de diciembre de 2022

¿ERES TÚ EL QUE HA DE VENIR? (Louis Evely)

Con estas palabras expresa y profetiza Juan Bautista la sorpresa, el escándalo que causará siempre la presencia y la intervención de Dios entre nosotros
. Jesús fue objeto de escándalo para sus contemporáneos y la religión que fundó, para que continuase su persona y su obra, sigue todavía escandalizando no solamente a los que se encuentran fuera de ella, sino incluso a sus propios fieles.

Cuando Cristo vino al mundo, se encontró con una religión establecida, connatural al espíritu humano, hecha a su medida; y él la trastornó por completo. Aquella religión exaltaba la majestad de Dios, su poder, su gloria, y sentía miedo de su justicia. Lo esencial era reconocer los derechos de Dios y conseguir sus favores por medio de cierto número, lo más definido posible, de ofrendas y de oraciones. Dios castigaba a los malos y recompensaba a los justos. La señal más evidente de su beneplácito era que se gozase de paz y de prosperidad. Si se pecaba, era menester aguardar los peores castigos.

Esta religión es una religión sencilla, natural, lógica; por eso mismo, es también espontáneamente nuestra religión y tenemos que esforzarnos, si la queremos superar.

Era precisamente la religión que Juan Bautista predicaba. El esperaba un acontecimiento triunfal, un rey glorioso que haría explotar la cólera de Dios sobre los injustos. Anunciaba una gran limpieza, a base de golpes de hacha y movimientos de criba, de todo lo que habían ido amontonando las faltas de los hombres. Predicaba un enderezamiento de caminos que rellenaría los valles y humillaría las montañas. Creía, como muchos de nosotros, que el mejor medio de hacer desaparecer el mal es confundir a los culpables. Dios se manifestaría, desplegando su rigor con los violentos y mostrando su dulzura con los justos.

Por eso Jesús lo desconcertó por completo. Cuando Juan Bautista vio a Jesús hecho todo dulzura y bondad, cuando supo que rehusaba intervenir en las luchas nacionales o en cuestiones políticas, que aconsejaba tanto a los ricos como a los pobres el desprendimiento de las riquezas y que los invitaba a todos indistintamente a su reino interior, cuando lo oyó exaltar a los dóciles y a los pacíficos y anunciar la misericordia de Dios para con los pecadores, el pobre Juan Bautista se quedó sin saber lo que tenía que hacer, sin poder reconocer a Cristo en aquel feroz vengador que estaba anunciando, y terminó enviándole una embajada para preguntarle si era él o si tenía que seguir esperando a algún otro.

Y Jesús, a pesar de alabar a Juan por su rectitud, por su amor a la justicia y por su valentía, dijo de él que era el mayor de los profetas que habían precedido a su venida, pero que la diferencia del orden nuevo que él iba a instituir, de la nueva religión que él iba a revelar, era tan grande que el más pequeño del reino de los cielos sería mayor que el Bautista. ¡Y dichoso —añadió Jesús— aquel que no se escandalice de mí!

Porque Jesús renovaba todas las cosas, realizaba una inmensa revolución en nuestras concepciones religiosas: revelaba una religión que ninguno había conocido hasta entonces y que todavía no hemos acabado de comprender. Ingenuamente, como siempre, los que habían estado esperando esta revelación e incluso aquel que había recibido la misión de anunciarla, habían creído que Jesús iba a revelar lo que ya conocían, la religión que habían seguido hasta entonces, un Dios a la medida de nuestras ideas que obraba según nuestros planes, la majestad de Dios favorable a los justos y cruel para con los pecadores.

Pero Jesús reveló que Dios era manso y humilde de corazón, que Dios era amor, que había inventado algo inverosímil, horroroso, absurdo: someter el mal no con la violencia, sino con la bondad y la mansedumbre; que Dios se había decidido a venir a amar, a entregarse, a darse a los hombres como un niño frágil, como un médico sin armas en el campo de batalla de este mundo, como un cordero destinado al sacrificio. Jesús reveló una religión en la que todo consistía en amar, no con un amor insulso y sentimental, sino con un amor inspirado por un Dios exigente, implacable, crucificante para aquel que lo rechaza, infinitamente indulgente, fraternal, gratuito para con aquel que lo recibe.

Desde entonces, todo quedó trastornado. Jesús no divide a la humanidad en justos y pecadores, para recompensar a unos y castigar a otros. Sino que la distribuye en otras dos categorías muy distintas: los que saben amar, los que creen en el amor, los que por lo menos se dejan amar y los que rehúsan hacerlo. A los que le siguen, Jesús les ofrece únicamente esta recompensa dura y escandalosa: tomar su cruz y poder seguirle. Y a los pecadores solamente les anuncia una cosa: serán mimados, obsequiados, perdonados, acogidos.

No me cansaré nunca de decirlo: es una religión chocante, una religión terrible, una religión que nos desorienta. ¿Quién se atrevería a proponer como prueba de la ternura divina el fracaso, la enfermedad, la pobreza, el llanto? ¿quién entre nosotros, al empezar a sufrir, sabría ver en el sufrimiento su vocación, su llamada, el sitio donde finalmente puede lograr la imitación de su maestro? ¿quién no se escandalizaría de ello? ¡Dichoso el que no se escandalice!

Es imposible ser hombre sin que el mal nos escandalice. San Pablo tenía que sufrir un aguijón en su carne, un ángel de Dios que le abofeteaba, esto es, una enfermedad física o moral que lo humillaba y limitaba su apostolado. «Por tres veces —nos dice— rogué a Dios que me librara de él. Y él me respondió: no, te basta con mi gracia. Es en tu debilidad en donde resplandece mi fuerza».

También Jesús tuvo que sufrir en su humanidad y tuvo que aprender en la agonía esta terrible lección: «Él fue el que, en los días de su carne, habiendo ofrecido en medio de grandes gritos y lágrimas, sus súplicas a aquel que podía salvarlo de la muerte, y habiendo sido escuchado, aprendió, a pesar de ser hijo, lo que era obedecer».

Así es como serán escuchadas nuestras oraciones: no obtendremos, hermanos míos, vernos libres de la prueba, sino llevarla con amor. Dios no nos concederá la dicha, sino que podamos prescindir de ella y que aprendamos, a pesar de ser hijos e hijas suyos, lo que significa obedecer.

Esta religión nos trastorna. Nos desconcierta a nosotros lo mismo que desconcertó a Juan Bautista. La hemos aceptado en nuestro bautismo y en ciertos momentos particularmente fervorosos de nuestra existencia, pero su confrontación diaria con las realidades de la vida nos choca y nos hace vacilar. Nos resulta poco natural aceptar la cruz. ¡Sí! Estamos de acuerdo en principio y sabemos que tenemos que seguir al maestro. Pero seguramente habréis notado que de hecho nunca creemos que es la buena cruz la que nos ha tocado; siempre nos parece la más intolerable, mezquina, humillante e ineficaz la que nosotros llevamos. Es ésa precisamente la única que no podíamos aceptar. Cualquiera de las otras nos parece preferible: la del vecino, la que habíamos llevado antes, la que nos imaginamos nosotros. Siempre estamos esperando otra cruz. Nos gustaría llevar una a nuestro gusto, a nuestra medida, una cruz bonita, llena de nobleza y dignidad. Pues bien, tenemos que convencernos que si nos conviene una cruz... entonces ya no es una cruz, que si rechazamos todas las cruces que nos desagradan... entonces es que rechazamos toda cruz, que la cruz que Dios nos envía tiene que ser siempre humillante y penosa, paralizante y difícil, que nos haga daño y nos deje totalmente desarmados.

Esto fue lo que experimentó Juan Bautista cuando, después de estar varios meses en la cárcel, a punto de ser asesinado por los caprichos de una mala mujer y la debilidad de un tiranuelo corrompido, empezó a preguntarse si se trataba de los comienzos del reino y si aquel a quien él anunciaba haría algo por libertarlo.

Esto fue lo que experimentaron los apóstoles sorprendidos, perdidos, desorientados cuando Jesús, queriendo fundar un reino eterno, establecer una iglesia universal, quedándose solo, sin amigos seguros, sabiendo que humanamente su partida estaba perdida, escogió para empezar el dejarse matar. Los apóstoles creían que no era aquel el momento.

También nosotros creemos que nunca es el momento de dejarnos matar. Para la muerte de nuestros amigos, para nuestra propia muerte, nunca creemos que es el momento oportuno, creemos que podríamos seguir siendo útiles todavía y que seguiremos siendo imprescindibles en todas las tareas que aún quedan por hacer.

Pero Dios no piensa del mismo modo. Dios nunca es de nuestra opinión. Dios nos desconcierta y nos sorprende y es menester que nos sepamos dominar para creer en él.

Juan Bautista siguió en la cárcel. Allí recibió aquella respuesta misteriosa que le indicaba que todo iba bien de aquella manera, que sería precisamente ése el modo con que se instauraría el reino y empezaría a creer. El sufrió, lo aceptó, lo comprendió y demostró con su muerte que ya no esperaba a ningún otro y que había permanecido fiel a aquel a quien había encontrado.

También nosotros, pidámosle al menos a Juan Bautista que, a pesar de nuestras inquietudes y de nuestras dudas, aunque nos veamos continuamente tentados de faltar a nuestras promesas y de regatear nuestros sacrificios, aunque no acabamos de ver claro que es él el que nos exige esto y que no nos es permitido abrigar otras esperanzas, que a pesar de todo ello nos consiga de Cristo que nos haga sus profetas, sus testigos y sus mártires. Seguramente nuestra muerte no nos parecerá hermosa, ni fiel ni provechosa. No existe ninguna cruz que sea hermosa. Lo mismo que hemos fracasado en otras muchas cosas, fracasaremos también en nuestra muerte. Será menester que sigamos a Jesús hasta en sus caídas, en sus gemidos, en sus lamentos y siempre nos sentiremos tentados de suplicar que aparte de nosotros su cáliz. ¡Pero ojalá que pueda ser ésta nuestra muerte! Amén.

(Tomado de: La cosa empezó en Galilea).

miércoles, 30 de noviembre de 2022

ADVIENTO EN THOMAS MERTON

“Para el hombre en Cristo, el ciclo de las estaciones es algo enteramente nuevo. Se ha convertido en un ciclo de salvación. El año no es simplemente un año más, es el año del Señor, un año en el que el paso del tiempo mismo no sólo nos trae la natural renovación de la primavera y la fecundidad de un verano terrenal, sino también la fecundidad espiritual e interior de la gracia” (55).

El año litúrgico… santifica nuestras vidas… nos llama la atención hacia la gran verdad de la presencia de Cristo en medio de nosotros… renueva nuestra redención en Cristo… nos muestra que, aunque estemos captados todavía en la batalla entre carne y espíritu, la victoria ya es nuestra.

“Para el creyente que vive en Cristo cada día nuevo renueva su participación en el misterio de Cristo. Cada día es un nuevo amanecer de esa “lumen Christi”, la luz de Cristo que no conoce poniente” (57).

“La liturgia es la gran escuela de la vida cristiana y la fuerza transformadora que vuelve a dar forma a nuestras almas y a nuestros caracteres en la semejanza de Cristo” (57).

Año de salvación, año de iluminación, año de transformación.

“Nunca podemos trepar hasta Él; Él ha de bajar hasta nosotros. Eso es lo más importante en el misterio del Adviento: el descenso de Dios a nuestra bajeza, por puro amor, no por ningún mérito propio” (71).

“Veló su claridad para acomodarla a nuestros débiles ojos… No hemos de ir muy lejos para encontrarle, está dentro de nosotros” (72).

Tomado de : "Tiempos de celebración".

lunes, 21 de diciembre de 2020

LA GOZOSA EXPECTATIVA DE LA FE (2007)

Todos esperamos algo. Nuestra existencia humana está signada por la espera. Nos ponemos metas temporales, y las vamos alcanzando y superando, para encontrar entonces nuevos propósitos. Pero el cristiano llena toda su vida de una gozosa expectativa, de una “espera” que, convertida en ESPERANZA, ilumina toda su existencia, hasta darle un sentido trascendente. Es lo que llamamos “escatología”, y que consiste en la expectante espera de la segunda venida de Cristo. El Señor Jesús vino una vez en la plenitud del tiempo, y vendrá de nuevo para consumar la historia, y entonces aparecerá ante nosotros “un cielo nuevo y una tierra nueva”. 

Nuestro quehacer cotidiano se sustenta en la confianza que hemos puesto en una promesa. En la certeza que tenemos de que la historia tendrá su final en un juicio de gracia y justicia, de verdad y de amor. Entonces todas las preguntas encontrarán respuesta, y seremos consolados, y nuestros anhelos serán finalmente resueltos. No es esto un motivo para escaparnos de la realidad que nos rodea, para la conformidad o el pesimismo frente a lo que sucede hoy a nuestro alrededor; no supone un cruzarnos de brazos y esperar pasivamente. La nuestra es una “espera activa”, un trabajar para que “venga pronto”, un hacerle presente con nuestras propias obras, “para que el mundo crea”. De ahí el compromiso histórico que tenemos los creyentes para que nuestro mundo sea cada vez más justo, más fraterno, más libre, sin dejarnos arrastrar por “utopías” que con promesas temporales acaban robándole el alma al ser humano. 

Casi al final del año litúrgico, podemos decir: “Nosotros hemos creído en el amor de Dios y esperamos en él”. No nos asusta el presente, porque sabemos que en él también está Cristo trabajando, y en él nosotros estamos madurando para el momento de la siega. No nos asusta que el mundo no entienda nuestro mensaje, ya el Señor nos habló de persecuciones. Queremos perseverar a pesar de todo, y aun a pesar de nosotros mismos. Queremos ser testigos desde nuestra pobreza y nuestra pequeñez humana, pero también desde nuestros anhelos y nuestros sueños. En ellos Dios nos habla, por ellos su Reino llega a nosotros. Por eso le pedimos, como los apóstoles: “Auméntanos la fe”. 

Una gozosa expectativa ha de llenar siempre nuestra vida. “El Señor viene”. Entre tantas esperas humanas, justas también, y necesarias, una “espera” diferente que las envuelve a todas nos permite a nosotros, discípulos de Cristo, mirar más allá y no perder la fuerza ni el ánimo. “No tengan miedo”, nos dice Jesús a cada instante. “Todo esto tiene que pasar”, es parte de la historia humana, de la historia personal de cada uno. Pero, “a los que honran mi nombre, los iluminará un sol de justicia, que lleva la salud en las alas”. 

Así, pues, “trabajemos con tranquilidad para ganarnos el pan”, que el Señor viene. Su día está cerca, su hora es ahora, y es siempre. No hay porque temerle a ese momento, no hay que asustarse ante los que presagian calamidades sin cuento, todo está en las manos de un Padre que nos ama; sólo el mal teme la llegada del bien. Nuestro anuncio no es amenaza para nadie, no puede serlo, salvo para aquellos que egoístamente buscan sólo su propia ganancia, para quienes, creyéndose dioses, ignoran que Dios es solamente uno. Esta es nuestra fe, es nuestra esperanza, nuestra certeza, nuestra fuerza, nuestra gloria. “El Señor llega para regir la tierra con justicia”. Está con nosotros. Vendrá de nuevo. Apuremos el final que aguardamos, diciendo, no sólo con palabras, sino con la vida y con la obra: “Ven, Señor Jesús”.

Fray Manuel de Jesús
(Este artículo fue publicado en uno de mis blogs en el año 2007)

miércoles, 16 de diciembre de 2020

OTRO AÑO DEL SEÑOR

 

"Para el hombre en Cristo, el ciclo de las estaciones es algo enteramente nuevo. Se ha convertido en un ciclo de salvación. El año no es simplemente un año más, es el año del Señor, un año en que el paso del tiempo mismo no sólo nos trae la natural renovación de la primavera y la fecundidad de un verano terrenal, sino también la fecundidad espiritual e interior de la gracia.

La liturgia hace que el mismo paso del tiempo santifique nuestras vidas, pues cada nueva estación renueva un aspecto del gran Misterio de Cristo vivo y presente en su Iglesia. Cada nueva fiesta nos llama la atención hacia la gran verdad de Su presencia en medio de nosotros. El ciclo litúrgico renueva nuestra redención en Cristo, y nos muestra que aunque estemos captados en una batalla entre carne y espíritu, la victoria ya es nuestra

 Para el creyente que vive en Cristo cada día nuevo renueva su participación en el misterio de Cristo. Cada día es un nuevo amanecer de esa lumen Christi, la luz de Cristo que no conoce poniente. Por eso, cada año litúrgico es un año de salvación, pero también un año de iluminación y de transformación.

 La liturgia es la gran escuela de vida cristiana y la fuerza transformadora que vuelve a dar forma a nuestras almas y a nuestros caracteres en la semejanza de Cristo".

Thomas Merton

Tiempos de celebración

domingo, 6 de diciembre de 2020

DIOS ES VULNERABLE

Registrando en nuestra biblioteca, encuentro un viejo libro de Luis Evely que me vale para acompañar algunos momentos de meditación. De él comparto el siguiente texto


"Dios es amor. Pero el amor es vulnerable. Amar a un ser es inevitablemente depender de él, darle poder sobre nosotros. Dios nos ha dado poder sobre él. Dios ha querido tener necesidad de nosotros. La pasión de Jesucristo es la revelación del poder tan terrible que tenemos contra Dios. Se ha entregado a nosotros, lo hemos tenido a nuestra disposición, hemos hecho con él lo que hemos querido.

 En uno de los grabados que colocan sobre la pared en Normandía, leí esta frase cínica y cruel: El que ama menos es siempre el más fuerte. Siempre es el que menos ama el que obliga a caminar al otro, el que conserva la cabeza fría y el que controla la situación.

Dios será siempre más débil que nosotros, porque nos ama más

Podemos negar a Dios, olvidarnos de él. Pero él no nos puede negar ni olvidarse de nosotros. Podemos estar sin Dios; pero él no puede estar sin nosotros. Podemos dejar de ser sus hijos, pero él no puede dejar de ser nuestro Padre. 

 El hombre que se rebela contra Dios es como un pájaro que, en medio de la tempestad se tira contra la roca escarpada. Pero Dios, en su piedad, se hace carne para que la violencia del golpe sea soportada por él y no por nosotros. 

Dios será siempre el más débil, porque nos ama

Nosotros somos todos de la raza de Jacob, somos el verdadero Israel, que luchó durante toda la noche contra el ángel que mereció de este modo su nombre: Fuerte contra Dios". 

Louis Evely

Dios en tu prójimo

sábado, 5 de diciembre de 2020

LO QUE ES EN REALIDAD LA NAVIDAD...

Lo sucedido en una conferencia celebrada en la Casa Blanca sobre la relación existente entre fe y etnia en los Estados Unidos no fue lo que yo había esperado, pero gracias aquella reunión empecé a comprender lo que es en realidad la Navidad. Allí había negros, blancos y morenos, musulmanes, hindúes, cristianos, bahaistas y nativos americanos, reunidos para hablar de las relaciones de la religión con la raza. Por paradójico que pueda parecer, fue el jefe indio quien me enseñó el significado del texto del Profeta Isaías. En medio de las elucubraciones teológicas de aquellos de nosotros que deseaban redactar otra ponencia, celebrar otra reunión, realizar otro taller para combatir el racismo, el jefe indio citó de nuevo el mensaje de Isaías. Se puso en pie lentamente, juntó las manos sobre el pecho, miró por encima de nuestras cabezas y dijo apaciblemente: "Me he pasado la vida enseñando a nuestros niños a decir gracias: gracias por la hierba, gracias por la lluvia, gracias por los extraños, gracias por el fuego, gracias por toda la gente del mundo. Pienso que, si aprendemos a decir gracias por todas las cosas, llegaremos a comprender su valor, a respetarlas, a verlas como algo sagrado".

Fueron unas palabras sencillas, pero que produjeron el efecto de una especie de cataclismo en mi alma. Me hicieron reflexionar. Suscitaron en mí una vez más el espectro de Isaías. Me hicieron pensar de nuevo en lo que realmente quiere decir la escritura cuando nos recomienda que rectifiquemos el camino del Señor. De pronto comprendí que la Navidad es tiempo para gritar: gracias.


La Navidad es el compromiso con la vida que se ha encarnado. Es una llamada a ver a Dios en todas partes, y especialmente en aquellos lugares donde no esperaríamos encontrar Gloria y gracia. Es una llamada a exaltar la vida
.

La Navidad es la obligación de ver que todo nos conduce directamente a Dios, de comprender que no hay nada ni nadie en la tierra que no sea para mi camino hacia Dios. Yo supe al instante que en el momento en que empezáramos a celebrar de verdad de la Navidad, a mirar todo y a todos como una revelación de Dios, a dar las gracias por ellos, se acabaría el racismo, no habría más guerras, desaparecería el hambre en el mundo, todo sería un don, y cada persona sería sagrada.

En realidad es muy sencillo y muy claro: todo lo que tenemos que hacer para rectificar el camino del Señor es decir gracias, aprender a vivir intensamente, a entusiasmarnos por la vida, a desarrollar la pasión de vivir".


Joan Chittister  
El Evangelio, día a día

LA ESPERANZA CRISTIANA

La espera de la venida de Cristo al final de los tiempos no hace de los cristianos unos holgazanes que duermen el sueño beatífico de la evasión, sino que hace de ellos los seres más activos y operantes de la construcción del mundo. De aquí la exhortación primordial de Jesús: Velen. ¡Cuidado con el sueño religioso!

 La esperanza cristiana está reñida con los cálculos. Los cálculos hay que hacerlos fatigosamente con todos los demás seres humanos. El Espíritu Santo no ha garantizado a la Iglesia ninguna ciencia infusa, sobre todo la economía, la sociología o la política. Sólo le ha garantizado la fe y la esperanza, sin más soporte que la promesa de Dios. 

La esperanza cristiana sobrenada por encima de todas las tragedias humanas. Los cristianos deberían saber interpretar los momentos más negros de la historia como signos de liberación. Y tras esta interpretación optimista, deberían buscar afanosamente la manera concreta de insertarse en el que resulte ser el más eficaz y honesto proceso de liberación humana. 

Las promesas mesiánicas se cumplirán; se van cumpliendo a través de nuestro compromiso temporal: luchamos paciente y esperanzadamente para que toda justicia sea implantada. Y un primer paso es solidarizarse con los sufrimientos de los que son víctimas de la injusticia, unirnos a sus reclamos

(Misal de la comunidad)

martes, 3 de diciembre de 2019

EL SEGUNDO ADVENIMIENTO


En TIEMPOS DE CELEBRACIÓN, Thomas Merton dedica un capítulo a "El sacramento del Adviento en la espiritualidad de San Bernardo". De él tomo el texto que comparto a continuación, en el que habla de tres Advenimientos o venidas de Cristo, resaltando la segunda, la del tiempo presente:


Los tres Advenimientos de Cristo son el cumplimiento de la Pascua Christi...pero el segundo, en cierto sentido, es el más importante para nosotros. El "segundo Advenimiento", por el que Cristo está presente en nuestras almas, ahora, depende de nuestro reconocimiento presente de su pascha o transitus, el paso de Cristo por nuestro mundo, a través de nuestras vidas.


Meditando sobre los Advenimientos pasado y futuro, llegamos a reconocer el Advenimiento presente que tiene lugar en cada momento de nuestra vida terrenal como caminantes.  Tomamos conciencia del hecho de que cada momento del tiempo es un momento de juicio, de que Cristo pasa y somos juzgados por nuestra conciencia de su paso. Si nos unimos a Él y viajamos con Él hacia el Reino, el juicio se hace salvación para nosotros. Pero si le despreciamos y le dejamos pasar, nuestro descuido es nuestra condenación. 

 La meditación sobre el primer Advenimiento nos da esperanza de la promesa que se nos ha ofrecido. El recuerdo del tercero nos invita a temer, no sea que por culpa nuestra no sepamos recibir el cumplimiento de esta promesa. El segundo advenimiento, el presente, situado entre esos dos términos, es, por tanto, necesariamente un tiempo de angustia, un tiempo de conflicto entre miedo y gozo. ¡Pero esa es una batalla saludable! Acaba en salvación y victoria, porque purifica todo nuestro ser.


El Advenimiento medio es más un tiempo de consuelo que de sufrimiento, si reflexionamos que ahí también viene Cristo realmente a nosotros, y se nos da realmente, de modo que ya poseemos nuestro cielo en esperanza. Este advenimiento medio es el camino por donde pasamos del primero al tercero. En el primero, Cristo fue nuestra redención; en el último, aparecerá como nuestra vida. En este actual, mientras dormimos entre las tierras (en nuestra herencia) Él será nuestro descanso y nuestro consuelo.

 No hay nada inactivo en este sueño. Sin duda esto puede significar quietud, tinieblas y vacío para nuestra actividad natural. Pero en esa "tiniebla" Dios viene a nosotros y actúa misteriosamente desde dentro de nosotros en espíritu y en verdad, para que el fruto de Su obra se haga manifiesto en el tercer Advenimiento cuando llegue en gloria y majestad.

Thomas Merton
Tiempos de Celebración

lunes, 25 de noviembre de 2019

ADENTRARSE EN LA LUZ...

A propósito del inminente ADVIENTO, comparto una vez más algunos textos de Thomas Merton sobre este tiempo litúrgico, de su libro “Tiempos de celebración”. 

Me gusta el Adviento, su color, su música, sobre todo su alegría y su esperanza. Pensando en este momento de mi vida, abierto siempre a la eterna novedad de Dios, con clara certeza de la cercanía de un nuevo nacimiento, me preparo interiormente con el auxilio de la Palabra. Y además de las lecturas habituales, la compañía de los maestros, la escucha atenta en el silencio y la contemplación de la naturaleza, me abro también al mensaje del arte: la música, el cine, la literatura. Con todo ello preparo el sitio y creo la melodía que acunará al fruto por venir. Cuatro semanas mágicas, con la magia vital del existir, para recrear y renovar lo que somos y estamos llamados a ser. Los ángeles, amigas y amigos, acompañan en la búsqueda del misterio, y en la consecución de la plenitud a la que estamos llamados.
Juntos empujemos suavemente la puerta, y adentrémonos en la luz del último mes del año. Aun en medio de la más profunda oscuridad hay una vida nueva que asoma su cara, y nos sonríe.

Nuestro Adviento no es una celebración de valores tradicionales meramente culturales, por grandes y dignos de perpetuación que sean. El Adviento no es un mero retorno, una repetición, una renovación de lo antiguo. No puede ser el regreso a la infancia personal o social. La venida del Señor, que es lo mismo que Su “presencia”, es la venida de lo nuevo, no la renovación de lo viejo”.

"Nuestra tarea es buscar y encontrar a Cristo en nuestro mundo tal y como es y no como podría ser. El hecho de que el mundo sea diferente de lo que podría ser no altera la verdad de que Cristo está presente en él, y que Su plan no ha fracasado ni cambiado: en efecto, todo se hará conforme a Su voluntad. Nuestro adviento es la celebración de esa esperanza. Lo que es incierto no es la "venida" de Cristo sino nuestra acogida a Él, nuestra docilidad y capacidad de salir a Su encuentro".


El misterio de Adviento es un misterio de vaciamiento, de pobreza, de limitación. Debe ser así. De otro modo no podría ser un misterio de esperanza. El misterio de Adviento es un misterio de comienzo: pero también es el misterio de un fin. La plenitud del tiempo es el final de todo lo que todavía estaba incompleto, todo lo que todavía era parcial. Es el cumplimiento en unidad de todo lo que era fragmentario. El misterio de Adviento en nuestras vidas es el comienzo del fin de todo lo que en nosotros no es todavía Cristo. Es el comienzo del fin de la irrealidad”.

“Adviento, para nosotros, significa aceptación de ese comienzo totalmente nuevo. Significa una disposición para hacer que la eternidad y el tiempo se encuentren no sólo en Cristo sino en nosotros, en el Hombre, en nuestra vida, en nuestro mundo, en nuestro tiempo. Si hemos de entrar en el comienzo de lo nuevo, debemos aceptar la muerte de lo viejo. El comienzo, pues, es el fin. Hemos de aceptar el fin, antes de poder empezar. O más bien, para ser más fieles a la complejidad de la vida, hemos de aceptar el final en el comienzo, ambos juntos".

Thomas Merton
Tiempos de Celebración

sábado, 22 de diciembre de 2018

ADVIENTO DE 1964

"El frío del Adviento me ayuda a revivir la confusión y el milagro de los primeros días de mi estancia aquí, hace ahora veintitrés años, cuando, habiéndolo dejado todo tras de mí, me entregué sin condiciones a Dios. Durante mucho tiempo no he vuelto a experimentar esto mismo aquí. ¡El monasterio está demasiado caliente, demasiado ocupado, y es demasiado sociable para posibilitar esas vivencias! Pero mi disgregación y el hecho de vivir (en buena medida) en los bosques me ponen frente a la soledad y la pobreza de las frías colinas y del invierno de Kentucky. La realidad de mi propia vida, ¡qué incomparable!"


"En la ermita, veo lo rápidamente que puede uno desmoronarse. Hablo conmigo mismo, bailo alrededor de la ermita, canto. Todo esto está muy bien, pero no es serio; es una manifestación de debilidad, de vértigo. Experimento, dentro de este yo individual, la proximidad de la desintegración. (Sin embargo, también comprendo que este yo exterior puede desmoronarse y también ser reintegrado. Es como perder la piel seca, que se desprende rápidamente, al tiempo que por debajo se está formando una piel nueva)".

"La calidad de las noches de uno depende de la cordura con que haya vivido el día. Yo pongo entonces los pecados del día a la luz y la oscuridad de la verdad, que debe ser adorada sin disfraz. Acto seguido, deseo regresar a los disfraces. ¿Quién demonios dijo que la vida solitaria es una combinación de fingimiento y decepción? ¡¡¡Como si el fingimiento fuese fácil en la soledad!!! Resulta fácil en la comunidad, puesto que uno puede tener el apoyo de una ilusión común o de un acuerdo común en formas que vienen a ocupar el lugar de la verdad. Uno puede fingir en la soledad de un paseo vespertino, pero la noche destruye todas las ficciones. Uno se ve reducido a nada y obligado a iniciar laboriosamente el largo retorno a la verdad".


Thomas Merton
Diarios, 1964

lunes, 17 de diciembre de 2018

ANTÍFONAS MARIANAS DEL ADVIENTO

Las antífonas de la O son siete, y la Iglesia las canta con el Magnificat del Oficio de Vísperas desde el día 17 hasta el día 23 de diciembre. Son un llamamiento al Mesías recordando las ansias con que era esperado por todos los pueblos antes de su venida, y, también son, una manifestación del sentimiento con que todos los años, de nuevo, le espera la Iglesia en los días que preceden a la gran solemnidad del Nacimiento del Salvador.

Se llaman así porque todas empiezan en latín con la exclamación «O», en castellano «Oh». También se llaman «antífonas mayores».

Fueron compuestas hacia los siglos VII-VIII, y se puede decir que son un magnífico compendio de la cristología más antigua de la Iglesia, y a la vez, un resumen expresivo de los deseos de salvación de toda la humanidad, tanto del Israel del A.T. como de la Iglesia del N.T.

Son breves oraciones dirigidas a Cristo Jesús, que condensan el espíritu del Adviento y la Navidad. La admiración de la Iglesia ante el misterio de un Dios hecho hombre: «Oh». La comprensión cada vez más profunda de su misterio. Y la súplica urgente: «ven»

Cada antífona empieza por una exclamación, «Oh», seguida de un título mesiánico tomado del A.T., pero entendido con la plenitud del N.T. Es una aclamación a Jesús el Mesías, reconociendo todo lo que representa para nosotros. Y termina siempre con una súplica: «ven» y no tardes más.

O Sapientia = sabiduría, Palabra

O Adonai = Señor poderoso

O Radix = raíz, renuevo de Jesé (padre de David)

O Clavis = llave de David, que abre y cierra

O Oriens = oriente, sol, luz

O Rex = rey de paz

O Emmanuel = Dios-con-nosotros.


Leídas en sentido inverso las iniciales latinas de la primera palabra después de la «O», dan el acróstico «ero cras», que significa «seré mañana, vendré mañana», que es como la respuesta del Mesías a la súplica de sus fieles.

Se cantan -con la hermosa melodía gregoriana o en alguna de las versiones en las lenguas modernas- antes y después del Magnificat en las Vísperas de estos siete días, del 17 al 23 de diciembre, y también, un tanto resumidas, como versículo del aleluya antes del evangelio de la Misa
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miércoles, 5 de diciembre de 2018

UNA REFLEXIÓN PARA ESTE ADVIENTO

La Biblia recoge la historia de los encuentros y desencuentros entre Dios y la Humanidad, que se salda indudablemente a favor del primero, que se revela sobre todo como AMOR: un amor personal, infinito, gratuito e incondicional. A partir de aquí podemos hilvanar tres verdades fundamentales: 

Dios es amor, nosotros somos amados (el amor nos define, no el pecado), y juntos construimos un reino de amor (esa es la misión, el propósito que tenemos en la vida como discípulos). 

Prestemos atención a los iconos del Ángelus: El anuncio, la aceptación y el fruto. También nosotros, como discípulos, vivimos la misma dinámica espiritual: la gracia, la acogida y el fruto. Ahora en Adviento celebramos en la liturgia el misterio de esa dinámica espiritual: Las promesas de Dios son la gracia; la confianza y la esperanza son la acogida; el nacimiento espiritual de Cristo en nosotros es el fruto. Navidad es celebrar que el Hijo de Dios se hizo carne nuestra, se “encarnó”, pero también es que nosotros “demos a luz a Cristo para el mundo”. 

Estamos en un camino de liberación, y debemos trabajar para superar cualquier esclavitud; resaltamos la tríada clásica: el tener, el placer, el poder. 

Con el TENER nos referimos a la acumulación compulsiva de bienes materiales, que además no se comparten, y con las que intentamos definirnos. Soy importante, soy mejor, porque tengo más. Esto no implica desprecio de la materia, de lo material, ni mucho menos nos dispensa de buscar la justicia para que todos puedan tener lo necesario, lo debido. 

Con el PLACER nos referimos a la búsqueda compulsiva de experiencias sensibles, a la sexualidad desbordada sin amor y respeto del otro, al buscar cómo pasarlo bien sin que me importen las necesidades ajenas, a la dependencia del alcohol y la droga, a la necesidad de acumular sensaciones cada vez más intensas, como escape de la realidad… Esto no implica el rechazo del cuerpo, ni de la sexualidad humana, ni del derecho a pasarlo bien, al ocio sano. 

Con el PODER nos referimos al afán de dominio sobre los demás, al afán de control, que nos hace sentirnos por encima de las obligaciones comunes, dueño del destino de otros, no sujeto a las leyes sociales. Esto no implica rechazo a la buena política, que se preocupa del bien común, pero sí del partidismo que se aprovecha, de la corrupción, de la imposición de ideas.

En los tres casos dejamos de tener a Dios como centro, como eje, para poner un ídolo en su lugar; y ese ídolo nos hace sentir falsamente fuertes y más libres, cuando en realidad somos esclavos (dependientes) y nuestra condición humana se vuelve frágil, y de va degradando. 


Entendemos entonces por CONVERSIÓN el recuperar nuestra condición de hijos, nuestra libertad, y la plena comunión con Aquel que nos ama y nos sustenta en el ser. No es que estemos fuera de Dios, ni tampoco que tengamos que volver a Él; somos en Dios, pero la esclavitud o dependencia (el pecado) nos ciega, y no somos capaces de vernos en nuestra verdadera identidad de hijos. Y es Dios el que obra, el que sale a nuestro encuentro, el que vine siempre. 

Cada Adviento nos recuerda que siempre es Adviento. Que Dios sale siempre a nuestro encuentro en Cristo, y que nuestra tarea, usando las palabras del Bautista, es PREPARARLE UN CAMINO. ¿Cómo? 

1. Alimentando la conciencia de nuestra identidad: hijos amados de Dios., llamados a vivir en el amor, sin miedos, sin angustia, sin culpas inútiles. 

2. Manteniendo viva la certeza de una Presencia, sanadora y liberadora, en nosotros. ¿De qué modo? 

3. Lectura cotidiana de los Evangelios, diálogo con Jesús Maestro; aprovechamiento de los sacramentos, en especial la participación dominical en la Eucaristía, porque… 

4. El vínculo mayor con Dios lo tenemos cuando nos reunimos en su nombre, como pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, compartiendo con os hermanos/as la Palabra y la Mesa. 

5. Es todo lo anterior lo que nos permite vivir testimoniando a Dios con una vida buena, justa, rechazando todo lo que Dios rechaza. Lo primero es SER y como consecuencia, como fruto, está el HACER. Si descuidamos lo primero, entonces se hace más difícil e inalcanzable lo segundo.

¿Cómo debe vivir un cristiano? HACIENDO EL BIEN

Miremos a estas tres figuras del Adviento: El Ángel, la Virgen y el niño. No pretendemos obviar que en este camino están también los profetas de Israel, en especial Isaías, y Juan Bautista, a quien ya mencionamos, y también Isabel, la esposa de Zacarías, y el mismo José, custodio de la esperanza y del amor que viene. Pero queremos detenernos en los tres primeros, porque enlazan con el principio de nuestra reflexión del Ángelus: 

El ÁNGEL nos recuerda que Dios está pendiente siempre de nuestra vida, que acude siempre para poner su gracia, que nos rodea de mediaciones (personas, encuentros, acontecimientos) para patentizar su elección por nosotros. Somos hijas e hijos de Dios, y Dios no se olvida de sus hijos. 

La VIRGEN nos invita a la preparación interior, a la confianza, a la disponibilidad, al abandono. Dice Pablo que para los que aman a Dios todo se vuelve bendición, se vuelve cauce para la maduración y para una vida más plena. Aprender a decirle a Dios: aquí estoy, no temo, porque tú estás conmigo… que se haga vida en mí tu amor. Esto no es resignación, sino confianza y disponibilidad. Dios vela y Dios ama, y sus fruto será también de amor. 

JESÚS, el niño que nace en Navidad, es el don de Dios, es decir, no cosas de Dios, sino Dios mismo. Con frecuencia nos volvemos reclamadores, exigentes de cosas, milagros, caprichos… pero cuando el mismo Dios viene le cerramos la puerta. Nos da miedo que nazca y crezca Dios en nuestra vida. 

De todo lo anterior ya podemos ir sacando conclusiones acerca de lo que es e implica el Adviento y la Navidad que preparamos. Cada tiempo litúrgico realiza en nosotros el misterio del encuentro en Dios y nuestra humanidad, y la vida de Cristo se hace carne en nuestra propia carne… ese es el mayor milagro de la fe. Que en nosotros Cristo recorra los caminos del mundo haciendo el bien, sanando y perdonando, gritando que el Reino está cerca y que Dios nos ama, que es Amor.

Fray Manuel de Jesús, ocd.

sábado, 1 de diciembre de 2018

ADVIENTO 2018: BUSCA TIEMPO PARA DIOS.

"¡Arriba, tú, hombrezuelo! ¡Huye un poco de tus ocupaciones! Entra un instante en ti mismo, apartándote del tumulto de tus pensamientos. Arroja lejos de ti las preocupaciones que te agobian y aparta de ti las inquietudes que te oprimen. Búscate tiempo para Dios y descansa. Habla con Dios y dile con todas tus fuerzas: “Quiero, oh Señor, buscar tu rostro” (salmo 27,8). Señor mío y Dios mío, enseña a mi corazón dónde y cómo tengo que buscarte, dónde y cómo puedo encontrarte".

(San Anselmo)

martes, 20 de noviembre de 2018

PREPARANDO EL CERCANO ADVIENTO...


En menos de 15 días, dos domingos, comenzamos el nuevo año cristiano, con el primer domingo de Adviento, y resulta siempre provechoso, espiritualmente, prepararnos para ello con algunas lecturas personales, además de participar en las celebraciones de la comunidad eclesial. Será un paso más de la “interminable aventura de la vida espiritual”, pues cada año –dice Joan Chittister- es un punto de crecimiento claramente identificable en la vida de una persona. Las celebraciones del año litúrgico tienen el propósito de sintonizar la vida del cristiano con la vida de Jesús, el Cristo, por ello nos sumergen en el sentido y la esencia de la vida cristiana; es un verdadero “ejercicio de maduración espiritual”.

En este mismo blog, y en otros afines, podrán encontrar información sobre el Adviento, en las entradas de los años anteriores, sobre todo textos de TM, y su libro “Tiempos de celebración”, cuya lectura resulta muy apropiada para adentrarse en el sentido de la liturgia cristiana. Entre los ensayos que incluye destacaría: “Liturgia y personalismo espiritual”, “El tiempo y la liturgia” y “Adviento: ¿Esperanza o engaño?”.

También incluiría la lectura de algunos libros de Anselm Grün, y en primer lugar “Año litúrgico sanador. El año litúrgico como psicodrama” (Verbo Divino, 2002), así como otros escritos suyos que ofrecen pautas para la vivencia cotidiana de la fe. Para este año sumo además un libro de Joan Chittister, del que pueden encontrar citas en este mismo blog, “El año litúrgico. La interminable aventura de la vida espiritual”, publicado por Sal Terrae. 

Así, entre lecturas nuevas y relecturas, me preparo para el nuevo tiempo litúrgico, de manera que “pueda desarrollar las dimensiones cósmicas de lo que significa estar vivo en la entraña misma de la vida cotidiana”.

Como sustrato de lo anterior suelo leer cada año la amplia introducción que trae el primer tomo de la Liturgia de las Horas, en las que aparece ampliamente explicado el sentido del ciclo anual de celebraciones en la oración comunitaria de la Iglesia.

Otra sugerencia: suelo revisar cada año, a lo largo de estas semanas previas, los textos bíblicos que se utilizarán en los cuatro domingos de Adviento, para captar el sentido espiritual del “camino” que voy a emprender. Así, para cada domingo de este tiempo busco, para servirme de ello a lo largo de esa semana, un deseo, una suplica, una certeza y un propósito. Podemos hacerlo solos, a nivel personal, o a nivel de grupos en nuestra comunidad religiosa o parroquial, e incluso puede hacerse a nivel de familia.

Es importante que no seamos meramente entes pasivos en este proceso, sino que además de aprovechar los espacios eclesiales, seamos creativos en nuestra vida espiritual. A ello les invito con el deseo de que este nuevo Adviento traiga renovación, esperanza y alegría renovadas para todos.

(Fray Manuel de Jesús, ocd).

viernes, 8 de diciembre de 2017

MARÍA, HERMANA NUESTRA.


"En la Galilea del siglo I, pobre y explotada, agitada políticamente y desestimada en lo religioso, sucedieron cosas admirables. Allí, una mujer, María de Nazaret, se convirtió en testigo de algo inmenso: testigo de la entrañable misericordia de Dios. De lo que es y hace ese Dios. De sus costumbres y maneras, de su tendencia a adelantarse y a tomar la iniciativa para bendecir y hacer bien.


María era una mujer de pueblo, y nada más. Su mínima densidad social muestra lo que Dios ve, en qué se fija; y su vida corriente revela cómo ese Dios se abre paso en la historia concreta de los hombres y mujeres, de cualquier época.

Teresa de Lisieux, que sabía poca cosa de crítica textual o de cuestiones historiográficas, intuía algo de todo esto, cuando se sentía atraída por María, al imaginarla mezclándose con las demás mujeres y andando por la vía común. Creía que la «llena de gracia» había vivido pobremente, sin «éxtasis, ni raptos, ni sonoros milagros», y le cantaba: «Tú me haces comprender que no es cosa imposible caminar tras tus huellas».

Cada año, vuelve la «fiesta de la gracia de María», la fiesta que celebra que estuvo envuelta, anticipadamente, en el amor y la fidelidad de Dios. Y celebramos lo que esa gracia especial descubre: que eso es lo que quiere hacer Dios, el camino que quiere recorrer con todos los seres humanos: envolver la vida de todos en ese amor absoluto.

Pero María era, también, una mujer libre y con capacidad de decisión. No se vio forzada por Dios, ni por su gracia anticipada. Y, cuando el Espíritu llamó a su vida, no dio un paso adelante porque no le quedara otro remedio. Dijo: «que se cumpla en mí tu Palabra», y lo hizo desde su fe y su libertad. Así es como pudo el Espíritu crear en ella una vida nueva.

Cuando el Espíritu de Dios encuentra abierta la puerta de la libertad humana y de la confianza, crea, realiza algo nuevo, algo que será un fruto para los demás. Ese es el modo de actuar del Espíritu de Dios, que en María se hace especialmente transparente.

Celebrar la Inmaculada es recordar que hay una buena noticia para todos los seres humanos y es mantener la esperanza en esta tierra. Es revivir la acción poderosa de Dios, poderosa en el amor y fuerte en la fidelidad. Pero conlleva un riesgo: el de perder de vista lo que la Iglesia, con paciencia y profundidad, ha logrado recuperar de María de Nazaret. Todo aquello que llevó a Pablo VI a llamar a la Madre de Jesús, «verdadera hermana nuestra».

Devolver a María su humanidad, en nada disminuye su grandeza. Muestra su hondura –la que puede alcanzar el ser humano– y su inmensa capacidad, su ser imagen de Dios, en definitiva. Y revela la presencia creadora, la fuerza de la Palabra cuando es acogida.

Los escuetos relatos bíblicos dejan el rastro que se puede seguir para acercarse a María. ¿Qué sucedió? Nadie lo sabe exactamente. María aceptó la palabra que Dios le dirigió, dio fe a la presencia del Espíritu y respondió libremente: así se hizo carne Dios.

La magnitud del misterio, no disipa el rigor de la historia ni trastoca mágicamente las circunstancias. Más bien, desvela cómo lo grande se realiza a través de lo pequeño.

La decisión de María cambió la historia de la humanidad, pero tuvo para ella consecuencias graves y la llevó a recorrer un camino difícil. Si conoció la inmensa alegría que nace de vivir con el ancla echada en Dios y de la fe compartida, también vivió la más larga y dolorosa soledad.

Teresa de Jesús recordaba a María al pie de la cruz y decía que estaba allí «no dormida». Hablaba de una mujer despierta en el mundo, consciente del dolor y de las fosas de desesperanza que pueden tragarse a la humanidad, a la vista de la injusticia. Porque lo que María veía era a su hijo, que había sido repudiado sin haber hecho nada malo, hasta el punto de ser torturado y condenado a muerte por los poderes del momento.

El siglo XXI está lleno de Galileas. Lugares desechados, en el tercer mundo y en el primero. Poblados de chabolas, barrios deprimidos, ciudades arrasadas por las guerras, países hundidos bajo dictaduras, de la mano de un hombre o del puño del dinero. Y está, todavía, lleno de mujeres que no pueden levantar la cabeza como lo hizo María: con libertad y dignidad.

Su Cántico es el canto de una mujer verdadera y por eso puede tender la mano a quienes habitan en esos lugares. Su gracia se hace solidaria y se extiende por generaciones, como la misericordia de Dios, que deshace el camino de los poderosos y endereza a los hundidos.

Esta mujer es María Inmaculada, «verdadera hermana nuestra». La mujer de fe, que reclama y sostiene en los creyentes la confianza en Dios, la fe que puede hacer que sigan sucediendo cosas admirables en todas las Galileas."


GEMA JUAN


Ser parte de todo...

¡Oh Dios! Somos uno contigo. Tú nos has hecho uno contigo. Tú nos has enseñado que si permanecemos abiertos unos a otros Tú moras en nosotros. Ayúdanos a mantener esta apertura y a luchar por ella con todo nuestro corazón. Ayúdanos a comprender que no puede haber entendimiento mutuo si hay rechazo. ¡Oh Dios! Aceptándonos unos a otros de todo corazón, plenamente, totalmente, te aceptamos a Ti y te damos gracias, te adoramos y te amamos con todo nuestro ser, nuestro espíritu está enraizado en tu Espíritu. Llénanos, pues, de amor y únenos en el amor conforme seguimos nuestros propios caminos, unidos en este único Espíritu que te hace presente en el mundo, y que te hace testigo de la suprema realidad que es el amor. El amor vence siempre. El amor es victorioso. AMÉN.
-Thomas Merton-

Santidad es descubrir quién soy...

“Es cierto decir que para mí la santidad consiste en ser yo mismo y para ti la santidad consiste en ser tú mismo y que, en último término, tu santidad nunca será la mía, y la mía nunca será la tuya, salvo en el comunismo de la caridad y la gracia. Para mí ser santo significa ser yo mismo. Por lo tanto el problema de la santidad y la salvación es en realidad el problema de descubrir quién soy yo y de encontrar mi yo verdadero… Dios nos deja en libertad de ser lo que nos parezca. Podemos ser nosotros mismos o no, según nos plazca. Pero el problema es este: puesto que Dios solo posee el secreto de mi identidad, únicamente él puede hacerme quien soy o, mejor, únicamente Él puede hacerme quien yo querré ser cuando por fin empiece plenamente a ser. Las semillas plantadas en mi libertad en cada momento, por la voluntad de Dios son las semillas de mi propia identidad, mi propia realidad, mi propia felicidad, mi propia santidad” (Semillas de contemplación).

LA DANZA GENERAL.

"Lo que es serio para los hombres a menudo no tiene importancia a los ojos de Dios.Lo que en Dios puede parecernos un juego es quizás lo que El toma más seriamente.Dios juega en el jardin de la creación, y, si dejamos de lado nuestras obsesionessobre lo que consideramos el significado de todo, podemos escuchar el llamado de Diosy seguirlo en su misteriosa Danza Cósmica.No tenemos que ir muy lejos para escuchar los ecos de esa danza.Cuando estamos solos en una noche estrellada; cuando por casualidad vemos a los pajaros que en otoño bajan sobre un bosque de nísperos para descansar y comer; cuando vemos a los niños en el momento en que son realmente niños; cuando conocemos al amor en nuestros corazones; o cuando, como el poeta japonés Basho, oímos a una vieja ranachapotear en una solitaria laguna; en esas ocasiones, el despertar, la inversiónde todos los valores, la "novedad", el vacío y la pureza de visión que los hace tan evidentes nos dan un eco de la danza cosmica.Porque el mundo y el tiempo son la danza del Señor en el vacío. El silencio de las esferas es la música de un festín de bodas. Mientras más insistimos en entender mal los fenómenos de la vida, más nos envolvemos en tristeza, absurdo y desesperación. Pero eso no importa, porque ninguna desesperación nuestra puede alterar la realidad de las cosas, o manchar la alegría de la danza cósmica que está siempre allí. Es más, estamos en medio de ella, y ella está en medio de nosotros, latiendo en nuestra propia sangre, lo queramos o no".
Thomas Merton.

ORACIÓN DE CONFIANZA...

“Señor Dios mío, no tengo idea de hacia dónde voy. No conozco el camino que hay ante mí. No tengo seguridad de dónde termina. No me conozco realmente, y el hecho de que piense que cumplo tu voluntad, no significa que realmente lo haga. Pero creo que el deseo de agradarte te agrada realmente. Y espero tener este deseo en todo lo que estoy haciendo. Espero no hacer nunca nada aparte de tal deseo. Y sé que si hago esto, tú me llevarás por el camino recto, aunque yo no lo conozca. Por lo tanto, siempre confiaré en ti aunque parezca perdido y a la sombra de la muerte. No temeré, pues tú estás siempre conmigo y no me dejarás que haga frente solo a mis peligros

Para intercambiar comentarios sobre Thomas Merton y otros maestros contemporaneos del espíritu.