Seguidores

viernes, 30 de noviembre de 2018

EL CUERPO: COMO UN CRISTAL DE LUZ...


“El cuerpo ha sido para la espiritualidad occidental no una disposición, no un camino, no algo que ayuda, sino al revés: ha sido un obstáculo, una carga, ha sido algo negativo que había que superarlo, que domarlo.  Yo diría que en esto debemos tener una conversión de mentalidad. Creo que nos tropezamos con un nuevo prejuicio de muchos siglos, y que está ahí. Tenemos que descubrir que el cuerpo no es un obstáculo, no es un lastre, no es una cosa negativa. Tenemos que descubrir o transformar el cuerpo, de manera que sea para nosotros como un cristal de luz, un vaso de perfume, un velo transparente que exprese el espíritu. Un medio de expresión y comunicación, un espacio de expansión, un lugar de gozo. Una fuente de espontaneidad y belleza.


En occidente al cuerpo lo hemos disociado. Hemos separado al espíritu del cuerpo, lo hemos partido en dos. Hemos disociado a la persona, hemos despreciado, desvalorado, y yo diría más, odiado al cuerpo, lo hemos cosificado, mecanizado y lo hemos desintegrado. Y de ahí vienen muchas enfermedades. Ya no es solamente que con esto hemos perdido una de las formas de la ascética oriental que nos puede disponer mejor para la contemplación en el orden  espiritual. Es que incluso esto ha sido causa de tantas vidas desdichadas, empobrecidas, llenas de conflicto, de tantas vidas enfermas, y no solamente en el orden de la enfermedad psicológica, sino también en el orden de la enfermedad física.

 Frente a eso, el Oriente nos aporta un concepto unificado del ser humano. Para ellos, el cuerpo es como una manifestación del espíritu, no hay en la tradición oriental india esta actitud negativa de desprecio, de odio, de disociación. Al revés, hay un valorizar el cuerpo, como forma del espíritu, como camino para encontrar el espíritu”

Fernando Urbina, Teología de la contemplación.
EDE, 2009.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

MONJE Y ESCRITOR


“Me parece que el hecho de escribir, lejos de ser un obstáculo para la perfección espiritual en mi propia vida, se ha convertido en una de las condiciones de las que dependerá mi perfección. Si he de ser un santo –y eso y no otra cosa es precisamente lo que debo pensar y desear–, parece que he de conseguirlo escribiendo libros en un monasterio trapense. Si he de ser un santo, no debo limitarme a ser un monje, que es lo que todos los monjes deben hacer para convertirse en santos, sino que, además, he de poner por escrito aquello en lo que me he convertido. Puede parecer sencillo, pero no es una vocación precisamente fácil.
Ser un monje tan bueno como me sea posible y seguir siendo yo mismo y escribir sobre todo ello. Poner por escrito, en semejante situación, todo lo referente a mi vida con la mayor simplicidad e integridad, sin enmascarar cosa alguna, sin confundir las cuestiones: esta tarea es muy dura, porque estoy envuelto en ilusiones y apegos. También estas cosas tienen que quedar reflejadas en mis escritos. Pero sin exageraciones ni repeticiones ni énfasis inútiles. No necesito darme golpes de pecho ni lamentarme ante nadie que no seas Tú, oh Dios, que ves las profundidades de mi fatuidad. Ser sincero sin resultar pesado. Es una especie de crucifixión, no excesivamente dramática o penosa, ciertamente. Pero esto requiere tanta sinceridad que supera mi naturaleza. De un modo u otro, tiene que venirnos del Espíritu Santo”.

Thomas Merton, Diarios.
1 de septiembre de 1949

lunes, 26 de noviembre de 2018

EL AMOR DE DIOS

Dios es amor: esa es para mí la afirmación más importante de toda la Escritura. Costó mucho tiempo llegar a ella, hizo falta un largo camino, pero al final pudo alguien, algunos, interpretar lo que Jesús quiso decir cuando pasó por el mundo haciendo el bien. Dios es amor. El mandamiento de Jesús, el primero y más importante, es amar. Amar a Dios, dijo, siguiendo la Torá, y amar al prójimo, y estos dos mandamientos son inseparables, porque a Dios nadie puede verlo, pero al hermano, conocido o extraño, lo tenemos todos delante, y ahí está Dios presente.  El ser humano es para mí la mejor imagen de Dios, el mejor icono, la presencia más real

 El peligro de las religiones es que sus mediaciones pueden ejercer el efecto contrario para el que fueron pensadas: nos alejan del Dios real; nos alejan del prójimo. Y acabamos no amando a Dios en el prójimo, sino odiando al prójimo en el nombre de Dios, condenando al prójimo, juzgándolo, apartándolo. Convertimos el mandamiento de amar en derecho a juzgar al que no piense como yo. Nos creemos con el derecho de catalogar el amor de los otros: bueno o malo, falso o verdadero, de Dios o no de Dios.
Pero:  Quién soy para evaluar el amor de los demás? Acaso mi amor es perfecto?

Por mi parte, yo procuro amar a todos, y ver en ellos la presencia amorosa de Dios. Procuro no juzgar a nadie, sino que intento amar a cada uno que encuentro en mi camino, como tengo la certeza inamovible de que Dios les ama.  Veo el amor de Dios en todos, incluso en los que no me quieren bien, en los que piensan distinto de mí, y puedo no compartir lo que hace una persona, pero procuro no juzgarla; y si creo que hace mal, no confundo lo que hace con lo que es. 

Todo amor, por imperfecto que sea, tiene algo de Dios, y por ahí voy. Eso quiero ver, y no evaluar. No soy perfecto, no hay amor perfecto, salvo el de Dios, por eso  procuro no quedarme en las anécdotas que suelen traerse a colación cuando alguien quiere resaltar lo mal que va este mundo, pues si vamos a buscar, las hay terribles también en las mismas Iglesias; porque en nombre de Dios, y de ciertas exigencias de perfección, se ha despreciado, humillado y marginado a mucha gente. Mucha gente a terminado rechazando al Dios amor porque se han encontrado con un dios de odio en quienes dicen hablar o actuar en su nombre. 

Jesús es el maestro para hablar de Dios, y él primero ama, entiende, libera de culpa y luego invita a crecer, a ir más allá. Creo que ese es el camino que podemos abrir, ahora y siempre, si queremos ser verdaderos testigos del Dios de Jesús: el de un amor que va delante,  que se adelanta a cualquier tipo de arrepentimiento, que es gratuito e incondicional. Es el único amor que puede cambiar un corazón y transformar el mundo. Y no es un amor blando como dicen algunos, que se creen llamados a corregir, a enviar al infierno, e incluso se burlan del diferente, del caído: nada es más exigente que el amor, lo digo siempre, porque la Ley pone límites a lo que debemos acatar, pero el amor exige ilimitadamente. Pero lo hace de otro modo: pacientemente, alegremente, libremente, suavemente. 

Me gustaría tanto que pudieras experimentar este amor en tu vida.

Fray Manuel de Jesús, ocd.

martes, 20 de noviembre de 2018

PREPARANDO EL CERCANO ADVIENTO...


En menos de 15 días, dos domingos, comenzamos el nuevo año cristiano, con el primer domingo de Adviento, y resulta siempre provechoso, espiritualmente, prepararnos para ello con algunas lecturas personales, además de participar en las celebraciones de la comunidad eclesial. Será un paso más de la “interminable aventura de la vida espiritual”, pues cada año –dice Joan Chittister- es un punto de crecimiento claramente identificable en la vida de una persona. Las celebraciones del año litúrgico tienen el propósito de sintonizar la vida del cristiano con la vida de Jesús, el Cristo, por ello nos sumergen en el sentido y la esencia de la vida cristiana; es un verdadero “ejercicio de maduración espiritual”.

En este mismo blog, y en otros afines, podrán encontrar información sobre el Adviento, en las entradas de los años anteriores, sobre todo textos de TM, y su libro “Tiempos de celebración”, cuya lectura resulta muy apropiada para adentrarse en el sentido de la liturgia cristiana. Entre los ensayos que incluye destacaría: “Liturgia y personalismo espiritual”, “El tiempo y la liturgia” y “Adviento: ¿Esperanza o engaño?”.

También incluiría la lectura de algunos libros de Anselm Grün, y en primer lugar “Año litúrgico sanador. El año litúrgico como psicodrama” (Verbo Divino, 2002), así como otros escritos suyos que ofrecen pautas para la vivencia cotidiana de la fe. Para este año sumo además un libro de Joan Chittister, del que pueden encontrar citas en este mismo blog, “El año litúrgico. La interminable aventura de la vida espiritual”, publicado por Sal Terrae. 

Así, entre lecturas nuevas y relecturas, me preparo para el nuevo tiempo litúrgico, de manera que “pueda desarrollar las dimensiones cósmicas de lo que significa estar vivo en la entraña misma de la vida cotidiana”.

Como sustrato de lo anterior suelo leer cada año la amplia introducción que trae el primer tomo de la Liturgia de las Horas, en las que aparece ampliamente explicado el sentido del ciclo anual de celebraciones en la oración comunitaria de la Iglesia.

Otra sugerencia: suelo revisar cada año, a lo largo de estas semanas previas, los textos bíblicos que se utilizarán en los cuatro domingos de Adviento, para captar el sentido espiritual del “camino” que voy a emprender. Así, para cada domingo de este tiempo busco, para servirme de ello a lo largo de esa semana, un deseo, una suplica, una certeza y un propósito. Podemos hacerlo solos, a nivel personal, o a nivel de grupos en nuestra comunidad religiosa o parroquial, e incluso puede hacerse a nivel de familia.

Es importante que no seamos meramente entes pasivos en este proceso, sino que además de aprovechar los espacios eclesiales, seamos creativos en nuestra vida espiritual. A ello les invito con el deseo de que este nuevo Adviento traiga renovación, esperanza y alegría renovadas para todos.

(Fray Manuel de Jesús, ocd).

domingo, 18 de noviembre de 2018

BUSCANDO AL DIOS VIVO (2).


El cristianismo de nuestro tiempo está viviendo un nuevo capítulo de esta búsqueda del Dios vivo; hoy se descubre a Dios en el encuentro con la presencia y la ausencia divina en las experiencias cotidianas de lucha y esperanza, tanto ordinarias como extraordinarias. Han surgido nuevas experiencias de Dios, y estos son algunos ejemplos: el esfuerzo por luchar contra las tinieblas del Holocausto, en la lucha de los pobres y perseguidos por lograr la justicia social, los afanes de las mujeres por lograr igual dignidad humana, el encuentro del cristianismo con el bien y la verdad de otras tradiciones religiosas, o los esfuerzos de los ecologistas por proteger el planeta. Ninguna época carece de presencia divina, pero la nuestra florece de manera particular.

TRES NORMAS BÁSICAS PARA HABLAR DE DIOS: Para superar una visión excesivamente racionalista de Dios que hizo perder el norte a ciertos espirituales de la época de la ilustración (teísmos), compartamos unas líneas directrices que tienen su origen en el cristianismo primitivo y medieval, y que son recuperadas por la teología más actual:

1.     La realidad del Dios vivo es un misterio inefable que está más allá del discurso.
2.    Ninguna expresión acerca de Dios puede ser tomada de manera literal.
3.    Vemos la necesidad de dar a Dios muchos nombres.

Vamos a explicar algo de cada una de ellas:
1.     El Santo, infinitamente creador, redentor e inhabitador, está por encima y tan profundamente dentro del mundo como para ser literalmente incomprensible.  La mente humana no puede clasificar lo divino con palabra o imagen, por verdadera, hermosa o excelsa que sea. Los cristianos creen que Dios se ha hecho cercano en Jesucristo, pero aun así el Dios vivo sigue siendo un misterio inefable y no puede ser circunscrito (como dijo Pablo: vemos como en un espejo, en enigma). La historia de Agustín (en la playa, diálogo con el niño que intenta meter el mar en un hoyo en la arena) y una expresión de RANHER: somos como una islita rodeada por un gran océano; hacemos incursiones en el agua, pero las profundidades marinas excederán siempre nuestra comprensión.

2.    Nuestro lenguaje como un dedo que apunta a la luna, no la luna misma. Las palabras humanas acerca de Dios nunca han de ser tomadas literalmente, proceden por vía indirecta. En la teología católica esto se expresa mediante el concepto de analogía, y en la protestante mediante la metáfora; hoy también se usa mucho el símbolo, que abre nuevos niveles de comprensión de la realidad. Finalmente son los místicos de todas las tradiciones los que superan el pensamiento conceptual, y renuncian al deseo de dominar y definir, encontrando a Dios en lo más profundo de su ser.

3.    Si los seres humanos fueran capaces de expresar la plenitud de Dios con un nombre “directo como una flecha”, la proliferación de nombres, imágenes y conceptos observables a lo largo de la historia de las religiones carecería por completo de sentido. Pero ese nombre no existe, sino que en muy disímiles situaciones, lo seres humanos nombran a Dios con una sinfonía de notas. Frente a toda la riqueza de nombres que aparecen en la Escritura para referirse a Dios prosigue sin embargo lo que llama Santo Tomás “la pobreza de nuestro vocabulario”; incluso tomando mil nombres, imágenes y perfecciones y sumándolos, no se trasmitiría una comprensión plenamente adecuada ( Si lo has entendido, no es Dios).

Estas normas para hablar acerca de lo divino están profundamente arraigadas en la verdad del Dios vivo, y aun así en nuestro mundo se derraman torrentes de palabras sin la consciencia previa necesaria. Esta reflexión pretende e invita a liberar nuestra imaginación de modelos culturales rígidos, a la vez que aseguran cierta modestia en el discurso cuando atisbamos nuevas fronteras para  encontrar a Dios. Algunas personas se aferran a la antigua visión y no quieren cambiarla, temerosos de perder la esencia, pero la mayoría avanza buscando  un sentido último coherente con su experiencia actual de la vida. Únicamente el Dios vivo que pasa por encima de todos los tiempos puede interrelacionarse con las nuevas circunstancias históricas que el futuro continuamente aporta. Una tradición que no cambia no puede ser preservada. Cuando las personas experimentan que Dios sigue teniendo algo que decir, las luces permanecen encendidas.

(Estas notas fueron tomadas a partir de: “La búsqueda del Dios vivo”, de Elizabeth A. Johnson, Sal Terrae 2008).

La imagen de las dos entradas con este título pertenecen a YAZMI PALENZUELA. Gracias.

viernes, 16 de noviembre de 2018

MOMENTOS DE LUZ


El 16 de agosto de 1963 escribe Thomas Merton en su diario:


"Un momento absolutamente hermoso, transfigurado, de amor a Dios, y la necesidad de confiar plenamente en Él en todo, sin reserva alguna, aunque no pueda entenderse casi nada. Un sentido de la continuidad de la gracia en mi vida e idéntico sentido de la estupidez y bajeza de las infidelidades que han tratado de romper esa continuidad. ¿Cómo puedo ser tan indigno y loco como para jugar con algo tan precioso?".

Esos momentos de luz que vamos encontrando en el camino, momentos de cercanía con el Dios amor, no quitan que luego volvamos los ojos al camino que hemos dejado atrás. Para esos momentos lo mejor es CONFIAR, y abrazar la certeza de que nada es tan valioso ni hermoso como lo que nos ha sido dado. gratuitamente, sin merecerlo.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

BUSCANDO AL DIOS VIVO... (1)


INTRODUCCIÓN: En la Escritura aparece con frecuencia, de principio a fin, la expresión “el Dios vivo”; este modo de referirse a la FUENTE DE VIDA implica dinamismo, generosidad, novedad que asombra y despierta. Vivo significa lo contrario de muerto. Es un manantial que nunca se seca, que fluye siempre. Por tanto hablamos de un concepto de Dios que está lleno de energía y espíritu, vivo con designios de liberación y sanación, que nos aborda siempre desde el futuro para hacer algo nuevo. En Dios siempre hay mucho más de lo que el ser humano comprende y espera, por eso nos asombra.

 La expresión “el Dios vivo” (Creador, Salvador y Amante) evoca el inefable misterio divino activo en la historia que pide la colaboración de nuestro esfuerzo al tiempo que cultiva una relación de amor en el centro de nuestro ser (Mi corazón y mi carne se alegran por el Dios vivo). Estas ideas pretender provocar el deseo de ir más allá de nuestros conceptos personales acerca de Dios, arraigados en nuestras tradiciones, para alcanzar nuevas tierras vivificantes y verdaderas, que renueven nuestra fe, adhiriéndose al Dios vivo manifestado incluso en las tinieblas (Los mapas medievales tenían, cuando representaban el mundo desconocido, tenían esta anotación: aquí hay dragones). El creyente debe atreverse a buscar a Dios en esas regiones ignotas, ir más allá de sus propias ideas para encontrar al Dios vivo que le lleve a comprometerse de modo apasionado y responsable con este mundo, a la vez bueno y terriblemente roto.

A principios del siglo XX, Rudolf Otto publicó un estudio clásico sobre cómo han experimentado los seres humanos esa presencia numinosa que llamamos Dios en el núcleo de la religión. Él le llamó a esa presencia LO SANTO, y exploró los tres elementos imbricados que caracterizan el encuentro humano con ello. Según Otto, nosotros experimentamos lo Santo como un MISTERIO a la vez SOBRECOGEDOR  y ATRAYENTE (mysterium tremendum et fascinans).

a.    MISTERIO: hace referencia al carácter oculto de lo Santo, que supera lo imaginable, no solo por nuestras propias limitaciones intelectuales, sino por su misma naturaleza. Pero esto, lejos de ser una experiencia pesimista, este encuentro con lo Santo va unido a la promesa de plenitud: existe más plenitud de la que nosotros podemos percibir.

b.    SOBRECOGEDOR (tremendum), porque queda fuera de nuestro control, nosotros no podemos domesticar el poder de lo Santo. Esto suscita un sentimiento de reverencia rayano en el miedo, un temor sobrecogedor: somos tan pequeños ante esa majestad…


c.    FASCINANTE: expresa el carácter atrayente de este misterio, en la medida en que su dimensión de gracia resulta abrumadora. Se experimenta como amor, misericordia y consuelo; lo Santo nos llena de dicha. Las personas anhelan ansiosamente esta bondad, que da a lo Santo el poder de extasiar, seducir y atraer nuestro corazón.

 Ahora bien: los miembros de una religión son iniciados en una determinada tradición viva de encuentro con lo Santo. Innumerables antepasados a lo largo de los siglos han experimentado en su vida ese misterio sobrecogedor y atrayente, y han recogido y guardado su experiencia en textos, ritos, y prácticas concretas que expresan lo que han conocido y sentido como verdadero. Al integrarse en una vida de comunidad, los creyentes descubren el sentido de lo Santo trasmitido por sus ancestros; a la vez, buscando, encontrando y practicando ese sobrecogedor y atrayente misterio en medio de su propio tiempo mantienen el proceso activo para las generaciones venideras.

 Las religiones implican la búsqueda y exploración continua de lo último y pleno, y están por ello en constante movimiento. El siglo XX experimento la crítica demoledora de los ateísmos, que todavía persisten, y pudieron hacer creer que la búsqueda del Dios vivo llegaba a su final, sobre todo por el avance del progreso tecnológico. Pero la historia indica que la muerte de Dios se exageró en exceso. Evidentemente la religión no es un producto sin impurezas: con excesiva frecuencia ciertos grupos ceden a la tentación de hacer de su deidad el dios de su tribu, hostil a los extraños, instigando terribles brotes de violencia. El filósofo de la religión Martín Buber escribió mordazmente que la palabra “Dios” está cubierta de sangre y debería ser eliminada de nuestro vocabulario al menos hasta que se recobre de esa mala utilización.  Hay que tener constantemente presente esta ambigua herencia como correctivo crítico de todo triunfalismo religioso. Pero al mismo tiempo, la inesperada vitalidad de la religión, para bien o para mal, en nuestro siglo XXI, junto con la emergencia de nuevas formas de espiritualidad al margen de la religión organizada, hacen patente que la conexión con lo sagrado sigue teniendo una importancia vital para un buen número de mujeres y hombres en nuestro tiempo. Podemos decir pues que: la búsqueda del Dios vivo ha sido y continúa siendo una actividad perenne del espíritu humano.

¿POR QUÉ BUSCAR? Dijo San Agustín que “a Dios se le busca para que sea más dulce el hallazgo, y se le encuentra para buscarle con más avidez”. La búsqueda de Dios, aun con lo revelado en las grandes tradiciones religiosas, es ilimitada, básicamente por tres razones:

1.     La naturaleza de lo que se busca es incomprensible, insondable, ilimitada e indescriptible. El Dios vivo no puede ser comparado con nada de este mundo. Hacerlo es reducir la realidad divina a un ídolo. Esta magnitud divina significa que, por mucho que sepamos, la mente humana nunca puede captar la totalidad del Dios vivo en una red de conceptos, imágenes o definiciones, ni abarcar la realidad de Dios ni siquiera en las más sublimes doctrinas. La frase de Agustín lo resume bien: Si lo entiendes, no es Dios (Sermón 117, 5). Si tienes una idea clara de quien es Dios, entonces no se trata de él, sino de alguna realidad inferior. Porque el Dios vivo no es meramente un objeto del mundo más grande y mejor, sino el Inefable.

2.    La búsqueda es continua porque el corazón humano es insaciable. La experiencia universal de inmenso anhelo impulsa la aventura humana en todos los campos, y en el terreno de la religión, como lo han testimoniado los buscadores de Dios de todos los tiempos, el espíritu humano no puede aquietarse con ningún encuentro, sino que fascinado al atisbar algo, sigue ansioso de más. Las personas están peregrinando hasta su último suspiro, a través de la belleza y del gozo, del deber y el compromiso,  del silencio y el dolor, hacia un sentido más hondo y una unión más profunda con el Dios inefable.

3.    El tercer factor de la búsqueda perpetua es la historia de las culturas humanas, que está en constante cambio. La experiencia de Dios es siempre mediada, es decir, accesible a través de canales específicos de la historia. Cuando cambian las circunstancias, también la experiencia de lo divino experimenta cambios. Lo que vale y funciona en una época determinada (constructos intelectuales, imágenes o ritos que median la idea de Dios), no tienen sentido en otra época porque cambian las percepciones, los valores y modos de vivir. Para que las tradiciones religiosas permanezcan vivas y vibrantes, hay que reemprender la búsqueda una y otra vez.

EN RESUMEN: La profunda incomprensibilidad de Dios, asociada al profundo anhelo del corazón humano en el contexto de las cambiantes culturas históricas REQUIERE verdaderamente que haya una historia en la búsqueda del Dios vivo que nunca concluya.

(Estas notas fueron tomadas a partir de: “La búsqueda del Dios vivo”, de Elizabeth A. Johnson, Sal Terrae 2008).

viernes, 9 de noviembre de 2018

DESPERTANDO AL VERDADERO YO

 "Una vez una mujer de avanzada edad se me acercó al final de una conferencia que di en un retiro de silencio en torno a Thomas Merton y a los místicos cristianos. Me dijo que mis palabras le trajeron al presente el tiempo en que, siendo niña, vivía en una granja. En verano solía ir sola a un campo donde se tumbaba en medio de las altas hierbas para ver pasar las nubes en el cielo. Mientras me lo contaba, la mirada de sus ojos y el tono de su voz mostraban que los momentos de los que hablaba guardaban la misma novedad y frescura que cuando sucedieron de verdad. Y me di cuenta de que para ella era importante que comprendiera de qué me estaba hablando.
 Por eso, mi primera sugerencia para quienes lean este libro es que cobren conciencia de la medida en que ya han experimentado al menos algún destello fugaz de la experiencia unitiva a la que se refiere Merton cuando habla del verdadero yo. A veces los momentos en que despertamos al verdadero yo constituyen experiencias muy intensas tras las cuales jamás podemos volver a ser los mismos. Sin embargo, a menudo esos momentos de despertar son vislumbres sutiles y delicados que nos acontecen de las formas más diversas. Esos suaves asomos íntimos a nuestro verdadero yo en ocasiones sobrevienen en medio de la naturaleza, recostados sobre la tierra y viendo pasar las nubes en lo alto, o tal vez al inclinarnos para apreciar la fragancia de una rosa de color intenso, o en la soledad de la noche, al escuchar el sonido de la lluvia desde el interior de la casa. O quizás el verdadero yo haga su irrupción en esos momentos en que las personas que se aman se pierden para encontrarse en una unidad oceánica que escapa a su comprensión". 

James Finley
El palacio del vacío de Thomas Merton
Sal Terrae

sábado, 3 de noviembre de 2018

PARA LLENAR UN CORAZÓN VACÍO

Este texto de Krishnamurti lo publiqué en este mismo blog en el 2009; lo he releído y lo comparto de nuevo:

"El hombre que vino a vernos unas horas más tarde dijo que era instructor de artillería en la marina de guerra. Parecía muy serio, y llegó acompañado de su esposa y sus dos hijos. Después de saludarnos, explicó que deseaba encontrar a Dios. No se expresaba muy bien, probablemente era algo tímido, y aunque sus manos y su rostro denotaban capacidad de trabajo, había cierta dureza en su voz y en su aspecto, porque después de todo, era un instructor en las artes de matar. Dios parecía estar muy lejos de su actividad cotidiana y todo resultaba un tanto extraño; por un lado allí estaba aquel hombre que afirmaba ser sincero en su búsqueda de Dios pero, para ganarse la vida, se veía obligado a enseñar a otros diferentes métodos para matar. Dijo que era una persona religiosa y había seguido varias doctrinas de diferentes hombres que se consideraban santos; debido a que todos lo habían dejado insatisfecho, venía ahora de un largo viaje en tren y autobús para vernos, porque deseaba saber cómo alcanzar ese extraño mundo que hombres y santos han buscado. Su esposa y sus hijos permanecían muy callados, sentados sin moverse y con actitud respetuosa. Afuera, en una rama próxima a la ventana, una paloma de color castaño claro se arrullaba suavemente. El hombre no la miró en ningún momento y tanto los niños como la madre permanecieron tensos, nerviosos y con semblante serio. No se puede buscar a Dios; no hay ningún camino que conduzca a él. El hombre ha inventado muchos métodos, muchas religiones, muchas creencias, salvadores y maestros que, según cree, le ayudarán a encontrar una dicha que no sea pasajera. El infortunio de la búsqueda es que conduce a una fantasía, a una visión que la mente proyecta y mide basándose en lo que ya conoce. El comportamiento del ser humano, su forma de vivir, destruye el amor que busca. No es posible llevar un arma en una mano y a Dios en la otra. Dios ha perdido todo su significado, no es más que un símbolo o una palabra... La realidad no está al final de la corriente del pensamiento y, sin embargo, son las palabras del pensamiento las que llenan el corazón vacío". (K)

viernes, 2 de noviembre de 2018

LA FALSA LLAMA (4).

Acerca de las experiencias emociones en la vida espiritual, escribe Thomas MERTON en este artículo titulado LA FALSA LLAMA, que hemos compartido en el blog; y así, en esta última parte, sigue diciendo

"Nos esforzaremos por alejarnos de ellas y evitar las ocasiones que las provocan, si podemos precisar cuáles podrían ser estas. Pero no debemos perturbarnos ofreciendo una resistencia violenta; basta con permanecer pacíficamente indiferentes respecto a ellas. Si no podemos hacer nada para evitar estos sentimientos de embriaguez y alegría espiritual, los aceptaremos con paciencia, con reserva y hasta con cierta humildad y agradecimiento, comprendiendo que no sufriríamos tales excitaciones si no quedaran tantos sentimientos naturales en nosotros.

Tenemos que negar el consentimiento a todo cuanto haya de desordenado en ellas, y dejar el resto a Dios, aguardando la hora de nuestra liberación en las alegrías reales, los gozos puramente espirituales de una contemplación en la que nuestra naturaleza, nuestras emociones y nuestro yo no enloquecerán, sino que seremos absorbidos y quedaremos inmersos, no en esta embriaguez tambaleante de los sentidos, sino en la ebriedad limpia e intensamente pura de un espíritu liberado en Dios.

Es indudable que la pasión y la emoción tienen su lugar en la vida de oración, pero deben ser purificadas, ordenadas y sometidas al amor más elevado. Entonces, también ellas pueden compartir la alegría del espíritu y hasta contribuir a ella, en cierta medida. Con todo, hasta que sean espiritualmente maduras, las pasiones deben ser tratadas con firmeza y reserva, incluso en las consolaciones de la oración. Cuándo son espiritualmente maduras? Cuando son puras, limpias, mansas, silenciosas, no violentas, desinteresadas, desprendidas... y, por encima de todo, cuando son humildes y obedientes a la razón y a la gracia".

ESPIRITUALIDAD: ACCIÓN, AMOR, CONOCIMIENTO

"Comenzaremos por definir pragmática e incluso fenomenológicamente la espiritualidad como una manera determinada de enfrentarse a la condición humana. Expresando esta idea en términos más religiosos, podríamos decir que consiste en la actitud básica del hombre con respecto a su fin último... Una de las características que diferencia una espiritualidad de una religión establecida es que la primera tiene una mayor flexibilidad, pues se mantiene al margen de toda la serie de ritos, estructuras, etc., que son indispensables a toda religión. De hecho, una religión puede incluir diversas espiritualidades, pues la espiritualidad no está directamente ligada a ningún dogma o institución. Es más bien una actitud mental que puede adscribirse a religiones diferentes.

Podemos diferenciar tres formas de espiritualidad: de acción, de amor y de conocimiento, o, expresado en otros términos, espiritualidades centradas en la iconolatría, el personalismo y el misticismo.

1. Alguien puede intentar que su condición humana se desarrolle y perfeccione adoptando como modelo una imagen, un ídolo, un icono, que está al mismo tiempo fuera (atrayendo), dentro (inspirando) y arriba (dirigiendo). Es esto lo que da a la vida humana, a su carácter moral, pensamiento y aspiraciones, una orientación propia y un estímulo para la acción.

 2. También se podría tratar de establecer otra clase de relación en lo que podemos denominar lo Absoluto, por llamarlo de algún modo.  Puede considerárselo como el misterio oculto en lo más profundo del alma humana, misterio que sólo puede descubrirse y hacerse efectivo por el amor, por una íntima relación personal, por el diálogo. En este caso, Dios no sólo es, por decirlo así, el polo esencial que orienta la personalidad humana, sino también su elemento constitutivo, pues no se puede vivir o ser sin amor y no se puede amar sin esta  dimensión de verticalidad que únicamente se realiza en el descubrimiento de la persona divina.

 3. La tercera forma de espiritualidad subraya los derechos del pensamiento y las exigencias de la razón, o más bien, del intelecto o intuición; rechaza un Dios más o menos construido a la medida y necesidades del hombre y pretende penetrar en el análisis último del ser para encontrar allí una visión que dé al hombre la posibilidad de vivir en la plena aceptación de su propia humanidad".

Raimon Panikkar
La Trinidad.

jueves, 1 de noviembre de 2018

SANTIDAD CRISTIANA


Al tema de la Santidad volvemos siempre, porque nos apasiona y desafía, y forma parte del gen espiritual de todos los seres humanos. Cuando hablamos de santidad, nos referimos básicamente a una vida en la que se despliegue el potencial espiritual recibido como don en el sacramento del bautismo[1], pero que ya está en nuestra esencia humana por el hecho de ser creaturas, es decir, tener nuestro origen en Dios; y esto implica,  en clave cristiana,  hablar de una vida plenamente realizada, según el proyecto de Dios Padre para todos sus hijos. 
El término “santidad” aparece generalmente vinculado  a otros términos afines:   discipuladoseguimiento, imitación,  filiación, unión, vida espiritual, vida que tiene su fuente en Cristo, o a  lo que el tratado de la gracia denomina “participación”. Así, podemos afirmar que el concepto de santidad implica, por tanto, en lo concreto, vitalidad y dinamismo en la práctica de la fe.
El  sinónimo más frecuentemente   utilizado en el campo de la teología espiritual para referirse a  la santidad es “perfección[2]. Aunque personalmente prefiero utilizar la palabra  “santidad”, y soy  partidario de recuperar el sentido del término en toda su amplitud, y de modo especial a nivel pastoral, no hay que rechazar de plano el valor que el término “perfección”, y  otros conceptos afines, han tenido en la Iglesia durante muchos siglos. Como imperativo evangélico transformaron  la vida de muchas personas, y marcaron épocas, grupos humanos, fecundando la historia, ya sea que se utilizara una u otra expresión[3]. No obstante, siempre hay que resaltar que la condición humana es de por sí imperfecta, e insistir de manera inadecuada en el término perfección puede ayudar en el desarrollo de prácticas espirituales inadecuadas e incluso patológicas. Santidad, dijo alguien, más ser perfecto es estar completo, y creo que se entiende mejor desde esa perspectiva: caminar hacia una plenitud  de vida en Dios, que también considera nuestros límites y valora nuestros propósito de crecimiento, dentro de un progresivo proceso de maduración humana y espiritual. 

Me parece que ilumina el tema las distinciones que hace Luis Aróstegui, carmelita descalzo, para entender de lo que hablamos cuando tratamos acerca de la santidad: 

Primero, para la fe Bíblica y cristiana,  el Santo es ante todo Dios, que merece adoración;  es decir,  el reconocimiento de lo santo como santo, de Dios como Dios. 

Luego, en segundo lugar,  lo Santo santifica o reserva especialmente para sí realidades terrenas, lugares, personas tiempos, acciones, relacionadas especialmente con el Santo, que funcionan como mediaciones para entrar en comunicación con los humanos. Son realidades “santas” por participación, que resultan accesibles y que pueden ser profanadas, pero el Santo no, en el sentido de que por ello sufra detrimento su santidad. 

Y en tercer lugar estarían las personas llamadas “santas” en el devenir histórico cristiano, distinguibles de las que anteriormente señalábamos porque en ellas la presencia de Dios (del Santo) se realiza a través de lo ético.

Así también, dice el mismo autor, en  la aplicación del calificativo “santo”, se pueden distinguir varios niveles:

a. los santos en el sentido del Nuevo Testamento, es decir, los cristianos que viven cristianamente, que han recibido la fe en el bautismo, y con ella la filiación, el Espíritu Santo. Son santos, no sólo consagrados al culto divino, sino consagrados interiormente, en su propio ser.

b. Luego, en un sentido más restringido, santos son los cristianos que viven plenamente la vida cristiana, los que han alcanzado su madurez en Cristo, y lo viven con sencillez y libertad, con naturalidad. Casi nunca empleamos con ellos la palabra “santa”, por parecernos demasiado grandes; les llamamos “buenos”.

c. Y finalmente, están los santos  canonizados o canonizables, una santidad con signos “extraordinarios”, que funcionan como “modelos” eclesiales e incluso humanos.

 Estas distinciones ayudan en la comprensión de la santidad cristiana, pero por supuesto que no agotan el ámbito del que tratamos, que permite siempre nuevas maneras de vida y relaciones humanas, como expresión del actuar de Dios en el mundo.
  
Son muchos los  frutos  que la llamada a la santidad   ha dejado en la Iglesia y en el mundo, y muchos los hombres y mujeres santos de los que la Iglesia guarda memoria viva,  aunque no es menos cierto también que en algunos ambientes  aparecen testimonios de una comprensión negativa de esta realidad, tal vez por cierta ambigüedad que acompaña al concepto, o porque no deja de ser la santidad algo que nos supera y los que se empeñan en alcanzarla entran en una corriente de curso  impredecible[4]. Los mismos creyentes en las comunidades cristianas no están imbuidos de lo que implica, en todo su sentido, la llamada a la santidad que hemos recibido todos los que nos llamamos cristianos. Aunque a partir del Concilio Vaticano II  se ha hecho común hablar de la “llamada a la santidad de todos los bautizados”,  todavía falta mucho para que la santidad se convierta en un aspecto central en la vida de los cristianos[5], y mueva a nuestras comunidades de fe a dar un testimonio más vivo y encarnado del amor de Dios. 



[1]  C. A. Bernard, Teología Espiritual, Salamanca, Ediciones Sígueme, 2007, P.23
[2] Cierta ambigüedad y discusión en el uso de ambos términos. Parece que “perfección” referiría más al sentido de algo completo, acabado, realidad que contrasta con la experiencia humana, siempre inacabada. Hoy algunos autores prefieren utilizar otros conceptos, como “madurez” o “maduración”...
[3] S. Arzubialde, “Theologia Spiritualis. El camino espiritual del seguimiento a Jesús”, Madrid, Publicaciones de la Universidad Pontificia de Comillas, Madrid, 1989, 65-82.
[4] En este sentido resultan curiosas las palabras de Dorothy Day: “Cuando te llaman santa, significa, básicamente, que no deben tomarte en serio”; lo veía como una manera de quitar valor a sus propuestas radicales. R. Ellsberg, Todos los santos, Buenos Aires-México, Lumen, 2001, 564.
[5] S. Gamarra, Ob. Cit.,  180: “El que sea para todos no quiere decir sin más que la tengan todos. Es muy fácil quedarse en la mera complacencia de una vocación compartida a la santidad sin ninguna urgencia personal concreta. Se necesita marcar el camino y seguirlo”.

Ser parte de todo...

¡Oh Dios! Somos uno contigo. Tú nos has hecho uno contigo. Tú nos has enseñado que si permanecemos abiertos unos a otros Tú moras en nosotros. Ayúdanos a mantener esta apertura y a luchar por ella con todo nuestro corazón. Ayúdanos a comprender que no puede haber entendimiento mutuo si hay rechazo. ¡Oh Dios! Aceptándonos unos a otros de todo corazón, plenamente, totalmente, te aceptamos a Ti y te damos gracias, te adoramos y te amamos con todo nuestro ser, nuestro espíritu está enraizado en tu Espíritu. Llénanos, pues, de amor y únenos en el amor conforme seguimos nuestros propios caminos, unidos en este único Espíritu que te hace presente en el mundo, y que te hace testigo de la suprema realidad que es el amor. El amor vence siempre. El amor es victorioso. AMÉN.
-Thomas Merton-

Santidad es descubrir quién soy...

“Es cierto decir que para mí la santidad consiste en ser yo mismo y para ti la santidad consiste en ser tú mismo y que, en último término, tu santidad nunca será la mía, y la mía nunca será la tuya, salvo en el comunismo de la caridad y la gracia. Para mí ser santo significa ser yo mismo. Por lo tanto el problema de la santidad y la salvación es en realidad el problema de descubrir quién soy yo y de encontrar mi yo verdadero… Dios nos deja en libertad de ser lo que nos parezca. Podemos ser nosotros mismos o no, según nos plazca. Pero el problema es este: puesto que Dios solo posee el secreto de mi identidad, únicamente él puede hacerme quien soy o, mejor, únicamente Él puede hacerme quien yo querré ser cuando por fin empiece plenamente a ser. Las semillas plantadas en mi libertad en cada momento, por la voluntad de Dios son las semillas de mi propia identidad, mi propia realidad, mi propia felicidad, mi propia santidad” (Semillas de contemplación).

LA DANZA GENERAL.

"Lo que es serio para los hombres a menudo no tiene importancia a los ojos de Dios.Lo que en Dios puede parecernos un juego es quizás lo que El toma más seriamente.Dios juega en el jardin de la creación, y, si dejamos de lado nuestras obsesionessobre lo que consideramos el significado de todo, podemos escuchar el llamado de Diosy seguirlo en su misteriosa Danza Cósmica.No tenemos que ir muy lejos para escuchar los ecos de esa danza.Cuando estamos solos en una noche estrellada; cuando por casualidad vemos a los pajaros que en otoño bajan sobre un bosque de nísperos para descansar y comer; cuando vemos a los niños en el momento en que son realmente niños; cuando conocemos al amor en nuestros corazones; o cuando, como el poeta japonés Basho, oímos a una vieja ranachapotear en una solitaria laguna; en esas ocasiones, el despertar, la inversiónde todos los valores, la "novedad", el vacío y la pureza de visión que los hace tan evidentes nos dan un eco de la danza cosmica.Porque el mundo y el tiempo son la danza del Señor en el vacío. El silencio de las esferas es la música de un festín de bodas. Mientras más insistimos en entender mal los fenómenos de la vida, más nos envolvemos en tristeza, absurdo y desesperación. Pero eso no importa, porque ninguna desesperación nuestra puede alterar la realidad de las cosas, o manchar la alegría de la danza cósmica que está siempre allí. Es más, estamos en medio de ella, y ella está en medio de nosotros, latiendo en nuestra propia sangre, lo queramos o no".
Thomas Merton.

ORACIÓN DE CONFIANZA...

“Señor Dios mío, no tengo idea de hacia dónde voy. No conozco el camino que hay ante mí. No tengo seguridad de dónde termina. No me conozco realmente, y el hecho de que piense que cumplo tu voluntad, no significa que realmente lo haga. Pero creo que el deseo de agradarte te agrada realmente. Y espero tener este deseo en todo lo que estoy haciendo. Espero no hacer nunca nada aparte de tal deseo. Y sé que si hago esto, tú me llevarás por el camino recto, aunque yo no lo conozca. Por lo tanto, siempre confiaré en ti aunque parezca perdido y a la sombra de la muerte. No temeré, pues tú estás siempre conmigo y no me dejarás que haga frente solo a mis peligros

Para intercambiar comentarios sobre Thomas Merton y otros maestros contemporaneos del espíritu.