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martes, 28 de febrero de 2023

THOMAS MERTON Y MARÍA (2)

 

"En las páginas finales de su diario premonástico escribe haber dedicado el Adviento de 1941 a la Santísima Virgen para pedirlre que le ayudara a entrar en Gethsemani, y  los diarios monásticos de la década siguiente están llenos de oraciones y reflexiones que expresan la intensidad sostenida de su devoción a María

Por ejemplo, en la festividad de la Visitación de 1947 comenta que María le visita, aportando a su vida salud y luz. Tras ser ordenado diácono en 1949, escribe que "María a tomado posesión de mi corazón... Ella me fue dada con el libro de los evangelios, que, como ella, da al mundo a Cristo. Me pregunto qué he hecho toda mi vida sin descansar en su corazón, que es el Corazón de toda sencillez". Aunque la intensidad y la frecuencia de las referencias a María en su diario decrecen con los años, siguen presentes y mantienen su relevancia. 

En diciembre de 1959, en medio de sus recurrentes crisis de vocación, escribe: "Esperanza en Nuestra Señora. Hoy en misa he pensado:Si tengo a María, lo demás no importa. Pero sí importa, porque este deseo de soledades parte de mi amor a ella, de su voluntad para mí". 

A principios de 1965, año en que pasará a vivir de modo permanente en la ermita  llamada Our Lady of Carmel (Nuestra Señora del Carmelo), escribe sobre la presencia importante pero inaprensible de María en la ermita, añadiendo: "La necesito y ahí está. Quizás debería pensar en ello de forma más explícita y más a menudo". Un año después, al día siguiente de la fiesta de la Presentación, escribe acerca de rezar a María tras la misa, de reconocer la "enorme importancia" que ella tiene en su vida y de volver a consagrarse a ella: "Tengo gran necesidad de pertenecer a ella", escribe, declaración que es un eco de declaraciones muy anteriores, si bien ahora se centra en el misterio de lo que significa realmente esta autoentrega. 

En medio de su intensa relación con la enfermera, incluso agradece a María "la pura gratuidad de este amor. Casi un año después, en la vigilia de Pentecostés de 1967, habla de este "sentimiento de la cercanía y misericordia de María" en el contexto de las noticias de apariciones (de la Virgen) en Garabandal (España), que considera "verdaderas en su mayor parte" y llamadas que se le hacen para un arrepentimiento más profundo".

Tomado de: Diccionario de Thomas Merton

miércoles, 9 de junio de 2021

BAUTISMO Y CONVERSIÓN EN THOMAS MERTON (4)

Luego de recibir el bautismo católico la vida de Merton trascurrió entre momentos de intensa devoción, una conciencia progresiva de la vaciedad de su vida y las viejas costumbres que compartía con sus amigos: juergas, bebidas, mujeres, búsquedas intelectuales, intentos de llegar a ser un escritor famoso. Eran años de tensión para el mundo los que precedieron al comienzo de la Segunda Guerra Mundial (“Eran días grises de gran calor y bochorno, y el peso de la opresión física de la atmósfera se añadía inconmensurablemente al agobio de las noticias de Europa, que se hacían más ominosas día a día.”). Merton pide a Dios la publicación de su libro, y Dios responde con algo mejor: le devuelve su vocación, el deseo de ser sacerdote.

El día que empezó la guerra, Merton acude a la misa en la iglesia de San Francisco de Asís, cerca de la estación de Pensilvania (New York): "Recibía de la mano del sacerdote a Cristo en la Hostia, al mismo Cristo que era clavado de nuevo en la Cruz por efecto de mis pecados y de los pecados de todo el mundo egoísta, estúpido e idiota de los hombres". Es en medio de toda esta situación descrita que llegaría a la mente de Merton el deseo de ser sacerdote; no mientras oraba, sino sentado en el suelo, una tarde de resaca, desayunando con sus amigos; comieron, conversaron, fumaron y luego salieron a pasear. Y nos dice Merton:

En alguna parte, en medio de todo esto, una idea se me había ocurrido, una idea que era algo alarmante y bastante trascendente por sí misma, pero mucho más asombrosa en tales circunstancias. Tal vez muchos no creerán lo que estoy diciendo. Mientras estábamos allí en el suelo tocando discos y comiendo este desayuno (huevos revueltos, tostadas y café) surgió la idea: voy a ser sacerdote.”

¿Cómo describe Thomas Merton los sentimientos de aquel día?

NO ERA:
1- Una reacción de repugnancia especialmente intensa por estar cansado y desinteresado de la vida que llevaba.
2-Ni la música, o el otoño; no era una tendencia emocional, algo morboso u obsesionante.
3- Tampoco un objeto de pasión o capricho.

SI ERA:
1- “Una atracción fuerte, dulce, profunda e insistente que de súbito se dejó sentir; pero no como un movimiento de apetito hacia ningún bien sensible”.
2- “Era algo en el orden de la conciencia, un sentimiento nuevo, profundo y claro, de que esto era realmente lo que debía hacer.”

En aquel mismo lugar tuvo que expresar lo que sentía, y como al azar dijo a sus amigos: “Creo que debiera ingresar en un monasterio y hacerme sacerdote.” (255).

Ese mismo día, luego de compartir la misma idea con una muchacha con la que paseaba, Merton entra a una pequeña biblioteca católica para buscar un libro sobre órdenes religiosas, y de ahí a la iglesia jesuítica de San Francisco Javier, en la que nunca antes había entrado. Como conducido por la mano de Dios encuentra una puerta que lo conduce a una capilla en la que tenía lugar una celebración, sería una Novena o una Hora Santa.

Apenas encontré sitio y caí sobre mis rodillas, empezaron a cantar el Tantum Ergo… todas estas personas, trabajadores, ancianas, estudiantes, empleados, cantaban el himno en latín al Santísimo Sacramento escrito por Santo Tomás de Aquino.

Fijé los ojos en el Monumento, en la Hostia blanca. Y entonces, súbitamente, se me hizo claro que toda mi vida estaba en crisis. Mucho más de lo que podía imaginarme o comprender o concebir ahora dependía de una palabra… de una decisión mía.” (257)


Es importante la lectura que hace el propio Merton de aquellos instantes:

1- Algo inesperado: No estaba preparado para esto, nada había estado más lejos de su mente.

2- Venido de Dios: “Llamado aquí bruscamente para responder a una pregunta que se había preparado, no en mi mente, sino en las profundidades infinitas de una providencia eterna”.

3- Oportunidad que podía perder: “Experimenté que era sólo por un momento”.

4- Un momento de crisis y de interrogación: Un momento inquisitivo, un momento de gozo. “Toda mi vida quedó en suspenso al borde de un abismo; pero esta vez el abismo era de amor y de paz, el abismo era Dios”.

5- Un acto intuitivo, interior: Más que racional, “un acto ciego e irrevocable el arrojarme. Pero si dejaba de hacerlo…”.

La pregunta estaba ahí: “¿Quieres realmente ser sacerdote? Si lo quieres dilo…

Él respondió: “Si, quiero ser sacerdote, lo quiero con todo mi corazón. Si es tu voluntad, hazme sacerdote…” Y lo hizo mirando rectamente a la Hostia, sabiendo en ese momento como nunca antes a quién miraba.

Resumiendo: Si Merton encuentra es porque busca, ya sea que lo haga consiente o inconscientemente. Es algo inesperado que de alguna manera se espera. Lo que se describe es una verdadera experiencia interior. Aquí encontramos los dos descubrimientos de la experiencia de Dios: Yo soy nada (“Se me hizo claro que toda mi vida estaba en crisis”) y Él es todo (“Sabiendo en ese momento como nunca antes a quién miraba”). 

Descubrimiento profundo del ser de Dios, más allá del conocimiento intelectual o racional; ve la mano providente de Dios condiciéndole en medio de la historia humana. Confirma su sensación de que el bautismo es una llamada.

viernes, 4 de junio de 2021

BAUTISMO Y CONVERSIÓN EN THOMAS MERTON (3)

Merton recuerda en su autobiografía una anécdota que tuvo especial importancia para él, “por lo que se refiere a mi alma”. Conversaba con uno de sus amigos (Lax) y este le preguntó: “Pero, ¿Tú qué quieres ser?”. La conversación describe una realidad común para muchos cristianos, y merece ser leída con detenimiento; trascribo acá lo más importante.

“–No lo sé; presumo que quiero ser un buen católico.
-¿Qué quiere decir “ser un buen católico”?

La explicación que di era bastante defectuosa, expresaba mi confusión y descubría cuán poco había pensado de verdad sobre ello.
Lax no la aceptó:

- Lo que deberías decir –me dijo- , lo que deberías decir es que quieres ser un santo.

¡Un Santo¡ El pensamiento me impresionó como algo misterioso.

-¿Cómo quieres que yo llegue a ser santo?
-Queriéndolo –dijo Lax simplemente.
-No puedo ser un santo –dije- no puedo ser un santo.

-No –Lax agregó- No. Todo lo que se necesita para ser santo es querer serlo. ¿No crees que Dios te hará aquello para lo que te creó, si tú consientes en permitirle que lo haga? Todo lo que tú tienes que hacer es desearlo.”

Pero, reconoce Merton, el principal obstáculo para alcanzar la santidad es que no queremos serlo... Es la cobardía la que nos hace decir: No, no puedo, para no hacer lo que debo. (“Me contento con salvar mi alma… no quiero abandonar mis pecados y mis afectos”). Merton comprende que su amigo tiene razón, que es eso lo que dicen los Evangelios, y han dicho los santos. Pero era necesario que pasara por encima de sus viejas costumbres: “Mi complejidad, pervertida por mis apetitos.”

Así, en un impulso, aprovechando la luz de ese momento, compra (“a gran precio”) el primer volumen de las obras de San Juan de la Cruz, y comienza a leerlo. “Me sentaba en la habitación… y volvía las primeras páginas, subrayando pasajes aquí y allá con lápiz”. Pero dice también: “Me exigiría más que eso hacerme santo… porque esas palabras que subrayaba, aunque me asombraban y deslumbraban con su importancia, eran todas demasiado simples, para que yo las comprendiese… demasiado desnudas, demasiado limpias de toda duplicidad y compromiso…”.


Así, complejidad y simplicidad aparecen como realidades opuestas. Complejos son el hombre, su vida, sus apetitos, su mundo. Simple es Dios, y su Palabra, su camino, su santidad. Nosotros queremos ser “normales”, y no santos. Creemos que ser santos es algo complicado. Pero justamente resulta todo lo contrario: Lo normal es ser santos, y ser santos es ser simples, sencillos, sin complicaciones.

Los santos están saturados de Cristo en la plenitud de su Poder Real y Divino; tienen conciencia de ello y se entregan a él para que pueda ejercer su poder por mediación de los actos más mínimos y al parecer más insignificantes para la salvación del mundo.”.


La Santidad es, definitivamente, nuestra vocación, nuestro destino, nuestra condición; aquello para lo que fuimos creados; la meta de nuestra vida. Juan Pablo II lo afirmó así al comenzar el milenio: Cuando se nos pregunta si queremos ser bautizados se nos está preguntando si queremos ser santos. Es la misma cosa. Elegimos ser del “montón”, para no renunciar a nuestros pequeños placeres personales, aun cuando esos placeres no traigan más que dolor.

Fray Manuel de Jesús, ocd.

miércoles, 2 de junio de 2021

BAUTISMO Y CONVERSIÓN EN THOMAS MERTON (2)

“Si hubiera aceptado el don de la santidad ofrecido en mis manos cuando estaba junto a la pila bautismal… ¿Qué podría haber sucedido en el mundo? Los hombres no tienen idea de lo que puede hacer un santo”.
(M7C; 235)

 Cuando la Gracia de Dios irrumpe en nuestra vida la trastorna toda; lo vemos todo de una manera nueva, redescubriendo el sentido de lo que hemos vivido y de todo lo que nos rodea; entendiendo lo que antes nos resultó inexplicable. Pero trayendo a su vez “una responsabilidad espantosa, si dejamos de responder a ella” (M7C, 229). 

Thomas Merton compara su bautismo con el desierto al que entra Israel después de cruzar el Mar Rojo; es una tierra diferente, “una tierra de colinas y llanuras, que espera la lluvia del cielo”. El bautismo no supuso para él (creo que para casi nadie) el dejar atrás toda su antigua vida, sino la entrada en una dinámica existencial diferente; ahora podía ver con mayor claridad la miseria y el vacío de su vida anterior, aun cuando no pudiera deshacerse totalmente de ella. El bautismo es (para Merton) fundamentalmente una llamada; llamada que “en cierto sentido, me era casi imposible oírla y contestarla” (Pág. 229); pero ya entonces comprendía que le había sido “abierta ese día la puerta hacia reinos inmensos” (229). 

Es ciertamente una situación paradójica en la que Dios pone a prueba la capacidad del hombre para responder a su gracia. “Existía una especie de imposibilidad moral” (Pág. 230).
¿Qué habría debido hacer y no hizo, según Merton? 
1- Ir a la comunión todos los días. (Frecuentar todo lo posible la Eucaristía).
 2- Buscar dirección espiritual, constante y completa. 
3- Alimentar un alto ideal (sacerdocio); pero también podían haber sido otros, como laico comprometido. 
4- Oración: aprender a orar y dedicar tiempo a ello.
 5- Devoción a María, virgen. 

 Es evidente que en muchas páginas de su autobiografía Merton manifiesta una piedad tradicional y afectada (Él mismo lo reconocerá años después); no obstante, sabiendo esto, podemos servirnos de ello para despertar a nuestras propias necesidades espirituales.

 “Uno de los grandes defectos de mi vida espiritual en ese primer año era la falta de devoción a la Madre de Dios” (231); a lo largo de su vida mantuvo Merton una especial relación espiritual con María, y ejemplos abundantes de ello los encontramos en las páginas de sus diarios. Aquí, en las reflexiones de su autobiografía, encontramos también muestras de esa cercanía afectiva para con la madre de Dios. Por ejemplo, su viaje a Cuba, para visitar el santuario de El Cobre, pág. 280-288, y ofrecimiento de su sacerdocio a la Virgen, etc. 

Al respecto podemos apuntar algunas precisiones del propio Merton: 1- Una piedad formal: “Creía en las verdades que enseña la Iglesia acerca de Nuestra Señora, decía el Ave María cuando rezaba, pero eso no era bastante”. “Nuestra Señora ocupaba en mi vida poco más del lugar de un bello mito… pues en la práctica no le prestaba más que la clase de atención que uno da a un símbolo o a una cosa de poesía. Era la virgen que estaba en la puerta de las catedrales medievales. Era la que había visto en todas las estatuas del Museo de Cluny y cuyos cuadros, por ese motivo, habían decorado las paredes de mi estudio” (231-232). Pero: “Ese no es el lugar que corresponde a María en la vida de los hombres”. 

2- Una piedad fuerte:La gente no se da cuenta del tremendo poder de la Santísima Virgen. No sabe quién es, que por sus manos vienen todas las gracias porque Dios ha querido que ella participe así en su obra de salvación de los hombres”. (231). “Es la Madre de Cristo todavía. Su Madre en nuestras almas. Es la Madre de la vida sobrenatural en nosotros. La santidad nos viene por su intercesión. Dios ha querido que no haya otro medio. Yo no tenía ese sentido de su dependencia ni de su poder. No sabía qué necesidad tenía de confianza en ella”. (232). 

 Entonces, a modo de resumen, Merton pregunta: “¿Qué podía hacer yo sin amor de la Madre de Dios, sin un objetivo espiritual claro y elevado, sin dirección espiritual, sin comunión diaria, sin una vida de oración?” Lo anterior puede verse en sentido positivo: lo que debía incorporar Merton a su vida; pero había algo más: Lo que tenía que cambiar o quitar de su vida. “Pero lo que más necesitaba era el sentido de la vida sobrenatural y mortificación sistemática de mis pasiones y de mi naturaleza insensata” (232). 

Necesitaba transformar, trabajar, eso que antes reconocía como “una especie de imposibilidad moral”. Su vida, marcada por la realidad del pecado, por los excesos, por el vicio; eso deja huellas en el cuerpo y en el espíritu de la persona; la incapacita para ciertas cosas. “Había vivido para mí solo. Había vivido para la satisfacción de mis deseos y ambiciones, para placer y comodidad, reputación y éxito”. (Egoísmo). Era necesario un CAMBIO RADICAL. (En la raíz). 

Sin embargo: “Pensé que todo lo que tenía que hacer era continuar viviendo como había vivido antes, pensando y obrando como antes lo hacía… Pero, si continuaba viviendo como lo había hecho antes, sería simplemente incapaz de evitar el pecado mortal". (232). “El bautismo había traído consigo la obligación de reducir todos mis apetitos naturales a la subordinación de la voluntad de Dios” (Pasar de la sabiduría de la carne a la sabiduría del espíritu).

 "Hasta donde los hombres están dispuestos a preferir su propia voluntad a la voluntad de Dios, puede decirse que odian a Dios; por supuesto, no pueden odiarlo en Sí mismo. Pero lo odian en los mandamientos que violan. Pero Dios es nuestra vida: la voluntad de Dios es nuestro alimento, nuestra carne, el pan de nuestra vida. Odiar nuestra vida es entrar en la muerte, y por consiguiente, la prudencia de la carne es la muerte”.
 “Ya que mi vida después del bautismo era muy parecida a lo que había sido antes de él, me hallaba en la condición de los que desprecian a Dios por amar al mundo y su propia carne más que a él.” 
 “Casi todo lo que hacía tendía, por virtud de mi tendencia habitual, a complacerme a mí mismo antes que todo lo demás, a obstruir y desvirtuar la obra de la gracia en mi alma” (233).  

Intelectualmente convertido, convencido su entendimiento de las verdades que enseña la iglesia, faltaba a Thomas Merton la conversión del corazón (sentimientos, voluntad, movimientos interiores). “Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón”. 

Los tesoros de Merton seguían estando lejos, fuera de Dios. (“Cegado por mis propios apetitos”; “Quería gozar de todas las clases de placeres”; “No vacilaba en colocarme en situaciones que sabía acabarían en desastre espiritual”. 233).

Fray Manuel de Jesús, ocd.

BAUTISMO Y CONVERSIÓN EN THOMAS MERTON (1)

Estas páginas intentan un acercamiento al proceso de conversión que Thomas Merton experimentó, de modo que podamos aprovecharnos de su experiencia, y recibir luz para entender nuestro propio camino cristiano. Para este propósito, seguiremos lo que él propio Merton narra en su autobiografía, “La Montana de los Siete Círculos”. 

Merton y Aldous Huxley: Comenzaremos leyendo sobre el encuentro de Thomas Merton con un libro de Aldous Huxley (“Ende and Jeans”), como parte de su proceso de conversión. Fue en noviembre de 1937, cuando un amigo le habló de este libro y Merton corrió a comprarlo. Lo leyó y escribió luego un artículo sobre él. Merton había leído antes a Huxley, cuando tenía 16 o 17 años, y “había construido una filosofía extraña y superficial basada en todas las novelas que estaba leyendo” (187). Ahora Huxley había cambiado y Merton también; Huxley predicaba ahora el misticismo, luego de leer amplia, profunda e inteligentemente todo tipo de literatura mística cristiana y oriental. Así proponía la práctica de la oración y el ascetismo, asegurando que la experiencia de lo sobrenatural era posible, y reafirmando el dominio de nuestra inteligencia y voluntad. Merton por ese entonces sacó provecho de aquella lectura: “El efecto más importante del libro en mí fue hacerme empezar el saqueo de la biblioteca de la universidad en busca de libros de misticismo oriental”. (189). En ese entonces no entendió mucho de aquellas lecturas, pero seguramente dejaron la semilla de su futuro interés por las experiencias religiosas del oriente. 

A Misa por primera vez: Otro acontecimiento que narra Thomas Merton en esta parte de su autobiografía es su decisión de asistir a misa por vez primera. (pág. 208) “Cada semana, cuando llegaba el domingo, sentía un deseo creciente de quedarme en la ciudad para ir a alguna iglesia.” “Un fuerte impulso empezaba a afirmarse y me sentía arrastrado mucho más imperativamente a la Iglesia católica. Por último, la tendencia se hizo tan fuerte que no pude resistirla. Visité a mi muchacha y le dije que no iba a salir ese fin de semana, que había resuelto ir a misa por primera vez en mi vida.” 

Evocar a partir de mi propia experiencia lo que significó asistir a una misa, participar de la liturgia de la iglesia por primera vez. Esa misma impresión la vivió Merton, y constituyó una experiencia inolvidable, por eso dedica varias páginas de su autobiografía a describir los sentimientos de aquel día. (Pág.208-213) 

Elementos que llaman mi atención
1- Su estado de ánimo; sus sentimientos y emociones interiores. 
2- Todo lo que le rodea participa de su estado anímico: la naturaleza, la ciudad, los edificios. Su capacidad para detenerse y percibir la realidad es mayor. 
3- Se asombra de encontrar la iglesia llena y no solo de personas ancianas. “La cosa que me impresionó más fue que el lugar estaba lleno, absolutamente lleno. Estaba lleno no solo de personas ancianas y caballeros agotados, con un pie en la tumba, sino de hombres y mujeres, niños, jóvenes y viejos… especialmente jóvenes”. (210)
 4- Descubre también Merton que la gente reza, y lo hace de un modo natural, sin afectación, libremente; mientras él se arrodilla observa como una joven muchacha reza con recogimiento. 

Básicamente: Se descubre a sí mismo y al mundo en una apabullante novedad, y descubre la Iglesia como una entidad viva, dinámica, plural. Y se le abre la puerta de la oración de una manera consciente. Todo esto junto puede calificarse de un verdadero “despertar”, que introduce a Merton en una etapa nueva de su camino espiritual. Y es en la Eucaristía, en la que Merton participa por vez primera, donde ocurre todo esto. Luego Merton describe cómo siguió la liturgia: el sacerdote y sus acólitos, el predicador, la gente que sigue la ceremonia; describe el sermón del predicador y la impresión que todo aquello suscitó en él. Cuando finalmente sale del templo, dice: “Mis ojos miraban alrededor de mí un mundo nuevo. No podía comprender qué había pasado para hacerme tan feliz, por qué estaba tan en paz, tan contento de la vida”. Y luego: “Todo lo que sé es que entraba en un nuevo mundo. Hasta los feos edificios de Columbia estaban transfigurados en él y por todas partes había paz”. (213). 

La fe transforma y da luz a la mirada del hombre. Interés por lo católico. “Mi lectura se hacía cada vez más católica”. Merton, en sus búsquedas espirituales, se acerca a la vida y a la poesía de Gerard Manley Hopkins (Jesuita); no solo era un interés literario, también quería saber sobre su sacerdocio y su condición religiosa. Sus lecturas de entonces eran el “Ulises” de Joyce, y antes había leído el “Retrato de un Artista Adolescente”. En un sermón que aparece en este último Merton siente que “esos católicos sabían lo que creían, sabían lo que tenían que enseñar y todos enseñaban lo mismo y lo enseñaban con coordinación, finalidad y gran efecto”. En el libro de Joyce queda fascinado por las descripciones de sacerdotes y vida católica, a pesar de que la intención del autor era precisamente provocar el efecto contrario. 

Lee también por ese entonces a los poetas metafísicos, como es el caso de Richard Crashaw, su vida y su conversión al catolicismo; busca saber acerca de los jesuitas. Todo esto como símbolos de su nuevo interés por la vitalidad del apostolado católico. Pero con todo, dice Merton, “No estaba dispuesto a permanecer junto a la fuente”. (Pág. 214-215) 

El interés de Merton por lo católico era todavía esencialmente intelectual, estético; se contentaba con “estar parado y admirar” (215). A Merton le atraía el hecho de que los jesuitas aparecían como gente estudiosa e inteligente, pero le asustaba un poco la estructura de la compañía, su eficiencia, la imagen exterior que proclamaban. Su decisión de ir a misa por primera vez no transformó su vida; el fin de semana siguiente volvió a sus hábitos de siempre, no volvió a misa en aquel tiempo; simplemente añadió un avemaría a sus oraciones nocturnas. (¿) 

El Bautismo. A su conversión católica Merton añade un elemento acelerador, el hecho de que la humanidad se viera ante la inminencia de una guerra; en medio de sus actividades cotidianas Dios va preparando el corazón para disponerlo al momento en que se atreve a decir: Sí, quiero. En un día de septiembre, un día lluvioso, Merton está en su apartamento leyendo un libro acerca de Hopkins; este pensaba hacerse católico y escribía al cardenal Newman sobre su propósito. Mientras lee, algo se agita dentro de él, y siente como propio lo que está leyendo. Una voz interior le dice: “¿Qué esperas? ¿Por qué no te levantas y vas?” Merton describe sus sentimientos de ese momento: “Era un movimiento que hablaba como una voz”. “Me esforzaba por acallar la voz”. "Esto es locura. Esto no es racional”. “Di inquieto vueltas en la habitación”. (218) Y entonces la decisión. “De repente no pude aguantar más. Dejé el libro, me puse el impermeable y bajé la escalera. Salí a la calle… y entonces todo mi interior empezó a cantar… a cantar con paz, a cantar con fuerza, a cantar con convicción”. 

Se llegó hasta la iglesia buscando al sacerdote y cuando lo encontró le dijo: “Padre, quiero hacerme católico”. (219) A partir de este momento Merton comenzó a prepararse para recibir el bautismo; lecturas, preparación dos veces por semana con un sacerdote; renuncia a algunas de sus antiguas diversiones; asiste a la predicación de algunas misiones parroquiales. Entre otras cosas que cuenta hace referencia a un sermón sobre el infierno que escuchó en aquellos días. Muchas ideas pasaban por su mente entonces, incluso la idea de ser sacerdote. 

Finalmente recibiría el bautismo en el mes de noviembre, día 16, y Ed Rice fue su padrino; le acompañaban otros amigos: Lax, Seymour, Gerdy, que eran judíos. También recibió ese día por primera vez la comunión. “Había entrado en el movimiento eterno de esa gravitación que es la misma vida y espíritu de Dios.

Fray Manuel de Jesús, ocd.

martes, 10 de diciembre de 2019

LA LEY DEL AMOR (AMISTAD EN MERTON)

En Conjeturas de un espectador culpable, una de las obras más reflexivas de Merton se lee el pasaje siguiente: 

"Las demandas de la Ley de Amor son progresivas. Empezamos por amar la vida misma, por amar la supervivencia a toda costa. Pero la demanda más importante de la Ley de Amor es que amemos libremente. Se nos manda elegir nuestro objeto de amor, y no sencillamente amar cualquier objeto que nos pongan delante... Nuestra elección se sujeta a ciertas posibilidades definidas. Pero, sin embargo, podemos y debemos elegir amar a los hombres que encontramos de hecho, sea como amigos o como hombres amados a pesar de su hostilidad". 

De hecho parece ser que esta fue la conducta que Merton “elaboró” a lo largo de su vida sobre la amistad, y le llevó a una conclusión realmente sorprendente, que explica su vida de relaciones con personas de toda índole, personas que le acompañaban en su búsqueda espiritual y le ayudaron a encontrar también lo que él más deseaba: 

"Si el fundamento más profundo de mi ser es el amor, entonces en ese mismo amor, y en ningún otro lugar me encontraré a mí mismo y al mundo, a mi hermano y a Cristo...No es cuestión de “exclusivismos y pureza”, sino de integridad, buen corazón, que encuentra el mismo fundamento de amor en todo”. 

Merton, sin haber escrito específicamente sobre la amistad ni haber dedicado a este tema algún capítulo de sus libros, fundamenta en este párrafo lo que en él había de capacidad para la amistad, por una parte desde el punto de vista espiritual; y, por otra, desde el punto de vista de buscador de la verdad. Por eso se sirvió de esa capacidad innata y elaborada para ponerse en contacto con un enorme número de personas con las que, en la mayoría de los casos, llegó a una profunda amistad.

Francisco Rafael de Pascual, ocso 
Tomado de: "Teresa de Jesús y Thomas Merton".

viernes, 1 de junio de 2018

VOCACIÓN BELLA Y TERRIBLE...


“¡Cuán bella y cuán terrible es a un tiempo la vocación sacerdotal! Un hombre, débil como cualquier otro, imperfecto como cualquiera, tal vez con menos dotes que muchos de aquellos a quienes es enviado, tal vez menos inclinado a la virtud que muchos de ellos, se encuentra dividido sin posibilidad de escape entre la misericordia infinita de Cristo y el casi infinito espanto del pecado del hombre. No puede evitar que en el fondo de su corazón sienta algo de la compasión de Cristo por los pecadores, algo del aborrecimiento del Eterno Padre al pecado, algo del amor inexpresable que lleva al Espíritu de Dios a consumir el pecado en el fuego del sacrificio. Al mismo tiempo puede sentir en sí mismo todos los conflictos de la debilidad, la irresolución y el temor humanos, la angustia de la incertidumbre, el desamparo y el miedo, el fuego ineludible de la pasión. Todo lo que él aborrece en sí mismo se le vuelve más aborrecible a causa de su infinita unión con Cristo.  Pero también a causa de su misma vocación él está obligado a encarnar con resolución la realidad del pecado en sí mismo y en otros. Está obligado por vocación a luchar contra ese enemigo. No puede eludir el combate. Un combate que él por sí solo nunca podrá ganar: tiene que dejar que Cristo luche contra el enemigo en él; debe luchar en el terreno escogido por Cristo y no por él. Ese terreno son la cumbre del Calvario y la Cruz. Pues, para decirlo de una vez, el sacerdote no tiene sentido en el mundo sino es para perpetuar en éste el sacrificio de la Cruz y para morir con Cristo en la Cruz por amor de aquellos a quienes Dios quiere que el sacerdote salve” (1956).

Thomas MERTON sobre el sacerdocio, en LOS HOMBRES NO SON ISLAS (Capítulo VIII, La vocación, páginas 133-135). 


sábado, 31 de mayo de 2014

PEREGRINO DE LA SOLEDAD

El viaje en el tiempo de Thomas Merton adoptó la forma de un peregrinaje en soledad, pero a lo largo de su andadura el camino fue conformando al propio viajero; como conviene recordar, desde un inicio exclusivamente vertical en soledad con Dios, Merton pasó por una relación horizontal mediante la solidaridad con los semejantes, hasta alcanzar la integración de ambas en la Cruz de un solo mundo.

Para Merton la “soledad” contenía básicamente tres significados próximos, pero diferenciados:

1- Indicaba las condiciones de soledad física convenientes y, al menos en un grado mínimo, necesarias para apartarse de ciertos consensos sociales establecidos y asumidos automáticamente por los hombres; esto es, sin perspectiva ni reflexión acerca del significado final de la condición humana. Esas condiciones físicas se pueden encontrar en una comunidad monástica, o, incluso en un clima de soledad más extremo, en el desierto eremita, aunque Merton se dirigía a menudo a un público seglar o no católico, sugiriéndole el recogimiento en un “monasterio del corazón”.

2- En segundo lugar, la auténtica soledad únicamente podía significar soledad interior: es cierto que la primera puede ser ocasión de la segunda, pero las dos no se encuentran siempre unidas, y más todavía, la soledad física sin la soledad interior puede ocultar sencillamente una huida de las responsabilidades humanas o una actitud de menosprecio hacia los semejantes, mientras que quizá pueda hallarse verdadera soledad interior sin apartarse completamente del entorno cotidiano.

3- En tercer lugar, y como objetivo de la segunda, en su acepción más radical, la soledad es realmente un encuentro con Dios y con la humanidad; desde esa consideración, la soledad es verdadero centro, eje y corazón de la persona y de su sociedad (Y toda sociedad que tiene a Dios como centro es una comunidad).


Para Merton, un hombre que no acepta su condición básica de soledad, es decir, que no se cuestiona su identidad última, es un hombre atrapado en las ficciones colectivas de la sociedad, alguien que responde mecánicamente a dictados ajenos, es decir, un individuo alienado. Solo en el ámbito del Amor se resuelve esa elección paradójica entre soledad y sociedad, dice Merton.

miércoles, 14 de mayo de 2014

COMUNICAR LA EXPERIENCIA


En mis reflexiones acerca de la vida espiritual en general y la vida cristiana en particular, descubro tres aspectos esenciales: lo primero, la Santidad; lo segundo, la comunidad; y lo tercero, el lenguaje. Este último no es el menos importante, porque se trata de poder comunicar la experiencia, contagiar de entusiasmo al que te escucha, ser capaces de “dar razón de nuestra esperanza” a todo el que la pida. A menudo el lenguaje “eclesial” resulta ininteligible a quien escucha, de ahí la importancia de “traducir” lo que decimos a unas palabras que permitan vislumbrar mejor el misterio. En mi acercamiento a Thomas Merton también he descubierto algo que apunto aquí, sobre el lenguaje y la fácil comunicación de TM con sus lectores.


Merton y el lenguaje.

En relación con el lenguaje, en “El Signo de Jonás”(Pág. 27) Merton escribe: 

Descubrí que el lenguaje técnico, aunque universal, verdadero y aprobado por los teólogos, no es comprensible para el hombre corriente, y no le hace asimilar lo que hay de más vital y personal en la experiencia religiosa”.

He querido describir algo de lo que son los pensamientos y la vida espiritual de un monje, no con el lenguaje de la especulación, sino basándome en mi experiencia personal”. 

Como yo no enfoco los dogmas como tales, y sólo estudio sus repercusiones en la vida de un alma cuando en ella empieza a encontrar una realización concreta, espero merecer perdón si empleo mis propias palabras para hablar de mi propia alma”.


En los textos anteriores podemos encontrar claves para comprender, en parte, el origen de la originalidad de los escritos de TM; intentaba decir las cosas de una manera propia, comprensible, novedosa, para el hombre común, y en general para sus contemporáneos. Más que de lo posible, hablar de lo real. 


viernes, 15 de febrero de 2008

El verdadero viaje es interior.


Para Thomas Merton, el auténtico viaje para alcanzar la integración final es una metánoia, un camino de transformación, una auténtica “conversión del corazón”, que en su caso, y usando su propio juego de palabras, fue realmente una continua “conversación” del corazón, con el corazón y hacia el corazón; un viaje desde una identidad falsa, reducida al “yo”empírico, una máscara superficial ilusoria, y presa de las obsesiones de la cultura del momento, hasta un “yo” auténtico, una realidad incuestionable, una identidad profunda, más allá incluso de la convención monástica.
Al seguir este camino, según algunos autores, Merton se revelaba como un autor plenamente americano, en la línea de escritores puritanos que fueron pioneros de la identidad de esa tierra, y es de hecho un símbolo de Norteamérica y un símbolo del tiempo que le tocó vivir. Toda la obra de Merton hay que situarla en ese contexto de “metanoia” o viaje de transformación; ese viaje arquetípico cristiano se actualizó de diversas formas en la trayectoria existencial de Merton: en su peregrinación desde Europa, pasando por América y terminando en Asia, peregrinación que no sólo fue geográfica, sino también espiritual, y que le convirtió indudablemente en un “católico”, según la verdadera acepción de esa palabra.
En la obra de Merton, la caída del hombre no es otra cosa sino su pérdida de identidad, el olvido de su “yo” verdadero. Adán es cada uno de nosotros, también hoy, en nuestra condición de separación de la Tierra Pura, del Paraíso. Adán no es una figura bíblica y lejana, sino una realidad sin tiempo en nuestro interior. La paradoja del hombres caído resulta de su aspiración de ser como Dios, pero sin Dios; en efecto, el hombre es creado a Su imagen y semejanza, pero no para sustituir a Dios y así considerarse creador de sí mismo. Ésa es la arrogancia, la ignorancia del ego, el acto de hubris que en su misma comisión está condenado a corregirse según leyes que operan por encima de la comprensión del “egoísmo” humano. El egoísmo es literalmente, la percepción del ego como “ismo”, “isla”, “fabricación propia”, aunque en realidad Merton nos recuerda, para fraseando a Donne, que “los hombres no son islas”.


Notas de lectura de "La encendida memoria" de Fernando Beltrán Llavador.

martes, 12 de febrero de 2008

Los frutos de la auténtica soledad.


En un estudio sobre la soledad en Thomas Merton, Richard Anthony Cashen descubre cinco frutos de la auténtica soledad que aparecen también en la obra de Merton:
1- Unidad: como consecuencia directa de la recuperación de nuestra verdadera identidad.
2- Libertad: por reconocer en nuestra identidad la imagen y semejanza de Dios, Quien es a la vez pura Libertad y Amor puro; en términos negativos, la libertad humana es una autentica liberación de las fabricaciones ilusorias de nuestro ego individual y colectivo.
3- Pureza de corazón: con las anteriores supone otro elemento constitutivo del “verdadero yo”, y que también con ellas, testimonia la recuperación del Paraíso. Todas ellas son el principio de una nueva etapa en el camino que ha de trocar la búsqueda en servicio, en donación amorosa en cada encuentro con el otro.
4- Compasión: mucho más que un mero sentimiento de empatía, es ante todo la personificación de la caridad cristiana, en acciones de responsabilidad y compromiso.
5- Perspectiva: una nueva forma de ver las cosas, por identidad y unificación a la vez que con desprendimiento, libre de la percepción ilusoria colectiva, libre de las confusiones de las imágenes manufacturadas y de los mitos y ficciones secretados en buena parte por los medios de comunicación de masas.

Merton expuso las claves más significativas de su pensamiento en torno a la soledad en uno de sus ensayos más radicales y controvertidos, “Notes for Philosophy of solitude” (Notas para una filosofía de la soledad), publicado en el libro “Cuestiones Disputadas”, también publicado como “Humanismo cristiano”.

domingo, 20 de enero de 2008

Original Child Bomb.

ORIGINAL CHILD BOMB (1962): un libro de poemas de Thomas Merton.
(Tomado de la tesis doctoral sobre la poesía de Merton de Sonia Petisco)
A finales de los años cincuenta, Merton desarrollaría una nueva voz. El poeta supera
rápidamente el período de profundas contradicciones internas durante el que se gestó
The Strange Islands y dibuja para sí mismo un nuevo horizonte hacia el que dirigir
sus esfuerzos. No satisfecho con afrontar los problemas de su tiempo desde la
posición de escritor devocional perteneciente a otro mundo, empieza a hablar desde
una perspectiva más global acerca de una amplia gama de problemas
contemporáneos. De esta manera Merton abandona su pose de asceta medieval, (algo
que le hacía despreciar su propio siglo) y se convierte en un intelectual post-moderno
capaz de dialogar con pensadores contemporáneos como Boris Pasternak, Allen
Ginsberg, William Carlos Williams, Dietrich Bonhoeffer o Albert Camus.
Más aún, tras la publicación de “Poetry and Contemplation: A Reappraisal” (1958),
el monje acepta su vocación de escritor. Ya no la considera como un impedimento
para progresar en su vida espiritual. La imagen bíblica de sí mismo como un Jonás
apartado del mundo cotidiano y atrapado en el vientre de la vida contemplativa se
transmutó por la de un escritor que se hace cómplice del sufrimiento de su siglo y
que adopta una postura crítica ante ese joven monje contemplativo algo arrogante de
los años 40 y 50 caracterizado por un excesivo entusiasmo piadoso y una visión
demasiado simplista de la realidad. En los años 60 nace un nuevo Merton, no tan
seguro de sus respuestas, un humanista más vulnerable, capaz de compartir con sus
contemporáneos (ya fuesen católicos o protestantes, agnósticos o ateos), la
incertidumbre de un mundo turbulento y confuso.
Después de negársele el permiso de abandonar el monasterio en enero de 1960, la
correspondencia de Merton cambió su centro de interés hacia problemas de
actualidad y versó sobre todo acerca de la paz y la justicia social.

Si las cartas de finales de los años cincuenta dirigidas a Don Jean Leclercq
y a Ernesto Cardenal trataban acerca de su insatisfacción con la vida monacal cisterciense y
sus planes para conseguir una vida de mayor aislamiento y dedicación genuina a un
ideal eremítico, las misivas de la nueva década reflejan un mayor sentimiento de
responsabilidad personal y una actitud crítica ante la pasividad e indiferencia no sólo
de los monjes sino también de los católicos laicos hacia los problemas sociales y
políticos de la época, ante la sombría perspectiva de una guerra nuclear: “I observe
with a kind of numb silence, the inaction, the passivity, the apparent indifference and
incomprehension with which most Catholics (...) watch the development of pressure
that builds up to nuclear war”,
escribe a Cardenal en la carta citada.
Merton no puede quedarse quieto e inactivo, y a lo largo de los años, desarrolla en su
escritura póetica y en prosa una postura más comprometida con su tiempo:El poeta considera que no puede volver la espalda a horrores como los de la Alemania nazi, la guerra
del Vietnam, el desastre de Hiroshima, o la amenaza latente de una guerra nuclear.
denuncia con acritud y sin piedad alguna las utopías destructoras y las estrategias
alienantes de las dos grandes potencias enfrentadas por aquel entonces: Rusia y
Estados Unidos, personificados en las figuras bíblicas de Gog y Magog respectivamente. (Estas imágenes de Gog y Magog aparecen por primera vez en las profecías de Ezequiel en el
Antiguo Testamento y posteriormente en Revelaciones. Se identifican con naciones extranjeras
monstruosas, brutales, arrastradas por poderes satánicos que luchan entre sí hasta destruirse
mutuamente. Como el profeta Ezequiel, Merton siente la llamada a convertirse en “watchman”, en
vigilante (una de las metáforas favoritas del poeta) que debe advertir a su pueblo acerca de la
aproximación del enemigo, en este caso del avance sin tregua de las dos superpotencias hacia una
guerra sin precedentes).

Entre los sueños más sórdidos referidos por el poeta, se halla, sin asomo
de duda, la creación y utilización de la bomba atómica, que inspiró a Merton su
poema Original Child Bomb, una de las obras más significativas dentro de la
construcción poética mertoniana y precursora de lo que él denominaría antipoesía
tanto por su temática como por tono lacónico e inexpresivo y su estilo a base de
citas. Según nos indica su biógrafo Michael Mott, el monje se inspiró en escritos
diversos para componer lo que se puede considerar como su propia versión del
bombardeo de Hiroshima. Cuando fue publicada a comienzos de 1962, se generaron
fuertes polémicas: algunos tacharon la obra de alegato antiamericano mientras que
otros la contemplaron como un panegírico al bombardeo nuclear. Incluso algunas
librerías, confundidas por el título, la colocaron en la sección de literatura infantil.
Caracterizada por un lenguaje estilístico a base de artificios como la ironía, Original
Child Bomb encierra una violenta caricatura política
. Se trata de un ejercicio
ensayístico o largo poema en prosa dividido en cuarenta y una secciones, donde se
narra con detenimiento y aguda percepción la invención de la bomba y todo el
despiadado y cínico ritual que constituyó el primer ataque nuclear norteamericano
contra Japón durante la Segunda Guerra Mundial.

sábado, 19 de enero de 2008

Cada momento es un don: Robert Lax.


Uno de los mejores amigos de Merton fue Robert Lax; leyendo algo sobre él, hace unos años, encontré este texto que les comparto:

“La oración es una forma de obrar el bien de forma instantánea en beneficio de todas las cosas en todos los sitios a la vez. Es una forma de enviar amor a todas partes de inmediato. Es una fuerza a la que todo el mundo puede acceder y puede transfigurar el mundo. La oración hace que todo cuanto emprendas sea más real, más duradero, lleno de sentido y fructífero. Con la oración simplemente todas las cosas florecen y fluyen. Es una forma de vivir y de dar… y si tienes la impresión de que no sabes o no puedes rezar, busca algún lugar tranquilo y descansa. Escucha el canto de un pájaro, o haz algo creativo. Canta, baila, pinta, sonríe. Ayuda a alguien. Siente la presencia de la mañana en cada hoja. Comparte tu alegría. Creo que todo eso es, de alguna forma, orar; sobre todo si procede de un corazón que ama y está gozoso”.


Otro texto de Roberto Lax que también tengo copiado en mis cuadernos de apuntes es este:

“Tal vez resulte útil tener en cuenta tres cosas: está Dios, estás tú y está el momento, y cada momento es un don. Y así las cosas, puedes relajarte, entrar en el momento y hacer cuanto esté en tus manos para escucharlo. Quiero decir escuchar de verdad. Estate presente en el momento con todo lo que eres. Después de aprender a escuchar, es cuando puedes empezar a responder”.

Este último texto bien merece una sesión de meditación.

jueves, 10 de enero de 2008

El valor del silencio.


Llaman poderosamente mi atención los textos de Thomas Merton que hablan sobre el valor del silencio, pues vivimos en un mundo en que los ruidos se han convertido en una verdadera plaga; en Cuba, como todo es viejo, hace el doble de ruido de lo normal, y además, los cubanos nos hemos acostumbrado a gritar todo el tiempo, a poner la música en el máximo de volumen. De ahí que entre los propósitos de una transformación espiritual entre nosotros ocupe un puesto importante la revalorización del silencio, y la necesidad de cooperar para acallar o moderar los ruidos que acompañan nuestra vida. Al decir de Merton, “por detrás de la tiranía del ruido siempre actúa una voluntad”. En entrada anterior compartimos algunos textos acerca del valor del silencio; aquí van algunas pequeñas ideas más concretas sobre lo que comentamos más arriba:

“Lo que se requiere es un silencio genuino, que esté vivo y conlleve una presencia de amor. El silencio verdadero nunca es automático. Tampoco lo es el ruido. Por detrás de la tiranía del ruido siempre actúa una voluntad”.

“En ocasiones, los seres humanos crean ruido deliberadamente. Las personas frustradas suelen reunirse con el propósito de hacer ruido, ruidos que molestan y mortifican a sus prójimos, mientras ellos mismos no sufren. Es una especie de “desquite” para ellos, una forma de compensar sus frustraciones. Nosotros debemos combatir esa tendencia. Cada vez que alguien arma un alboroto obliga a otros a soportarlo, y hay en esta actitud una tremenda injusticia”.

“Nuestro servicio para el mundo podría consistir, pura y simplemente, en preservar un sitio libre de ruidos, donde las personas puedan reunirse y estar en silencio”

“Yo estoy en contra de reducir el silencio a mudez, en contra de privar a los individuos de su derecho a escuchar las voces múltiples del silencio, de escuchar a la vez en el nivel de la gracia y en el nivel de la naturaleza. Cuando existe un silencio verdadero, podemos ir. Y todos tenemos necesidad de oir”.

Se trata de crear un espacio sagrado, donde podamos escuchar; escuchar la verdad de lo que somos, para alcanzar la madures necesaria para vivir en plenitud. Esa escucha tiene lugar no en medio de una ruidosa algarabía, sino en el silencio que produce el cantar melodioso de la naturaleza, el cantar de un mundo que crece, el cantar de los hombres y mujeres que aman.

domingo, 6 de enero de 2008

Leyendo a Thomas Merton.2


Estábamos comentando en una entrada anterior el libro “Los manantiales de la Contemplación”, que recoge dos retiros o encuentros realizados por Merton en los predios de Getsemaní con un grupo de religiosas contemplativas. El primero de estos encuentro tuvo lugar en diciembre de 1967, y el segundo, en mayo de 1968; es decir, que ambos tuvieron lugar en el último año de vida de Thomas Merton, por lo que nos permiten conocer de primera mano las inquietudes y proyectos de Merton en el mismo año de su absurda muerte. Algunos de los temas tratados por Merton en estos encuentros fueron:

1-Formas alternativas del compromiso contemplativo.
2-Responsabilidad de una comunidad de amor.
3-Opciones proféticas contemporáneas.
4-El respeto a la persona, diversidad en comunidad.
5- Honestidad en la elección de la vida.
6-La mística femenina.
7-Zen: una forma directa de vivir la vida.
8- Libertad de acción y obediencia.
9-Comunidad: el lugar donde Cristo está actuando.

Algunos textos de estas pláticas:

“Nuestro ser es silencioso, pero nuestra existencia es ruidosa. Nuestras acciones tienden a ser bulliciosas, pero cuando cesan queda un sustrato de silencio que siempre está presente. Nuestro quehacer como contemplativos consiste en permanecer en contacto con ese sustrato de silencio y comunicarnos desde ese nivel, y no sólo en estar en contacto con un aluvión de actividades en incesante proceso de cambio. A nosotros nos corresponde la tarea de mantener el silencio vivo para los demás y a la vez para nosotros mismos, puesto que no hay nadie más, no hay otros que intenten hacerlo. Se puede suponer que todo esto le importa poco y nada a la mayoría de la gente; sin embargo, le importa y mucho. El silencio tiene en nuestra época un gran valor simbólico. Por mucho que se diga que la vida contemplativa y sus valores no tienen para nuestros contemporáneos mayor importancia, o que no suscitan en ellos demasiado interés, esto no es verdad. Hay una infinidad de personas que buscan en la contemplación y en la meditación un sentido de la vida”.

“El silencio verdadero no es aislamiento. Las personas que viven en silencio pueden comunicarse, y se comunican. El silencio puede trasmitir muchos mensajes diferentes, puede ser una forma poderosa de comunicación. El silencio profundo, contemplativo, comunica oración. Hay una marcada diferencia entre el silencio de una ermita y el de una comunidad en oración”.

Merton, que aun siendo monje, seguía siendo un hombre de su tiempo, intentaba ayudar a las hermanas, contemplativas como él, a responder a los requerimientos del Concilio Vaticano II, que pedía a la vida religiosa en general un “aggiornamiento”, una inserción de los diversos carismas en las realidades concretas del mundo en que vivían su vocación.

sábado, 5 de enero de 2008

Leyendo a Thomas Merton.



Leyendo a Thomas Merton: “Los manantiales de la contemplación”1.

En las últimas semanas volví a tomar el libro “Los manantiales de la contemplación”, que recoge las grabaciones de dos encuentros o retiros que tuvo Thomas Merton en la abadía de Getsemaní con un grupo de religiosas contemplativas. Está publicado en esta edición por Sudamericana, no sé si habrá otra edición en español (esta es del año 1993, tomada de la edición en inglés de 1992). Es un libro que llegó a mis manos gracias a la bondad de mi amigo Alexis Lima, y que permite un acercamiento a la persona de Merton mayor, teniendo en cuenta que se trata de un diálogo, de su hablar, recogiendo criterios, opiniones, puntos de vista, lecturas suyas, etc. Estos encuentros fueron grabados y luego, al cabo de los años se trascribieron estas grabaciones, conservando en lo posible su estilo conversacional.
Era compleja la época en que tuvieron lugar estos encuentros, a causa de los vertiginosos cambios que tenían lugar en la Iglesia y en el mundo, y quiso Merton prestar alguna ayuda a las religiosas de las ordenes contemplativas a menudo segregadas por reglamentos inflexibles, con respecto a viajes o lecturas, y poco actualizadas en ocasiones respecto a lo que sucedía.
Les transcribo ahora el testimonio de una de las hermanas, Mary Luke Tobin, responsable principal de la edición de estas conversaciones:

“Merton no pidió permiso alguno para celebrar estas reuniones, ni las hermanas para asistir a ellas. Su Abad ofreció gentilmente la hospitalidad del albergue y los parques de la abadía de Getsemaní para las sesiones. El bello y apacible entorno del monasterio de Kentucky favoreció e incentivó el espíritu de camaradería que pronto surgió entre las participantes. A menudo nos sentábamos en las orillas de los lagos o estanques que Merton se complacía en mostrarnos, sitios que son hoy puntos de referencia familiares para sus numerosos lectores.
Recuerdo cuando nos llevó a lo alto de la colina de los fondos del monasterio, para que conociéramos la ermita que tanto le costara conseguir. Con visible deleite nos mostró todos sus pequeños tesoros, entre ellos varios bongós que le había regalado un amigo, una estola que le había enviado Juan XXIII y varias reliquias que veneraba. Recuerdo haberle escrito desde Roma preguntándole si le gustaría tener una preciosa reliquia de Charbel, el eremita libanés recientemente canonizado. “Claro que si”, respondió. “Soy un gran coleccionista de reliquias”.

Más adelante, en este prólogo a las conversaciones con Merton, apunta la hermana Mary:
“Tengo un recuerdo imborrable de la calidez y la naturalidad de Merton, que nos sedujo a todas y creó una atmósfera de buen humor en los pocos días que duró cada reunión… Merton no sabía ser rígido ni formal con la gente, y su cordialidad y buena disposición permanente dotaron aquellos días de un encanto muy singular. Hubo paseos por el bosque y recreos para tomar café. Más tarde, Merton comentó en sus cartas lo mucho que había disfrutado esos momentos con las hermanas”.


Continuará…

jueves, 27 de diciembre de 2007

Pan en el desierto.


Hace unos días comentaba brevemente acerca de los salmos bíblicos en la obra de Thomas Merton, y cometí el error de mencionar únicamente el libro “Orar los Salmos”, publicado por Desclée De Brower; ese es un libro de apenas 70 páginas, que recoge más bien algunas meditaciones o reflexiones de Merton, en un tono coloquial y oracional.
Pero hay otro libro de Merton, que ha sido editado por LUMEN, y que lleva el título de “Pan en el desierto” en el cual Merton realiza un estudio poético y místico de los Salmos. Así dice en la contraportada:

“Los Salmos, la más antigua e influyente colección de poemas religiosos, resume la teología del Antiguo Testamento y sirven como alimento cotidiano para quienes tienen como vocación la vida de oración, pero también para aquellos que buscan una guía de conducta en un mundo cada vez más ansioso de valores perdurables”.

Este libro fue escrito por Merton en la década del 50 del pasado siglo, y sus capítulos hacen referencia a los Salmos y la contemplación; poesía, simbolismo y tipología, etc. Es, lo confieso, uno de esos libros de Merton que aguardan el momento justo para ser leídos por mí, siendo de los primeros que tuve en mis manos, pero creo mucho en la Providencia y ya les comentaré más acerca de este texto en otro momento.
Los interesados en adentrarse en el mundo de los Salmos tienen en estos dos textos de Thomas Merton una ventana por donde asomarse para comprender y aprovechar mejor estos poemas bíblicos.

sábado, 8 de diciembre de 2007

Para recordarnos los caminos de Cristo.



Al hablar del Adviento, Thomas Merton hace un señalamiento importante y curioso que llama nuestra atención. Es el siguiente:

“Puede ocurrir que los mejores cristianos estén entre los que, por alguna razón, se consideran malos cristianos. Eso también puede ser parte del misterio de Adviento, y nos puede recordar los caminos de Cristo”.

¿Qué piensan? Léanlo varias veces y verán cuántas ideas llegan, cuántas preguntas, y también algo de luz. Aquí está eso que la teología ha llamado la “kénosis” o “abajamiento” de que habla la Carta a los Hebreos y San Pablo también. Sigamos escuchando a Merton:

“La plenitud del tiempo es el tiempo de Su vaciamiento en nosotros. La plenitud del tiempo es el tiempo de nuestro vaciamiento, que atrae a Cristo a bajar a nuestras vidas de modo que en nosotros y por medio de nosotros pueda traer la plenitud de Su verdad al mundo”.

Dice Merton:
“Aquí es donde hemos de tener cuidado con nuestros torcidos conceptos de “plenitud” y “planificación”. Es cierto que la gloria y la presencia de Cristo a veces han rebosado visiblemente no sólo en carismas espirituales, sino también en lo que podríamos llamar el carisma de la cultura y las formas espirituales de la civilita. Pero, obviamente, ese “carisma”, en el mejor de los casos, es metafórico o analógico, ya que implica el “bautizar” formas que son muy limitadas en el tiempo y en la geografía. Cuanto más “llenos” estamos de esos cumplimientos, y cuanto más identificamos la fisonomía de una cultura próspera con el rostro del Kyrios glorificado, más tendemos a dejarnos engañar por una proyección y cumplimiento ilusorios, y mayor el peligro de que nuestro Cristianismo se convierta en una vana presunción ante los ojos de Dios. En tal caso, el Advenimiento del Señor no pide ni más ni menos que un retorno al “vaciamiento” de la fe. Incluso puede significar la destrucción de la falsa imagen que habíamos erigido en honor de nuestro propio logro, o que, aunque erigida en honor del Señor, no era digna de Él”.

Sigue entonces su argumentación para acabar de iluminar la frase inicial de esta entrada:

“Si el Señor desea vivir en nosotros Su vaciamiento de Sí mismo, Su Kénosis, no es probable que tolere en nosotros la plenitud y ufanía de la arrogancia colectiva. ¿En quién descansará Su Espíritu sino en los humildes y en los pobres? Eso no significa que el orgullo ocasional, o incluso corriente, pueda arrojar válidas dudas sobre la verdad de la Iglesia; pero significa que la fuerza y santidad de la Iglesia no están, en ese momento, donde se supone y se afirma que están”.

Aquí habría ahora que volver a leer la frase inicial, y por eso vuelvo a escribirla:

“Puede ocurrir que los mejores cristianos estén entre los que, por alguna razón, se consideran malos cristianos. Eso también puede ser parte del misterio de Adviento, y nos puede recordar los caminos de Cristo”.

¡Recordarnos los caminos de Cristo! Qué importante es esto siempre, por nuestra mala memoria.

jueves, 6 de diciembre de 2007

Camino a Getsemaní. 2



Thomas Merton conoció a los trapenses de un modo casual, la mención de un amigo; aunque ya sabemos que la Providencia se disfraza a menudo de casualidad para ponernos en el camino lo más necesitamos en un determinado momento. En su autobiografía Merton nos va contando paso a paso todo ese itinerario vocacional que le permitió irse abriendo progresivamente al descubrimiento de la voluntad de Dios para su vida. Les comparto algunos pasajes de la misma, a propósito del cercano aniversario de la entrada de Thomas Merton a Getsemaní, y también de su muerte. Ambas fueron de alguna manera realidades similares: la primera, muerte al mundo, nacimiento a una vida renovada; la segunda, también muerte definitiva al mundo, y nacimiento definitivo a la Vida plena de Dios.

“Llegó el año nuevo, 1941. En su enero, tenía que cumplir mi vigésimo sexto aniversario y entrar en mi vigésimo séptimo, el año más trascendental.
Ya en febrero, o antes, se me ocurrió la idea de que podría hacer un retiro en algún monasterio por Semana Santa y Pascua florida. ¿Dónde sería? El primer lugar que vino a mi mente fue la abadía trapense de que me había hablado Dan Walsh, en Kentucky. Tan pronto como lo pensé vi que era la única elección. Allí necesitaba ir. Algo se había despertado en mi interior, en los meses últimos, algo que requería, que pedía al menos una semana en aquel silencio, en aquella austeridad, rezando juntamente con los monjes en su coro frío. Mi corazón se ensanchó de expectación y felicidad.
A finales de marzo escribí a los trapenses de Getsemaní pidiendo ir allí a pasar un retiro por Semana Santa. Apenas había recibido su contestación, diciéndome que se alegrarían de tenerme allí, cuando llegó otra carta. Era de la Caja de Reclutamiento, anunciándome que mi número correspondía al ejército.
Quedé sorprendido. Había olvidado el reclutamiento, o, más bien, había hecho cálculos que alejaban esto hasta por lo menos después de la Pascua. Sin embargo, había tomado mi posición con respecto a la guerra y sabía lo que tenía que hacer en conciencia. Redacté mi respuesta a los cuestionarios con paz en mi corazón, sin esperar que ello importara mucho a mi caso”.(M7C)


En las páginas de la autobiografía, y a propósito de esta citación que recibió para el ejército, Merton comparte algunas de sus ideas de entonces respecto a la guerra, y las leo ahora con la motivación de otra lectura que hago en estos días: “Paz en tiempos de oscuridad”, del propio Merton, editado recientemente por Desclée. Merton buscó en la Enciclopedia Católica todo lo referente a los trapenses y otras órdenes afines. Escribe:

“Afuera, en el mundo, había hombres santos que eran santos en el sentido de que iban acompañados de las imágenes de todas las situaciones posibles en las cuales podían demostrar su amor de Dios exhibido ante ellos; estaban siempre conscientes de todas esas posibilidades. Pero estos otros hombres ocultos se habían acercado tanto a Dios en su retiro escondido, que ya no veían a nadie más que a Él. Se habían perdido en la perspectiva; no había comparación entre ellos recibiendo y Dios dando, porque la distancia por la cual podía medirse tal comparación se había reducido a nada. Estaban en Él. Se habían reducido a nada y transformado en Él por la humildad simple y absoluta de sus corazones.
El amor de Cristo rebosando en aquellos corazones puros les hacía niños y les hacía eternos. Hombres viejos, con miembros como las raíces de los árboles, tenían los ojos de niños y vivían, bajo sus grises cogullas de lana, eternos. Todos ellos, jóvenes y ancianos, no tenían edad, los hermanitos de Dios, los niños pequeños para quienes se hizo el Reino de Dios”.(M7C)

Había mucho de idealización en esta imagen de Merton, cierto es, pero ha de haberla siempre en alguna medida en toda realidad que uno descubre, en la que sueña, a la que aspira. El tiempo luego le haría descubrir otras dimensiones de esa vida, pero no por eso dejaría de amarla, hasta el último día de su vida.


A un fraile del Colegio de San Buenaventura, donde Merton trabajaba como profesor, le comentó entusiasmado:
- Voy a un monasterio trapense a hacer un retiro por Semana Santa.
“-¡No deje que le cambien! –dijo con una especie de sonrisa forzada”.
Merton entonces respondió: “Sería una buena cosa si me cambiaran.
Era un modo seguro e indirecto de admitir lo que había en mi corazón… el deseo de ir a aquel monasterio y quedarme para siempre”. (M7C)

martes, 4 de diciembre de 2007

Camino a Getsemaní.


En noviembre de 1941 Thomas Merton, en pleno proceso de discernimiento espiritual y vocacional, escribía en su diario personal esta oración:

“Ruego de todo corazón que yo pueda entregarme plenamente a Dios de acuerdo con Su voluntad y que no continúe caminando por el camino de mi propio y estúpido querer. Sólo Dios puede ayudarme a salir de mi torpeza”.

El 1 de diciembre recibió por correo una nota de la junta de reclutamiento, y ello aceleró la decisión que estaba por tomar. Por eso el día 2 escribe:

“Ayer pasé el día rellenando los documentos necesarios para pedir una prórroga, a fin de averiguar si los trapenses estarían dispuestos a recibirme o no. Y he estado rezando sin interrupción”.

Era el final de una etapa de su vida, de un camino que se había iniciado un 24 de enero de 1915, y que luego de tanteos, búsquedas y tropiezos, le llevaría hasta un monasterio de la Trapa. Meses antes había estado en ese lugar; en el mes de abril, en semana santa, visitó la Trapa de Getsemaní, en Kentucky, y quedó totalmente impresionado, hasta el punto de escribir en su diario:

“Debería arrancar todas las demás páginas de este libro y todas las páginas de todos los libros que a lo largo de mi vida han salido de mi pluma y empezar aquí”.

Una vida nueva. Eso quería empezar Merton cuando tomó la decisión de ser trapense en Getsemaní. Una vida para Dios. Llegó allí un 10 de diciembre de 1941.

Ser parte de todo...

¡Oh Dios! Somos uno contigo. Tú nos has hecho uno contigo. Tú nos has enseñado que si permanecemos abiertos unos a otros Tú moras en nosotros. Ayúdanos a mantener esta apertura y a luchar por ella con todo nuestro corazón. Ayúdanos a comprender que no puede haber entendimiento mutuo si hay rechazo. ¡Oh Dios! Aceptándonos unos a otros de todo corazón, plenamente, totalmente, te aceptamos a Ti y te damos gracias, te adoramos y te amamos con todo nuestro ser, nuestro espíritu está enraizado en tu Espíritu. Llénanos, pues, de amor y únenos en el amor conforme seguimos nuestros propios caminos, unidos en este único Espíritu que te hace presente en el mundo, y que te hace testigo de la suprema realidad que es el amor. El amor vence siempre. El amor es victorioso. AMÉN.
-Thomas Merton-

Santidad es descubrir quién soy...

“Es cierto decir que para mí la santidad consiste en ser yo mismo y para ti la santidad consiste en ser tú mismo y que, en último término, tu santidad nunca será la mía, y la mía nunca será la tuya, salvo en el comunismo de la caridad y la gracia. Para mí ser santo significa ser yo mismo. Por lo tanto el problema de la santidad y la salvación es en realidad el problema de descubrir quién soy yo y de encontrar mi yo verdadero… Dios nos deja en libertad de ser lo que nos parezca. Podemos ser nosotros mismos o no, según nos plazca. Pero el problema es este: puesto que Dios solo posee el secreto de mi identidad, únicamente él puede hacerme quien soy o, mejor, únicamente Él puede hacerme quien yo querré ser cuando por fin empiece plenamente a ser. Las semillas plantadas en mi libertad en cada momento, por la voluntad de Dios son las semillas de mi propia identidad, mi propia realidad, mi propia felicidad, mi propia santidad” (Semillas de contemplación).

LA DANZA GENERAL.

"Lo que es serio para los hombres a menudo no tiene importancia a los ojos de Dios.Lo que en Dios puede parecernos un juego es quizás lo que El toma más seriamente.Dios juega en el jardin de la creación, y, si dejamos de lado nuestras obsesionessobre lo que consideramos el significado de todo, podemos escuchar el llamado de Diosy seguirlo en su misteriosa Danza Cósmica.No tenemos que ir muy lejos para escuchar los ecos de esa danza.Cuando estamos solos en una noche estrellada; cuando por casualidad vemos a los pajaros que en otoño bajan sobre un bosque de nísperos para descansar y comer; cuando vemos a los niños en el momento en que son realmente niños; cuando conocemos al amor en nuestros corazones; o cuando, como el poeta japonés Basho, oímos a una vieja ranachapotear en una solitaria laguna; en esas ocasiones, el despertar, la inversiónde todos los valores, la "novedad", el vacío y la pureza de visión que los hace tan evidentes nos dan un eco de la danza cosmica.Porque el mundo y el tiempo son la danza del Señor en el vacío. El silencio de las esferas es la música de un festín de bodas. Mientras más insistimos en entender mal los fenómenos de la vida, más nos envolvemos en tristeza, absurdo y desesperación. Pero eso no importa, porque ninguna desesperación nuestra puede alterar la realidad de las cosas, o manchar la alegría de la danza cósmica que está siempre allí. Es más, estamos en medio de ella, y ella está en medio de nosotros, latiendo en nuestra propia sangre, lo queramos o no".
Thomas Merton.

ORACIÓN DE CONFIANZA...

“Señor Dios mío, no tengo idea de hacia dónde voy. No conozco el camino que hay ante mí. No tengo seguridad de dónde termina. No me conozco realmente, y el hecho de que piense que cumplo tu voluntad, no significa que realmente lo haga. Pero creo que el deseo de agradarte te agrada realmente. Y espero tener este deseo en todo lo que estoy haciendo. Espero no hacer nunca nada aparte de tal deseo. Y sé que si hago esto, tú me llevarás por el camino recto, aunque yo no lo conozca. Por lo tanto, siempre confiaré en ti aunque parezca perdido y a la sombra de la muerte. No temeré, pues tú estás siempre conmigo y no me dejarás que haga frente solo a mis peligros

Para intercambiar comentarios sobre Thomas Merton y otros maestros contemporaneos del espíritu.