Thomas Merton conoció a los trapenses de un modo casual, la mención de un amigo; aunque ya sabemos que la Providencia se disfraza a menudo de casualidad para ponernos en el camino lo más necesitamos en un determinado momento. En su autobiografía Merton nos va contando paso a paso todo ese itinerario vocacional que le permitió irse abriendo progresivamente al descubrimiento de la voluntad de Dios para su vida. Les comparto algunos pasajes de la misma, a propósito del cercano aniversario de la entrada de Thomas Merton a Getsemaní, y también de su muerte. Ambas fueron de alguna manera realidades similares: la primera, muerte al mundo, nacimiento a una vida renovada; la segunda, también muerte definitiva al mundo, y nacimiento definitivo a la Vida plena de Dios.
“Llegó el año nuevo, 1941. En su enero, tenía que cumplir mi vigésimo sexto aniversario y entrar en mi vigésimo séptimo, el año más trascendental.
Ya en febrero, o antes, se me ocurrió la idea de que podría hacer un retiro en algún monasterio por Semana Santa y Pascua florida. ¿Dónde sería? El primer lugar que vino a mi mente fue la abadía trapense de que me había hablado Dan Walsh, en Kentucky. Tan pronto como lo pensé vi que era la única elección. Allí necesitaba ir. Algo se había despertado en mi interior, en los meses últimos, algo que requería, que pedía al menos una semana en aquel silencio, en aquella austeridad, rezando juntamente con los monjes en su coro frío. Mi corazón se ensanchó de expectación y felicidad.
A finales de marzo escribí a los trapenses de Getsemaní pidiendo ir allí a pasar un retiro por Semana Santa. Apenas había recibido su contestación, diciéndome que se alegrarían de tenerme allí, cuando llegó otra carta. Era de la Caja de Reclutamiento, anunciándome que mi número correspondía al ejército.
Quedé sorprendido. Había olvidado el reclutamiento, o, más bien, había hecho cálculos que alejaban esto hasta por lo menos después de la Pascua. Sin embargo, había tomado mi posición con respecto a la guerra y sabía lo que tenía que hacer en conciencia. Redacté mi respuesta a los cuestionarios con paz en mi corazón, sin esperar que ello importara mucho a mi caso”.(M7C)
En las páginas de la autobiografía, y a propósito de esta citación que recibió para el ejército, Merton comparte algunas de sus ideas de entonces respecto a la guerra, y las leo ahora con la motivación de otra lectura que hago en estos días: “Paz en tiempos de oscuridad”, del propio Merton, editado recientemente por Desclée. Merton buscó en la Enciclopedia Católica todo lo referente a los trapenses y otras órdenes afines. Escribe:
“Afuera, en el mundo, había hombres santos que eran santos en el sentido de que iban acompañados de las imágenes de todas las situaciones posibles en las cuales podían demostrar su amor de Dios exhibido ante ellos; estaban siempre conscientes de todas esas posibilidades. Pero estos otros hombres ocultos se habían acercado tanto a Dios en su retiro escondido, que ya no veían a nadie más que a Él. Se habían perdido en la perspectiva; no había comparación entre ellos recibiendo y Dios dando, porque la distancia por la cual podía medirse tal comparación se había reducido a nada. Estaban en Él. Se habían reducido a nada y transformado en Él por la humildad simple y absoluta de sus corazones.
El amor de Cristo rebosando en aquellos corazones puros les hacía niños y les hacía eternos. Hombres viejos, con miembros como las raíces de los árboles, tenían los ojos de niños y vivían, bajo sus grises cogullas de lana, eternos. Todos ellos, jóvenes y ancianos, no tenían edad, los hermanitos de Dios, los niños pequeños para quienes se hizo el Reino de Dios”.(M7C)
Había mucho de idealización en esta imagen de Merton, cierto es, pero ha de haberla siempre en alguna medida en toda realidad que uno descubre, en la que sueña, a la que aspira. El tiempo luego le haría descubrir otras dimensiones de esa vida, pero no por eso dejaría de amarla, hasta el último día de su vida.
A un fraile del Colegio de San Buenaventura, donde Merton trabajaba como profesor, le comentó entusiasmado:
- Voy a un monasterio trapense a hacer un retiro por Semana Santa.
“-¡No deje que le cambien! –dijo con una especie de sonrisa forzada”.
Merton entonces respondió: “Sería una buena cosa si me cambiaran.
Era un modo seguro e indirecto de admitir lo que había en mi corazón… el deseo de ir a aquel monasterio y quedarme para siempre”. (M7C)
3 comentarios:
Paseando un día por la ciudad entre en una librería y me llamo la atención el libro de T. Merton "Nuevas semillas de Contemplación". Nunca antes había leido nada de este autor. Me gusto tanto que lo tengo todo subrayado...
Después buscando información sobre él, la Providencia se disfrazó de casualidad para que yo encontrara este blog...
gracias P. Manuel
Jose
como José, la providencia se disfrazó de casualidad también para mí en un momento, tras las huellas de Nouwen, y dí con este blog. Y adhiero al mensaje anterior, no solo agradeciendo por "esta" casualidad...sino por las muchas casualidades(¿?)que se me presentan como tesoros del camino y me llevan a un lugar lindísimo de encuentro con Dios. Es bien cierto que los caminos de Dios son una locura,Él sabe ser ocurrente y novedoso para llegar a nosotros cuando menos lo esperamos. Por hoy queda el saludo de esta amiga bloguera! que esten bien.
P. Manuel,
estoy leyendo de a ratos el blog, tengo más tiempo para leer esta primer semana de diciembre. De veras es una gracia encontrar material sobre Merton, Grun, Nowen, que son los autores que he estado leyendo en los últimos años para alimentar mi oración. Y me alegra que más personas puedan interiorizar la fe por medio de su blog,
Gracias,
inés
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