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martes, 24 de octubre de 2023

THOMAS MERTON Y TERESA DE LISIEUX (La Pequeña Flor)

 

(Fragmento de “La montaña de los siete círculos”)

“El gran regalo que se me dio, ese octubre, en el orden de la gracia, fue el descubrimiento de que la Florecita era realmente una santa, y no santa muda como una muñeca en las imaginaciones de muchas ancianas sentimentales. No sólo era santa, sino una gran santa, una de las mayores: ¡tremenda! Le debo toda clase de disculpas y reparación por haber ignorado su grandeza durante tanto tiempo; pero para hacer tal cosa necesitaría un libro entero, y aquí sólo puedo disponer de unas pocas líneas.

Descubrir un nuevo santo es una maravillosa experiencia. Pues Dios se magnifica grandemente y se hace maravilloso en cada uno de Sus santos. No hay dos santos iguales; pero todos ellos son como Dios, como El de un modo diferente y especial. De hecho, si Adán nunca hubiese caído, toda la raza humana habría sido una serie de imágenes magníficamente diferentes y espléndidas de Dios, cada uno de todos los millones de hombres exponiendo Sus glorias y perfecciones de un modo asombrosamente nuevo, cada uno brillando con su santidad particular, una santidad destinada a Él desde toda la eternidad como la perfección sobrenatural más completa e inimaginable de su personalidad humana.

 Si, desde la caída, este plan nunca se realizara en millones de almas, millones frustrarán ese destino glorioso suyo, ocultarán su personalidad en una corrupción eterna de deformidad, sin embargo, reformando Su imagen en almas desfiguradas y medio destruidas por el mal y el desorden, Dios hace las obras de Su sabiduría y amor lo más sorprendentemente bellas por razón del contraste con el medio en que Él no desdeña operar.

Nunca fue, ni pudo ser, sorpresa para mí que se encontraran santos en la miseria, dolor y sufrimiento de Harlem, en las colonias de leprosos como Molokai del padre Damián, en los barrios bajos del Turín de Juan Bosco, en los caminos de Umbría de la época de San Francisco, o en las ocultas abadías cistercienses del siglo doce, o en la Cartuja Mayor, o la Tebaida, la cueva de Jerónimo (con el león haciendo guardia a su biblioteca), o el pilar de Simón. Todo esto era evidente. Estas cosas eran reacciones fuertes y poderosas en edades y situaciones que exigían heroísmo espectacular.

Pero lo que me asombraba completamente era la aparición de una santa en medio de la fealdad y mediocridad hinchada, aterciopelada, superdecorada y cómoda de la burguesía. Teresa del Niño Jesús era carmelita, es verdad; pero lo que llevó al convento consigo fue una naturaleza formada y adaptada al fondo y mentalidad de la clase media francesa de finales del siglo diecinueve, más complaciente y aparentemente inmutable, de lo cual nada podía imaginarse. Lo que parecía más o menos imposible para la gracia era penetrar en la costra espesa y elástica de la presunción burguesa y asir reamente el alma inmortal de debajo de aquella capa, a fin de hacer algo de ella. En el mejor de los casos, pensaba yo, tales gentes pudieran resultar inocuos pedantes, ¿pero de gran santidad? ¡Nunca!

En realidad, un pensamiento tal era un pecado contra Dios y mi prójimo. Era una subestimación blasfema del poder de la gracia, un juicio extremadamente poco caritativo sobre toda una clase de gente, con fundamentos poco meditados, generales y algo nebulosos: ¡aplicando una gran idea teórica a cada individuo que cae dentro de una cierta categoría!

Primero me interesé en Santa Teresa de Lisieux, leyendo el sentido libro de Ghéon sobre ella: un afortunado principio. Si hubiese dado con alguna otra literatura de la Florecita que anda circulando, la débil chispa de devoción potencial en mi alma se habría apagado al momento.

No obstante, apenas tuve una débil impresión del carácter real y de la real espiritualidad de Santa Teresa, cuando inmediata y fuertemente me sentí atraído a ella ... una atracción que era obra de la gracia, puesto que, como digo, me hizo franquear de un salto miles de obstáculos y repugnancias psicológicas.

Y he aquí lo que me sorprende como lo más fundamental de ella. Llegó a santa no desertando de la clase media, no abjurando, despreciando y maldiciendo la clase media, o el ambiente en que había crecido; por el contrario, se pegó a él en tanto puede pegarse una persona o tal cosa y ser una buena carmelita. Conservó todo lo que era burgués en ella y todavía no incompatible con su vocación: su afecto nostálgico por una graciosa quinta llamada "Les Buissonnets", su gusto por el arte completamente almibarado, por los angelitos de azúcar y santos de pastel jugando con corderos tan suaves y vellosos que literalmente crispan los nervios a la gente como yo. Escribió una serie de poemas que, sin importar lo admirable de sus sentimientos, se basaban ciertamente en los modelos populares más mediocres.

Para ella habría sido incomprensible que alguien pensara que estas cosas eran feas o extrañas, y nunca se le ocurrió que tuviera que abandonarlas, aborrecerlas, maldecirlas o enterrarlas bajo un montón de anatemas. Y no sólo llegó a ser santa, sino la mayor santa que ha tenido la Iglesia en trescientos años... Aun mayor, en ciertos aspectos, que los dos tremendos reformadores de su orden: San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila.

El descubrimiento de todo esto fue, en verdad, una de las humillaciones más grandes y saludables que he tenido en mi vida. No digo que cambiara mi opinión de la presunción de la burguesía del siglo diecinueve, ¡Dios no lo quiera! Cuando algo es repulsivamente feo, es feo, y así es. No me encontré llamando bello lo exterior de esa cultura fantasmagórica. Pero tenía que admitir que, en cuanto a santidad se refería, toda esa fealdad exterior era, per se, del todo indiferente. Y, más aun, como todos los males físicos del mundo, podía servir muy bien, per accidens, de ocasión o hasta de causa secundaria de un gran bien espiritual.

El descubrimiento de un nuevo santo es una experiencia tremenda, tanto más porque es completamente distinto del descubrimiento peliculero de una nueva estrella. ¿Qué puede hacer fulano con su nuevo ídolo? Mirar su fotografía hasta que le dé vértigo. Eso es todo. Pero los santos no son objetos inanimados de contemplación. Se hacen nuestros amigos, participan de nuestra amistad, la corresponden y nos dan inequívocas muestras de su amor por nosotros mediante las gracias que recibimos a través de ellos. Así, ahora que tenía esta gran amiga nueva en el cielo, era inevitable que la amistad empezara a tener su influencia en mi vida.

Lo primero que Teresa de Lisieux podría hacer por mí era encargarse de mi hermano, a quien puse bajo su tutela rápidamente, porque ahora, con vertiginosidad característica, había cruzado la frontera del Canadá, y me había dicho por correo que se encontraba en las Reales Fuerzas Aéreas Canadienses.

No era una gran sorpresa para nadie. Como se le acercaba el tiempo de ser reclutado, empezaba a hacerse claro que iría a donde fuere con tal de no entrar en la infantería. Finalmente, cuando estaba a punto de ser llamado, se había ido al Canadá, a alistarse voluntariamente de aviador. Puesto que el Canadá ya hacía tiempo que estaba realmente en la guerra, y sus aviadores entraban rápidamente en acción, donde eran grandemente necesitados, en Inglaterra, era muy evidente que las probabilidades de John Paul para sobrevivir una guerra larga eran muy escasas. Por lo que yo podía colegir, él entraba en las fuerzas aéreas como si pilotear un bombardero no fuera más peligroso que conducir un coche.

 Ahora estaba acampado en algún lugar cerca de Toronto. Me escribió, con alguna esperanza vaga de que, como él era fotógrafo, pudieran mandarlo de observador para sacar fotos de las ciudades bombardeadas, hacer mapas y demás. Pero entretanto, hacía servicio de guardia, a lo largo de una gran valla de alambre. Y envié a la Florecita de centinela para que cuidara de él. Cumplió bien el encargo.

Pero las cosas que sucedieron en mi vida, antes de que hubiesen transcurrido dos meses, también llevaban la huella de su intervención…”.

martes, 22 de agosto de 2017

VIENDO EL ECLIPSE DE SOL.



"Altísimo y omnipotente buen Señor,                                                 
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.

A ti solo, Altísimo, te convienen
y ningún hombre es digno de nombrarte.

Alabado seas, mi Señor, en todas tus criaturas,
especialmente en el Señor hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.

Y es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.

Alabado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas.

Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire y la nube y el cielo sereno y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.

Alabado seas, mi Señor por la hermana Agua,
la cual es muy humilde, preciosa y casta.

Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual iluminas la noche,
y es bello y alegre y vigoroso y fuerte.

Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra,
la cual nos sostiene y gobierna
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas.

Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor,
y sufren enfermedad y tribulación;
bienaventurados los que las sufran en paz,
porque de ti, Altísimo, coronados serán.

Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.
Ay de aquellos que mueran en pecado mortal.
Bienaventurados a los que encontrará en tu santísima voluntad
porque la muerte segunda no les hará mal.

Alaben y bendigan a mi Señor
y denle gracias y sírvanle con gran humildad..."

SAN FRANCISCO DE ASÍS. CÁNTICO DE LAS CRIATURAS

Foto del eclipse de sol del 21 de agosto de 2017 (ayer)






martes, 20 de junio de 2017

NOSOTROS...NUESTRO....

..."   el Doctor de la paz y Maestro de la unidad no quiso que hiciéramos una oración individual y privada, de modo que cada cual rogara sólo por sí mismo. No decimos: «Padre mío, que estás en el cielo», ni: «Dame hoy mi pan de cada día», ni pedimos el perdón de las ofensas sólo para cada uno de nosotros, ni pedimos para cada uno en particular que no caigamos en tentación y que nos libre del mal. Nuestra oración es pública y común, y cuando oramos lo hacemos no por uno solo, sino por todo el pueblo, ya que todo el pueblo somos como uno solo.

El Dios de la paz y el Maestro de la concordia, que nos enseñó la unidad, quiso que orásemos cada uno por todos, del mismo modo que él incluyó a todos los hombres en su persona. Aquellos tres jóvenes encerrados en el horno de fuego observaron esta norma en su oración, pues oraron al unísono y en unidad de espíritu y de corazón; así lo atestigua la sagrada Escritura que, al enseñarnos cómo oraron ellos, nos los pone como ejemplo que debemos imitar en nuestra oración: Entonces -dice- los tres, a una sola voz, se pusieron a cantar, glorificando y bendiciendo a Dios. Oraban los tres a una sola voz, y eso que Cristo aún 
no les había enseñado a orar.

Por eso fue eficaz su oración, porque agradó al Señor aquella plegaria hecha en paz y sencillez de espíritu. Del mismo modo vemos que oraron también los apóstoles, junto con los discípulos, después de la ascensión del Señor. Todos ellos -dice la Escritura- perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres y de María, la madre de Jesús, y de los hermanos de éste. Perseveraban unánimes en la oración, manifestando con esta asiduidad y concordia de su oración que Dios, que hace habitar unánimes en la casa, sólo admite en la casa divina y eterna a los que oran unidos 
en un mismo espíritu."

SAN CIPRIANO


lunes, 26 de septiembre de 2016

TERESA DE LISIEUX: LA GRAN DESDIBUJADA.


El gran regalo que se me dio ese octubre en el orden de la gracia fue el descubrimiento de que la Florecita era realmente una santa, y no una  santa muda como una muñeca en las imaginaciones de muchas ancianas sentimentales. No sólo era santa, sino una gran santa, una de las mayores: ¡Tremenda! Le debo toda clase de disculpas y reparación por haber ignorado su grandeza durante tanto tiempo.”
THOMAS MERTON.

“Teresa de Lisieux viene a decirles a sus contemporáneos, a su siglo y al nuestro, que el Dios de Jesucristo no tiene nada que ver con un ave de presa; que Dios ama apasionadamente al hombre; que amarle no es ponerse en manos de alguien que nos posee como un amo; que no es, en primer término, despreciar nuestra vida de hombres, sino estimularla, como Él mismo la estima. Teresa coincide con la gran tradición hebrea de la ternura de Dios para con el hombre –al revés de los dioses griegos, impasibles e indiferentes-, un Dios que se alía a los hombres. ¿No se designa en la Biblia el amor que Dios profesa al hombre con el plural rahamin, entrañas?  Esa emoción que le hace a uno estremecerse en lo más profundo de su ser es un amor vulnerable, un amor de ternura.

Al mismo tiempo, descubre en el hombre el gusto por responder a Dios, por responderle con pasión. Si Dios es ese Dios compañero de los caminos del hombre, si es un Dios vulnerable, entonces es un auténtico compañero que desea el amor del hombre. ¿No es evidente que ese mensaje de la experiencia de un combate con Dios, en emulación de un amor cada vez más profundo entre un Dios y un hombre que no odian su existencia recíproca, que están desarmados el uno frente al otro, que con una libertad recíproca se dan, digamos, la existencia el uno al otro, no es evidente que esta experiencia coincide con lo que agita al presente el fondo de la humanidad, el deseo de ver liberada la creatividad última del hombre?

..Era inaguantable el Dios preconizado por tantos cristianos. La vida de Teresa es un grito de rebeldía contra ese supuesto Dios propietario y captador que se representaba; contra ese Dios aristócrata que solo se interesaba por quienes son santos desde la infancia o poseen un psiquismo equilibrado que les permite alcanzar una alta perfección moral.  Teresa, que conoció la noche de la neurosis y se reconoció hermana de los criminales y pecadores; Teresa responde a la voz de Dios que llama a las gentes de las calles y las plazas y a todo el mundo –a todos nosotros- a los (discapacitados), a los angustiados, a los desafortunados, a los desamparados, a los desesperados…

¿Ha muerto hoy el ‘Dios potentado’? Me temo que no. Hoy se sigue presentando al Dios de Jesucristo como un amo siempre suspicaz, dispuesto en todo momento a condenar. ¿No leemos todavía con frecuencia que si nuestro mundo se encuentra tan bajo y tan cerca de la catástrofe se debe a su castigo por haberse separado de Dios? ¡Siniestra mancha del rostro joven y gozoso del Dios de Jesucristo!..¿Seguirán ciertos escribas muertos de miedo –al contrario de aquella muchacha, de un valor insobornable- haciéndola morir y apartando al pueblo cristiano del agua viva y del fuego devorador que es la vida de Teresa?”

JEAN FRANCOIS SIX. La verdadera infancia de Teresa de Jesús. Neurosis y santidad. Herder 1982. 


martes, 21 de junio de 2016

DÉJATE AMAR.

Se nos dice muchas veces: “Ama”,  pero muchas menos este otro punto de vista tan esencial en el amor pleno, “Déjate amar.” Esta carta que en sus horas finales Sor Isabel de la Trinidad escribió a la Madre Germana, su muy querida priora, insiste una y otra vez en el  “Déjate Amar”, válido siempre, en todo amor.
Esta semana supimos que el 16 de octubre próximo será canonizada esta admirada monja carmelita. Buena manera de celebrarlo será vivir su mensaje.


"Madre querida, mi sacerdote santo:
Cuando lea estas líneas, su pequeña Alabanza de gloria ya no cantará en esta tierra, sino que vivirá en el inmenso Hogar del amor. Usted podrá, pues, creerla y escucharla como si fuese «el portavoz» de Dios.

Madre querida, yo quisiera decirle todo lo que usted ha sido para mi. Pero la hora es tan grave, tan solemne.,., que no quiero perder el tiempo diciéndole cosas que creo que las empequeñecería si quisiera expresarlas en palabras.... 

 El Señor la ama enormemente... El no le dice como a Pedro: «¿Me amas más que éstos?» [Jn 21,15]. Madre, escuche lo que a usted le dice: '¡Déjate amar más que éstos!' Es decir, sin temer que algún obstáculo pueda ser obstáculo para ello, pues yo soy libre de derramar mi amor sobre quien me plazca.

'Déjate amar más que éstos':  ésta es tu vocación. Siendo fiel a ella, me harás feliz, pues así ensalzarás el poder de mi amor. Y ese amor podrá rehacer lo que tú hayas deshecho. «Déjate amar más que éstos».

..Madre, déjese amar más que los demás. Eso lo explica todo y evita que el alma se asombre...

 Madre, «déjese amar más que éstos». Así quiere su Maestro que usted sea alabanza de gloria. Él se alegra de poder construir en usted, mediante Su amor, para Su gloria. Y quiere hacerlo Él solo, aunque usted no haga nada para merecer esa gracia... Él la ama así. Él la ama «más que a éstos». Él lo hará todo en usted y llegará hasta el final. Pues cuando Él ama a un alma hasta ese punto y de esa manera, cuando la ama con un amor inmutable y creador, con un amor libre que todo lo transforma según su beneplácito, ¡entonces esa alma volará muy alto!

Madre, la fidelidad que el Maestro le pide consiste en vivir en comunión con el Amor, en desaparecer y arraigarse en ese Amor que quiere sellar su alma con el sello de su poder y de su grandeza.
Usted nunca será una del montón si vive alerta al Amor. Y en las horas en que lo único que sienta sea abatimiento y cansancio, aún le seguirá agradando si permanece fiel en creer que Él sigue actuando, que Él la ama a pesar de todo, e incluso más, porque su amor es libre y es así como quiere ser ensalzado en usted. Y entonces usted se dejará amar «más que éstos».

Eso es, creo yo, lo que quieren decir esas palabras... ¡Viva en lo más hondo de su alma!.. Dios la ha llamado para rendir homenaje a la Simplicidad del Ser divino y para exaltar el poder de su Amor.
Crea a Su «portavoz» y lea estas líneas como venidas de ÉI."


SOR ISABEL DE LA TRINIDAD. (Francia, 1880-1906)


lunes, 3 de junio de 2013

JUAN XXIII

Juan XXIII, Angelo Giuseppe Roncalli, nació en Sotto il Monte, en la provincia italiana de Bergamo, el 25 de noviembre de 1881. Desde pequeño manifestó una inclinación hacia la vida eclesiástica, por lo que al finalizar sus estudios elementares, se preparó para entrar en el seminario diocesano. Destacó desde el principio tanto en el estudio como en la formación espiritual. El 10 de agosto de 1904 fue ordenado sacerdote. Después comenzó los estudios en Roma de derecho canónico, interrumpidos en 1905 al ser elegido secretario del nuevo obispo de Bérgamo, monseñor Giacomo Radini Tedeschi, con el que trabajó durante 10 años.
Además de ser secretario, durante esos años cumplió otros encargos: profesor en el seminario, realizó estudios de historia local, director del periódico diocesano, asistente de la Unión Mujeres Católicas. Con el estallido de la guerra en 1915 le correspondió durante más de tres años ser capellán en la asistencia a los heridos en los hospitales militares de Bérgamo.
De una forma inesperada, en diciembre de 1920 recibió la invitación del papa para presidir la obra de Propagación de la Fe en Italia. En 1925, año de su ordenación episcopal, llegó el nombramiento como visitador apostólico en Bulgaria y así comenzó el periodo diplomático que duró hasta 1952. En 1934 fue nombrado delegado apostólico en Turquía y Grecia. Por decisión personal del Pío XII, asumió la nunciatura de París en 1944. Su siguiente destino fue Venecia, donde llegó el 5 de marzo de 1953 y el año siguiente fue creado cardenal. Su episcopado se caracterizó por el escrupuloso compromiso con el que asumía los principales deberes de obispo, las visitas pastorales y la celebración del Sínodo diocesano.
El 28 de octubre de 1958, el cardenal Roncalli con 76 años fue elegido sucesor de Pío XII. Esta elección hizo pensar a muchos en un pontificado de transición. Pero desde el comienzo Juan XXIII reveló un estilo que reflejaba su personalidad humana y sacerdotal madurada a través de una significativa serie de experiencias. Además de restaurar el buen funcionamiento de los organismos de la Curia, se preocupó de conferir un sello pastoral a su ministerio, subrayando la naturaleza episcopal como obispo de Roma, multiplicando el contacto con los fieles a través de visitas a las parroquias, hospitales y cárceles.
Pero sin duda alguna la contribución más importante de este papa fue el Concilio Vaticano II, que fue anunciado desde la basílica de san Pablo el 25 de abril de 1959.
En el discurso de apertura el 11 de octubre de 1962 el papa Juan XXIII dijo que "tres años de laboriosa preparación, consagrados al examen más amplio y profundo de las modernas condiciones de fe y de práctica religiosa, de vitalidad cristiana y católica especialmente, nos han aparecido como una primera señal y un primer don de gracias celestiales". Añadió también que "el supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz. Doctrina, que comprende al hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; y que, a nosotros, peregrinos sobre esta tierra, nos manda dirigirnos hacia la patria celestial. Esto demuestra cómo ha de ordenarse nuestra vida mortal de suerte que cumplamos nuestros deberes de ciudadanos de la tierra y del cielo, y así consigamos el fin establecido por Dios".
" El Concilio Ecuménico XXI —que se beneficiará de la eficaz e importante suma de experiencias jurídicas, litúrgicas, apostólicas y administrativas— quiere transmitir pura e íntegra, sin atenuaciones ni deformaciones, la doctrina que durante veinte siglos, a pesar de dificultades y de luchas, se ha convertido en patrimonio común de los hombres; patrimonio que, si no ha sido recibido de buen grado por todos, constituye una riqueza abierta a todos los hombres de buena voluntad" afirmó.
En la prospectiva de una actualización de toda la vida de la Iglesia, Juan XXIII invitaba a privilegiar la misericordia y el diálogo con el mundo en vez de la condena y la contraposición en una renovada conciencia de la misión eclesial que abrazaba todos los hombres. En esta apertura universal no podían estar excluidas las diferentes confesiones cristianas, invitadas también a participar en el Concilio para dar comienzo a un camino de acercamiento. Durante la primera fase se pudo constatar que Juan XXIII quería un Concilio realmente deliberante, que respetara todas las decisiones después de que todas las voces tuvieran modo de expresarse y confrontarse. Pero el papa Juan XXIII no pudo ver finalizar el cónclave ya que falleció el 3 de junio de 1963.
En la primavera del año de su fallecimiento se le concedió el premio "Balzan" por la paz y el testimonio de su compromiso a favor de la paz con la publicación de las encíclicas Mater et Magistra (1961) y Pacem in terris (1963) y de su intenvención decisiva en ocasión de la grave crisis de Cuba en el otoño de 1962.
El Papa Juan Pablo II le proclamó beato el 3 de septiembre del 2000 y en la homilía de la celebración dijo que "del papa Juan permanece en el recuerdo de todos las imágenes de un rostro sonrriente y de dos brazos abiertos en un abrazo al mundo entero".
(Tomado de: ZENIT)

domingo, 31 de octubre de 2010

TODOS LOS SANTOS

 "Desde las épocas tempranas de la Iglesia, el calendario litúrgico ha reservado un día para honrar, de forma colectiva, a todos los santos, tanto a los oficialmente reconocidos como a los que sólo Dios conoce. Nos recuerda así que la verdadera sociedad de los santos es mucho más numerosa que la lista de los que han sido formalmente canonizados. Existen muchos santos anónimos que, sin embargo, forman parte de la gran “nube de testigos” y que nos rodean con su fe y valor y participan, así, en la comunión entre los vivos y los muertos.
Esta fiesta colectiva de TODOS LOS SANTOS es también una ocasión para reconocer la diversidad de la santidad. Si bien comparten un cierto are de familia, los santos no se forman en un molde particular. Algunos son reconocidos por su contemplación y otros por su acción; algunos representan un papel público mientras que otros pasan sus vidas en una quieta oscuridad. Algunos demuestran la vitalidad de las antiguas tradiciones mientras que otros son pioneros y proyectan nuevas posibilidades en la vida espiritual. Algunos reciben reconocimiento y honras en vida mientras que otros son despreciados y hasta perseguidos.
La festividad de TODOS LOS SANTOS no honra una sociedad de “inmortales”, muy alejada del reino de la existencia humana común. Los santos no fueron seres sobre humanos, sino quienes realizaron la vocación para la que todos los seres humanos fueron creados y a la que estamos llamados. Nadie está llamado a ser otro San Francisco o Santa Teresa. Pero hay un camino hacia la santidad que reside dentro de nuestras circunstancias individuales, que compromete nuestros propios talentos y temperamentos, que lidia con nuestras fuerzas y debilidades, que responde a las necesidades de nuestros propios prójimos y nuestro momento particular de la historia. La festividad de TODOS LOS SANTOS nos fortalece y anima para hacer camino al andar”.

 

Todos los Santos
Robert Ellsberg.

jueves, 14 de octubre de 2010

SANTA TERESA.

Tener una santa osadía: "Dios nos libre, cuando algo hiciéramos no perfecto, decir: no somos ángeles, no somos santos; mirad que, aunque no lo somos, es gran bien pensar, si nos esforzamos, lo podríamos ser, dándonos Dios la mano; y no hayáis miedo que quede por Él, si no queda por nosotros. Esta presunción querría yo en esta casa, que hace siempre crecer la humildad: tener una santa osadía que Dios ayuda a los fuertes y no es aceptador de personas". (Camino)

Un gran tesoro: "No se espanten de las muchas cosas que hacen falta para comenzar este viaje divino, que es camino real para el cielo. Se gana, yendo por él, gran tesoro; no es mucho que cueste mucho a nuestro parecer. Tiempo vendrá que se entienda cuán poco es todo para tan gran precio". (Camino)

Una gran determinación en el seguimiento de Cristo: "Digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabajase lo que se trabajare, murmure quien murmure, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo. Ningún caso hagan de los miedos que les pusieran, ni de los peligros que os pintaren. Que no les engañe nadie en mostrarles otro camino sino el de la oración". (Camino)

miércoles, 25 de marzo de 2009

Dorothy Day 2.


De Dorothy Day escribió recién otra mujer, Joan Chittister (monja benedictina de Erie, Pensilvania):

"Lo que siempre me ha gustado de Dorothy Day es que ella fue una más entre las personas a las que dedicó su vida. No fue una filántropa de la zona residencial. No fue una monja que buscaba una buena obra para hacer. No fue una burócrata del gobierno que distribuía dinero y luego se tomaba el tren para volver a su barrio rico.

Ella fue real. Madre soltera, ciudadana desilucionada, mujer pobre, feligresa rebelde, observadora desempleada de la raza humana. Había abandonado la Iglesia. Había vivido en un edificio de viviendas de alquiler del que se habría avergonzado en su infancia. Se había hecho un aborto, y más tarde dado a luz a una hija sin estar casada. HAbía trabajado mucho para no ganar nada y vivir en un apartamento barato y miserable porque no podía costearse algo mejor. Si no hubiera sido por la gracia de Dios, Dorothy Day podría haber sido la pordiosera por excelencia.

Había dejado todos los lugares a los que vale la pena pertenecer cuando lo que importa en la vida son las credenciales... pero si podemos considerar a Dorothy Day un modelo de algo es ciertamente porque su vida no terminó hasta que terminó. Lo que Dorothy Day extrajo de las cenizas de su vida es un monumento a la vida".

("Vidas de Fuego". LUMEN-EDIBESA, 2006)



Robert Ellsberg apunta también en el libro que ya conocemos:

"El enigma de Dorothy Day fue su habilidad para reconciliar sus posiciones sociales radicales con una piedad tradicional y casi conservadora. Su compromiso con la obediencia, la pobreza y la castidad era tan firme como los de cualquier monja. Mas permaneció completamente inmersa en el mundo secular, con toda la precariedad y el desorden provenientes de una vida entre los pobres. Su santa favorita era Santa Teresita de Lisieux, la joven monja carmelita cuyo "caminito" señalaba la senda a la santidad dentro de nuestras ocupaciones cotidianas. De ella tomó Day la comprensión de que cualquir acto de amor podía contribuir al equilibrio del amor en el mundo, cualquier sufrimiento soportado por amor podía aliviar el peso de otros; tal era el misterioso lazo con el Cuerpo de Cristo".


Esa fue la santidad que vivió esta mujer, la de combinar justicia y caridad, la de ver a Cristo en los pobres y dar la vida por ellos, la de recordar a la Iglesia donde estaba su mayor tesoro.


Acerca de la santidad escribió:

"Todo lo que he leído de niña sobre los santos me ha emocionado. Podía advertir la nobleza de entregar su vida a los enfermos, a los inválidos, a los leprosos...Pero había otra pregunta en mi mente. ¿Por qué se hacía tanto por remediar el mal en vez de evitarlo, en primer lugar?... ¿Dónde había santos que intentaran cambiar el orden social, que no sólo ejercieran su ministerio con los esclavos, sino que intentaran erradicar la esclavitud?".


Puedes leer más sobre Dorothy Day en : "La Larga Soledad. Autobiografía". Sal Terrae.

martes, 24 de marzo de 2009

Dorothy Day.


Dorothy Day fue una gran mujer, de esas que dejan su huella en la historia pequeña, la de los hombres y mujeres de la calle; una mujer que vivió intensamente además, que renunció voluntariamente a una vida más cómoda y que tal vez hoy mucha gente no sepa nada de su vida. Vivió entre 1897 y 1980, y aparece en un libro reciente como "pacifista norteamericana, que se involucró activamente en los grandes temas del siglo XX, desde los derechos de la mujer hasta la guerra de Vietnam". Según cuenta Robert Ellberg, en "TODOS LOS SANTOS", cuando Dorothy murió, a los 83 años de edad, se dijo de ella que era la personalidad más influyente, interesante y significativa en la historia del catolicismo norteamericano.Sin embargo, siempre fue una persona poco aceptada y poco comprendida, incluso en el seno de la Iglesia.

Una de sus obras más importantes fue la fundación de CATHOLIC WORKER, movimiento laical fundado y dirigido por ella durante 50 años, cuyo objetivo fue demostrar que el amor evangélico podía ser vivido; quiso demostrar que el amor era no sólo un desafío personal, sino que también tenía un componente político. Representó un nuevo tipo de santidad política, una manera de servir a Cristo, no sólo a través de la oración y el sacrificio, sino también en la solidaridad con los pobres y la lucha por la paz y la justicia. A causa de esto le llamaron "comunista", le dispararon, encarcelaron, e investigaron varias veces.

Dorothy había nacido en Brooklyn, bautizada en la Iglesia Episcopal, pero no tuvo relación con esa religión. En la universidad se implicó en causas radicales, rechazando el cristianismo; trabajó como periodista, y tomó parte en las luchas sociales de su época. Sus amigos eran comunistas, anarquistas, artistas e intelectuales, de esos que opinan que la religión es opio para el pueblo.

En 1926, viviendo en Staten Island, con un hombre al que amaba profundamente, quedó embarazada, y fue ese acontecimiento el que encendió la chispa de su conversión. Fue algo que ella denominó "felicidad natural" lo que le hizo volver su corazón a Dios; entró en la Iglesia Católica en 1927. El impacto de este acontecimiento también trajo penas: el hombre que amaba la abandonó pues no aceptó el matrimonio, y muchos la acusaron de traicionar la causa de los pobres. Fueron varios años los que vivió en medio de una búsqueda interior y mucha oración.

En 1932 llegó la respuesta: se encontró con Peter Maurin, agitador y filósofo itinerante, quien le animó a comenzar un periódico que ofreciera solidaridad a los pobres y críticara el istema social desde la radical perspectiva evangélica. El CATHOLIC WORKER fue lanzado el 1 de mayo de 1933; Dorothy hizo de la redacción del periódico una casa de hospitalidad donde se ofrecia comida a los hambrientos y techo a los vagabundos y desarraigados.

Dorothy Day murió un 29 de noviembre de 1980.
En la imagen que acompaña a la entrada aparece Peter Maurin, y detrás, Dorothy Day.

viernes, 20 de marzo de 2009

Otra mirada sobre la santidad (final).



Con esta entrada terminamos de compartir el prólogo del libro "TODOS LOS SANTOS", de Robert Ellsberg:


"Resulta de especial importancia transmitir estas lecciones a nuestros hijos, tan fáciles de seducir por nuestra cultura que admira l0 que es meramente locuaz o exitoso, que honra el poder, la belleza superficial, y la ilu­sión de la celebridad... la mayoría de nosotros ha sentido, alguna vez, cómo responden nuestros corazones a esos ejem­plos de coraje, bondad o nobleza espiritual que fueron nuestra inspiración hacia un camino más elevado. Lo mismo sucedió con los santos. Uno de los motivos recurrentes de sus historias es la importancia de un encuentro con otro santo, al­gunas veces en persona, pero a menudo a través de la lectura de una historia o de haber escuchado una leyenda. Puedo, sin mentir, decir acerca de mi propia vida, que he aprendido mucho menos de los evangelios estudiando teología, que de las vidas de la gente santa. Esto refleja, en parte, la estructura narrativa del evange­lio cristiano. Las verdades del cristianismo se verifican en los testigos vivientes más que en los silogismos lógicos.
Pero los santos hacen más que ofrecemos un ejemplo edificante. Hay, en ver­dad, un aura de trascendencia y poder sagrado que rodea sus vidas. Esto tiene po­co que ver con un muestrario de milagros, en el sentido tradicional. Tiene más relación con una cualidad del misterio que se ve reforzada sólo a través de sus idiosincrasias. Como las figuras en el vitral, los ilumina una fuente más allá de ellos mismos. De este modo, si les permitimos, nos ayudan a despertar a la com­prensión de que nuestras vidas se hallan iluminadas por la misma fuente. Como observara el Cardenal Suhard, ser santo significa "vivir de una manera tal que no tendría sentido si Dios no existiera."
L0 que me ha sorprendido (de los santos) es el carácter inflexible de su compromiso, su vo­luntad para sacrificado todo por su vocación. Algunas veces, l0 que ahora los ha­ce aparecer heroicos o admirables, en su momento y a los ojos de sus contempo­ráneos los volvió difíciles de tolerar. Esto también debe ser reconocido. La san­tidad no es sinónimo de "gentileza" o "bondad", en el sentido usual.
Por otra parte, qué humanos que son. A pesar de los efectos sobrenaturales con que las leyendas puedan adornarlos, lo que aparece una y otra vez, es su hu­manidad. Experimentaban dudas, debilidades, soledad, y miedo, al igual que to­dos nosotros. Pero finalmente sus vidas estaban organizadas alrededor de los principios más elevados: la capacidad humana para amar, para sacrificarse, y la generosidad. "Pureza de corazón" decía Kierkegaard, "es desear una sola cosa." Esta unidad de intención es una de las características que unen a muchas de es­tas figuras. Lo que no significa estar libres de la ambigüedad que vuelve difícil reducir cualquier vida a una sola significación o mensaje. Pero bajo la mirada de
la contemplación, hay algo que emerge a la superficie: sus faltas, debilidades o limitaciones, no son su mensaje esencial ni su legado.

¿Qué tenían en común? No se esforzaban por ser "santos." Quizás se dedica­ron seriamente a la tarea de ser humanos, comprendiendo esta vocación en el sen­tido profundo reflejado en las viejas fórmulas del catecismo: "¿Quién nos ha creado? Dios nos creó. ¿Para qué nos creó Dios? Para conocerlo, amarlo y ser­virlo en esta vida y gozar de Él en la vida eterna."

No, los santos no son seres humanos perfectos. Pero a su propia manera par­ticular, se volvieron auténticos seres humanos, dotados de la capacidad de des­pertar esta vocación en otros. A Dorothy Day, como ya he dicho, no le gustaba que la llamaran santa: "Cuando te llaman santa, significa, básicamente, que no debes ser tomada en serio." Este libro ofrece un argumento diferente: que llamar a alguien santo o santa, significa que su vida debe ser tomada con la mayor se­riedad. Es una prueba de que el evangelio puede ser vivido".


(Volvemos a recomendar aquí este libro cuyo prólogo hemos compartido durante durante varias entradas, no es la habitual selección de santos que encontramos en las librerías. Es otra mirada sobre la santidad y la posibilidad real de seguir en nuestra propias vidas los ejemplos que se proponen. Hombres y mujeres, de carne y hueso, que quisieron vivir para alabar a su Creador).

sábado, 14 de marzo de 2009

TESTIGOS.


Roger de Taizé. Vivió entre 1915 y 2005. Teólogo protestante nacido en Suiza, fue padre fundador y prior de la comunidad ecuménica de Taizé. Su búsqueda espiritual lo llevó a retirarse en plena Guerra Mundial, cuando tenía 25 años, a una pequeña ciudad para comenzar allí una singular experiencia monástica. Promovió la vida en comunidad y se consagró a trabajar por la reconciliación de los cristianos. A propósito de su vocación dijo una vez:


"En nuestra existencia no son los dones notorios o las grandes capacidades las que nos permiten ser creadores con Dios También ha partir de la prueba puede nacer un gran impulso de vida".

"Cuanto más un creyente quiere vivir el absoluto de Dios, más debe insertarse en el absoluto de la miseria humana".


El Hno Roger dejó algunos escritos, sencillos y breves, en los que compartía sus sueños de una comunidad evangélica y evangelizadora desde el perdón y la fraternidad. El descubrió el amor de Dios para cada ser humano, confesaba sin verguenza sus propios límites, miedos y dificultades, y apuntaba:

"Sólo podemos construir a partir de lo que somos, con nuestros límites y fragilidades".


Durante su larga vida, nunca dejó de buscar.

viernes, 13 de marzo de 2009

Otra mirada sobre la santidad (5).


Seguimos compartiendo parte del prólogo al libro "Todos los santos", de Robert Ellsberg. Ya casi terminamos, pero todavía creo hallarán algunos detalles interesantes que nos permiten comprender mejor lo que supone una vivencia más real de esta llamada, que recibimos los bautizados:


"Así, la procesión de figuras de este libro es una suerte de tripulación variada y heterogénea. Sin duda que san Agustín o santo Domingo se sentirían alarmados al encontrarse asociados a gente como Vincent van Gogh o León Tolstoy ( También lo opuesto sería posible). En una obra de estas características, la selección, de manera inevitable, está diciendo algo. ¿Cómo elegir? Me he guiado aquí por una intuición de Simone Weil: "No es suficiente, hoy en día, ser meramente santos, sino que debemos tener el tipo de santidad que nuestro tiempo requiere”. Creo que muchos de los santos tradicionales, justamente por esa razón, continúan siendo un recurso invalorable. Sin embargo

¿cuáles son las necesidades del mo­mento actual?
Los ejemplos previos de santidad tendían a enfatizar un ascetismo negador del mundo; hoy necesitamos ejemplos de disciplina y abnegación al servicio del mundo y solidarios con los sufrimientos humanos.

Hay incontables santos que exhibían la virtud de la caridad; necesitamos santos que combinen la caridad con una sed profética de justicia.

Gran parte de la historia cristiana ha sido escrita por manos masculinas; necesitamos recordar el ejemplo y los dones de las mujeres santas y proféticas.

La lista tradicional de los santos ha estado dominada por el clero y los religiosos; necesitamos prestar especial atención a los testimonios de los laicos, de aquellos cuya vocación es infundir el espíritu del evangelio en el mundo.

La historia de la Iglesia tiene tendencia a ser escrita en términos occiden­tales; en esta que Karl Rahner llama la "Iglesia del mundo", necesitamos recor­dar la lucha de los santos que tradujeron el evangelio al idioma de las culturas lo­cales, no occidentales; que abrazaron la sabiduría de otros caminos religiosos e intentaron comprender la fe en términos de nuevos horizontes intelectuales y cul­turales.

Necesitamos ejemplos de santidad más allá del claustro; santos inmersos en el universo del arte, de la literatura, en el mundo académico, en el de las lu­chas políticas, y en la vida cotidiana. Necesitamos profetas que presenten un de­safío tanto a la Iglesia como al mundo, para que reflejen mejor la justicia y la mi­sericordia de Dios. Debemos prestar atención a la visión de los místicos, que ven a través de la sombra de la cotidianeidad y nos recuerdan, así, al Dios que es siempre más grande que nuestras teologías o nuestra imaginación.
¿Existen santos que hablen a todas estas preocupaciones? Algunos, tal vez. Pero el desafío es recurrir, para nuestro camino, un camino que comienza en el punto en que se halla cada uno de nosotros, al testimonio parcial de muchos com­pañeros santos.
Estamos hechos de lo que admiramos. Pero en esto, como en cualquier otra búsqueda, es posible cultivar nuestro gusto. Resulta importante aprender a reco­nocer qué es bueno, a entrenar nuestros oídos a discernir la verdad, a honrar lo que es verdaderamente honorable, a elegir normas morales que estén más allá de nuestro fácil alcance".

jueves, 5 de marzo de 2009

Otra mirada sobre la santidad (4)


"Estoy convencido de que muchas personas poseen una habilidad instintiva para reconocer la santidad heroica cuando la ven. Independientemente de un proceso oficial, reconocen que hay ciertas personas cuyas vidas proclaman, de alguna manera extraordinaria, el misterio del evangelio. Algunas son personas que podrían muy bien ser candidatas a la santi­ficación. El arzobispo Oscar Romero, Thomas Merton, y Dorothy Day, son unos pocos ejemplos de tiempos recientes. Pero mi lista incluye otras, tales como el : teólogo mártir Dietrich Bonhoeffer, o Albert Schweitzer o el metodista John Wesley, quienes, por no haber sido católicos, jamás serían elegibles para una ca­nonización formal. No resulta difícil argumentar que estas vidas son una inspira­ción más auténtica para los cristianos contemporáneos que la memoria de mu­chos santos de hace tiempo.
Luego están los que no son cristianos, como Gandhi, o el profeta judío Abra­ham Heschel, o incluso los moralistas no religiosos como Albert Camus, cuyo impacto en la espiritualidad y la ética cristianas, ha igualado, indiscutiblemente, el de cualquier cristiano ortodoxo de nuestro tiempo. Al incluirlos en una lista ampliada de "santos", mi intención no es de arrastrarlos por la fuerza al redil cristiano, sino apuntar en la dirección del Dios que (de acuerdo con san Juan) es "más amplio que nuestros corazones". Como Heschel escribió: "La Santidad no es monopolio de una religión o tradición en particular. Dondequiera que se obre de acuerdo con la voluntad de Dios, dondequiera que un pensamiento humano se dirija a Él, hay santidad."
La cuestión más molesta para algunos lectores, será la inclusión de algunos hombres y mujeres que no representan una norma común de santidad. Si este presenta un problema, es posible que surja de nuestra tendencia a igualar la santidad con la perfección moral. Es de notar que este tipo de ecuación era algo desconocido para los autores de las Escrituras. La mayoría de los héroes bíblicos, incluyendo a Abraham, Jacob, Moisés y David, están, de varias maneras, llenos de faltas. Lo mismo puede decirse de los discípulos más cercanos de Cristo. Y, sin embargo, Cristo mismo dijo que quienes daban de beber a un extranjero sediento o visitaban a un prisionero en la cárcel, eran bienaventurados. Es seguro que en la "comunión de los santos", los hay cuyas aparentes debilidades servían de disfraz a la grandeza espiritual interior, pero cuyo testimonio, sin embargo, fue redimido por una sola gran acción, algún don especial, o simplemente por la ho­nestidad de sus intenciones. Estas vidas también traen algún mensaje acerca del desafío de la fe en nuestros tiempos".


Seguimos compartiendo parte del prólogo del libro "Todos los Santos", de Robert Ellsberg, publicado por Lumen.

lunes, 2 de marzo de 2009

Otra mirada sobre la santidad (3)


"Antes de poder seguirlos (a los santos), debemos conocer sus historias. En es­te libro he compilado una lista de hombres y mujeres cuyas vidas y mensajes ha­blan, según creo, a las necesidades espirituales de hoy en día. Son figuras anti­guas y contemporáneas, e incluyen tanto a quienes han sido canonizados en for­ma oficial por la Iglesia, como a los que no lo han sido. Es mi objetivo, en par­te, incitar al redescubrimiento de muchas figuras familiares de la historia cristia­na, mostrar su creatividad, su coraje y su imaginación frente a los desafíos histó­ricos; subrayar los aspectos de sus vidas o mensajes que hablan a las preocupa­ciones contemporáneas; y sobre todo, mostrar que su santidad no fue simplemen­te un atuendo que usaban sino una cualidad que se expresó a través de la lucha y el conflicto, a lo largo de todas sus vidas. Pero tengo, asimismo, otra intención. Al explorar una serie de vidas que exceden el canon oficial de los santos, espero extender la comprensión popular de la santidad como tal.
La Iglesia no pretende que su lista o "canon" agote el número de santos rea­les. Hay incontables hombres y mujeres cuya santidad sólo Dios reconoce. La Iglesia los conmemora junto con los "santos oficiales", el 1 de noviembre, en la fiesta de Todos los Santos, de donde surge el título de este libro.
El proceso de "hacer santos" ha tenido una evolución considerable en los últimos dos mil años. En los primeros siglos, la canonización estaba, en gran parte, sujeta a la aclamación popular: eran las personas de la Iglesia local las que proclamaban que habían tenido a un santo en medio de ellas. A lo largo del tiempo esto fue reemplazado por un proceso burocrático y muy bien organiza­do, centralizado en el Vaticano. Hoy en día, antes de que una persona pueda ser declarada "beata" (beatificada) o declarada santa en forma oficial, sus vidas y escritos deben ser examinados a fin de encontrar evidencias de virtud heroica u ortodoxia doctrinaria; finalmente, se les debe acreditar algún milagro. Mien­tras este elaborado proceso subraya la solemnidad de las declaraciones de la iglesia, tiende a influenciar la selección de candidatos para la canonización. Si el canon de santos, especialmente en tiempos modernos, está superpoblado de miembros de las órdenes religiosas, esto refleja, en gran parte, el hecho de que tales congregaciones han tenido el tiempo y los recursos necesarios para invertir en un largo proceso de canonización. El proceso oficial ha sido notoriamente débil en promover ejemplos de santidad laica, ha tendido a reconocer las formas convencionales de piedad, y a evitar las figuras proféticas que incomoda­ban a las autoridades religiosas de su tiempo. Finalmente, el peso otorgado a los milagros tiende de tal manera a reforzar ese sentido de "otredad" de los san­tos, que contribuye a minar el poder de su ejemplo: "eran santos; no es lo mis­mo para nosotros...." (Continuará)
Les recuerdo que este texto que estamos compartiendo es parte del prólogo del libro "TODOS LOS SANTOS", preparado por Robert Ellsberg, y publicado por LUMEN.

viernes, 27 de febrero de 2009

Otra mirada sobre la santidad (2)

En las mentes de mucha gente de hoy, las leyendas de los santos reflejan una forma demasiado estereotipada; pasaron sus vidas orando y haciendo buenas obras; otros tuvieron visiones o llevaron a cabo milagros. Todo esto puede ser verdad, pero tiende a omitir una buena cantidad de cuestiones. Si bien hay un molde reconocible en las vidas de los santos, cada uno de ellos fue, a su manera, un "original". Llegaron a la santidad por medio del material con el que contaban; material que, en algunos casos, parecía de calidad dudosa. Muchos de ellos lu­charon duramente para inventar un nuevo estilo de testimonio cristiano en res­puesta a las necesidades de su tiempo, necesidades que eran, frecuentemente, só­lo visibles para ellos. Incluso entre los santos canonizados llama la atención cuántos de ellos pagaron caro la originalidad de su visión. Junto con muchos de los mártires aceptados, existe una innumerable cantidad de otros que sufrieron persecuciones o fueron humillados, no por ostensibles "enemigos de la fe" sino a manos de sus propios pares cristianos. Todo esto se olvida fácilmente.
Pascal, el gran apologista cristiano que escribiera en el siglo diecisiete, obser­vó con cuánta frecuencia la veneración hacia los santos puede transformarse en una trivialización bienpensante de sus desafíos. Tendemos a mirarlos como "co­ronados de gloria y de años, y considerados casi divinos en tiempos pasados". Así nos parecen con el paso del tiempo.
Pero en los tiempos en que era perseguido, este gran santo fue sólo un hom­bre llamado Atanasio; y santa Teresa, sólo una mujer. Elías era un hombre sujeto a las mismas pasiones que nosotros, como señaló san Pedro para librar a los cristianos de la falsa idea que nos hace rechazar el ejemplo de los san­tos, como careciendo de relación con nuestro estado. "Eran santos", decimos. "No es lo mismo para nosotros."
Ésta es una de las razones, aparte de la humildad, por lo que a la gente santa no le gusta que la llamen santa. Como solía decir Dorothy Day, fundadora del movimiento de Trabajadores Católicos, "no me llamen santa, no quiero que se li­bren de mí tan fácilmente". Poner a los santos en un pedestal, implica que su ejemplo no contiene ningún desafío personal. Pero cuando esto sucede, la imaginación cristiana se debilita enormemente. Al describir la función de los san­tos, Karl Rahner escribió: "son los iniciadores y los modelos creadores de una santidad que a la vez que se adecua a su época en particular, es obra de ella. Los santos crean un nuevo estilo; prueban que una forma particular de vida y de actividad es, de manera real, una posibilidad genuina; muestran de manera expe­rimental que uno puede ser cristiano incluso de 'esta manera', vuelven a este ti­po de personas, creíbles como cristianos." Los santos son quienes, de alguna ma­nera parcial, personifican -literalmente encarnan- el desafío de la fe en su tiempo y lugar. Al hacerlo así, abren el camino para que otros los sigan... (Continuará)
Este texto que compartimos forma parte del prólogo al libro "Todos los Santos", publicado por LUMEN, y cuyo autor es Robert Ellsberg.

lunes, 23 de febrero de 2009

Otra mirada sobre la santidad (1)


No hace mucho, creo recordar, comenté acá un libro, "Todos los santos", publicado por LUMEN, y cuyo autor es Robert Ellsberg. Es un libro que recomendaba y recomiendo otra vez. Para que gusten algo de él durante los próximos días les compartiré buena parte de su prólogo, que habla acerca de la santidad cristiana, y de una nueva visión acerca de la misma.


"He pasado mucho tiempo, los domingos por la mañana, contemplando los vi­trales de mi parroquia. Como en muchas otras iglesias católicas, estos vitrales ¡­nos presentan una galería de santos populares y nos recuerdan que quienes se reúnen para adorar a Dios en nombre de Jesús, nunca están solos. Hay una "co­munión de los santos" más amplia, que une a los creyentes a través de las fron­teras del tiempo y el espacio; incluso a través de esa frontera que divide a este mundo del próximo.
Esta comunión con quienes han "muerto en el Señor" fue una vívida realidad
para los cristianos primitivos. Les gustaba reunirse alrededor de las tumbas de los mártires para recordar su heroico testimonio y conmemorar los aniversarios de sus muertes. Fue esta devoción la que inició el culto a los santos.
Hubo un tiempo en que el martirio era, virtualmente, la característica que de­finía la santidad. Los hombres y mujeres que murieron en la arena romana ha­bían dado un testimonio total de Cristo, no sólo al imitar su muerte en la cruz, sino proclamando, con su sacrificio, su fe en la resurrección. Su sangre, como dijo Tertuliano, fue la semilla de la iglesia. Sin embargo, cuando la era del mar­tirio pasó, se volvió claro que había otras maneras de dar testimonio. Habían per­sonas cuyas oraciones y sacrificios eran tan intensos que constituían una suerte de martirio viviente. Estos santos hombres y mujeres hicieron más que dar un ejemplo edificante: adquirieron un aura de trascendencia y poder sagrado. Su poder se extendía incluso más allá de sus muertes, de ahí los milagros asociados a sus reliquias y a la invocación de sus nombres. De manera creciente, este po­der milagroso se volvió un signo cierto de santidad. No obstante, a medida que esto sucedía, los santos servían menos como ideales del apostolado cristiano y más como hacedores de milagros o autoridades celestiales. Daba la impresión de que los santos servían más para ser venerados que imitados.
En los vitrales de mi iglesia parroquial puedo ver a varios de los más grandes santos canonizados: Teresa de Ávila, Jerónimo, Agustín, Catalina de Siena, Cla­ra y Francisco de Asís. Me pregunto si resultan visibles o si es que forman par­te de la arquitectura "religiosa" que se da fácilmente por sentada. Para muchos cristianos, los santos son apenas figuras legendarias -"cristianos perfectos"- que ejercen poca influencia en sus propias luchas y preocupaciones cotidianas. El he­cho de que muchos de estos santos estén con vestiduras religiosas no ayuda de­masiado. ¿Qué relación tiene esta gente "especial" con los desafíos de la vida or­dinaria en "el mundo"?"...... (Continuará)

martes, 20 de noviembre de 2007

Isabel de Hungría.


Al leer algunas vidas de santos mi mente se llena de preguntas que no consigo responder, y mi corazón se estremece. Así me sucede cada año, cuando el 17 de noviembre leo este resumen que aparece en el Misal sobre Santa Isabel de Hungría, y que quiero compartirles hoy:


Santa Isabel nació en Hungría en 1207. A los catorce años fue desposada con el duque Luis IV de Turingia. Isabel poseía un espíritu de fuego. La influencia de su marido, al que amó extraordinariamente, le proporcionó un equilibrio humano y espiritual durante los felices años de su vida en común. Por entonces, en la Iglesia destellaba una luz deslumbrante, la de Francisco de Asís. Isabel soñaba con reproducir dentro de su hogar el ideal franciscano y Luis era una persona apropiada para compartir las aspiraciones de su esposa. Pero en 1227, tuvo que partir él a la cruzada. A los tres meses moría en Italia. El golpe resultó terrible para Isabel, que esperaba su tercer hijo. Hubiera necesitado en tal coyuntura de un Francisco de Sales junto a ella, pero tenía como director espiritual a un maestro que la aterrorizaba y que incluso no dudaba en herirla. Siguiendo en pos de una alucinante búsqueda de abyección y penitencia, rompió con su familia, que la tomaba por loca, y confió a otros el cuidado de sus propios hijos con el fin de consagrarse al servicio de los pobres y enfermos más abandonados, en quienes veía a Cristo. Su salud no pudo resistir todas estas austeridades. Murió en 1231, a los veinticuatro años.

Oración: Dios y Padre nuestro, a menudo no entendemos tus caminos, o los equivocamos de tal modo que podemos convertir tu bendición en maldición. A la luz de la vida de esta santa mujer ayúdanos a discernir tus caminos, a proclamar en nuestras obras tu misericordia, y a convertir la santidad, Tu Santidad, en la meta de nuestras vidas. AMEN.

Ser parte de todo...

¡Oh Dios! Somos uno contigo. Tú nos has hecho uno contigo. Tú nos has enseñado que si permanecemos abiertos unos a otros Tú moras en nosotros. Ayúdanos a mantener esta apertura y a luchar por ella con todo nuestro corazón. Ayúdanos a comprender que no puede haber entendimiento mutuo si hay rechazo. ¡Oh Dios! Aceptándonos unos a otros de todo corazón, plenamente, totalmente, te aceptamos a Ti y te damos gracias, te adoramos y te amamos con todo nuestro ser, nuestro espíritu está enraizado en tu Espíritu. Llénanos, pues, de amor y únenos en el amor conforme seguimos nuestros propios caminos, unidos en este único Espíritu que te hace presente en el mundo, y que te hace testigo de la suprema realidad que es el amor. El amor vence siempre. El amor es victorioso. AMÉN.
-Thomas Merton-

Santidad es descubrir quién soy...

“Es cierto decir que para mí la santidad consiste en ser yo mismo y para ti la santidad consiste en ser tú mismo y que, en último término, tu santidad nunca será la mía, y la mía nunca será la tuya, salvo en el comunismo de la caridad y la gracia. Para mí ser santo significa ser yo mismo. Por lo tanto el problema de la santidad y la salvación es en realidad el problema de descubrir quién soy yo y de encontrar mi yo verdadero… Dios nos deja en libertad de ser lo que nos parezca. Podemos ser nosotros mismos o no, según nos plazca. Pero el problema es este: puesto que Dios solo posee el secreto de mi identidad, únicamente él puede hacerme quien soy o, mejor, únicamente Él puede hacerme quien yo querré ser cuando por fin empiece plenamente a ser. Las semillas plantadas en mi libertad en cada momento, por la voluntad de Dios son las semillas de mi propia identidad, mi propia realidad, mi propia felicidad, mi propia santidad” (Semillas de contemplación).

LA DANZA GENERAL.

"Lo que es serio para los hombres a menudo no tiene importancia a los ojos de Dios.Lo que en Dios puede parecernos un juego es quizás lo que El toma más seriamente.Dios juega en el jardin de la creación, y, si dejamos de lado nuestras obsesionessobre lo que consideramos el significado de todo, podemos escuchar el llamado de Diosy seguirlo en su misteriosa Danza Cósmica.No tenemos que ir muy lejos para escuchar los ecos de esa danza.Cuando estamos solos en una noche estrellada; cuando por casualidad vemos a los pajaros que en otoño bajan sobre un bosque de nísperos para descansar y comer; cuando vemos a los niños en el momento en que son realmente niños; cuando conocemos al amor en nuestros corazones; o cuando, como el poeta japonés Basho, oímos a una vieja ranachapotear en una solitaria laguna; en esas ocasiones, el despertar, la inversiónde todos los valores, la "novedad", el vacío y la pureza de visión que los hace tan evidentes nos dan un eco de la danza cosmica.Porque el mundo y el tiempo son la danza del Señor en el vacío. El silencio de las esferas es la música de un festín de bodas. Mientras más insistimos en entender mal los fenómenos de la vida, más nos envolvemos en tristeza, absurdo y desesperación. Pero eso no importa, porque ninguna desesperación nuestra puede alterar la realidad de las cosas, o manchar la alegría de la danza cósmica que está siempre allí. Es más, estamos en medio de ella, y ella está en medio de nosotros, latiendo en nuestra propia sangre, lo queramos o no".
Thomas Merton.

ORACIÓN DE CONFIANZA...

“Señor Dios mío, no tengo idea de hacia dónde voy. No conozco el camino que hay ante mí. No tengo seguridad de dónde termina. No me conozco realmente, y el hecho de que piense que cumplo tu voluntad, no significa que realmente lo haga. Pero creo que el deseo de agradarte te agrada realmente. Y espero tener este deseo en todo lo que estoy haciendo. Espero no hacer nunca nada aparte de tal deseo. Y sé que si hago esto, tú me llevarás por el camino recto, aunque yo no lo conozca. Por lo tanto, siempre confiaré en ti aunque parezca perdido y a la sombra de la muerte. No temeré, pues tú estás siempre conmigo y no me dejarás que haga frente solo a mis peligros

Para intercambiar comentarios sobre Thomas Merton y otros maestros contemporaneos del espíritu.