Comenzar por recordar
mi propio encuentro con Jesús, mi historia de salvación, partiendo de un pasaje
de Deuteronomio que leemos a inicios de la Cuaresma. Los israelitas al
presentar la ofrenda de los primeros frutos ante el altar de Dios hacen una
profesión de fe, que parte de su propia experiencia como pueblo, asumida a
nivel personal también:
"Mi padre fue un arameo errante, que bajó
a Egipto y se estableció allí con unas pocas personas. Pero luego creció, hasta
convertirse en una raza grande, potente y numerosa. Los egipcios nos maltrataron y nos oprimieron, y nos impusieron una
dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor Dios de nuestros padres, y el Señor
escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia.
El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran
terror, con signos y portentos. Nos introdujo en este lugar y nos dio esta
tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso ahora traigo aquí las
primicias de los frutos del suelo que Tú, Señor, me has dado."
(Deuteronomio
26, 4-10)
Traigo a la memoria mi encuentro con Jesús.
Esta es la experiencia original que necesita ser reactivada, el misterio que no
dejará nunca de ser misterio, por mucho que busque, indague y profundice en
ello. Esta memoria de la experiencia fundante de mi camino de fe, lo que
llevamos en la boca y el corazón al decir de Pablo, es lo que nos permite atravesar el desierto,
sin sucumbir a las múltiples tentaciones. Si mantenemos en activo la
experiencia fundante, podrás superar cualquier tentación.
“Después del bautismo, el Espíritu llevó
a Jesús al desierto. Allí estuvo cuarenta días, viviendo entre las fieras y
siendo puesto a prueba por Satanás; y los ángeles le servían”.
(Marcos 1, 12-13)
Quien lleva a Jesús al
desierto es el Espíritu, y al final de los 40 días, y luego de ser tentado, los
ángeles acuden a servirle. El desierto es imagen de nuestra propia vida, y todo
el camino está en las manos de Dios de principio a fin. El diablo, las
tentaciones, podemos decir que son puro accidente, y esto no supone minimizar
su acción y las consecuencias de esta, pero sí reafirmar que es Dios y no el
Mal quien define e impulsa nuestra vida. Y finalmente, no se recibe el Espíritu
para apartarse de la vida, sino para sumergirse en ella
El bautismo sacramental en mi caso personal
fue la expresión concreta de una previa “experiencia bautismal”, inaugural,
iniciática. En el caso de una persona que recibió el bautismo sacramental al
nacer, necesita también vivir la experiencia bautismal que le haga despertar
conscientemente a la fe, para poner voluntad y libertad al servicio del Camino. .