En la revista SUR, del año 1950,
apareció un artículo que comentaba la edición de Sudamericana de la
autobiografía de
Thomas Merton, “La montana de los siete círculos”, firmado por
Mario Albano. Reproduzco algunas ideas que creo resultarán de interés a quienes
se acercan hoy a este libro, el más famoso del monje trapense.
“Este es un libro autobiográfico.
Comprende los primeros treinta años de vida de Thomas Merton, un joven escritor
que conoció todo cuanto puede conocer un hombre que posea inteligencia y dinero
(o que ciertas contingencias personales le permitan recorrer mundo; lo lleven,
por ejemplo, a la Capilla Sixtina, al Louvre, a Cambridge, a Columbia
University, a la Habana) y que ahora, convertido al catolicismo, es cartujo en el
monasterio de Gethsemaní, Kentucky. En resumen: es el testimonio de esa
aventura deslumbrante y a menudo durísima que es la juventud de un hombre;
aventura que en Thomas Merton se perfila como la búsqueda, el tanteo, el
padecimiento y el hallazgo de Dios. Por su argumento, es una crónica y una
confesión (debido a ello, sin duda, ha sido un betseller en Norteamérica); por
su tono, llega a ser un alegato, y en algunos capítulos, un himno purísimo.
Constantemente suscita la reflexión, la polémica. Está bien escrito, en una
prosa natural que se adapta sin esfuerzo a las sinuosidades del pensamiento y
comunica poder e interés a las cosas que describe. Una prosa, en fin, de quien
no siente ya la necesidad de redondear sus palabras y está empeñado, por eso
mismo, en la más difícil tarea de
expresar su espíritu con fidelidad”.
Luego, el autor desgrana sus objeciones,
también de interés, que creo fueron suscritas años más tarde por el propio
Merton; dice que el libro, a pesar de lo dicho antes, no le convenció
plenamente, por su catolicismo proselitista y encendido.
“Hay en el autor una escrupulosidad
excesiva de converso; como muchos apasionados, es demasiado estricto para no
ser unilateral. A menudo, cuando expone sus sentimientos e ideas, se aleja de
ese vasto universo de contrarias armas, de ese constante y complejo matrimonio
de cielo y tierra que es el catolicismo. Desde su celda el monje repudia su
paso por el mundo, sus idas y venidas por tantas ciudades diferentes. Muchas
cosas que podrían regocijar a un cristiano son señaladas en La montana de los
siete círculos como algo obvio y superable, aunque no siempre superado. Las
grandes capitales, la camaradería bulliciosa y áspera que se improvisa entre
los jóvenes, el hallazgo deslumbrante del amor, son evocados con demasiada
frecuencia en sus aspectos inevitablemente penosos, y pocas veces en sus
también inevitables aspectos magníficos; como si todas las experiencias humanas
no fueran un pretexto para ir hacia Dios sino un pretexto estéril, sin
finalidad y grandeza. Comprendo que su punto de vista es cristiano; por eso
quiero recordar que la soledad cristiana, en sus más altas expresiones, es una
superación, y no un desdén; una levitación, y no una huida; entre otras causas,
porque en este mundo ha acontecido la encarnación del Dios de los cristianos, y
porque, de todas las formas de contemplación, una de las más válidas es esa
forma de activa contemplación divina que, según los teólogos, se llama caridad.
Sí, Hay demasiado repudio en el cosmos de Merton. Una especie sutil de repudio,
no siempre perceptible en algunas páginas, pero que surge a lo largo de su
testimonio. También conviene subrayarlo porque La montana de los siete círculos
es, ante todo, un libro de recuerdos mundanales y está dirigida a los hombres
que viven en el mundo”.
Para terminar, reconoce el autor que el
libro de Merton “es una obra lúcida e intensa” en la que encuentra el lector
muchos hallazgos, y a pesar de su mirada
crítica cree ver en esta obra “una absoluta vocación por las cosas que Dios ha
establecido en el mundo”, frente a quienes amenazan siempre con desertar de él.
Merton conoció el artículo de Mario
Albano, y testimonia en una de sus cartas que lo leyó con agrado; es indudable
que la visión de Merton fue cambiando con su propia maduración espiritual, y él mismo acabó no reconociéndose en lo que
escribió en su autobiografía, y asumiendo una mirada más amable y compasiva
sobre el mundo que le rodeaba y el tiempo que le tocó vivir.
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