Leyendo a Thomas Merton: “Los manantiales de la contemplación”1.
En las últimas semanas volví a tomar el libro “Los manantiales de la contemplación”, que recoge las grabaciones de dos encuentros o retiros que tuvo Thomas Merton en la abadía de Getsemaní con un grupo de religiosas contemplativas. Está publicado en esta edición por Sudamericana, no sé si habrá otra edición en español (esta es del año 1993, tomada de la edición en inglés de 1992). Es un libro que llegó a mis manos gracias a la bondad de mi amigo Alexis Lima, y que permite un acercamiento a la persona de Merton mayor, teniendo en cuenta que se trata de un diálogo, de su hablar, recogiendo criterios, opiniones, puntos de vista, lecturas suyas, etc. Estos encuentros fueron grabados y luego, al cabo de los años se trascribieron estas grabaciones, conservando en lo posible su estilo conversacional.
Era compleja la época en que tuvieron lugar estos encuentros, a causa de los vertiginosos cambios que tenían lugar en la Iglesia y en el mundo, y quiso Merton prestar alguna ayuda a las religiosas de las ordenes contemplativas a menudo segregadas por reglamentos inflexibles, con respecto a viajes o lecturas, y poco actualizadas en ocasiones respecto a lo que sucedía.
Les transcribo ahora el testimonio de una de las hermanas, Mary Luke Tobin, responsable principal de la edición de estas conversaciones:
“Merton no pidió permiso alguno para celebrar estas reuniones, ni las hermanas para asistir a ellas. Su Abad ofreció gentilmente la hospitalidad del albergue y los parques de la abadía de Getsemaní para las sesiones. El bello y apacible entorno del monasterio de Kentucky favoreció e incentivó el espíritu de camaradería que pronto surgió entre las participantes. A menudo nos sentábamos en las orillas de los lagos o estanques que Merton se complacía en mostrarnos, sitios que son hoy puntos de referencia familiares para sus numerosos lectores.
Recuerdo cuando nos llevó a lo alto de la colina de los fondos del monasterio, para que conociéramos la ermita que tanto le costara conseguir. Con visible deleite nos mostró todos sus pequeños tesoros, entre ellos varios bongós que le había regalado un amigo, una estola que le había enviado Juan XXIII y varias reliquias que veneraba. Recuerdo haberle escrito desde Roma preguntándole si le gustaría tener una preciosa reliquia de Charbel, el eremita libanés recientemente canonizado. “Claro que si”, respondió. “Soy un gran coleccionista de reliquias”.
Más adelante, en este prólogo a las conversaciones con Merton, apunta la hermana Mary:
“Tengo un recuerdo imborrable de la calidez y la naturalidad de Merton, que nos sedujo a todas y creó una atmósfera de buen humor en los pocos días que duró cada reunión… Merton no sabía ser rígido ni formal con la gente, y su cordialidad y buena disposición permanente dotaron aquellos días de un encanto muy singular. Hubo paseos por el bosque y recreos para tomar café. Más tarde, Merton comentó en sus cartas lo mucho que había disfrutado esos momentos con las hermanas”.
Continuará…
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