Al seguir este camino, según algunos autores, Merton se revelaba como un autor plenamente americano, en la línea de escritores puritanos que fueron pioneros de la identidad de esa tierra, y es de hecho un símbolo de Norteamérica y un símbolo del tiempo que le tocó vivir. Toda la obra de Merton hay que situarla en ese contexto de “metanoia” o viaje de transformación; ese viaje arquetípico cristiano se actualizó de diversas formas en la trayectoria existencial de Merton: en su peregrinación desde Europa, pasando por América y terminando en Asia, peregrinación que no sólo fue geográfica, sino también espiritual, y que le convirtió indudablemente en un “católico”, según la verdadera acepción de esa palabra.
En la obra de Merton, la caída del hombre no es otra cosa sino su pérdida de identidad, el olvido de su “yo” verdadero. Adán es cada uno de nosotros, también hoy, en nuestra condición de separación de la Tierra Pura, del Paraíso. Adán no es una figura bíblica y lejana, sino una realidad sin tiempo en nuestro interior. La paradoja del hombres caído resulta de su aspiración de ser como Dios, pero sin Dios; en efecto, el hombre es creado a Su imagen y semejanza, pero no para sustituir a Dios y así considerarse creador de sí mismo. Ésa es la arrogancia, la ignorancia del ego, el acto de hubris que en su misma comisión está condenado a corregirse según leyes que operan por encima de la comprensión del “egoísmo” humano. El egoísmo es literalmente, la percepción del ego como “ismo”, “isla”, “fabricación propia”, aunque en realidad Merton nos recuerda, para fraseando a Donne, que “los hombres no son islas”.
1 comentario:
"La caída del hombre no es otra cosa sino su pérdida de identidad", creo que esta frase resume con bastante exactitud el vacío, la nostalgía que nos invade en algunas ocasiones; cuando sentimos que no encajamos en ningún sitio en la sociedad en la que vivimos; el no saber llevar a nuestro corazón de vuelta a casa.
Un saludo
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