Cuando, después de ser bautizado, recibe su primera comunión, ello supuso la transformación de su persona en templo de Dios, el nacimiento de Cristo en su interior, convertido en nuevo Belén, así como su incorporación personal al eterno movimiento gravitatorio de Dios.
Merton descubre, con Cristo y en Él, su nueva identidad, su patria eterna y su verdadero nombre; una vez bautizado empieza a transformarse en nuevo Adán, a anticipar el sentido real de ser “persona”, y a caminar de regreso del exilio ontológico hacia el Paraíso perdido, que culminará en la abadía de Getsemaní y en su nueva comprensión de América.
Sin embargo, la completa conversión mística tuvo su inicio en el viaje a Cuba; lo ocurrido en la iglesia de San Francisco, de carácter único, precede y provoca un primer estadio de prácticas de ascesis y purificación, y surge la resolución de ser sacerdote católico.
(Apuntes de la lectura del libro “La memoria encendida”, de Fernando Beltrán Llavador)
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