“La esperanza es la médula del ascetismo. Nos enseña a negarnos a nosotros mismos y a dejar el mundo; no porque nosotros o el mundo seamos malos, sino porque sin una esperanza sobrenatural que nos eleve sobre las cosas temporales no estamos en condiciones de usar perfectamente de nosotros ni de la verdadera bondad del mundo. Mas nosotros nos poseemos y poseemos todas las cosas en la esperanza, pues en ella las tenemos, no según son en sí, sino como son en Cristo: plenas de promesas. Todas las cosas son a un tiempo buenas e imperfectas. La bondad da testimonio de la bondad de Dios y la imperfección de todas las cosas nos recuerda separarnos de ellas, para vivir en esperanza. Son de por sí insuficientes. Hemos de pasar sobre ellas hacia Aquel en quien ellas tienen su ser verdadero.
No abandonamos los bienes de este mundo porque no son buenos, sino sólo porque no son buenos para nosotros más que en cuanto integran una promesa. Ellos, en cambio, dependen de nuestra esperanza y de nuestro desapego, para el cumplimiento de su destino. Si lo usamos mal, nos arruinamos junto con ellos; si los empleamos como promesa para los hijos de Dios, los llevamos, junto con nosotros, a Dios”.
Thomas Merton.
Los hombres no son islas.
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