“En los últimos años, el ayuno ha sido descubierto por la medicina y por el movimiento de la meditación… Sin embargo, la Iglesia está al margen de este redescubrimiento y de su influencia porque lo ha olvidado como expresión de su fe y de su oración. Ha separado el cuerpo del alma, y el ayuno se ha convertido en una actitud exclusivamente espiritual. Se ha acentuado el espíritu del ayuno entendiéndose como la libertad interior frente a las cosas de este mundo, como conversión espiritual y renovación. Se ha mirado casi con desprecio el ayuno puramente corporal y no se ha advertido en absoluto que con él ha desaparecido también el espíritu del ayuno. La Iglesia, antes del concilio, se contentó con una serie de preceptos sobre el ayuno, sin hacer comprensible su sentido y fin.
La Iglesia no ha inventado el ayuno sino que ha tomado y desarrollado la praxis del judaísmo y el concepto de ayuno del mundo grecorromano. Los judíos entendían el ayuno, primero, como ferviente súplica a Dios, como signo de que tomaban en serio su oración y después como expiación y penitencia.
Los conocimientos actuales de la medicina confirman el valor del ayuno: con él se eliminan las sustancias nocivas, el cuerpo se depura y así se libera de algunas enfermedades. El ayuno suprime las células envejecidas y de esta forma estimula la formación de nuevas. Donde mejor actúa el tratamiento del ayuno es en enfermedades como el reuma, la artritis, la arteriosclerosis y las de la piel. Estos conocimientos de la actual medicina del ayuno, como hemos visto anteriormente, ya se conocían en la antigua medicina popular”.
Anselm Grün.
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