1- En primer lugar, la tremenda movilidad de su vida en su más temprana juventud; hay que observar que, cuando Merton contaba con dieciocho años de edad, había viajado más de lo que podría hacerlo una inmensa mayoría de personas en toda su vida. La vida de Merton quedó configurada, desde su nacimiento, por un continuo cambio de residencia; la abadía de Getsemaní habría de ser el primer lugar físico estable, aunque en lo interno Merton jamás pudiera renunciar a su impulso peregrino. De ahí que el cambio constante, la impermanencia y la imprevisibilidad constituyeron el clima de si infancia.
2- Otro de los factores decisivos en la búsqueda de la fe del joven Merton fue su temprano y repetido encuentro con la muerte de sus seres más cercanos: la de su madre, a los seis años, precedida de una, y la única carta que ella misma escribiera al niño explicándole de una forma adulta la situación; la de su padre, diez años más tarde, carente de sentido y más allá de toda lógica para el entonces adolescente Thomas; la propia experiencia personal de la presencia de la muerte en un momento de enfermedad, un año más tarde; y la de sus parientes más cercanos: la de su tía Maud en 1933, y con ella, la muerte de su niñez, y la de sus abuelos, con la diferencia de tan sólo un año entre ambas.
3- Igualmente decisiva en la historia de su conversión fue la conciencia creciente de su condición de pecador y su proporcional necesidad de perdón; este es uno de los elementos decisivos en la reorientación de su vida y en su ingreso en la orden cisterciense de la estricta observancia, una “comunidad de perdón”. Varios pasajes de su Autobiografía confirman lo anterior, y el lector, ante afirmaciones algo fuertes no ha de olvidar que algunos elementos de su historia personal fueron censurados en el texto, el principal su involuntaria paternidad.
Ciertamente que Merton entró en la orden cisterciense desengañado del mundo y con la intención de no quedar atrapado en sus múltiples reclamos engañosos, pero al hacerlo proclamaba la necesidad de una sociedad mejor, y perseguía una alternativa comunitaria a lo que había experimentado en el orden secular.
Para Merton, el error central de los innumerables equívocos sociales, ese sistema corporativo de autoengaños, residía en que la actividad social carece de aliento contemplativo y está falta de raíces espirituales. Ese alejamiento del centro espiritual, auténtico axis mundi de la soledad y la sociedad de las personas es, para nuestro crítico contemplativo, el responsable último de la alienación humana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario