La Biblia recoge la historia de los encuentros y desencuentros entre Dios y la Humanidad, que se salda indudablemente a favor del primero, que se revela sobre todo como AMOR: un amor personal, infinito, gratuito e incondicional. A partir de aquí podemos hilvanar tres verdades fundamentales:
Dios es amor, nosotros somos amados (el amor nos define, no el pecado), y juntos construimos un reino de amor (esa es la misión, el propósito que tenemos en la vida como discípulos).
Prestemos atención a los iconos del Ángelus: El anuncio, la aceptación y el fruto. También nosotros, como discípulos, vivimos la misma dinámica espiritual: la gracia, la acogida y el fruto. Ahora en Adviento celebramos en la liturgia el misterio de esa dinámica espiritual: Las promesas de Dios son la gracia; la confianza y la esperanza son la acogida; el nacimiento espiritual de Cristo en nosotros es el fruto. Navidad es celebrar que el Hijo de Dios se hizo carne nuestra, se “encarnó”, pero también es que nosotros “demos a luz a Cristo para el mundo”.
Estamos en un camino de liberación, y debemos trabajar para superar cualquier esclavitud; resaltamos la tríada clásica: el tener, el placer, el poder.
Con el TENER nos referimos a la acumulación compulsiva de bienes materiales, que además no se comparten, y con las que intentamos definirnos. Soy importante, soy mejor, porque tengo más. Esto no implica desprecio de la materia, de lo material, ni mucho menos nos dispensa de buscar la justicia para que todos puedan tener lo necesario, lo debido.
Con el PLACER nos referimos a la búsqueda compulsiva de experiencias sensibles, a la sexualidad desbordada sin amor y respeto del otro, al buscar cómo pasarlo bien sin que me importen las necesidades ajenas, a la dependencia del alcohol y la droga, a la necesidad de acumular sensaciones cada vez más intensas, como escape de la realidad… Esto no implica el rechazo del cuerpo, ni de la sexualidad humana, ni del derecho a pasarlo bien, al ocio sano.
Con el PODER nos referimos al afán de dominio sobre los demás, al afán de control, que nos hace sentirnos por encima de las obligaciones comunes, dueño del destino de otros, no sujeto a las leyes sociales. Esto no implica rechazo a la buena política, que se preocupa del bien común, pero sí del partidismo que se aprovecha, de la corrupción, de la imposición de ideas.
En los tres casos dejamos de tener a Dios como centro, como eje, para poner un ídolo en su lugar; y ese ídolo nos hace sentir falsamente fuertes y más libres, cuando en realidad somos esclavos (dependientes) y nuestra condición humana se vuelve frágil, y de va degradando.
Entendemos entonces por CONVERSIÓN el recuperar nuestra condición de hijos, nuestra libertad, y la plena comunión con Aquel que nos ama y nos sustenta en el ser. No es que estemos fuera de Dios, ni tampoco que tengamos que volver a Él; somos en Dios, pero la esclavitud o dependencia (el pecado) nos ciega, y no somos capaces de vernos en nuestra verdadera identidad de hijos. Y es Dios el que obra, el que sale a nuestro encuentro, el que vine siempre.
Cada Adviento nos recuerda que siempre es Adviento. Que Dios sale siempre a nuestro encuentro en Cristo, y que nuestra tarea, usando las palabras del Bautista, es PREPARARLE UN CAMINO. ¿Cómo?
1. Alimentando la conciencia de nuestra identidad: hijos amados de Dios., llamados a vivir en el amor, sin miedos, sin angustia, sin culpas inútiles.
2. Manteniendo viva la certeza de una Presencia, sanadora y liberadora, en nosotros. ¿De qué modo?
3. Lectura cotidiana de los Evangelios, diálogo con Jesús Maestro; aprovechamiento de los sacramentos, en especial la participación dominical en la Eucaristía, porque…
4. El vínculo mayor con Dios lo tenemos cuando nos reunimos en su nombre, como pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, compartiendo con os hermanos/as la Palabra y la Mesa.
5. Es todo lo anterior lo que nos permite vivir testimoniando a Dios con una vida buena, justa, rechazando todo lo que Dios rechaza. Lo primero es SER y como consecuencia, como fruto, está el HACER. Si descuidamos lo primero, entonces se hace más difícil e inalcanzable lo segundo.
¿Cómo debe vivir un cristiano? HACIENDO EL BIEN.
Miremos a estas tres figuras del Adviento: El Ángel, la Virgen y el niño. No pretendemos obviar que en este camino están también los profetas de Israel, en especial Isaías, y Juan Bautista, a quien ya mencionamos, y también Isabel, la esposa de Zacarías, y el mismo José, custodio de la esperanza y del amor que viene. Pero queremos detenernos en los tres primeros, porque enlazan con el principio de nuestra reflexión del Ángelus:
El ÁNGEL nos recuerda que Dios está pendiente siempre de nuestra vida, que acude siempre para poner su gracia, que nos rodea de mediaciones (personas, encuentros, acontecimientos) para patentizar su elección por nosotros. Somos hijas e hijos de Dios, y Dios no se olvida de sus hijos.
La VIRGEN nos invita a la preparación interior, a la confianza, a la disponibilidad, al abandono. Dice Pablo que para los que aman a Dios todo se vuelve bendición, se vuelve cauce para la maduración y para una vida más plena. Aprender a decirle a Dios: aquí estoy, no temo, porque tú estás conmigo… que se haga vida en mí tu amor. Esto no es resignación, sino confianza y disponibilidad. Dios vela y Dios ama, y sus fruto será también de amor.
JESÚS, el niño que nace en Navidad, es el don de Dios, es decir, no cosas de Dios, sino Dios mismo. Con frecuencia nos volvemos reclamadores, exigentes de cosas, milagros, caprichos… pero cuando el mismo Dios viene le cerramos la puerta. Nos da miedo que nazca y crezca Dios en nuestra vida.
De todo lo anterior ya podemos ir sacando conclusiones acerca de lo que es e implica el Adviento y la Navidad que preparamos. Cada tiempo litúrgico realiza en nosotros el misterio del encuentro en Dios y nuestra humanidad, y la vida de Cristo se hace carne en nuestra propia carne… ese es el mayor milagro de la fe. Que en nosotros Cristo recorra los caminos del mundo haciendo el bien, sanando y perdonando, gritando que el Reino está cerca y que Dios nos ama, que es Amor.
Fray Manuel de Jesús, ocd.
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