"Bajé al andén de la estación de Louisville, y salí a las calles con un sentimiento de triunfo, rememorando la vez que antes había venido por aquí, la Pascua anterior. Era tan feliz y estaba tan eufórico que no miraba adónde iba y entré en la sala de espera equivocada, cuyas sombras, llenas de hombres negros, se mostraba algo tirantes de resentimiento. Salí apresurado, con excusas.
El autobús de Bardstown estaba casi lleno; encontré un asiento algo destrozado y emprendimos la marcha hacia el campo invernal, la última etapa de mi viaje por el desierto.
Cuando finalmente me apeé en Bardstown, me halle al otro lado del camino, frente a un puesto de gasolina. La calle estaba vacía, como si todos estuvieran durmiendo. Pero enseguida vi a un hombre en el puesto de gasolina. Me acerqué y pregunté dónde podría encontrar a alguien que me condujera a Getsemaní. Al momento se puso el sombrero, puso en marcha su coche y abandonamos la ciudad por un camino recto, a través de un terreno llano de campos vacíos. No era el paisaje de Getsemaní. No pude orientarme hasta que aparecieron unas colinas bajas, melladas y boscosas, a la izquierda del camino, y dimos una vuelta que nos llevó a un terreno ondulante y arbolado.
Entonces vi aquel alto capitel familiar.
Toqué la campanilla de la puerta. Sonó una nota apagada, sorda, dentro del patio vacío. El conductor subió a su coche y partió. Nadie venía. Pude oír a alguien que se movía dentro de la casa. No llamé de nuevo. Enseguida se abrió la ventana y el hermano Matthew asomó entre los barrotes, con sus ojos claros y barba grisácea.
-¡Hola, hermano!- dijo. Me reconoció, miró la maleta y agregó-: ¿Esta vez ha venido para quedarse?
-¡Sí, hermano, si usted quiere rezar por mí! -dije.
El hermano asintió con la cabeza y levantó su mano para cerrar la ventana.
-Eso es lo que he hecho -dijo-, rezar por usted".
Thomas Merton
La montaña de los siete círculos
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