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martes, 12 de abril de 2016

"¿POR QUÉ MI GENERACIÓN AMABA A THOMAS MERTON?"

Los hombres no son islas, ya lo dijo Merton. Y en este artículo, el autor extiende, más allá de lo personal, el  impacto que causó en su generación el inquieto monje y escritor, muy humano y vital, muy lleno de Dios.     


"Thomas Merton, quizás mejor que ningún otro escritor del siglo XX, supo transmitir el amor manifestado en el cristianismo. Si se puede conocer a Dios en esta vida, de un modo personal y transformador, ¿qué podría ser más emocionante? ¿Qué historia de amor más atractiva que esta?

Mi generación conoció a Thomas Merton a través de La montaña de los siete círculos, una autobiografía espiritual comparada a menudo a la Confesiones de San Agustín. Merton concibió su libro como un retrato de su educación religiosa. Agustín presentó un relato claramente evangélico. De la misma manera, Merton exulta con la verdad que ha encontrado.

¡Qué joven era!, Tenía una enorme sed de vida y placeres, tanto lícitos como ilícitos. Este es el secreto de La montaña de los siete círculos. Nos encontramos ante un joven que disfruta de prácticamente todos los deseos que alguien puede soñar. Es la persona que a todos nos gustaría ser.

Ama las mujeres, la bebida, los viajes y el jazz. También quiere aprender todo lo posible, pues desea ser un gran escritor. Sus pecados son desastrosos, pero ama a su familia y trata de ser siempre leal a sus amigos. Una vez que descubrió la verdad del cristianismo, reconoció a Cristo como la salvación al infierno al que le habían conducido su vida de placeres salvajes y autodestructivos.

En el orden natural de las cosas, como admite, Merton fue un privilegiado en su intelecto, su energía, y en la posibilidad de tener una buena educación. Fue bendecido incluso por sus privaciones, como la temprana muerte de sus padres, que provocó que tuviera una infancia itinerante, cosa que enriqueció la experiencia de sus tragedias.

De todos modos, nada comparado con la posibilidad de conocer a Dios. Por esa perla de un valor incalculable, Merton lo abandonó todo y se convirtió en monje trapense de la Abadía de Nuestra Señora de Getsemaní en Kentucky, el 10 de diciembre de 1941.

Él mismo contó la historia, y es una historia que convence. Su don para la narrativa personal no tiene parangón; su prosa está marcada por las descripciones poéticas de los paisajes, rápidos retratos y un ojo infalible para los detalles, algo que solo puede tener quien posee una fabulosa memoria visual.

Así fue sucesivamente contándonos su historia, llevándonos por los diez primeros años de su vida como monje en El Signo de Jonás, la mejor crónica sobre la vida monástica que he leído nunca. En ella somos testigos de lo bueno y de lo malo de la nueva vida de Merton; de lo inapropiados que eran los hábitos para él tanto en invierno como en verano. Pero también de los profundamente satisfactorios momentos en los que estaba inmerso en la liturgia. Acompañamos a Merton a través de sus estudios que le llevaron a su ordenación como sacerdote en 1949. Se le conocía en su vida religiosa como padre Luis.

La vida de Merton en Getsemaní le dio una perspectiva externa sobre el deseo desenfrenado de la humanidad por el poder y la obsesión por poseer. Se dio cuenta de que este mundo de derroche y de codicia provoca el horror. En Jonás, como he dicho, Merton visita Louisville tras muchos meses viviendo en Getsemaní. La naturaleza violenta y gratuita de la vida contemporánea en la ciudad le abrumaba. Se dio cuenta de que el mundo se había vuelto loco llevado por sus apetitos desenfrenados.

Merton anhelaba el resurgir de una cultura que fuese capaz de producir belleza y armonía social, que no se redujese a la producción masiva de productos y su consumo ostentoso.

Su punto de vista resonó profundamente en mi generación: los “boomers”. Fuimos aplastados, por nuestro narcisismo, por todo lo que está mal actualmente, y nos lo merecimos. Después de todo, los ideales de los ’60 rápidamente condujeron a un hedonismo al que siguió un holocausto consumista.

Aún así, el impulso hacia un mejor modo de vida, hacia una mayor realización del sentido de la comunidad, es universal. No estábamos equivocados al pretender esto, como hace la gente hoy, pero fallamos tratando de conectar este anhelo con algo parecido a la tradición monástica en la que Merton se basaba.

El compromiso de Merton con las religiones orientales también fue muy importante. Hay quien ve en La montaña de los siete círculos un abandono del catolicismo, sin embargo Merton nunca abandonó su devoción a Cristo. Merton se comprometió, de principio a fin, al conocimiento de Dios. No quería saber “sobre Dios”: él quería encontrarse con Dios. Sentía que Él había premiado el esfuerzo espiritual de los monjes orientales a través de los siglos con un gran comprensión de la vida interior y la experiencia de lo divino. Se dio cuenta de que el Budismo, de alguna manera, en algunas de sus formulaciones, se podría describir como “un ateísmo sublime”. Sin embargo, cuando vio a los monjes tibetanos rezando, reconoció una piedad sincera que pensó que honraba a Dios. En esto estaba muy en comunión con el diálogo interreligioso comenzado por el Vaticano II. O, como mis amigos evangelistas dirían, reconoció que toda verdad viene de Dios.

La obra de Merton conectó con mi generación a través de las fuentes de la espiritualidad católica, especialmente la Liturgia de las Horas. Nos enseñó muchas cosas sobre los carismas especiales (los dones espirituales) de varias órdenes religiosas. El modo en que podríamos, como laicos, vivir una vida contemplativa en medio del mundo. Su obra también proveyó de un programa de estudios sobre la espléndida tradición intelectual que respalda la doctrina católica.

No fue perfecto y es improbable que llegue a ser canonizado. Al final de su vida se enamoró de una estudiante de enfermería, Margie Smith, que cuidó de él en el hospital de Louisville tras la última intervención a la que se sometió. Después terminó con este romance, que probablemente nunca consumó, y volvió a sus votos monásticos. A pesar de todos sus años de disciplina espiritual, es evidente que quedó algo del rebelde y joven Tom Merton.

Merton sigue siendo un campeón espiritual, un hombre que vivió la aventura de amar a Dios. Su muerte llegó demasiado pronto, aunque lo entregó a la plenitud de lo que él esperaba desde hacía mucho tiempo. Como todos los que esperan ilusionados la venida de Cristo en su Gloria."

HAROLD FICKETT. Aleteia, septiembre 2015. (fragmentos)
(DIBUJO DE MERTON) 


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Ser parte de todo...

¡Oh Dios! Somos uno contigo. Tú nos has hecho uno contigo. Tú nos has enseñado que si permanecemos abiertos unos a otros Tú moras en nosotros. Ayúdanos a mantener esta apertura y a luchar por ella con todo nuestro corazón. Ayúdanos a comprender que no puede haber entendimiento mutuo si hay rechazo. ¡Oh Dios! Aceptándonos unos a otros de todo corazón, plenamente, totalmente, te aceptamos a Ti y te damos gracias, te adoramos y te amamos con todo nuestro ser, nuestro espíritu está enraizado en tu Espíritu. Llénanos, pues, de amor y únenos en el amor conforme seguimos nuestros propios caminos, unidos en este único Espíritu que te hace presente en el mundo, y que te hace testigo de la suprema realidad que es el amor. El amor vence siempre. El amor es victorioso. AMÉN.
-Thomas Merton-

Santidad es descubrir quién soy...

“Es cierto decir que para mí la santidad consiste en ser yo mismo y para ti la santidad consiste en ser tú mismo y que, en último término, tu santidad nunca será la mía, y la mía nunca será la tuya, salvo en el comunismo de la caridad y la gracia. Para mí ser santo significa ser yo mismo. Por lo tanto el problema de la santidad y la salvación es en realidad el problema de descubrir quién soy yo y de encontrar mi yo verdadero… Dios nos deja en libertad de ser lo que nos parezca. Podemos ser nosotros mismos o no, según nos plazca. Pero el problema es este: puesto que Dios solo posee el secreto de mi identidad, únicamente él puede hacerme quien soy o, mejor, únicamente Él puede hacerme quien yo querré ser cuando por fin empiece plenamente a ser. Las semillas plantadas en mi libertad en cada momento, por la voluntad de Dios son las semillas de mi propia identidad, mi propia realidad, mi propia felicidad, mi propia santidad” (Semillas de contemplación).

LA DANZA GENERAL.

"Lo que es serio para los hombres a menudo no tiene importancia a los ojos de Dios.Lo que en Dios puede parecernos un juego es quizás lo que El toma más seriamente.Dios juega en el jardin de la creación, y, si dejamos de lado nuestras obsesionessobre lo que consideramos el significado de todo, podemos escuchar el llamado de Diosy seguirlo en su misteriosa Danza Cósmica.No tenemos que ir muy lejos para escuchar los ecos de esa danza.Cuando estamos solos en una noche estrellada; cuando por casualidad vemos a los pajaros que en otoño bajan sobre un bosque de nísperos para descansar y comer; cuando vemos a los niños en el momento en que son realmente niños; cuando conocemos al amor en nuestros corazones; o cuando, como el poeta japonés Basho, oímos a una vieja ranachapotear en una solitaria laguna; en esas ocasiones, el despertar, la inversiónde todos los valores, la "novedad", el vacío y la pureza de visión que los hace tan evidentes nos dan un eco de la danza cosmica.Porque el mundo y el tiempo son la danza del Señor en el vacío. El silencio de las esferas es la música de un festín de bodas. Mientras más insistimos en entender mal los fenómenos de la vida, más nos envolvemos en tristeza, absurdo y desesperación. Pero eso no importa, porque ninguna desesperación nuestra puede alterar la realidad de las cosas, o manchar la alegría de la danza cósmica que está siempre allí. Es más, estamos en medio de ella, y ella está en medio de nosotros, latiendo en nuestra propia sangre, lo queramos o no".
Thomas Merton.

ORACIÓN DE CONFIANZA...

“Señor Dios mío, no tengo idea de hacia dónde voy. No conozco el camino que hay ante mí. No tengo seguridad de dónde termina. No me conozco realmente, y el hecho de que piense que cumplo tu voluntad, no significa que realmente lo haga. Pero creo que el deseo de agradarte te agrada realmente. Y espero tener este deseo en todo lo que estoy haciendo. Espero no hacer nunca nada aparte de tal deseo. Y sé que si hago esto, tú me llevarás por el camino recto, aunque yo no lo conozca. Por lo tanto, siempre confiaré en ti aunque parezca perdido y a la sombra de la muerte. No temeré, pues tú estás siempre conmigo y no me dejarás que haga frente solo a mis peligros

Para intercambiar comentarios sobre Thomas Merton y otros maestros contemporaneos del espíritu.