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domingo, 22 de julio de 2018

LA SANTIDAD DE ETTY HILLESUM


 Abundan los santos que, pese a su canonización por la Iglesia y a la extraordinaria veneración que les dispensa la religiosidad popular, fueron personajes excéntricos y nada convencionales. Junto a figuras de santos edificantes, que llevaron vidas ejemplares, siempre ha habido santos anómalos, rompedores de moldes”.

Etty Hillesum, joven judía holandesa, muerta en Auschwitz en 1943, a la edad de 29 años, tuvo desde el punto de vista de la moral convencional, una vida inquieta y escandalosa.  A partir de la edad de 27 años mantuvo una relación con dos hombres a la vez. Ella sabe que la moral común puede juzgar escandaloso su comportamiento, pero eso no la incomoda: siente que es fiel a los dos hombres a los que ama, pero sobre todo esta irregularidad afectiva no le impide emprender un camino extraordinario que la lleva a descubrir a Dios dentro de sí y a cultivar una religiosidad muy particular, ajena a iglesias, sinagogas y dogmas.

Ni siquiera representa para ella un obstáculo en su camino místico-espiritual el aborto voluntario al que recurre para interrumpir un embarazo no deseado; no se siente capaz de traer al mundo un niño en las circunstancias históricas en las que vive: persecución, deportación, exterminio de judíos. También la empuja al aborto el temor a los varios casos de locura que hay en su familia y que ella considera con mucha probabilidad hereditarios.

Tras el aborto, se confía a Dios pidiéndole que la acepte tal como ella es, con sus limitaciones y sus contradicciones, y prosigue conversando con él en su oración. Ni su libertad ni el aborto son obstáculos para su relación con Dios, la cual continua y se intensifica a pesar de todo.

El suyo puede definirse, por tanto, como un camino nuevo de santidad. Del descubrimiento de Dios dentro de sí, Etty llega a la extraordinaria intuición de que es ella la que tiene que ayudar a Dios a no ausentarse del todo en un mundo envenenado por la violencia, el odio y el resentimiento: “Se me hace cada vez más evidente que tú no puedes ayudarnos a nosotros, sino que somos nosotros los que debemos ayudarte a Ti, y de ese modo ayudarnos a nosotros mismos. Lo único que podemos salvar de estos tiempos, y también lo único que cuenta verdaderamente, es un pedacito de ti en nosotros, Dios mío”.

Este propósito de ayudar a Dios para hacer que sobreviva al holocausto, como un niño inerme custodiado en su seno, se traduce luego en su empeño por ayudar al prójimo, los muchos judíos desesperados que llenaban el campo, a que desenterraran a Dios dentro de ellos, liberándolos del odio y el comprensible deseo de venganza. 

Esta extraordinaria intuición, nace de la terrible experiencia de la Shoa: que, en ese mundo dominado por la violencia y el odio, necesitamos “ayudar a Dios” para que no desaparezca del todo del corazón de los hombres. Frente a esa tarea, poca cosa representan su desorden sentimental y su aborto; no se dejó turbar en exceso y se mostró capaz de ayudar a Dios y al prójimo en un tiempo histórico que estaba tan necesitado de ello.

La “santidad” de Etty tiene además la peculiaridad de no estar encerrada en un recinto confesional determinado: ella no pertenece del todo al judaísmo, ni al cristianismo, a pesar de que judíos y cristianos se hayan disputado su herencia. Ella también toma elementos, para su espiritualidad, de la tradición islámica, dado que sus lecturas, además del Antiguo Testamento y el Evangelio, incluyen el Corán y la sabiduría oriental. La suya es una santidad libre, interreligiosa, que supera los límites que separan las diversas confesiones religiosas. Etty utiliza con frecuencia la imagen de Dios como la parte más recóndita de si, como el soplo divino que alienta en cada uno de nosotros.

Otro aspecto de su singular “santidad” es su rechazo al odio; en una época de ánimos envenenados por la violencia, el resentimiento y el deseo de venganza, ella practica el amor al prójimo y rechaza el odio indiscriminado, dirigido a una categoría de personas, fueran alemanes o nazis. “Aunque no quedase más que un solo alemán decente, este único merecería ser defendido contra esa banda de bárbaros, y gracias a él no se tendría el derecho a derramar el propio odio sobre un pueblo entero”. Esta posición suya, de amor al prójimo, incluso al enemigo, y de rechazo del odio indiferenciado se inscribe en una práctica de no-violencia radical pero extremadamente eficaz por su capacidad de sustraerse a la humillación que les es infringida a los judíos.

De hecho, lejos de dejarse doblegar por las innumerables y crecientes restricciones y discriminaciones de los nazis contra los judíos en la Holanda ocupada, Etty Hillesum mantiene siempre firme su sentido de la dignidad, aunque sin reaccionar agresivamente a las provocaciones: “Para humillar a alguien tiene que haber dos: el que humilla y el que es humillado y, sobre todo, que se deja humillar”. Si este último es inmune a la humillación, tendrá que soportar disposiciones desagradables, pero su dignidad no queda menoscabada. Lo anterior refleja un orgullo indómito.

Algunos le reprochan no haber huido cuando pudo hacerlo, o que se entregase voluntariamente a los nazis, pero ello no implica, como han dicho algunos, resignación o pasividad, sino responsabilidad moral, la conciencia de que, si ella se iba, otra persona ocuparía su lugar. Etty sintió una profunda responsabilidad con respecto a otros judíos, y no quiso salvar su vida al precio de otra. En el campo de concentración Etty encontró a Dios en sus hermanos de cautiverio, y supo testimoniar su fe, comunicándola a otros, comprensiblemente desesperados, e incluso a los que no eran creyentes o habían perdido la fe.

Por todo lo anterior, esta mujer habla hoy a quienes pertenecen a otras confesiones religiosas, y también al que no cree, al que duda, enseñándonos que, en cualquier tiempo y lugar, por desesperada que pueda ser la situación que estemos atravesando, aun podemos estar alegres y alabar a Dios por una comida compartida y por el hecho de tener dos manos que poder unir en oración. Nos enseña que nos pueden quitar muchas cosas, pero nunca el trozo de cielo sobre nuestra cabeza, ni la belleza de la creación.

 Así fue la santidad de Etty Hillesum: excéntrica, anómala, despreocupada de la moral convencional; con una gran libertad religiosa y espiritual. Y ella fue fiel a la vocación descubierta hasta el final. Conocer su historia, su testimonio vital en una hora oscura de la humanidad, nos recuerda que nuestra época necesita un tipo nuevo de santidad, una santidad distinta, encarnada en personas que comparten el mundo con otros, que sufren y se alegran en medio de la vida, y que no se quiebran ni en las pruebas más extremas, porque es allí donde encentran la belleza y la luz de Dios.

Lo anterior es un resumen del artículo: “La libertad de Espíritu: Etty Hillesum, una santidad nueva”, de Wanda Tommasi, publicado en CONCILIUM 351 (junio 2013).

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Ser parte de todo...

¡Oh Dios! Somos uno contigo. Tú nos has hecho uno contigo. Tú nos has enseñado que si permanecemos abiertos unos a otros Tú moras en nosotros. Ayúdanos a mantener esta apertura y a luchar por ella con todo nuestro corazón. Ayúdanos a comprender que no puede haber entendimiento mutuo si hay rechazo. ¡Oh Dios! Aceptándonos unos a otros de todo corazón, plenamente, totalmente, te aceptamos a Ti y te damos gracias, te adoramos y te amamos con todo nuestro ser, nuestro espíritu está enraizado en tu Espíritu. Llénanos, pues, de amor y únenos en el amor conforme seguimos nuestros propios caminos, unidos en este único Espíritu que te hace presente en el mundo, y que te hace testigo de la suprema realidad que es el amor. El amor vence siempre. El amor es victorioso. AMÉN.
-Thomas Merton-

Santidad es descubrir quién soy...

“Es cierto decir que para mí la santidad consiste en ser yo mismo y para ti la santidad consiste en ser tú mismo y que, en último término, tu santidad nunca será la mía, y la mía nunca será la tuya, salvo en el comunismo de la caridad y la gracia. Para mí ser santo significa ser yo mismo. Por lo tanto el problema de la santidad y la salvación es en realidad el problema de descubrir quién soy yo y de encontrar mi yo verdadero… Dios nos deja en libertad de ser lo que nos parezca. Podemos ser nosotros mismos o no, según nos plazca. Pero el problema es este: puesto que Dios solo posee el secreto de mi identidad, únicamente él puede hacerme quien soy o, mejor, únicamente Él puede hacerme quien yo querré ser cuando por fin empiece plenamente a ser. Las semillas plantadas en mi libertad en cada momento, por la voluntad de Dios son las semillas de mi propia identidad, mi propia realidad, mi propia felicidad, mi propia santidad” (Semillas de contemplación).

LA DANZA GENERAL.

"Lo que es serio para los hombres a menudo no tiene importancia a los ojos de Dios.Lo que en Dios puede parecernos un juego es quizás lo que El toma más seriamente.Dios juega en el jardin de la creación, y, si dejamos de lado nuestras obsesionessobre lo que consideramos el significado de todo, podemos escuchar el llamado de Diosy seguirlo en su misteriosa Danza Cósmica.No tenemos que ir muy lejos para escuchar los ecos de esa danza.Cuando estamos solos en una noche estrellada; cuando por casualidad vemos a los pajaros que en otoño bajan sobre un bosque de nísperos para descansar y comer; cuando vemos a los niños en el momento en que son realmente niños; cuando conocemos al amor en nuestros corazones; o cuando, como el poeta japonés Basho, oímos a una vieja ranachapotear en una solitaria laguna; en esas ocasiones, el despertar, la inversiónde todos los valores, la "novedad", el vacío y la pureza de visión que los hace tan evidentes nos dan un eco de la danza cosmica.Porque el mundo y el tiempo son la danza del Señor en el vacío. El silencio de las esferas es la música de un festín de bodas. Mientras más insistimos en entender mal los fenómenos de la vida, más nos envolvemos en tristeza, absurdo y desesperación. Pero eso no importa, porque ninguna desesperación nuestra puede alterar la realidad de las cosas, o manchar la alegría de la danza cósmica que está siempre allí. Es más, estamos en medio de ella, y ella está en medio de nosotros, latiendo en nuestra propia sangre, lo queramos o no".
Thomas Merton.

ORACIÓN DE CONFIANZA...

“Señor Dios mío, no tengo idea de hacia dónde voy. No conozco el camino que hay ante mí. No tengo seguridad de dónde termina. No me conozco realmente, y el hecho de que piense que cumplo tu voluntad, no significa que realmente lo haga. Pero creo que el deseo de agradarte te agrada realmente. Y espero tener este deseo en todo lo que estoy haciendo. Espero no hacer nunca nada aparte de tal deseo. Y sé que si hago esto, tú me llevarás por el camino recto, aunque yo no lo conozca. Por lo tanto, siempre confiaré en ti aunque parezca perdido y a la sombra de la muerte. No temeré, pues tú estás siempre conmigo y no me dejarás que haga frente solo a mis peligros

Para intercambiar comentarios sobre Thomas Merton y otros maestros contemporaneos del espíritu.