“Lo que me dijo (Thomas Merton) se puede reducir a esto… En cuestiones religiosas, como liturgia y temas parecidos, él era conservador, aunque estaba abierto de par en par a cualquier cambio que fuese o pareciese conveniente. La rigidez de los conservadores extremos le repelía. Pero al mismo tiempo la arrogancia de los progresistas, con sus intentos iconoclásticos, le repelía todavía más. Y esta guerra a muerte entre los dos bandos es un escándalo. En cuestiones político sociales él era liberal beligerante. En los últimos tres o cuatro años se había granjeado la enemistad de mucha gente. Su posición clara y tajante a favor de los negros y contra la guerra del Vietnam había ofendido gravemente al sector de opinión contraria. Había dado su nombre para la lista de los que abogan por boicotear a Rodesia y a África del Sur por sus actitudes respecto a los negros dentro de sus fronteras respectivas. Quiso darme razones para probar su pacifismo, pero le rogué no detenerse en eso, porque precisamente yo era partidario de una victoria total contra el comunismo y gastaríamos el tiempo. Pero Merton no hacía más que volver sobre el tema.
Me dijo que tenía como seis libros o manuscritos en manos de editores que probablemente no los publicarían, porque trataban de estos temas y los editores sabían que serían atacados en la prensa por recensionistas conservadores. Aquí le interrumpí para hacerle ver, si tal vez con el tiempo, Merton, el ídolo de los que buscaban a Dios en la soledad, se convertiría en bandera de las masas callejeras que atacaban a la policía. Sus enemigos le acusarían de no conocer el pulso y el sentir del ciudadano medio, pues él vivía en una ermita dentro de los muros de un monasterio y no tenía que codearse por las aceras con la gente. ¿Estaba seguro de que toda la culpa estaba del lado de los blancos y toda la inocencia del lado de los negros? Pero esto era volver sobre el tema espinoso de su actitud intransigente en estas materias y le propuse no hablar ya de esto.
Ya que no teníamos más que un día para hablar, yo necesitaba preguntarle mil cosas sobre la purificación del alma en esta vida y la visión beatífica en la otra. Me lo agradeció y ya no volvimos sobre los temas espinosos del orden social. Tomó la maquinilla de sacar fotos y le conduje en el coche parroquial a ver los paisajes de la bahía. Se bajó varias veces para sacar fotos de lugares que parecían más propicios. Miró melancólicamente a los islotes llenos de árboles tan bonitos, tan solos, tan invitadores. Casi le gustó un barranco entre dos montes por donde se despeñaba un riachuelo. Casi se decidió por un altonazo desde donde se ven el cielo, el mar, la villa pesquera y la cadena de montañas coronadas de nieves perpetuas. Un recodo perdido entre la bahía y un monte cortado a tajo le dejó pensativo un momento. Al cabo de dos horas de búsqueda el resultado fue negativo.
Le conduje a casa y tomamos un refrigerio con algo de prisa, para salir inmediatamente a inspeccionar el lago Eyak que tiene 12 kilómetros de largo por tres de ancho. Nada más meternos por los recodos de aquel camino pedregoso con el monte a la izquierda y el lago a la derecha, Merton se volvió otro hombre. Aquello sí. Allí sí. Todo era fantástico, ideal, estupendo, un paraíso terrenal. Se bajó varias veces y estoy seguro que tiró lo menos cincuenta fotos para recoger vistas del monte verde tan elevado y enhiesto y con tanta arboleda; o del cielo azulado que se veía entre aquellas dos cimas nevadas; o de aquellas bandadas de patos que con sus juegos inocentes alteraban la superficie tan tersa del lago. Le recordé que durante el invierno el lago tiene una costra de hielo por el que pasan los renos como si tal cosa; pero hay inviernos en que caen dos metros de nieve, que en diciembre y enero el sol es un lujo, etc, etc. Pero Merton me escuchaba como quien oye llover. Por fin se decidió por un rincón silvestre donde levantaríamos una vivienda modestísima de una sola habitación con un camastro, una mesa, una silla, una lámpara de gas, una estufa y una máquina de escribir. Y papel, mucho papel. Los sábados caminaría él a pie hasta la casa parroquial para ayudar en las confesiones. El domingo por la mañana diría misa y predicaría. Por la tarde se volvería tranquilamente a su guarida hasta el sábado próximo. Si había mucha correspondencia, le llevaría yo en el auto.
A mí se me empezó a hacer la boca agua…”
1 comentario:
Queda claro en este fragmento, además del posicionamiento ideológico del jesuita, el compromiso e implicación activos de Merton en las cuestiones sociales de su momento. Su espiritualidad contemplativa no “sobrevuela” el mundo, sino que toca y se posiciona con firmeza en la tierra y en el hombre, anhelando una humanidad más auténtica mediante la búsqueda y el logro de la paz, la justicia y la libertad.
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