Para intercambiar comentarios sobre Thomas Merton y otros maestros contemporaneos del espíritu.
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martes, 13 de septiembre de 2011
MERTON Y MARÍA.
Thomas Merton y La Virgen:La Santidad por María.
Un elemento particularmente interesante para mí en la espiritualidad de Thomas Merton es su profunda devoción a María; interesante porque uno esperaría que en alguien con la sensibilidad artística, la visión contemplativa o la formación intelectual de este hombre, las devociones no tuvieran cabida. Pero no es así, y a lo largo de su obra escrita encontraremos muchos textos que manifiestan su amor a la Madre de Dios. Comenzamos aquí una nueva serie dedicada a presentar textos de TM dedicados a la Virgen; el primero de ellos está tomado de su autobiografía:
“Uno de los grandes defectos de mi vida espiritual durante el primer año fue la falta de devoción a la Madre de Dios. Creía en las verdades que la Iglesia nos enseña acerca de Nuestra Señora, y decía el Ave María cuando oraba, pero esto no era suficiente. Las personas no se dan cuenta del gran poder que tiene la Virgen bendita ni saben quién es ella: de sus manos recibimos todas las gracias porque Dios ha querido que ella participe en su trabajo para la salvación de la humanidad.
Para mí, en aquellos días, aunque creía en ella, Nuestra Señora significaba un poco más que un hermoso mito, pues en la práctica yo no le ponía más atención que la que se le presta a un símbolo o a un poema. Ella era la virgen que se veía a la entrada de las catedrales medievales. Ella era la que yo había visto en todas las estatuas del Museo de Cluny y cuyas pinturas decoraban las paredes de mi estudio en Oakham.
Sin embargo, ese no es el lugar que le pertenece a María en la vida de los seres humanos. Ella es la madre de Cristo, su madre en nuestra alma. Ella es la madre de la vida sobrenatural que llevamos dentro de nosotros. Nosotros logramos la santidad por su intercesión. Dios no quiere que sea de otra manera”.
Thomas Merton: “La Montaña de los Siete Círculos”.
La condición sacerdotal de Merton es un elemento fundamental para comprender su vida y su espíritu, y un aspecto a tener en cuenta cuando intentamos adentrarnos en su mundo y tomarle como maestro. Ahora mismo me viene a la memoria uno de los capítulos de “El Signo de Jonás”, donde TM recoge todo lo relacionado con su ordenación, y el impacto que esto tuvo en su vida. Él vivió esos días con mucha apertura espiritual, y de hecho tuvo una comprensión bien amplia de lo que ese acontecimiento podía suponer. Tampoco olvidamos la presencia que tuvo en esos días su recuerdo agradecido a María de la Caridad del Cobre, a cuyo santuario había peregrinado años antes para conseguir esta gracia, y como le ofreció su primera misa, tal y como había prometido.
Acceder al sacerdocio supuso para TM la superación de ciertas imágenes que guardaba y que tal vez tenían que ver con su propia experiencia personal; así, el 30 de mayo de 1948, día de retiro, escribió:
“He pasado un mal rato tratando de imaginar qué es lo que va a significar para mí el hecho de hacerme sacerdote. A veces me aterroriza la idea de entrar a formar parte de una casta llena de limitaciones espirituales y de rigidez, pero el sacerdocio no es realmente eso, aunque algunas personas lo presenten de esa manera. En último término, la única solución a ese problema está en la obediencia. Yo sigo adelante por obediencia. Si mis superiores desean que yo sea sacerdote, esto por lo menos es sensato. Dios lo quiere, y quiere que sea algo bueno para mí, aunque puede comportar una muerte inimaginable”.
Luego, tres días después de su ordenación, apuntaba:
“Yo tuve la impresión de que todas aquellas personas que habían venido para verme se dispersaron en dirección de los cuatro puntos cardinales del universo con himnos y mensajes y profecías, hablando en lenguas y dispuestos a resucitar a los muertos, porque de hecho durante esos tres días nos sentimos henchidos del Espíritu Santo y el Espíritu de Dios pareció apoderarse más y más cada día de todas nuestras almas a través de las tres primeras misas de mi vida, mis tres gracias máximas”.
¿Qué supuso en ese momento para TM la ordenación sacerdotal?
“Es como si fuese la conclusión triunfal de una época y el comienzo de una nueva historia cuyas implicaciones me sobrepasan absolutamente”.
Merton, la Virgen y la Eucaristía.
El 23 de mayo de 1949 escribe en el diario: “Recuerdo a Nuestra Señora del Cobre, cuya basílica visité hace nueve años en este mes de mayo. La Virgen se ha portado muy bien conmigo. Su amor me ha seguido hasta aquí y me conducirá hasta Dios” (SJ, 171) Merton dice de sí mismo que es “verdaderamente hijo de Nuestra Señora” (176), y más adelante (10_junio): “Toda la vida espiritual se reduce a mirar a la Virgen con confianza, recibiendo fielmente cuanto nos llega por su mediación, sin asirlo o guardarlo como cosa propia” (179). Recordar la oración a la Virgen del Carmen, en Diarios I, 164: “Necesito que tus manos sanadoras actúen siempre en mi vida”. También de interés: “Semillas de Contemplación”, 111. Para Merton es la Virgen quien le conduce al sacerdocio, a la posibilidad de celebrar la eucaristía.
Ser parte de todo...
-Thomas Merton-
Santidad es descubrir quién soy...
“Es cierto decir que para mí la santidad consiste en ser yo mismo y para ti la santidad consiste en ser tú mismo y que, en último término, tu santidad nunca será la mía, y la mía nunca será la tuya, salvo en el comunismo de la caridad y la gracia. Para mí ser santo significa ser yo mismo. Por lo tanto el problema de la santidad y la salvación es en realidad el problema de descubrir quién soy yo y de encontrar mi yo verdadero… Dios nos deja en libertad de ser lo que nos parezca. Podemos ser nosotros mismos o no, según nos plazca. Pero el problema es este: puesto que Dios solo posee el secreto de mi identidad, únicamente él puede hacerme quien soy o, mejor, únicamente Él puede hacerme quien yo querré ser cuando por fin empiece plenamente a ser. Las semillas plantadas en mi libertad en cada momento, por la voluntad de Dios son las semillas de mi propia identidad, mi propia realidad, mi propia felicidad, mi propia santidad” (Semillas de contemplación).
LA DANZA GENERAL.
Thomas Merton.
ORACIÓN DE CONFIANZA...
“Señor Dios mío, no tengo idea de hacia dónde voy. No conozco el camino que hay ante mí. No tengo seguridad de dónde termina. No me conozco realmente, y el hecho de que piense que cumplo tu voluntad, no significa que realmente lo haga. Pero creo que el deseo de agradarte te agrada realmente. Y espero tener este deseo en todo lo que estoy haciendo. Espero no hacer nunca nada aparte de tal deseo. Y sé que si hago esto, tú me llevarás por el camino recto, aunque yo no lo conozca. Por lo tanto, siempre confiaré en ti aunque parezca perdido y a la sombra de la muerte. No temeré, pues tú estás siempre conmigo y no me dejarás que haga frente solo a mis peligros
Para intercambiar comentarios sobre Thomas Merton y otros maestros contemporaneos del espíritu.
1 comentario:
Una bellísima apelación, la de Caridad, para María. Una mujer entera y realmente humana, completa amante y amada, que en tu tierra imagino, Manuel, como la mujer especialmente vestida de sol, del resplandeciente y luminoso sol cubano, y siendo singularmente mimada por el calor de las gentes que habéis nacido en esa tierra.
Quizás por eso, María, mujer inmaculada en la gratuidad y en la valentía de su apuesta por el Amor, fue figura de devoción para Merton, y devoción especial la de la Caridad, la de María de Cuba. Porque también María, mujer, “caritas est”. Me alegra que tuvieses la oportunidad de volver a visitarla en su santuario del Cobre, Manuel y que pusieras en sus manos tu camino espiritual. Yo deseo para ti toda la felicidad, la felicidad que experimentamos todos los que hacemos el recorrido del auténtico camino espiritual, sea el nombre que cada uno le ponga al Misterio que es meta y Vida.
En cuanto al tema, en genérico, del orden sacerdotal (que en la entrada sale en referencia al sacerdocio de Merton), pues tengo que decir que tal y como sigue, hoy por hoy, estando instituido, estructurado y reglamentado en nuestra Iglesia católica, no me inspira comentarios unánimemente positivos. No me refiero a las personas que realizan esta función, lejos de mi intención hacer juicios de valor de esas personas, ni de menospreciar a nadie. Pero, sincera y respetuosamente, creo que el orden sacerdotal es una de las “piedras” del “edificio” eclesial que más necesitan de una labor de adaptación, pulido y renovación. Conseguir un lenguaje nuevo y creíble, acorde con los signos de los nuevos tiempos y con los nuevos receptores, es tarea poco menos que imposible si no se empieza por un cambio en los órganos emisores. No se trataría de “inventar” nada nuevo, ni de derribos indiscriminados, sino conservar la sustancialidad, de ser más fieles al verdadero Espíritu Nuevo, al Evangelio del Hombre Nuevo: Jesús de Galilea. ¿Por qué seguir aguantando todo el peso y la carga de tradiciones centenarias superadas y palabras inamovibles, en lugar de apostar por la ligereza y la sencillez de la Tradición y la Palabra?
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