Para intercambiar comentarios sobre Thomas Merton y otros maestros contemporaneos del espíritu.
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sábado, 14 de mayo de 2011
CRISTIANOS ADULTOS
Ser parte de todo...
-Thomas Merton-
Santidad es descubrir quién soy...
“Es cierto decir que para mí la santidad consiste en ser yo mismo y para ti la santidad consiste en ser tú mismo y que, en último término, tu santidad nunca será la mía, y la mía nunca será la tuya, salvo en el comunismo de la caridad y la gracia. Para mí ser santo significa ser yo mismo. Por lo tanto el problema de la santidad y la salvación es en realidad el problema de descubrir quién soy yo y de encontrar mi yo verdadero… Dios nos deja en libertad de ser lo que nos parezca. Podemos ser nosotros mismos o no, según nos plazca. Pero el problema es este: puesto que Dios solo posee el secreto de mi identidad, únicamente él puede hacerme quien soy o, mejor, únicamente Él puede hacerme quien yo querré ser cuando por fin empiece plenamente a ser. Las semillas plantadas en mi libertad en cada momento, por la voluntad de Dios son las semillas de mi propia identidad, mi propia realidad, mi propia felicidad, mi propia santidad” (Semillas de contemplación).
LA DANZA GENERAL.
Thomas Merton.
ORACIÓN DE CONFIANZA...
“Señor Dios mío, no tengo idea de hacia dónde voy. No conozco el camino que hay ante mí. No tengo seguridad de dónde termina. No me conozco realmente, y el hecho de que piense que cumplo tu voluntad, no significa que realmente lo haga. Pero creo que el deseo de agradarte te agrada realmente. Y espero tener este deseo en todo lo que estoy haciendo. Espero no hacer nunca nada aparte de tal deseo. Y sé que si hago esto, tú me llevarás por el camino recto, aunque yo no lo conozca. Por lo tanto, siempre confiaré en ti aunque parezca perdido y a la sombra de la muerte. No temeré, pues tú estás siempre conmigo y no me dejarás que haga frente solo a mis peligros
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1 comentario:
Creo que una persona alcanza la madurez, llega a ser adulta, como resultado de un proceso, recorriendo un camino. Y lo religioso no constituye un fenómeno aparte. Creo que somos cristianos adultos, profesamos una fe adulta, cuando decidimos hacernos responsables de nuestras propias convicciones personales, que habremos asumido tras un proceso experimental dinámico y a través de pensamiento evolutivo autónomo, racional y libre.
Ser cristiano adulto, para mí, supone vivir y practicar el proyecto de Jesús, el Cristo, en nuestra vida, en nuestro mundo. Una experiencia vital que nos compromete radicalmente a seguir su mensaje, que es Palabra Nueva, Evangelio. Avanzando en el camino, dispuestos a seguir caminando, a pesar de tormentas y tropiezos.
Desde luego, no puede existir cristianismo en “aislamiento”. Ser cristiano se vive y celebra en comunidad, con los demás y para los demás, en la iglesia. Pero, en mi opinión, estar en comunión con la iglesia (comunidad) no significa pertenecer, “ser propiedad”, de la iglesia institucional. Es conveniente discernir que la institución es una estructura humana de gestión y gobierno eclesiástico. Que dicta y ejecuta normas y juzga su cumplimiento. Pero, como dice el teólogo González Faus (“La autoridad de la verdad”, Sal Terrae): “Nada hay más peligroso que sacralizar la norma para darle mayor énfasis; presentarla como patrimonio absoluto de la tradición cuando, a lo mejor, es fruto de pequeñas tradiciones”.
La fe adulta no coincidirá nunca con una fe ciega, que obedezca y acate sin cuestionar razonadamente reglas y liturgias, que confunda la unidad con la uniformidad. Hay que perder los miedos, los infantiles y los adultos, a un pluralismo eclesial. Una fe adulta no es una fe sumisa, porque la sumisión no brota ni del convencimiento personal ni del respeto, sino del miedo, del tipo que sea. Ser adultos en la fe implica sentirnos capacitados e interpelados a ejercer una crítica constructiva, demandando las renovaciones y transformaciones que creamos necesarias para que nuestra iglesia sea verdadera manifestación, por su ejemplo, de que “Deus caritas est”.
En cualquier caso, ninguna Iglesia puede ya negar que nos encontramos en una sociedad, caracterizada por el pluralismo religioso y ético, donde ya no es posible alcanzar la unanimidad de criterios que se daba en otras épocas.
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