Dice Thomas Merton que no siempre el fracaso de los cristianos para buscar y alcanzar la santidad se debe a su falta de voluntad, a pereza o al pecado. Con mucha frecuencia se debe más bien a confusión, ceguera, debilidad y malentendidos. No conoce muchas veces el cristiano la grandeza de su vocación y su condición, no sabe distinguir entre perfección y santidad, no puede vislumbrar el sentido de lo que se le pide, perdido como está entre tantas imágenes deformadas a su alrededor de lo que significa ser santos. Y sobre todo se pierde de vista que lo más importante en este camino es la confianza, el trabajo interior, la obra de la gracia.
El misterio de Dios resulta nebuloso e irreal, incluso para los hombres de fe; reducimos nuestra vida cristiana a una especie de propiedad gentil y social; falsificamos y deformamos las verdaderas perspectivas de la santidad; santidad se vuelve conformidad, aceptando lo que parece bueno de la sociedad en la que vivimos; se pone el acento en la “respetabilidad”.
“Puede haber mucha bondad real en esta clase de respetabilidad. Las buenas intensiones no se pierden a los ojos del Señor. Sin embargo, siempre habrá cierta falta de profundidad y una determinada parcialidad y falta de totalidad que hará imposible que tales personas alcancen la plena semejanza con Cristo, o al menos, logren trascender las limitaciones de su grupo social haciendo los sacrificios que les exige el Espíritu de Cristo, sacrificios que los alejan de algunos de sus allegados y les impondrán decisiones de una solitaria y terrible responsabilidad”. VS; Página 29.
Aquí hay una importante intuición de Thomas Merton, que toca un aspecto esencial de la llamada “religión tradicional”. Como un ejemplo de cristiano que logró superar este escollo pienso en Santa Teresita, cuya santidad Merton admira a pesar justamente de su entorno religioso y social, que ella consiguió trascender.La santidad, dice, exige sacrificios, es un camino duro y austero, en el que debemos orar, ayunar, abrazar las dificultades, sacrificar muchas cosas por amor, con tal (importante esto) “de mejorar la condición del ser humano sobre la tierra”. El cristiano no puede vivir cómodamente, ignorando cuanto pasa a su alrededor, limitándose a hacer algunos gestos piadosos, mientras vive mediocremente su condición bautismal. Nuestro amor al prójimo no es simbólico, sino real.
Merton advierte: “Nos nos engañemos con fáciles e infantiles concepciones de la santidad”. Y pone algunos ejemplos concretos que me parece importante destacar:
1- El pensar que un aumento de la práctica religiosa (“resurgimiento religioso”) suponga necesariamente que la sociedad se esté abriendo realmente a Dios. Dice: “! No lo aseguremos tan a la ligera!” Al contrario. “El mero hecho de que las personas estén asustadas e inseguras, se aferren a eslóganes optimistas, acudan con más frecuencia a la iglesia y busquen pacificar sus atribuladas almas mediante máximas estimulantes y humanitarias, no es en modo alguno índice de que nuestra sociedad esté volviéndose “religiosa”. De hecho puede que sea un síntoma de enfermedad espiritual”.
2- Una religiosidad superficial carente de raíces realmente cristianas e ignorante de las necesidades de los seres humanos y de la sociedad, puede acabar siendo en verdad una evasión de los compromisos cristianos, y puede acarrear a la fe mucho descrédito. “Nuestra época necesita algo más que personas devotas que acuden asiduamente al templo, que evitan cometer faltas graves (al menos las faltas fácilmente identificables como tales), pero que raras veces hacen nada constructivo o positivamente bueno. No basta con ser exteriormente respetable”.
3- Algunos cristianos pueden vivir en sociedades injustas, mientras cierran los ojos a toda clases de males a su alrededor. Es el caso de los sistemas totalitarios del pasado siglo XX, o las sociedades capitalistas de libre mercado, de mayoría cristiana. “Están interesados tan sólo en su propia vida de piedad compartimentada, cerrada a cualquier otra cosa sobre la faz de la tierra”. Esto ha supuesto, y Merton es profeta cuando lo dice, “que dicha pobre excusa de religión contribuye efectivamente a la ceguera e insensibilidad moral y, en última instancia, conduce a la muerte del cristianismo en naciones enteras o en zonas muy amplias de la sociedad”.
2 comentarios:
Este fragmento de tu tesina, Manuel, me parece fantástico. Haces una aproximación magistral al tema de la santidad verdadera y radicalmente cristiana. Creo que la determinación de una visión infantil de este concepto está relacionada, de forma directa e inmediata, con el tema de tu entrada anterior. La vivencia de un cristianismo adulto lleva consigo una concepción adulta de la santidad, y lo contrario. Pienso también que, como en el estudio de una disfunción vital cualquiera, en el enfoque distorsionado de la santidad es interesante no sólo analizar la sintomatología, sino también estudiar (sobre todo para evitarlas) las posibles causas del problema, que en este caso no son pocas, ni simples. Pero, en mi opinión, creo que están históricamente muy vinculadas a la promoción, apología y difusión que, respecto al modelo de santidad y a toda una serie de manifestaciones piadosas en torno a ella, se ha llevado a cabo desde los órganos eclesiales oficiales y esferas aledañas de influencia. Por otro lado, pienso que existe la tendencia popular generalizada de identificar no sólo santidad con perfección, sino santidad con canonización (que es la ejemplaridad, o santidad, que se ajusta a los cánones de quienes canonizan). Por no entrar en todo lo que gira en torno al fenómeno “milagro”, que puede responder también a una determinada imagen de Dios exterior, intervencionista y arbitrario.
La santidad de Dios es la vocación universal de todos los seres, cada uno a su manera. Pero no hay santidad sin misericordia. Vocación y llamada a hacer el bien y ser feliz haciéndolo, y por hacerlo. Aspirar a conseguir hacer de la bondad hacia el otro una dicha para nosotros. Más aún. La santidad es nuestra más íntima verdad: somos santos. No somos santos porque seamos perfectos, sino simplemente porque somos, y vivimos y nos movemos y somos siempre en Dios y Dios en nosotros, también cuando nos sentimos mediocres e incluso fracasados.
Acabo como he empezado, alabando tu manera de abordar el tema de la santidad en Merton, y también adhiriéndome a la expresión y contenido de cada uno de los párrafos de esta entrada, Manuel. Y confieso que gracias a ti me he liberado de una antigua reticencia personal para abordar y acercarme al tema de la santidad. Y, como me conozco, esto sí que presentaría indicios de que pudieras haber hecho un “milagro”, jeje.
"El cristiano no puede vivir cómodamente, ignorando cuanto pasa a su alrededor, limitándose a hacer algunos gestos piadosos, mientras vive mediocremente su condición bautismal. Nuestro amor al prójimo no es simbólico, sino real." Así vivimos la mayoría. El prójimo se convierte de este modo más en una abstracción que en una realidad. En esta época del año la gente se toma el café o la cervecita después del trabajo en las terrazas y por ahí pululan mucha gente necesitada. Ayer, sin ir más lejos, pasó un chico joven, muy educado, vendiendo calcetines. A mí me hubiera gustado comprarle un par de ellos, pero no tenía dinero. Nadie se molestó en mirarlo y hubo quien comentó que le incomodaba que, cuando después del trabajo se va a relajar, le pidan dinero porque le hacían sentir mal. Ahora la culpa parece que la tiene el necesitado porque nos remueve la conciencia. Me entristeció, la verdad.
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