Las razones que me mueven a todo lo anterior son las que deseo exponer en este trabajo, entre las que destaca su humanismo, de hondas raíces cristianas. Merton fue, también, un promotor de la vida contemplativa, consiguiendo que los jóvenes de su tiempo acudieran en masa a los monasterios para buscar a Dios en el silencio y la soledad, gracias a su autobiografía: “La Montaña de los siete círculos”. Pero esa contemplación no suponía desprecio de lo humano, ni tampoco un desentenderse de los problemas de su mundo. Tras un primer período, en el cual Merton asumió la habitual postura radical de los conversos, Merton se convirtió en voz que, desde la fe y la consagración a Dios, clamaba proféticamente por la paz en un mundo amenazado por la guerra fría y la hecatombe nuclear. Desde esta visión escribió: “Solo lo que es auténticamente humano cuadra para ser ofrecido a Dios”, o también “No podemos ser santos si no empezamos siendo por encima de todo humanos”, porque “El nuevo fervor no estará enraizado en el ascetismo, sino en el humanismo”.
La visión contemplativa de Thomas Merton tenía como características propias el estar fundada en una amplia cultura general y un hondo conocimiento de la tradición cisterciense. Merton era un intelectual antes de su conversión, un artista, un poeta, y luego se ocupó de leer muchísimo todas las obras de autores cistercienses y cristianos en general que de alguna manera trataron acerca de la oración y la vida interior. Incluso ya desde el comienzo de su caminar en la iglesia Merton encontró diversas tradiciones que le ayudaron a discernir mejor su vocación, y dejaron una honda y valiosa huella en su espíritu. Fue en su época de estudiante universitario cuando conoció a un extraño personaje hindú llamado Bramachari al que acudió para pedirle consejo referente a lecturas espirituales y este le aconsejó que leyera las “Confesiones” de San Agustín y “La Imitación de Cristo”. Otros autores que entonces Merton leía eran Etienne Gibson y Wiliam Blake, a quien dedicó su tesis universitaria ; y luego Jacques Maritain. Todos ellos le abrieron a Merton definitivamente el camino de la fe en la Iglesia y contribuyeron a preparar su intelecto para la conversión que estaba experimentando, y que culminaría con su bautismo en la Iglesia Católica.
Otro elemento esencial al camino vocacional de Thomas Merton fue indudablemente su inconformidad con lo hecho, su búsqueda constante de algo más, su sentido crítico para consigo mismo y para cuanto le rodeaba. Merton era un hombre en camino, que desde su silencio y su enorme capacidad para escribir y escribir buscó el rostro de Dios, tanto en la soledad y en el silencio como en el rostro sufriente del mundo al que pertenecía. El compromiso social de Merton era parte de su consagración y su vivencia contemplativa, y en algún momento afirmó con sabiduría: “No creo que ser monje signifique vivir en la luna”. A menudo existieron tensiones entre él y sus superiores, pero su confianza en la misericordia de Dios obrando en su vida hizo que aceptara siempre la voluntad de estos como la voluntad de Dios para él, aun en medio de dudas y anhelos interiores. Ese luchar contra las propias ilusiones que mediatizan a menudo nuestra entrega al proyecto de Dios le hizo afirmar:
“ Esta es la peor ambigüedad: la impresión de que uno puede ser groseramente infiel a la vida, a la experiencia, al amor, a otras personas, al sí mismo más profundo, y, sin embargo, obtener la “salvación” por un acto de terca conformidad, por la voluntad de ser correctos” (Diarios II)
1 comentario:
Este material fue publicado en el número de diciembre 2006 en la revista PALABRA NUEVA de la Arquidiócesis de la Habana, y aparecerá en varias entregas. Por otra parte todavía no ha concluido LA AVENTURA CUBANA DE THOMAS MERTON.
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