“Nos cuenta Merton como batallaba con el abad sobre si debería ir o no a alguna cartuja europea, y como el abad se mantenía en sus trece e insistía en que Dios le quería allí donde estaba. Por fin Merton se aplacó y se entregó en cuerpo y alma a ser buen trapense. Desde luego sintió un impulso incontenible a escribir. Al padre abad le bastó una mirada a unas páginas emborronadas para descubrir que Merton era escritor de pro. Le animó a que escribiera; que emborronase páginas y más páginas; otro monje se las sacaría en limpio a máquina y todo saldría como una seda. De pronto se anunció en la prensa la aparición de la autobiografía de Merton. En cuestión de meses el libro cubría toda la nación como una lluvia benéfica. Coincidió con la terminación de la segunda guerra mundial, cuando millares de soldados hartos de tiros y sangre buscaban un oasis de paz, y hubo una floración inesperada de vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa como aconteció en España a raíz de la guerra civil.
La lectura de la autobiografía de Merton hizo que la única abadía trapense de la nación, la de Getsemaní, en el estado de Kentucky, no bastara para tantos novicios como llamaban a sus puertas y hubo necesidad de fundar otra, y otra, y otra, hasta una media docena esparcidas por el ámbito de la gran nación. Las prensas seguían gimiendo y dando a luz nuevos libros de Merton que eran ávidamente leídos. Con los honorarios de esos libros las abadías trapenses se mecanizaron, es decir, adquirieron maquinaria moderna para sus labores, pues es sabido que los monjes se mantienen del trabajo de sus manos en las huertas y de los productos de sus industrias caseras: chocolate, queso, cestos, bancos de iglesias, lo que sea. A medida que crecía su popularidad crecía también la correspondencia dirigida a Merton; pero este aprendió pronto a decir que no, y que no, y que no. Continuamente recibía ruegos de un prólogo, un prefacio, un epílogo, un articulito bretecito, un comentario de esto o aquello; pero Merton sabiamente se hacía el desentendido, porque si abría las puertas, perecería inundado.
A las puertas de la abadía llegaba gente que quería ver a Merton. La imaginación popular se desbocó y corrieron los rumores más extraños. Se decía que Merton estaba en Hollywood para dirigir personalmente la película de cine de su autobiografía. Se decía también que le habían visto en las playas de Miami, donde se había casado clandestinamente con una rubia. Merton se enteraba de todo esto en su celda y no se tenía de risa. La popularidad es una tiranía que puede muy bien tragarse al héroe.
Cuando se ordenó de sacerdote, recibio el nombre de Luis en honor de San Luis rey de Francia y recibió también casullas y albas y estolas de sus devotos ausentes. Merton fue nombrado profesor de teología primero y más tarde maestro de novicios. Por concesión especial el abad se trasladó a una ermita entre los árboles de la finca trapense, donde pasaba muchas horas del dia y de la noche meditando, leyendo y escribiendo libros. De vez en cuando mandaba artículos a revistas católicas que ya no le apremiaban como antes".
(Continuará...)
6 comentarios:
Ciertamente peculiar el estilo con que este hombre hace una singular crónica de lo que con espíritu humorístico (que nunca viene mal), por sus características de forma y contenido, podríamos denominar “historia, vida y andanzas” de Thomas Merton. Estos fragmentos me recuerdan también algo de ese carácter naïf que va impreso en las historias escuchadas en las charlas en torno a una mesa de café, cuando alguien del grupo ofrece una minuciosa narración sobre algún personaje famoso con el que ha mantenido algún tipo de contacto.
P. Segundo Llorente S.J.
Segundo Llorente nació el 18 de Noviembre de 1906 en Mansilla la Mayor, un pueblo de León, siendo un muchacho fuerte, inteligente, alegre, lleno de vitalidad y tremendamente comunicativo.
A los 17 años decidió hacerse jesuita y entró en el noviciado que tenía la Compañía de Jesús en Carrión de los Condes. Su ideal, es el “magis” de S. Ignacio, hacer lo más y mejor al servicio de Dios N. S. por lo que pide ser misionero en Alaska, el lugar considerado entonces como el más difícil. Aunque tiene que insistir, al final, terminados los estudios de humanidades y filosofía en España, es transferido a Oregón [Estados Unidos], de quien depende la misión de los jesuitas en Alaska.
Aún tiene que estudiar inglés y teología, siendo ordenado sacerdote el 24 de Junio de 1934, y en septiembre del año siguiente viajará, por fin, a su deseada misión en Alaska.
Su primer destino es Akulurak, un centro misionero con escuela para niños y niñas. Tendrá que aprender el manejo del trineo tirado por perros. Estudia también la lengua esquimal, y sobre todo aprende a comprender y querer a los esquimales.
Resistiendo terribles temperaturas invernales, que llegan hasta 52 grados bajo cero, realiza su labor pastoral, hablando de Dios a grandes y pequeños: bautizando bebés, dando catequesis a niños y adolescentes, bendiciendo matrimonios, asistiendo a moribundos, celebrando la Eucaristía y escuchando confesiones,…
En sus continuas rondas por el territorio, además de actuar como sacerdote, se hace cargo de niños que están solos o que viven malamente con sus padres, para llevarlos a los colegios internados que tenían los misioneros, toma datos de los ancianos que tienen derecho a pensión del Gobierno, para tramitarles el “papeleo” correspondiente,…
Su labor era tan extraordinaria, y era tan querido por los esquimales, que lo eligieron su representante en el Congreso de Alaska, en el año 1960, y resultó ser un congresista inteligente y enterado que brindó grandes servicios a la comunidad esquimal que representaba.
Murió de cáncer el 26 de Enero de 1989, siendo enterrado en un cementerio frente a las Montañas Rocosas en el que sólo pueden ser enterrados indios y misioneros que hayan estado más de veinte años al servicio de los habitantes de Alaska
(Tomado de Internet)
(En memoria del Padre Segundo Llorente, misionero en Alaska)
En esta ocasión expongo algunas experiencias que escuché del gran misionero
español en Alaska, padre Segundo Llorente, S.I. Creo que dejarán un poso en el alma y
la introducirán en Dios.
En 1973 le llevé una tarde a un convento de Carmelitas Descalzas. Las madres le
preguntaron cómo se apañaba él en aquellos días y noches de soledad total en Alaska y
cómo hacía oración. Respondió:
“Miren ustedes, yo comparo la oración con un hombre que sale con su perro al
campo. Se sienta a la sombra de un árbol y se pone a leer el periódico. El perro se
enrosca a los pies del amo y se está allí quieto. Pasa el tiempo y el hombre se levanta,
porque el sol ha ido corriendo y la sombra ya no le cobija. Busca otro árbol y sigue allí
su lectura. El perro abre primero un ojo, después el otro; olfatea, busca al amo y se va
junto a él. Vuelve a echarse a su lado, y de nuevo queda quieto. No se dicen nada. Pero
el amo está contento con la compañía de su perro, y el perro está contento junto al amo.
Esto es todo”.
En los Ejercicios Espirituales que nos dio ese mismo año habló de la dureza de
vida en Alaska. Recuerdo una anécdota que nos contaba y que me impresionó
profundamente. Tras toda clase de penalidades, agotado por el esfuerzo y el hambre de
ocho días de trabajo sin descanso, navegaba hacia el río Yukón por un afluente sin
apenas corriente. El motor de su barquito se paraba continuamente y aquella travesía
no terminaba jamás. Fue entonces, cuando armado de toda su fe y apoyándose en
todos los santos, en la Virgen y en las llagas de Jesús, pidió al Padre de los Cielos: “que
no se vuelva a parar, Padre, que no se pare”. Justo en ese instante el motorcito hizo
explosión y se paró. El padre, puesto de rodillas en el barquito y con los brazos en cruz,
exclamó: “No importa nada, Señor, aquí lo único que importa es que Tú sigas siendo
Tú”.
Al día siguiente fui a verle y le dije: “Padre, ya no necesito más. Con esto que
contó anoche me basta para todos los días de Ejercicios Espirituales que me quedan”.
Entonces fue cuando me dijo algo que me sacudió toda el alma: “Bueno, es que
como yo había hecho aquella oración con toda mi fe, comprendí que Dios me probaba
y, como no quería que Él sufriera al ponerme a prueba, le grité: ¡No importa nada, aquí
lo único que importa es que Tú sigas siendo Tú!”.
(Agosto 1989)
(Tomado de Internet)
Un estupendo y minucioso despliegue informativo el que nos ofreces sobre este jesuita, Manuel, muchas gracias. Debió de ser un hombre con una personalidad muy singular, que además un amplio y polifacético servicio humano. Personalidad singular, de la que quizá constituya un matiz más ese estilo expresivo suyo coloquial, asequible y llano al que me refería en mi anterior comentario. Vaya, que lo encuentro un testimonio en una línea original, diferente.
Thomas Merton es una personalidad que enamora. Lo hizo en su época y lo sigue haciendo ahora. Me parece magnifico este blog de divulgacion de su obra y de su vida, e incluso de su imagen, porque rompe cualquier "pastiche" sobre la Trapa para personas que solo la conozcan de oídas. Un hombre de su tiempo y de nuestro tiempo, con toda su humanidad expuesta legitimamente y enamorado profundamente de Dios. Eso es lo que engancha, lo que "me" engancha. Muchas gracias.
Un estupendo y minucioso despliegue informativo el que nos ofreces sobre este jesuita, Manuel, muchas gracias. Debió de ser un hombre con una personalidad muy singular, que además realizó un amplio y polifacético servicio humano. Personalidad singular, de la que quizá constituya un matiz más ese estilo expresivo suyo coloquial, asequible y llano al que me refería en mi primer comentario. Vaya, que lo encuentro un testimonio en una línea original, diferente a lo que se suele ver publicado en la actualidad.
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