Poco antes de partir para Asia, Merton afirmará que el propósito de la vida monástica es la unificación de la persona; toda la arquitectura religiosa del monasticismo, con su estructuración precisa, el calendario litúrgico y todo el conjunto de reglas, está exclusivamente concebida para propiciar la creación de un “clima” que facilite el nacimiento de hombres nuevos, también, en otras palabras, el desarrollo de personas reales.
Merton necesitó Getsemaní para sanar su rota identidad, ocasionada por sus experiencias de niñez y juventud; para el monje el monasterio constituye un edificio de alabanza y adoración. Pero a la par que va unificándose, también Merton va reflexionando acerca del papel del monje en el mundo. Este debe tener, dirá, una perspectiva correcta acerca de la situación en la que se encuentra el mundo, y no ha de aferrarse ciegamente a los esquemas pasados, si bien ha de preservar todo lo que de valioso ofrezca la propia tradición.
De hecho, Merton fue un gran conocedor de su tradición monástica, y eso le permitió que su acercamiento a la cultura contemporánea y las tradiciones orientales llevará siempre una impronta ortodoxa, fiel a la tradición de la Iglesia. En uno de sus diarios publicados Merton declara explícitamente su fidelidad a la iglesia católica al tiempo que se muestra implacable en su crítica hacia su institución.
(Notas a partir de la lectura de “La Memoria Encendida”, de Fernando Beltrán llavador)
2 comentarios:
pienso que este texto sobre Merton ayuda a profundizar en el proceso interior de cada uno en cuanto a su relación con la Iglesia, la evangelización y la profundización en la propia vocación. Muy interesante. Gracias,
Inés
Te he puesto en mis links y en google reader... lo seguiré desde ya.
saludos
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