Es otro tema que también desarrolla Santa Teresa en sus escritos: saber quién es el que reza, qué creemos de nosotros, qué sentimos, qué esperamos. Aquí entra el tema del “yo” que hemos tocado de pasada, el tema de alcanzar una conciencia más profunda de nuestra identidad.
“Orar no es simplemente una manera de dirigirse a Dios en un determinado tiempo y lugar. Orar es franquear esta más profunda conciencia y consciencia, una conciencia mística y una consciencia mística, en la cual Dios y yo actuamos juntos”.
El hombre actual, el ser humano que somos, está roto, fragmentado, dividido. “Esta fragmentación del hombre en unidades aisladas es verdadera en la medida en que expresa una visión del hombre bajo el pecado, pero no es esa la condición prevista para el hombre. Contra eso estamos luchando ahora en la Iglesia”.
La filosofía dio pie para esta manera de entendernos, y la misma piedad nos concibió siempre como individuos aislados, cada uno con sus virtudes y sus vicios. El otro parecía ser siempre un peligro que nos acechaba. Pero esto no era auténticamente cristiano (no es suficiente vivir haciendo lo bueno y respetando ciertas leyes); la conciencia cristiana nos invita a ir más allá: nos identifica con el sí mismo que pertenece a Cristo, somos Su cuerpo. Es una conciencia colectiva. No sabemos realmente quiénes somos hasta no encontrarnos a nosotros mismos en Cristo y en relación con otras personas. Pero también acentuar en demasía el elemento colectivo pudiera ser peligroso.
“La conciencia cristiana no es ni colectiva ni individual. Es personal y, a la vez, una comunión de los santos”.
Así: “Cuando rezo, dejo de ser yo mismo hablando con Dios, o yo mismo objeto del amor de Dios. Cuando rezo, la Iglesia reza en mí. Mi oración es la oración de la Iglesia”. (Esto vale tanto para la oración litúrgica, como para la oración privada).
Y sigue afirmando:
“Para que mi oración sea válida y profunda, tendré que practicarla con la conciencia de que yo soy algo más que yo mismo cuando rezo. En otras palabras, yo no soy simplemente un individuo cuando rezo, y no soy simplemente un individuo con gracia cuando rezo. Cuando rezo, soy, en cierto sentido, todo el mundo. La mente que reza en mí es más que mi propia mente, y los pensamientos que se forman en mí son más que mis propios pensamientos, porque, cuando rezo, esta consciencia profunda es un lugar de encuentro entre Dios y yo y entre el amor común de todos y cada uno. Es la voluntad y el amor común de la Iglesia encontrándose con mi voluntad y la voluntad de Dios en mi consciencia y mi conciencia cuando rezo”.
Piensa que:
1- Cuando rezas, debes dejar atrás mucho de lo que tú eres, porque tú resultas un mundo excesivamente limitado.
2- Es en esa conciencia profunda donde puedo encontrarme también con los otros. No solo en lo exterior, también en lo profundo del corazón.
“En cierto sentido, mi unión con otras personas a través de eso que permanece totalmente secreto en mi corazón es más real que la unión que surge de mis relaciones externas con ellas. Ambas cosas van juntas y no pueden separarlas”.
(Como individuos no estamos vinculados, como personas sí; persona es aquello que nos trasciende, aquello que nos hace entrar en comunión con otros)
Por eso. “Toda oración es comunión, no sólo entre Cristo y yo, sino también entre todos los miembros de la Iglesia y yo mismo. Toda oración nos coloca dentro de la comunión de los santos”. (La oración me une a los que rezan hoy y rezaron antes a lo largo de la historia. En la oración “es cuando soy en verdad yo mismo”).
2 comentarios:
Estoy a punto de premarar equipaje. He entrado un momento para hacer mi casí última visita a los blogs...
Y aquí en tu espacio me encuentro con una de las entradas, con uno de los textos más hermosos de Thomas M. que he leido...
Creo que es el mejor regalo que me llevo para estos días de retiro y oración...
Gracias
Un abrazo
Me gusta eso de oración e identidad. Creo que sí, que si nos adentramos en ese diálogo con Dios nos descubrimos de verdad.
Publicar un comentario